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Europa, Medio Oriente, Pensamiento :: 07/02/2025

El declive de Alemania (y su política de la memoria)

Elias Feroz / Enzo Traverso
Entrevista con Enzo Traverso :: Mientras que las víctimas judías del nazismo deben ser conmemoradas, las víctimas palestinas del genocidio sionista pueden ser borradas

Después de más de quince meses, la guerra en Palestina finalmente ha alcanzado al menos una pausa inicial, que se espera sea seguida por un alto el fuego permanente en los próximos meses. La destrucción en Gaza no tiene precedentes en escala: según un informe reciente en The Guardian, casi 50 000 habitantes de Gaza, aproximadamente el 2% de la población, han muerto (otras fuentes menos complacientes con el régimen israelí hablan de cerca de 200 000), más de 100 000 han resultado heridos, muchos con lesiones inhabilitantes. Alrededor del 90% de la población ha sido desplazada y la mayoría no tiene adónde regresar, ya que casi dos tercios de los edificios de la Franja de Gaza están dañados o destruidos.

A lo largo de la guerra, dos países en particular se destacaron por su apoyo inquebrantable a Israel: su más antiguo defensor, EEUU, pero también Alemania. Los líderes de Berlín han citado a menudo una Staatsräson («razón de Estado») distintiva, basada en la responsabilidad histórica de los alemanes por el holocausto, para negarse a condenar o al menos cesar el apoyo militar a Israel. Sin embargo, esto, sumado al hecho de que la mayoría de los observadores internacionales creíbles han acusado a Israel de genocidio, ha llevado a millones de personas en el país y en todo el mundo a preguntarse si el reconocimiento de Alemania de su propio pasado oscuro fue tan exhaustivo y significativo como se creía anteriormente.

Enzo Traverso, historiador de la Europa contemporánea, es conocido por sus investigaciones sobre temas críticos como la guerra, el fascismo, el genocidio, la revolución y la memoria colectiva. Su último trabajo, Gaza Faces History, examina la guerra de Gaza como una combinación de legados coloniales y crisis humanitarias. También critica la instrumentalización de la memoria del holocausto, en particular por parte de Alemania, y analiza su transformación de una lección universal contra la opresión a una narrativa utilizada para justificar el genocidio actual. Conversamos con él sobre el comportamiento del Estado alemán desde que comenzó la guerra en Gaza y las lecciones que extrae para desarrollar una política de memoria verdaderamente universalista e internacionalista.

El gobierno alemán reitera a menudo su compromiso con el derecho internacional, pero rara vez reconoce las violaciones del derecho internacional contra los palestinos, a pesar de que numerosas organizaciones de DDHH informan sobre ellas. ¿Cómo explica esta ambivalencia?

La respuesta del gobierno alemán a la guerra y el genocidio en Gaza no es del todo sorprendente. Se alinea con las políticas de memoria que Alemania ha seguido durante muchos años.

En este contexto, la crisis de Gaza sirve como una prueba reveladora, que pone de relieve un cambio preocupante en la forma en que se aborda la memoria del holocausto en Alemania, lo que socava el trabajo ejemplar que Alemania ha realizado durante varias décadas para abordar y asimilar su pasado. Digo esto no como un observador imparcial, sino como italiano, alguien de un país que no ha logrado reconocer plenamente ni asumir la responsabilidad de su pasado fascista y colonial. Como italiano, a menudo he mirado a Alemania, no necesariamente como un modelo perfecto, sino como un país que logró comprometerse y enfrentarse a su propia historia de una manera que mi propio país no ha hecho.

A mediados de la década de 1980, Alemania emprendió un proceso de replanteamiento de su difícil y doloroso pasado. Durante al menos dos generaciones, el recuerdo de los crímenes nazis se convirtió en una piedra angular de la conciencia histórica alemana, algo que consideré un gran paso adelante. Alemania logró redefinir su concepto de ciudadanía, pasando de una identidad basada en raíces puramente étnicas a una comunidad política que incluía a todos los ciudadanos, independientemente de sus orígenes étnicos o creencias. Este notable logro fue posible en gran medida, si no principalmente, gracias al trabajo de la memoria del holocausto.

Sin embargo, con el tiempo, la memoria del holocausto en Alemania se transformó progresivamente en una política de apoyo incondicional a Israel. Lo que en su día fue un ejemplo de reconocimiento histórico se ha convertido en un marco que, en mi opinión, contribuye a la eliminación de perspectivas críticas y permite acciones que contradicen los propios principios de justicia y responsabilidad que esta memoria pretendía defender. El resultado deplorable de este proceso es que hoy en día se puede transgredir o ignorar el derecho internacional para apoyar a Israel incondicionalmente.

