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Mundo :: 22/08/2022

El fuego dentro de Mike Davis

Ciaran O'Rourke
“Este no es momento para la desesperación”, dice el historiador Mike Davis, que actualmente navega por las etapas finales de un cáncer terminal

Pero hablando de la omnipresente crisis climática: “Estamos en el cuadrilátero, y tienes que estar listo para luchar tantos asaltos como haga falta”. A la vez beligerante, declarativo, convincente e inspirador, tal consejo, en cierto sentido, se parece a su dador, que ha estado desafiando los sistemas de poder capitalistas e imperialistas, analizando sus muchos males concomitantes y manifestaciones, desde sus primeros días como organizador en el movimiento de los derechos civiles en los años 1960.

La ocasión para tales comentarios, con su entusiasmo pugilístico, fue el trigésimo aniversario de la publicación de su innovador City of Quartz: Excavating the Future in Los Angeles (1990), considerado durante mucho tiempo un clásico y un caso atípico, con su mezcla de prestidigitación detectivesca y exploración granular y sociológica de la miríada de ecologías políticas de Los Ángeles. “En Los Ángeles hay demasiadas señales de que se avecina la revuelta”, escribe Davis cerca del final: “los policías se están volviendo más arrogantes y de gatillo fácil, y toda una generación está siendo empujada hacia un Armagedón imposible”.

 En 18 meses, su previsión se hizo realidad, cuando la ciudad estalló en un levantamiento cataclísmico, provocado por la absolución de cuatro oficiales de policía de Los Ángeles acusados de usar fuerza excesiva durante el arresto de Rodney King: un incidente típicamente brutal, pero inusual al haber sido capturado en video por un espectador. Mientras la consigna de "sin justicia no hay paz" resonaba en el centro de Los Ángeles, zonas enteras de la ciudad fueron reducidas a escombros y cenizas, haciendo que el presidente George H:W: Bush la declarara “área de desastre federal”, mientras los manifestantes denunciaban y contrarrestaban una larga tradición de violencia policial con tácticas de desobediencia civil, incendios provocados y saqueos. Seis semanas después de la conflagración, Daryl Gates, el jefe de policía notoriamente autoritario y tecnomilitarista (acusado de instituir un régimen policial racista de facto ), renunció a su cargo.

Mientras tanto, el establishment intelectual de Estados Unidos, sacudido de su brumosa posición panóptica, comenzó a prestar atención a Davis (visto antes como un fatalista, propenso a la hipérbole, incluso por sus compañeros radicales), considerándolo digno de una subvención de la Fundación MacArthur en 1998. Para este auto -descrito "radical, de extrema izquierda", sin embargo, tales aplausos, y los medios de los que emanaron, fueron considerados por lo general como distracciones del trabajo, al que constantemente aporta un rigor analítico virtuoso, así como una variedad omnívora de pasiones personales . ¿Qué otro académico marxista ha pensado en compilar una historia del coche bomba, como hizo Davis en Buda's Wagon (2007), o invertido tiempo y energía en escribir una trilogía de novelas de ciencia ficción para adultos jóvenes, como con su serie Islands Mysterious (2003)? La originalidad radical es una de sus señas de identidad”.

El hábitat preferido de Davis siempre ha sido la lucha. Tal y como recuerda en una entrevista reciente , recordando el tiempo que pasó “envuelto en todo aquel extraño mundo de la New Left Review” en Londres durante la década de 1980: “No veía la hora de volver a Belfast”, donde vivía, de forma intermitente, en el mismo período. “La verdadera calidez en las Islas Británicas, la verdadera determinación”, agrega, con el típico desdén por la metrópoli, “está en el norte de Inglaterra y Escocia”. Como dan a entender tales comentarios, una corriente de instintivo internacionalismo recorre su posición política, que combina, brillantemente, con un espíritu de beligerante rebelión proletaria (fue camionero durante años, y solo se embarcó en sus estudios universitarios a los 29). “Nunca abandones las calles”, se le cita diciendo, y es un principio que anima gran parte de su obra.

