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EE.UU., Medio Oriente :: 22/08/2024

El lado oculto de la noticia: Trump y Harris ante el genocidio palestino

Roberto Montoya
Pocas objeciones ha podido hacer la candidatura de Trump-Vance a la política de Biden-Harris sobre Israel y Oriente Medio. Harris sigue a pie juntillas la política trazada por Trump en 2017

“Israel tiene el derecho a defenderse y EEUU siempre estará a su lado”. El 25 de julio pasado, pocos días antes de ser nominada oficialmente como candidata a la presidencia de EEUU por la Convención Nacional Demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris recibía en la Casa Blanca a Benjamin Netanyahu.

En rueda de prensa posterior y en otros actos Harris aseguró haber instado a Netanyahu a hacer todos los esfuerzos para intentar alcanzar un alto el fuego en Gaza, y que le transmitió su gran preocupación por el alto número de víctimas civiles palestinas. “Expresé al primer ministro mi seria preocupación por la magnitud del sufrimiento humano en Gaza, incluida la muerte de demasiados civiles inocentes”, aseguró.

No era la primera vez desde el 7 de octubre de 2023, en que Israel respondió a los ataques reivindicativos de Hamás con un devastador bombardeo y genocidio en la Franja de Gaza, que la vicepresidenta iba más allá que Biden en sus declaraciones sobre el padecimiento de la población palestina.

“Las imágenes de niños muertos y personas desesperadas y hambrientas desplazadas a veces por segunda, tercera o cuarta vez, no nos permiten mirar a otro lado. No podemos permitirnos adormecernos ante el sufrimiento y no guardaré silencio, no lo haré”.

Las palabras de Harris, que aún no había sido nominada por su partido volvieron a provocar cierta inquietud en la Casa Blanca, en el poderoso lobby judío estadounidense y en el Gobierno ultraderechista de Benjamin Netanyahu.

¿Suponían las palabras de la que ya se daba entonces por segura candidata oficial a la presidencia una declaración de intenciones, de cambio de rumbo en la tradicional política de EEUU sobre Oriente Medio?

Analistas de The Washington Post, The New York Times y otros importantes medios liberales estadounidenses y europeos especularon que sí, que podría anticipar algún tipo de cambio en la política hacia Israel de ganar las elecciones el próximo 5 de noviembre.

En los sectores universitarios que meses atrás se movilizaron en numerosos campus para exigir que las universidades rompieran lazos con fundaciones y empresas relacionadas con el régimen israelí y con los asentamientos de colonos judíos supremacistas en tierras palestinas sus palabras produjeron cierta esperanza de en que pudiera haber un cambio en lo que había sido hasta el momento la propia práctica política de la vicepresidenta.

Solo pocos meses antes Harris, al igual que Biden, calificó las protestas y acampadas estudiantiles de ‘antisemitas’. Incluso horas antes de su reunión con Netanyahu la vicepresidenta condenaba en un comunicado a los manifestantes que protestaban en Washington contra la presencia del primer ministro israelí.

Kamala Harris los llamó “antipatriotas” y calificó las protestas de “despreciables” y de hacerle el juego a Hamás. El propio esposo de Harris, el abogado Doug Emhoff, de origen judío, aseguraba a un grupo de judíos del Partido Demócrata poco después de que fuera nominada por el partido: “Ella ha sido siempre una firme defensora de Israel y podéis estar seguros que de llegar a la presidencia lo seguirá siendo, apoyará siempre el derecho de Israel a defenderse”.

Muchos de los líderes estudiantiles y profesores y profesoras que participaron en las protestas en los campus desconfiaron por tanto de la preocupación que decía tener por la muerte de civiles inocentes una vicepresidenta que compartió desde octubre pasado con Biden y el resto del Gobierno demócrata la decisión de respaldar sin fisuras a Netanyahu y de bloquear en el Consejo de Seguridad toda propuesta de resolución para alcanzar un alto el fuego permanente.

Ella ya había hecho algo similar mucho antes de ser vicepresidenta, en 2017. Poco después de ser elegida senadora, Kamala Harris daba un discurso ante el congreso anual del AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-israelí, en sus siglas en inglés), el más poderoso y reaccionario de los lobbies judíos de EEUU).

Con la mejor de sus sonrisas reivindicó entre aclamaciones de los presentes haber votado esos días en contra de un proyecto de resolución de condena a Israel por la ampliación de los asentamientos coloniales judíos en tierras palestinas y a favor de venderle armas.

“Ser empático con alguien a quien le estás disparando en la cabeza no es precisamente loable”, decía sobre la supuesta preocupación de Harris por las muertes de palestinos inocentes Eman Abdelhadi, sociólogo de la Universidad de Chicago en una crónica del corresponsal de Al Jazeera en Washington, Ali Harb.

“No necesitamos empatía de esta gente”, añadía. “Necesitamos que dejen de proporcionar las armas y el dinero que está matando a las personas con las cuales supuestamente empatizan”.

El equipo de campaña que tuvo Biden hasta que se retiró de la carrera electoral y el de Kamala Harris desde que fue nominada oficialmente por su partido el pasado 6 de agosto se mostraron preocupados no sólo por el riesgo de perder el voto de los estudiantes universitarios, mayoritariamente demócratas, sino también de la comunidad musulmana que tradicionalmente ha dado igualmente su apoyo al Partido Demócrata.

