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Europa :: 11/06/2024

El efecto deseado

Nahia Sanzo
La conmemoración del 80º aniversario del desembarco de Normandía ha dado una nueva oportunidad a Ucrania y sus aliados de colocar su mensaje y equiparar la lucha de 1944 con la actual

“Rendirse ante los matones, doblegarse ante los dictadores, es sencillamente impensable”, afirmó el decrépito líder de EEUU, un país con un amplio historial de apoyo a sangrientas dictaduras siempre que favoreciera sus intereses geopolíticos. Rendirse, insistió Biden, “significaría que estaríamos olvidando lo que ocurrió aquí, en estas playas sagradas”.

Las comparaciones con la II Guerra Mundial se han repetido a lo largo de esta guerra por ambas partes, aunque ni en términos políticos ni militares pueda realizarse un símil que vaya más allá de la propaganda. El frente estático y la dificultad de las partes para realizar grandes operaciones de maniobra recuerda más a la I Guerra Mundial y no hay, como sí lo hubo entonces, un importante plano ideológico. Es más, pese al intento de Ucrania y sus defensores de presentar al país como defensor de la libertad, sus carencias democráticas son similares a las que la propaganda occidental achaca a Rusia.

El uso de la II Guerra Mundial como arma contra Moscú es también cuestionable teniendo en cuenta tanto el papel de la Unión Soviética (vencedora de Alemania) como la postura ucraniana sobre quienes lucharon en ella. Desde hace casi una década, Ucrania enaltece oficialmente a quienes lucharon por la libertad de Ucrania el siglo XX, incluidos a aquellos que lo hicieron de la mano de la Alemania nazi. La legislación ucraniana prohíbe símbolos comunistas como la Bandera de la Victoria que izaron en Berlín las tropas soviéticas, entre las que la población ucraniana tenía una importante presencia.

Por el contrario, grupos como OUN o UPA, que participaron en la limpieza étnica de Ucrania occidental, son considerados héroes y reciben calles y monumentos en su honor. Volodymyr Vyatrovich, el guardián de la memoria de tiempos de Poroshenko, logró incluso una decisión judicial que excluía a la División Galizien de las SS de la calificación de unidad nazi, lo que la excluía de la prohibición de símbolos vinculados al Tercer Reich.

Pero el revisionismo histórico no es un problema siempre y cuando es realizado por aliados de Occidente. De ahí que no haya contradicción entre enaltecer a quienes lucharon contra los aliados y equiparar el desembarco de Normandía con la actual guerra proxy de la OTAN contra Rusia. Tampoco la hay en utilizar la conmemoración de una victoria común, la lucha contra el nazismo, para promocionar la guerra actual, en la que las líneas rojas se eliminan progresivamente para acercar al continente a un escenario cada vez más incierto.

En su visita de esta semana a Finlandia, Jens Stoltenberg insistió en que la OTAN no se plantea la posibilidad de enviar tropas, algo en lo que ha insistido también Biden. La Alianza, y con ella su principal miembro, está satisfecha con la naturaleza actual de una guerra en la que confía sacar rédito geopolítico. Solo así puede entenderse la filtración estadounidense de su incomodidad por los ataques ucranianos contra refinerías en territorio ruso y no haber mostrado ninguna preocupación por acciones similares contra radares de atención temprana en zonas situadas a centenares de kilómetros del frente ucraniano.

El razonamiento de la Casa Blanca era la capacidad de crear perturbaciones en el mercado mundial del petróleo, con potencial de afectar a EEUU, mientras que la significativa escalada que supone atacar elementos que forman parte del escudo nuclear ruso supone simplemente debilitar a Rusia, objetivo declarado de Washington en esta guerra. Esos radares, que no participan en absoluto en la actual guerra, sí serían importantes en caso de un conflicto más amplio.

Ambos tipos de ataque, realizado con drones, lleva la seña de identidad de Kirilo Budanov, el polémico director del GUR ucraniano, cuyas acciones han sido denunciadas por medio de filtraciones en grandes medios en los momentos en los que EEUU ha querido mostrar su disconformidad con los métodos utilizados y los objetivos elegidos.

La mano de Budanov es también evidente en los dos ataques que se produjeron el sábado en las regiones de Kursk, donde los daños fueron menores, y Rostov, donde, según el colectivo Rybar, Ucrania logró un éxito en la única refinería de la región y una de las principales en el sur del país. La fuente rusa, que no ponía en duda el uso de drones y ni siquiera especulaba con el uso de armamento occidental, destacaba la importancia del fuego causado, mucho más grave que en ocasiones anteriores, y las consecuencias que podría tener para las exportaciones.

En respuesta a las quejas estadounidenses, Ucrania reaccionó en bloque argumentando que los ataques eran realizados con armamento ucraniano y, por lo tanto, Kiev no precisaba del permiso occidental. Y ante las críticas por los objetivos elegidos, Dmitro Kuleba alegó que Occidente podría permitirse criticar a Kiev si suministrara las armas suficientes para librar la guerra tal y como desea. Las armas ya han sido prometidas y Ucrania ha obtenido también el permiso occidental para utilizar el equipamiento sobre ciertas zonas de territorio ruso.

“No vamos a autorizar ataques a 200 millas ni vamos a autorizar ataques sobre Moscú, sobre el Kremlin”, afirmó ayer Biden, que ha levantado el veto al uso de armamento estadounidense en las zonas cercanas al frente. El rechazo de Ucrania a aceptar esa nueva línea roja hace que sea inevitable que Kiev comience a trabajar en ampliar ese área de uso de equipamiento occidental y que sea cuestión de tiempo que los límites sean revisados. En cualquier caso, llama la atención el desinterés occidental por criticar a Ucrania en su incumplimiento de una recomendación explícita incluso después de haber cumplido con el chantaje de Kiev, que exigía armas para detener los ataques contra las refinerías.

Las llamas que iluminaron el cielo de Rostov muestran la realidad de los límites de la guerra. Toda línea roja que se atraviesa no tiene ya vuelta atrás. La estrategia ucraniana de exigencia constante recibe un discurso oficial de contención y escalada calculada que siempre sigue adelante. Ucrania exigía equilibrar las fuerzas para detener unos ataques en la retaguardia que han causado disconformidad en la Casa Blanca. Pero al igual que ocurriera con los primeros intentos de Budanov de utilizar drones contra objetivos en Rusia, que obtuvieron las protestas de la Casa Blanca, las reticencias quedaron en el pasado en el momento en el que se levantó el siguiente tabú.

Kiev fue capaz de desviar la atención del rechazo estadounidense a los ataques a refinerías hacia la necesidad de atacar objetivos militares rusos. Con la eliminación de la prohibición no solo no se detuvieron esas acciones, sino que se incorporaron como uno más de los métodos rutinarios que Ucrania puede utilizar contra Rusia. Las quejas siempre son temporales y el régimen ucraniano es consciente de que puede permitirse prácticamente cualquier transgresión -política, histórica o militar- y su presión mediática seguirá, al menos por un tiempo, surtiendo exactamente el efecto deseado. Un efecto indeseado va a ser que Rusia escale sus ataques a infraestructuras críticas de Ucrania, y quizás no de tiempo a que se pongan en servicio los F16 y los Mirage.

slavyangrad.es / La Haine

 

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