¿Cuándo cree que ocurrió este cambio?

En muchos sentidos, estas premisas ya estaban presentes en la creación de la República Federal de Alemania en 1949. Creo que este cambio se produjo de forma progresiva, ya que las semillas de tal cambio estaban incrustadas en la memoria del holocausto desde el principio. Algunas de las contradicciones inherentes a este desarrollo se remontan a momentos como la crítica de Jürgen Habermas a Ernst Nolte, en la que argumentaba que la integración de Alemania en Occidente se logró a través de la memoria de Auschwitz. Esta alineación de la memoria del holocausto con los valores occidentales sentó las bases del apoyo inquebrantable de Alemania a Israel.

Estas diferencias no eran muy evidentes en la década de 1950, durante los debates sobre las leyes de reparación para compensar a las víctimas judías del régimen nazi, pero las premisas subyacentes ya estaban presentes. En el momento del punto de inflexión histórico, la confrontación se produjo entre una Alemania que buscaba reconocer el holocausto y los crímenes nazis como piedra angular de la conciencia histórica alemana, y otra Alemania que claramente favorecía un enfoque apologético del pasado nazi. En ese contexto, estaba claro que Habermas debía ser apoyado, especialmente frente a Nolte y al revisionismo alemán.

Durante muchos años, estos peligros parecieron relativamente contenidos, apareciendo marginales en comparación con los importantes avances que Alemania había hecho en la promoción de los derechos democráticos. Ahora, sin embargo, nos encontramos en una situación paradójica. Alemania, que se ha convertido en una nación multiétnica, multicultural y multirreligiosa, exige el apoyo incondicional a Israel por parte de todos sus ciudadanos, incluidos aquellos con orígenes poscoloniales y palestinos. Este desarrollo podría verse como una consecuencia sorprendentemente irónica de la alineación anterior de la memoria del holocausto con la identidad occidental.

A finales del año pasado, Alemania expresó sus dudas sobre si ejecutaría la orden de arresto de la Corte Penal Internacional contra Benjamin Netanyahu en caso de que visitara el país. ¿Cómo refleja esta vacilación la tensión entre la responsabilidad histórica de Alemania por el holocausto y su compromiso con el derecho internacional?

Creo que la Alemania de la posguerra, al igual que muchos otros países europeos, desarrolló una memoria del holocausto y de los crímenes nazis que a menudo descuidó o marginó el trabajo necesario para abordar la historia colonial. El enfoque en el holocausto, aunque importante, ha eclipsado o minimizado la memoria del colonialismo, creando una tensión que se hizo más evidente después del 7 de octubre.

Esta política de memoria «aporética» es la premisa para ignorar la dimensión colonial de la ocupación israelí de Gaza y Cisjordania. En el discurso alemán y de Europa occidental, Netanyahu es presentado como el representante de los judíos como víctimas. Por lo tanto, los palestinos no son un pueblo desposeído, sino una nueva encarnación del antisemitismo. Este es el argumento detrás de la decisión alemana (seguida por otros líderes occidentales) de no implementar la orden de arresto de la CPI.

¿Ignorar la orden de la CPI supone un riesgo de daño a la reputación o incluso consecuencias legales para estos países, especialmente dada la creciente presión para que se adhieran al derecho internacional?

No soy un experto en derecho, pero lo que puedo decir es que, después de EEUU, que proporciona el principal apoyo financiero y militar, Alemania es el segundo apoyo militar más importante de Israel. Sin el apoyo de EEUU, Israel no habría podido llevar a cabo la destrucción en Gaza y la matanza de decenas de miles de palestinos. Pero después de EEUU, Alemania desempeña un papel crucial en la prestación de apoyo militar a Israel.

Esto significa que Alemania es hoy cómplice del genocidio en Gaza, al igual que Francia, Italia y el Reino Unido. Sin embargo, la implicación de Alemania es especialmente significativa, tanto por su papel como por su peso simbólico. A los ojos de la mayor parte de la población mundial, esto significa que la memoria del holocausto se ha convertido en una herramienta política de las políticas coloniales: mientras que las víctimas judías del nazismo deben ser conmemoradas, las víctimas palestinas del sionismo pueden ser borradas.

