El imperio y la "neocolonización" de Europa
En su periplo decadente EEUU está dispuesto a arrasar con los últimos vestigios de la soberanía nacional de propios y ajenos, de aliados incondicionales tanto como de quienes por un cierto tiempo gustaron de posar como neutrales. Es un lugar común constatar la deshonrosa capitulación de los gobiernos europeos, y no sólo de los más débiles como podrían ser Letonia, Lituania o Estonia; no más digna fue la conducta de Berlín, Londres, Paría, Roma y Madrid, países mucho más fuertes pero que se doblegaron ante las órdenes criminales emanadas desde Washington.
Esta realidad no pasó desapercibida ante la atenta mirada de Vladimir Putin quien a mediados de junio del 2022, en una reunión con jóvenes empresarios dijo textualmente que “si un país o un grupo de países (obviamente la Unión Europea, NdA) no es capaz de tomar decisiones soberanas es hasta cierto grado una colonia y no tiene perspectivas para sobrevivir a una lucha geopolítica tan cruel".
En efecto, ¿cómo entender que los gobiernos de las principales naciones europeas estén dispuestos a convertir a su territorio y su población en carne de cañón para una guerra que no es suya sino de EEUU, comportándose como opulentas pero infames colonias, sometidas al poderío de Washington. Una guerra, repitámoslo, que fue meticulosamente programada por los estrategas y militares estadounidenses. Esto queda comprobado en numerosos documentos filtrados a la prensa desde 1992 en adelante, mismos que revelan los alcances macabros de un plan maligno para destruir a Rusia y crear en su inmenso espacio geográfico un puñado de estados clientes que sirvan para lanzar el asalto final de EEUU en contra de China.
Porque, a no engañarse, la beligerancia del gobierno norteamericano no se agota en Rusia; esta es una estación intermedia. El destino final es China. Y para lograr este objetivo hay que arrasar con cualquier pretensión de soberanía nacional, entre los países europeos, en Latinoamérica y el Caribe, e inclusive en el Lejano Oriente, forzando, como se ha hecho en el caso del Japón, a relanzar el rearme de ese país, cosa que había expresamente prohibido la Constitución dictada en los años de la primera posguerra.
En este sentido no es un dato menor que Japón, el país con la peor relación entre deuda pública y tamaño del PBI (259 %) y el de mayor endeudamiento personal del mundo, haya cedido a las presiones de EEUU, desde Obama en adelante, y desatado una escalada armamentista.
Es que, como decía el sexto presidente de EEUU, John Quincy Adams, “hay dos formas de conquistar y esclavizar una nación: una es la espada; la otra es la deuda.” Y este aforismo se aplica en gran medida a la mayoría de los países de la endeudada periferia capitalista pero, en los últimos tiempos, también a los del núcleo central del sistema.
Por eso no es de extrañar que hayan proliferado múltiples señales de la acrecentada gravedad de este proceso de creciente heteronomía y sometimiento a un injusto y violento “orden neocolonial”. En el caso europeo, sus gobiernos se han convertido en cómplices de un crimen y del sacrificio de un pueblo, Ucrania, para acompañar la agresión estadounidense contra Rusia. Urge revertir esta tendencia y reconstruir la soberanía nacional porque sin ella no sólo nos aproximaremos aún más al cataclismo de una guerra termonuclear sino que, también, las democracias europeas terminarán por convertirse en una siniestra farsa.
Al Mayadeen