En Prisioneros del Sueño Americano: Política y Economía en la Historia de la Clase Obrera Estadounidense, el alcance de la investigación es amplio y exhaustivo, pero la simpatía que infunde la narrativa, por así decirlo, pertenece firmemente a los propios trabajadores. “El uso del sindicalismo industrial para renovar la maquinaria de recolección de votos del Partido Demócrata” en la era del New Deal, observa Davis, con una especie de claridad cascarrabias, “fue una relación instrumental efectiva en una sola dirección”, beneficiando al “cuasi -aristocrático” Franklin Delano Roosevelt y los intereses a los que servía, en lugar de a los afiliados sindicales.

Más tarde, en una conclusión que puede tener una resonancia adicional después de las campañas presidenciales de Bernie Sanders en 2016 y 2020, su análisis es igualmente implacable con las campañas de Jesse Jackson para un cargo más alto (en 1984 y 1988). El “predominio del electoralismo en la izquierda”, encuentra, “lejos de ser una expresión de nuevas energías o movilizaciones populares, fue, por el contrario, un síntoma del declive de los movimientos sociales de la década de 1960”. Como en sus memorias políticas, Set the Night on Fire: LA in the 1960s (coescrito con Jon Wiener), para Davis tales movimientos de masas son las locomotoras energéticamente eficientes del progreso histórico, ensambladas y sostenidas desde la base.

Sus recuerdos de "The Troubles" en Irlanda del Norte están también arraigados en la calle y, a menudo, son divertidos. Como uno de los pocos no norteños en Belfast en ese momento, escribe:

"Sentí que éramos existencialistas en la Resistencia francesa. Porque mis amigos se enfrentaban a riesgos extraordinarios y realmente no se preocupaban demasiado por ello. Y me volví adicto a eso, a quedarme despierto toda la noche… nos quedábamos despiertos todas las noches, borrachos, comiendo galletas de soda. Ya sabes, tocar la guitarra, contar historias, rozando y dejandose rozar".

En su vívido (y bullicioso) sentido de la camaradería y de la vida en movimiento, esta reminiscencia podría pertenecer a un conspirador revolucionario de 1848 o 1798, más que a un testigo presencial de la zona de guerra aparentemente monótona y brutal que fue el Ulster en los 1980. Como dice un titular, Davis no es más que un "maldito buen narrador". A pesar de la feroz clarividencia de su investigación, con frecuencia se muestra como un romántico e insurreccional al estilo del siglo XIX. Resulta incluso apropiado que en sus profundos ensayos de investigación social y climática, recopilados en Old Gods, New Enigmas (2018), deba hacer referencia a los geógrafos anarquistas Elisée Reclus y Peter Kropotkin, y sobre la base (en sus palabras) de que “solo un retorno al pensamiento explícitamente utópico puede esclarecer las condiciones mínimas para la preservación de la solidaridad humana frente a las crisis planetarias convergentes ” – a medida que avanza el siglo XXI y sus peligros se vuelven más acusados.

Este acto de equilibrio dinámico, que intenta una evaluación honesta de las condiciones existentes junto con un esfuerzo mayor de "pensamiento explícitamente utópico", es una característica distintiva de la obra de Davis. Puede ser superfluo señalar que se niega a eludir las dificultades y las necesidades desalentadoras involucradas. “No hay nada en el catálogo de la miseria victoriana, narrada por Dickens, Zola o Gorky”, afirma en Late Victorian Holocausts: El Niño Famines and the Making of the Third World, “que no exista actualmente en algún lugar de una ciudad del Tercer Mundo”.

“Las hambrunas son guerras por el derecho a la existencia”, escribe igualmente, criticando a los políticos, economistas y diplomáticos que “construyen muros cortafuegos definitorios entre la desnutrición y el hambre, la pobreza y el hambre”, consolidando una “semántica” del desarrollo global que vuelve “normal” 'la pobreza rural invisible' y mistifica 'la desnutrición crónica responsable de la mitad de la mortalidad infantil en el planeta'. Como siempre, el rigor y la furia de Davis se despliegan en un unísono estratégico y a favor de las masas oficialmente "invisibles", los llamados "condenados de la tierra", cuya agencia (y persistente habilidad para sobrevivir en circunstancias durisimas de crisis social a largo plazo) reconoce como una fuerza transformadora, en tiempos cada vez más traumáticos.