Como historiador italiano que enseña en EEUU, ¿cómo cree que el apoyo inquebrantable de Alemania a Israel, enmarcado en su Staatsräson, afecta a su imagen internacional?

En primer lugar, creo que la imagen internacional de Israel ha cambiado de forma irreversible. Para la opinión pública del llamado Sur Global, Israel ha simbolizado durante mucho tiempo la opresión, el colonialismo y ahora el genocidio. Sin embargo, esa imagen también ha cambiado en el llamado Occidente. En la actualidad existe una clara discrepancia entre la postura oficial de la clase política occidental y el creciente escepticismo público hacia la política de apoyo incondicional a Israel.

Alemania, en cierto modo, admitió la hipocresía de su postura oficial al enmarcarla como una cuestión de Staatsräson. El concepto de Staatsräson es muy ambiguo. En mi ensayo, tracé su genealogía desde la Europa moderna temprana hasta el presente. Staatsräson revela una contradicción dentro del estado de derecho: la ley puede ser cuestionada, negada o transgredida debido a un deber superior: Staatsräson.

En este caso, ese deber es la defensa incondicional de Israel, incluso si Israel está cometiendo claramente crímenes de guerra o genocidio. El significado implícito: sí, Israel está cometiendo crímenes de guerra, oprimiendo a los palestinos y probablemente perpetrando un genocidio, pero lo aceptamos en nombre de un interés estatal primordial.

¿Qué implicancias tienen los acontecimientos del último año y medio para el futuro de la política de la memoria, tanto en Alemania como en general?

Lo que está sucediendo hoy en Gaza nos obliga a repensar nuestro enfoque de la política de la memoria. Necesitamos articular una relación más equilibrada entre las diferentes dimensiones de la memoria colectiva. Esto es lo que quise decir antes. Tenemos que incluir no solo la memoria del fascismo, los crímenes nazis y el holocausto, sino también la memoria del imperialismo y el colonialismo, que también son aspectos críticos del pasado de Europa. No podemos permitirnos centrarnos exclusivamente en un aspecto de la memoria colectiva y descuidar los demás.

Esto es especialmente importante, ya que la Unión Europea se ha convertido en un reino de inmigración. Millones de inmigrantes, la mayoría de ellos de origen poscolonial, forman ahora parte de Europa. Esto se aplica a todos los países europeos, incluida Italia, que históricamente ha sido tanto un país de emigración como, desde hace décadas, un país de inmigración. En muchos casos, nuestras políticas de memoria han sido simplemente un corolario de la retórica de los DDHH, sirviendo a menudo como justificación de las políticas imperiales y neocoloniales. Es hora de poner fin a eso.

¿Es necesario reconsiderar el concepto de «culpa histórica», dado que a menudo conduce a la generalización y a la falta de matices?

El concepto de culpa histórica es valioso si se contextualiza. No existe una culpa eterna, inmutable y transhistórica. Podríamos referirnos al famoso debate que tuvo lugar en Alemania en 1945 tras la publicación del ensayo de Karl Jaspers El problema de la culpa. Jaspers distinguió entre diferentes tipos de culpa: culpa criminal, culpa política, culpa moral y culpa metafísica. El concepto de culpa debe matizarse, repensarse y redefinirse.

En lugar de hablar de culpa histórica, yo hablaría de responsabilidad histórica. Nací más de veinte años después del genocidio etíope perpetrado por el fascismo italiano en 1935-1936. No soy culpable de ese genocidio fascista, pero creo que lo sería si como ciudadano italiano ignorara el pasado de mi país y me negara a asumir las responsabilidades históricas vinculadas a él. Como ciudadano italiano responsable, no puedo ignorar los crímenes que pertenecen a la historia de mi país.

En este sentido, la relación entre culpa y responsabilidad es dialéctica. Existe una responsabilidad histórica que debería guiar las políticas exteriores responsables. Y una política exterior responsable hoy significaría, ante todo, detener el genocidio en Gaza.

Ha criticado la equiparación de los palestinos con los nazis, algo habitual en algunos sectores de la clase política y mediática alemana, tildándola de revisionismo histórico. Sin embargo, en su libro menciona que algunas acciones del Ejército israelí (Fuerzas de Defensa de Israel, IDF) le recuerdan a las de las Schutzstaffel (SS). ¿No son contraproducentes tales descripciones, reforzando el mismo nudo entre memoria e historia que usted pretende desenredar?

