El fin de Occidente: fuegos artificiales al atardecer
Se viene hablando de la decadencia de Occidente desde hace más de un siglo, y mucho antes de la publicación del exitoso volumen de Oswald Spengler. Cuando Spengler habló de ello era el día después de la gran destrucción de la I Guerra Mundial y, paradójicamente, estábamos en el umbral de un posible punto de inflexión en el proceso de decadencia: Europa, profundamente sacudida por cinco años de guerra y once millones de muertos, parecieron tomar conciencia de la necesidad de un cambio de paradigma.
Pero los intentos que surgieron en ese período, primero bajo la bandera de la Revolución de Octubre (los intentos de revolución de los espartaquistas en Alemania, los dos años rojos de 1919-1920, etc.) y luego bajo la égida de las dictaduras de los años 1920, no logró crear condiciones estables para una reconstrucción alternativa. Los "fascistas" muy rápidamente abandonaron sus pretensiones de revolución popular en favor de un pacto estructural con la gran burguesía liberal, manteniendo la estructura agresiva y "darwiniana" que había sido típica del imperialismo de antes de la guerra.
Dos décadas después, la segunda gran masacre del siglo XX abrió un nuevo intento de revisar el modelo capitalista liberal con el que Occidente se había llegado a identificar. Este intento tuvo más éxito y duró unas tres décadas, produciendo la primera y hasta ahora única situación moderna en la que se implementaron auténticos mecanismos democráticos y en la que las condiciones generales de vida de quienes vivían de su trabajo mejoraron claramente en varios países de Europa.
Pero ese intento fue socavado desde dentro y finalmente derrocado con éxito en la segunda mitad de la década de 1970, debido a la falta de conciencia de la naturaleza profunda de la crisis de la civilización occidental (aquellos que eran conscientes de esta crisis, como Pasolini, siguieron siendo una 'vox clamantis' en el desierto).
El modelo liberal-capitalista logró disfrazarse en los años 1980 como un movimiento 'libertario' y emancipador, con la complicidad militante de gran parte de la intelectualidad posmoderna. Con la caída de la Unión Soviética, desapareció la idea misma de que podría (debería) haber modelos de desarrollo histórico distintos del capitalismo liberal. La historia de las últimas tres décadas es la historia de un resurgimiento de los mismos mecanismos que precedieron a la I Guerra Mundial, sólo que en una forma más poderosa y virulenta.
La aceleración y el fortalecimiento de la tecnología, las finanzas, los medios de comunicación y la guerra, presentan la dinámica destructiva del 'fin de siècle' de forma hiperbólica. Los resultados destructivos están apareciendo de manera vigorosa y sin contrastes serios. En promedio, las clases dominantes y las clases intelectuales parecen tener una conciencia aún menor de la crisis que las clases dominantes y las clases intelectuales de 1914, 1938 o 1968.
En Occidente la idea de que "no hay alternativa" (TINA) y que la forma de visión liberal-capitalista representa el fin ideal de la historia (Fukuyama) sigue siendo en gran medida mayoritaria, propagada serenamente y seriamente apoyada por multitudes de periodistas y académicos. La conciencia crítica aparece, cuando aparece, en forma de pedidos de ajustes, cambios de detalle, reformismo sectorial.
En comparación con el pasado, hay un elemento diferente: Occidente ya no representa la única concentración relevante de poder económico y militar. Durante la Guerra Fría el desafío siempre había sido desigual: desde la II Guerra Mundial, EEUU, como centro del imperio capitalista liberal, había salido enriquecido, intacto en su infraestructura, demográficamente sólido, militarmente hegemónico (los únicos poseedores de la bomba atómica). Rusia, el rival ideológico, era un país torturado, con veintisiete millones de muertos en la guerra, una infraestructura devastada y previamente deficiente y una condición de cierta inferioridad tecnológico-militar. A pesar de estas premisas, la Unión Soviética logró desempeñar un papel de contraparte ideológica e ideal durante otras cuatro décadas.
La situación actual es diferente porque los rivales son potencialmente mucho más sólidos y creíbles. Y, sin embargo, esto puede representar un factor agravante de la situación. Por primera vez desde que se convirtió en la forma impulsora del desarrollo europeo a finales del siglo XVIII, el modelo capitalista liberal se ve desafiado por diferentes modelos híbridos, cada uno a su manera intentando montar el tigre tecnológico y productivo para ya no estar indefenso frente a las pretensiones imperiales del Occidente liderado por EEUU.
En cada uno de estos sistemas la legitimación del poder se produce según formas de acreditación que no son predominantemente económicas, que es lo que caracteriza al modelo occidental moderno. Por esta razón, el desafío aparece como un desafío existencial, un desafío en el que el Occidente liberal-capitalista no tiene un plan B porque desde hace algún tiempo es incapaz de imaginar un futuro que no siga el modelo actual (individualismo adquisitivo, materialismo ahistórico, universalismo globalista, capitalismo político).
Que en el futuro habrá una explosión para el mundo occidental es obvio y estrictamente necesario: el sistema liberal-capitalista siempre ha sido un sistema generador de grandes aceleraciones y grandes desequilibrios, con crisis explosivas recurrentes. La verdadera pregunta es cuál será la naturaleza de la próxima explosión. De hecho, una condición de aceptación de la coexistencia pacífica con formas de desarrollo radicalmente diferentes y no subordinadas resultaría fatal para el Occidente liderado por EEUU. La última advertencia de Trump, que literalmente declara la guerra a cualquier intento de continuar el proceso de desdolarización, es expresión de una clara conciencia en este sentido.
Occidente liderado por EEUU sabe que si no puede seguir jugando el juego de explotación unilateral que ha jugado hasta ahora, capitalizando formas de intercambio asimétrico, no podrá sobrevivir. El problema, no menos ideológico que estructural, del Occidente liberal-capitalista es que sólo puede existir como la cima de la cadena alimentaria. En el momento en que fuera aceptado como un primus inter pares, sin cambiar el modelo de desarrollo, terminaría colapsando. Por esta razón, de manera cada vez más tenaz, Occidente liderado por EEUU buscará la confrontación directa con todos sus competidores potenciales, para explotar aún más su posición todavía de relativa superioridad en algunos campos.
Por tanto, es seguro que hay una explosión en el horizonte. Queda por ver si esto puede tener un carácter limitado o no, el carácter proverbial de Sansón que decide morir llevándose consigo a todos los filisteos (y cualquier mención del asunto de Oriente Medio es puramente intencional).
Revista Adáraga. Traducción: Carlos X. Blanco