La gente muy “pobre”, observa en Planet of Slums , “no tiene más remedio que vivir con el desastre”, un hecho también reconocido, y en parte transfigurado, en Old Gods, New Enigmas. Mientras las poblaciones urbanas se enfrentan a una cascada sin precedentes de emergencias ambientales y sociales, dice: “Propongo la ciudad como su propia solución posible”:

"Debemos transformar la riqueza privada en pública con una huella de carbono cero. No hay escasez planetaria de 'capacidad de carga' si estamos dispuestos a hacer del espacio público democrático, en lugar del consumo privado modular, el motor de la igualdad sostenible".

Para Davis, “elevar nuestra imaginación al desafío del Antropoceno” es tanto un desafío material como un feroz imperativo ético, que nos exige “soñar viejos sueños de nuevo”.

Sintonizado con las espeluznantes pesadillas y las potencialidades espectrales de la historia actual, Davis, como hemos visto, ha demostrado ser profético al anticipar y clarificar los malestares de nuestra era moderna (a veces en el sentido más literal). Recientemente, su ensayo, The Monster at Our Door: The Global Threat of Avian Flu, ha ganado renovada atención y reconocimiento. En él, detecta una enfermedad en el corazón de la producción agrícola capitalista, sus vastas cadenas de suministro y métodos de acumulación cada vez más disruptivos, casi garantizados para producir (y propagar) nuevas enfermedades virales en una escala sin precedentes.

Publicado por primera vez en 2005, era solo cuestión de tiempo, una vez más, antes de que la evaluación de Davis fuera reivindicada, ya que la pandemia de Covid-19, en 2020, superó las infraestructuras comerciales y sanitarias del mundo, consumiendo millones de vidas a medida que las poblaciones fueron víctimas no solo al virus en sí, sino de un orden global que gira en torno al comercio y las necesidades del mercado, más que la salud pública.

Como analista político, Davis ha combinado un odio incendiario a la dominación con un escepticismo incisivo de las narrativas culturales predominantes (por ejemplo, el que 'todo va a salir bien', por sí solo). Pero también hay una robustez clásica en su materialismo. Incluso más que la mayoría de los radicales contemporáneos, Davis parece tener un don para absorber los argumentos fundamentales de las tradiciones en las que se basa, antes de aplicarlos a las preocupaciones actuales. Su tesis anterior, por ejemplo, es posiblemente, entre otras cosas, una exégesis concisa de la idea de Marx de que “la producción capitalista […] desarrolla la tecnología y la combinación de varios procesos en un todo social, a costa de minar las fuentes originales de toda riqueza: el suelo y el trabajador”.

Para ambos escritores, tal como lo desarrollan en sus respectivas obras, la doctrina del crecimiento económico sin fin existe en la práctica, y solo puede continuar, a través de la explotación y la crisis ecológica, agotando los mismos recursos (humanos y naturales) de los que depende. Argumentan que, al poner en peligro su propio mito de longevidad inexpugnable, el sistema capitalista de producción (incluida la producción agrícola) tiende a destruir la tierra que conquista y las personas a las que dice servir.

La visión de Davis, sin embargo, ha sido constructiva. “Al escribir sobre Occidente”, ha dicho, con percepción anti-Ozymandiana, “escribía sobre la precariedad de Occidente. Los oestes van y vienen: hay oro, hay plata, hay un ferrocarril, no hay nada estable, todo se desvanece y reaparece, las ciudades más grandes del estado se convierten en pueblos fantasmas”. El poder, argumenta, es inconstante y volátil, pero también inherentemente vulnerable a la decadencia, moralmente y a nivel del proceso ambiental: "esto es parte de esta nueva comprensión catastrofista de la historia con la que he estado tratando de lidiar durante décadas".

A primera vista, la profundidad y tenacidad de la oposición de Davis a las arquitecturas de la injusticia podría ser una señal de que tal “comprensión catastrofista de la historia”, podría serle estimulante. Pero así debería ser: un medio para ver más claramente nuestra vida-en-el-mundo compartida (en última instancia, precaria), y una ayuda para luchar contra sus excesos y desigualdades. “No creo que se necesiten raciones de esperanza”, nos recuerda , “Lo que se necesita es un compromiso profundo de resistencia y espíritu de lucha e indignación”. Tres hurras por eso, y por el propio rebelde, cuyas palabras y “espíritu de lucha” han hecho tanto para mantener viva la llama.

counterpunch.org. Traducción: Enrique García para Sinpermiso.

 

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