Escribo en mi libro que el concepto de genocidio es un concepto jurídico. Es un concepto legalista. También hago hincapié en que, como historiador, a veces tengo muchas dudas y debo ser cauto antes de usar este término, ya que no pertenece a las ciencias sociales ni a la erudición histórica.

Existe una definición normativa de genocidio, que es una definición legalista y jurídica. Creo que esta definición se corresponde perfectamente con la situación actual de Gaza. Sin embargo, los genocidios no son todos equivalentes o intercambiables. Gaza no es Auschwitz, por su escala, sus motivaciones, su fenomenología, etc., esto es obvio y muy claro. Mucha gente (especialmente en Alemania) piensa que hablar del genocidio de Gaza significa «relativizar» el holocausto. Esto es vergonzoso. Reivindicar la memoria de un genocidio para justificar otro genocidio es moral y políticamente inaceptable. La memoria de Auschwitz debe movilizarse para impedir nuevos genocidios, no para justificarlos.

Las comparaciones históricas no son homologías históricas; son analogías que nos ayudan a interpretar el presente. Por supuesto, las imágenes no solo de las SS, sino también de los soldados de la Wehrmacht perpetrando crímenes en el Frente Oriental durante la II Guerra Mundial pueden compararse con los crímenes de guerra cometidos por las FDI hoy en Gaza y Cisjordania. Los cientos de vídeos y podcasts que muestran a soldados israelíes sonriendo junto a palestinos humillados, o junto a los cadáveres de víctimas palestinas, o apuntando a civiles, recuerdan a las imágenes de la guerra y los crímenes genocidas cometidos por soldados alemanes durante la II Guerra Mundial, por soldados italianos en Etiopía, los Balcanes y Grecia, y por el ejército francés en Argelia a finales de la década de 1950.

Creo que estas comparaciones ponen claramente de manifiesto las afinidades fenomenológicas que existen en todos los crímenes imperiales coloniales y fascistas. Es crucial hacer estas comparaciones porque sirven de advertencia, y esta advertencia es saludable.

Algunos podrían argumentar que sus comparaciones históricas son ofensivas, especialmente dado el énfasis en la singularidad de las atrocidades del holocausto. ¿Cómo respondería a los críticos que encuentran sus comparaciones inapropiadas o problemáticas?

Debemos ser muy claros en este punto: no comparo Gaza con el holocausto. No afirmo que lo que está sucediendo hoy en Gaza sea una repetición del holocausto. Simplemente digo que lo que está sucediendo hoy en Gaza es un genocidio.

El holocausto fue un genocidio. El exterminio de los armenios fue un genocidio. El exterminio de los hereros también fue un genocidio. Los genocidios pueden variar mucho en su fenomenología, los medios de destrucción y las poblaciones objetivo.

Por supuesto, tenemos que reconocer la existencia de tropos antisemitas, que afirman que los judíos siempre se han retratado a sí mismos como víctimas y ahora están actuando exactamente como los nazis. Este es un argumento antisemita típico, así como apologético. El genocidio en Gaza, por ejemplo, se utiliza a menudo para trivializar el nazismo y sus crímenes. Debemos rechazar tal demagogia.

Sin embargo, no podemos censurar o pasar por alto el genocidio en Gaza simplemente porque tememos este tipo de reacción. Esto es inaceptable. No podemos decirles a los palestinos: «lo lamento, pero no puedo actuar contra la violencia y la opresión que están sufriendo porque esto podría convertirse en el pretexto para exhumar viejos tropos antisemitas». La lucha contra el antisemitismo no es incompatible con la lucha contra la opresión colonial de Palestina.

Israel forma parte de la comunidad internacional y debe ser juzgado según los mismos criterios políticos y jurídicos que se aplican a todos los Estados y miembros de esa comunidad. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de crear una situación perversa en la que el antisemitismo se legitime indirectamente. Si los europeos, especialmente los alemanes, sienten que su deber es defender a Israel incondicionalmente para luchar contra el antisemitismo y el racismo, la conclusión que muchos podrían sacar es que el antisemitismo no es tan malo. Si criticar las acciones de Israel en Gaza se etiqueta como antisemitismo, la consecuencia lógica sería que, para detener un genocidio, uno debe ser antisemita.

La premisa que subyace a todo el discurso de apoyo incondicional a Israel, independientemente de las circunstancias, es totalmente irracional. Es el resultado de una extraña idea que postula la inocencia ontológica de Israel. En el pasado, un prejuicio antisemita explicaba que los judíos eran dañinos por naturaleza, no por sus comportamientos, sino simplemente por su existencia; hoy en día, un discurso igualmente necio e irresponsable pretende que los judíos son inocentes o beneficiosos por naturaleza: son víctimas y no pueden convertirse en perpetradores. Es la versión invertida de un antiguo prejuicio oscurantista.