Sin embargo, el Gobierno Biden-Harris no logró convencer a nadie de su supuesta postura ‘equilibrada’, equidistante, favorable a una solución digna al conflicto, como no lo pudo hacer ningún presidente antes tampoco.

Las palabras de Biden pidiendo con la boca chica a Netanyahu que diera una “respuesta proporcional” al ataque de Hamás del 7 de octubre —como hicieron también muchos líderes europeos— no podían engañar a nadie.

Y es que Israel no es un aliado menor para EEUU; es desde 1948 su aliado por excelencia, una pieza clave de importancia estratégica en Oriente Medio, un pequeño y artificial estado de tan solo diez millones de habitantes creado e impuesto ilegalmente en la Palestina histórica al que da un trato privilegiado a nivel económico, político, tecnológico y militar.

Entre la presión estudiantil y de la comunidad musulmana por un lado y la presión de Israel, del lobby judío estadounidense y de los intereses geopolíticos en juego Biden y Harris nunca han mostrado dudas de por quién decantarse.

Kamala Harris ha participado con Biden de la mayoría de las reuniones mantenidas con Netanyahu y nunca se han conocido fricciones de ella tampoco con el secretario del Departamento de Estado, Anthony Blinken, de familia judía y claramente proisraelí —como varios de los miembros del Gobierno demócrata—, que ha realizado numerosas visitas a Israel y otros países de la zona en estos últimos nueve meses.

Y por si quedaba alguna duda, este pasado 13 de agosto, Blinken notificaba al Congreso de la decisión del Gobierno de vender un nuevo paquete de armas a Israel por valor de 20 000 millones de dólares, que incluye 50 aviones de combate F15, misiles aire-aire de alcance medio avanzado, munición de 120 mm para tanques y vehículos tácticos.

La decisión se produce precisamente en momentos en que se teme una ampliación de la guerra a nivel regional, y aunque la entrega de esta partida está prevista para 2029 es sin duda toda una declaración de intenciones.

En un mensaje en X el presidente del régimen israelí, Isaac Herzog, agradeció de inmediato al Gobierno Biden-Harris esa decisión: “Mientras Israel y nuestros servicios de seguridad permanecen en alerta máxima, quiero expresar mi agradecimiento a nuestros aliados que se mantienen unidos a nosotros frente a las amenazas cargadas de odio del régimen iraní y sus aliados terroristas”.

Para completar su política belicista en Oriente Medio la actual Administración demócrata ha decidido el pasado 12 de agosto levantar la prohibición de enviar armas ofensivas a Arabia Saudí. La medida había sido adoptada en 2021 a causa de la indignación en sectores de la sociedad estadounidense y en el propio Partido Demócrata por las miles de muertes de civiles provocadas por la devastadora guerra encabezada por el régimen de Mohammed bin Salman en Yemen.

Biden y Harris continuaron la política marcada por Trump y Pence; ni anularon el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén ni recuperaron el Pacto Nuclear con Irán alcanzado durante la Administración Obama

Pocas objeciones ha podido hacer la candidatura de Trump-Vance a la política de Biden-Harris sobre Israel y Oriente Medio. En definitiva, la actual Administración ha seguido a pie juntillas la política trazada por Trump ni bien llegó al poder en 2017.

Ya durante su campaña electoral, en 2016, había intervenido, cómo no, ante el AIPAC en la que se presentó como “un partidario de toda la vida y un verdadero amigo de Israel”. Los asistentes a ese acto lo aplaudieron de pie cuando se comprometió a que de llegar a la presidencia anularía el Acuerdo Nuclear con Irán firmado durante el Gobierno de su predecesor, Barack Obama.

Trump, que contó durante su mandato con su yerno, el judío ultraortodoxo Jared Kushner, como principal asesor para Oriente Medio, cumplió con su promesa. No solo anuló el importante acuerdo nuclear alcanzado con Irán, que Biden-Harris no recuperaron durante su mandato.

Poco después, en una nueva provocación, Trump ordenaba asesinar en un ataque con drones en el aeropuerto de Bagdad al general Qasem Soleimani, el comandante de Al Quds, fuerza de élite de la Guardia Revolucionaria de Irán.

El magnate republicano fue aún más allá, dio un paso de trascendencia histórica con respecto al conflicto israelí-palestino. Decidió trasladar la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, violando un acuerdo internacional de décadas de mantener la neutralidad de esa ciudad.

La Administración Trump presionó y logró también que Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Sudán firmaran los Acuerdos de Abraham por los que se comprometieron a reanudar relaciones diplomáticas con Israel sin condicionarlo a ningún tipo de mención a los territorios palestinos ocupados.

Poco antes de dejar el poder la Administración Trump-Pence anunciaba una nueva provocación de consecuencias en el escenario internacional, reconocía a Marruecos su derecho sobre el Sáhara Occidental, a cambio de que restableciera relaciones con Israel. En 2021, ya con Biden-Harris en el poder, se concretaba la decisión.

No puede caber dudas de que de llegar al poder nuevamente Trump iría aún más lejos que Kamala Harris en el apoyo a Israel y su solución final con el pueblo palestino, así como en la agresión a Irán y el Líbano. La ya de por sí convulsa región de Oriente Medio puede ser escenario de una confrontación violenta aún mayor.

Cubadebate

 

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