El espectáculo de terror del 7 de septiembre puede impulsar un voto útil para Lula
Los festejos del 7 de septiembre se transformaron en una extraña maratón militar de propaganda electoral. El acto, plagado de delitos electorales y financiado con dinero público, fue retransmitido en directo por televisión durante horas y horas.
Vimos mítines electorales preparados por las Fuerzas Armadas para su candidato Jair Bolsonaro. En la fecha cívica secuestrada por los militares no se mencionó el bicentenario de la independencia; sólo discursos crudos y radicalizados dirigidos a las hordas fanáticas.
Las cumbres de las Fuerzas Armadas se mostraron abiertamente como una facción partidista de extrema derecha. Los oficiales en servicio activo subieron a la plataforma electoral vistiendo uniformes militares. Con esta muestra de fuerza y poder bolsonarista, el partido militar auspició el entierro de la ya baja credibilidad que aún tenían las Fuerzas Armadas.
La ausencia de autoridades judiciales y del Congreso ilustra el aislamiento institucional de Bolsonaro y el gobierno militar. Ni siquiera asistieron el presidente de la Cámara Arturo Lira y la PGR Augusto Aras; luego ellos, dos fieles colaboracionistas del fascismo.
El 7 de septiembre fue concebido como un hito estratégico para el ‘Capitólio de Brasilia‘. Se suponía que iba a ser un día apoteósico para la escalada fascista-militar, pero no estuvo a la altura de lo anunciado.
La bandera central de Bolsonaro y los líderes militares para degradar la elección –el ataque a las máquinas de votación electrónica y la impugnación del resultado de la votación– sintomáticamente no fue mencionada en ningún discurso; simplemente desapareció, como si hubiera dejado de existir.
Este hecho significativo -la ausencia de la bandera central del bolsonarismo en los mítines del 7 de septiembre– puede representar una inflexión táctica de los militares en el contexto de desgaste y desmoralización que sufren.
Para explorar esta hipótesis, es necesario retroceder algunos días y recordar el encuentro entre el presidente del TSE, magistrado Alexandre Moraes, y el ministro de Defensa, general Paulo Sérgio Nogueira de Oliveira, el 31 de agosto.
Después de esa reunión, se consensuó un supuesto plan piloto para la ejecución de la prueba de integridad de las urnas. Este entendimiento, según la divulgación oficial, sería suficiente para que los militares aceptaran el resultado de la votación.
El caporegime Bolsonaro, junto a su mujer, durante el desfile militar del Día de la Independencia, el 7 de septiembre de 2022.
En ese sentido, por tanto, la concesión otorgada por el ministro Moraes ofrecería una salida honrosa para el reposicionamiento táctico de las cúpula militar. Con esta “baza” podrían presumir ante sus simpatizantes que “arrebataron” al TSE las garantías para realizar “elecciones limpias”.
Es evidente, sin embargo, que cuando se trata de militares y sus tácticas de distracción, el supuesto entendimiento para probar la integridad de las urnas puede ser una trampa más.
Eso es porque el modelo de prueba sugerido por ellos es un truco real que se sabe que sale mal, por esta razón los militares lo concibieron. Y en este caso, ante cualquier falla en la prueba, Bolsonaro y los militares fabricarían la retórica de fraude deseada para desbaratar las elecciones.
A pesar de este riesgo, sin embargo, la hipótesis del ajuste de la posición de los militares tiene eco en la realidad. La situación empeoró mucho para el gobierno después de la reunión de Bolsonaro con diplomáticos extranjeros [18/7]. El evento amplió la percepción del grave riesgo que representa y aumentó considerablemente el aislamiento nacional e internacional.
Los jefes militares saben que sólo podrán impedir el triunfo de Lula promoviendo rupturas y pisoteando las reglas del juego. El problema, sin embargo, es que están aislados y desmoralizados, enfrentan una gran crisis de legitimidad y no cuentan con el apoyo político, social e institucional –nacional y extranjero- para llevar a cabo la escalada golpista.
Además, la popularidad de las Fuerzas Armadas está disminuyendo constantemente. En la última encuesta alcanzó uno de los niveles más bajos de la serie histórica, en torno al 30%. No por casualidad, un porcentaje equivalente a la intención de voto de Bolsonaro.
El espectáculo de terror del gobierno militar del 7 de septiembre tuvo como efecto secundario el aumento del cansancio con el patrón arcaico, salvaje y truculento del bolsonarismo. Con la maratón militar-electoral, Bolsonaro no se ganó la simpatía y el apoyo del electorado indeciso o disputado, a lo sumo logró comunicarse con sus simpatizantes.
Junto a esto, el sentimiento de miedo e inseguridad con Bolsonaro y el anhelo de tranquilidad y paz pueden impulsar el voto útil por Lula y, así, elegirlo en primera vuelta.
La candidatura de Ciro, que traiciona la historia del PDT y de Brizola para funcionar como una variante del bolsonarismo, debería ver aplanado su voto con la migración de sus votantes a Lula.
CLAE