Usted sostiene que los palestinos están pagando el precio de la culpa histórica de Europa hacia los judíos. ¿Cómo afecta esta dinámica a la posición moral de Europa en la actualidad, y qué revela sobre la continuidad --o el fracaso-- de sus compromisos éticos?

He escrito varios ensayos en los que intento explicar que la forma de racismo más relevante y significativa en la Europa actual ya no es el antisemitismo, sino la islamofobia. En Italia, la jefa de Gobierno, Giorgia Meloni, procede de un movimiento posfascista. Antes de convertirse en primera ministra, estaba orgullosa de sus raíces políticas en esta tradición, que incluye el régimen fascista que promulgó leyes antisemitas en 1938. De manera similar, en Francia, Marine Le Pen representa una herencia política antisemita.

Sin embargo, hoy en día, movimientos como el de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) no promueven abiertamente el antisemitismo en su retórica oficial, y mantienen fuertes relaciones con Israel. Al mismo tiempo, no podemos ignorar el aumento de la islamofobia en el mundo occidental, que se dirige contra los refugiados e inmigrantes, especialmente los musulmanes, presentándolos como una amenaza para la identidad «judeocristiana» de Europa.

Este cambio en la dinámica del racismo significa que el antisemitismo ya no es la principal forma de racismo en la Europa contemporánea. En el siglo XXI, el racismo se ha reconfigurado, y centrarse únicamente en el antisemitismo corre el riesgo de ser utilizado como pretexto para justificar políticas islamófobas y racistas. Esto es particularmente evidente en Alemania, donde la AfD defiende ferozmente a Israel mientras impulsa medidas antinmigrantes y antimusulmanas. Aunque hay que seguir oponiéndose al antisemitismo, está claro que su lucha se está instrumentalizando cada vez más.

Dado que la guerra de Gaza forma parte de un conflicto en curso, ¿cómo influye nuestra percepción actual de los acontecimientos en la cultura de la memoria del futuro?

Se ha aprobado un alto el fuego, una tregua temporal, pero dista mucho de ser una solución duradera o pacífica. Esta guerra genocida ha empañado irreparablemente la imagen global de Israel, transformándolo de una nación que alguna vez fue vista como una respuesta al holocausto a un estado colonial opresivo, que recuerda a la Sudáfrica de la era del apartheid. Hoy en día, la causa palestina se ha vuelto central para cualquier persona comprometida con los principios de libertad, justicia e igualdad, incluso si esa causa no puede identificarse ni con Hamas ni con la completamente desacreditada Autoridad Palestina.

En el debate alemán, el holocausto ocupa un lugar central en la política de la memoria debido a la responsabilidad histórica de Alemania (y Austria), mientras que la Nakba, aunque fundamental para los palestinos, es en gran medida ignorada. Esta asimetría también se refleja en las perspectivas, ya que los israelíes recuerdan el holocausto y los palestinos la Nakba, a menudo sin incorporar las experiencias de la otra parte. ¿Cómo podría desarrollarse en el mundo de habla alemana una política de la memoria que conecte estas experiencias históricas, haga visible el sufrimiento de ambas partes y permita el diálogo sin cuestionar las respectivas experiencias de sufrimiento ni exacerbar las tensiones políticas?

Alemania es responsable del holocausto, no de la Nakba. Esta es la razón de la asimetría que mencionas, y explica por qué en los años de la posguerra la conciencia histórica y la memoria colectiva de la República Federal de Alemania se construyeron en torno al holocausto.

Hoy, sin embargo, el contexto ha cambiado. Por un lado, porque Alemania se ha convertido en una sociedad multiétnica y multicultural que incluye a muchos ciudadanos con orígenes poscoloniales o incluso palestinos; por otro lado, porque Israel justifica sus políticas opresivas y genocidas invocando el holocausto y la lucha contra el antisemitismo. En tal situación, esta asimetría ya no es aceptable.

No hay equivalencia entre el holocausto y la Nakba, pero ambas tragedias deben ser reconocidas y respetadas. Esta es la premisa necesaria para una política de memoria fructífera, que requiere igualdad y comprensión mutua. Una lucha contra el antisemitismo basada en la negación de la Nakba y el sufrimiento palestino es tan poco ética como ineficaz.

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