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Europa, Asia, Pensamiento :: 23/01/2025

'El libro negro del comunismo' es una pésima obra histórica

Stefan Gužvica
El famoso libro vendió millones de ejemplares desde su publicación en 1997. Pero muchas de las afirmaciones de su editor fueron rechazadas incluso por sus propios colaboradores

Siempre que se habla de la historia del comunismo del siglo XX, no tardará en citarse con absoluta certeza una figura concreta. Escribiendo en el Wall Street Journal por el centenario de la Revolución de Octubre, David Satter informaba a sus lectores que el comunismo era «la mayor catástrofe de la historia de la humanidad», habiendo sido responsable de cien millones de muertes.

El político conservador británico Daniel Hannan tenía un mensaje similar mientras se preparaba para «el más monstruoso de los centenarios». Según Hannan, el comunismo fue mucho peor que la esclavitud o el nazismo: «El comercio de esclavos del Atlántico mató quizás a 10 millones de personas, los nazis a 17 millones, pero los comunistas mataron a 100 millones». La Fundación Memorial de las Víctimas del Comunismo, que dirige un museo en Washington, muestra el siguiente mensaje en su página web: «El comunismo mató a más de 100 millones: Contamos sus historias».

Estas afirmaciones se basan, en última instancia, en una influyente colección de ensayos titulada El libro negro del comunismo, que fue recopilada bajo la dirección del académico francés Stéphane Courtois. Publicado originalmente en francés, el Libro negro fue traducido a varios idiomas. Sin embargo, lejos de representar el consenso establecido entre los historiadores, las afirmaciones que Courtois hizo en la introducción ni siquiera fueron aceptadas por la totalidad de sus propios colaboradores, algunos de los cuales criticaron duramente al editor tras ver el producto final.

A pesar de las críticas dirigidas al Libro negro por muchos historiadores, la obra se sigue presentando frecuentemente como un relato definitivo de la experiencia del comunismo y sus argumentos también influyeron indirectamente a muchas personas, aunque nunca hayan oído hablar de Courtois ni de su libro. Conviene examinar más detenidamente el modo en que se elaboró el Libro negro y los defectos que los estudiosos detectaron en su enfoque de la historia del siglo XX.

Los orígenes del Libro negro

A mediados de los años noventa, el editor y redactor francés Charles Ronsac empezó a reunir a su alrededor, para su nuevo proyecto, a un grupo de intelectuales comprometidos políticamente. Ronsac, quien fuera políticamente activo en el movimiento trotskista de los años 30 bajo el nombre de Charles Rosen, era amigo íntimo de Boris Souvarine, fundador del Partido Comunista Francés (PCF), finalmente expulsado de la organzación por sus simpatías con la Oposición de Izquierda de León Trotsky.

Las personas reunidas para este proyecto también tenían experiencia en diversas corrientes del movimiento comunista. El futuro redactor jefe del libro, Courtois, había sido maoísta a finales de los sesenta, mientras que Jean-Louis Margolin había sido trotskista. Karel Bartošek era miembro del Partido Comunista de Checoslovaquia y uno de sus historiadores jóvenes más serios, pero tras la invasión soviética de 1968 fue detenido, perseguido y finalmente obligado a abandonar el país.

Jean-Louis Panné perteneció a varios movimientos sociales de la Nueva Izquierda en los años 70 y se ocupó del pensamiento de Rosa Luxemburgo. Pierre Rigoulot, otro maoísta, visitó China en la época del gobierno de Mao Zedong como miembro de una delegación francesa, y colaboró con la revista Les Tempes modernes, que dirigían Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir.

Teniendo en cuenta sus biografías, este equipo fácilmente podría haber sido reunido en otro momento para el rodaje de una película sobre la Nueva Ola Francesa o para un documental sobre el Mayo Francés del 68. Pero estábamos en los años 90, no en los 60, y los participantes ya no eran comunistas. Algunos seguían considerándose de izquierda, otros no.

En cualquier caso, la idea de Ronsac era escribir un «libro negro del comunismo», un compendio masivo de crímenes y muertes cometidos en nombre del comunismo y bajo regímenes autodenominados comunistas en el siglo XX. La elección del título no fue casual: se refería conscientemente a El libro negro de los judíos soviéticos, escrito por los escritores soviéticos Ilya Ehrenburg y Vasily Grossman tras la II Guerra Mundial, para documentar el holocausto judío.

Guerreros del frío

Para comprender el contexto de la creación de El libro negro del comunismo, debemos tener en cuenta otro denominador común de sus autores. Además de que la mayoría de ellos eran antiguos comunistas, también eran en su mayoría colaboradores del Instituto de Historia Social (Institut d'histoire sociale), con sede en París.

El fundador de ese instituto fue Souvarine, en 1935, y sirvió como archivo de Trotsky y del movimiento trotskista. En 1940, tras la ocupación de Francia, los nazis destruyeron el archivo y Souvarine fue detenido. Tras la guerra, Souvarine abandonó sus heterodoxas opiniones comunistas y se convirtió en un activo anticomunista.

Este nuevo posicionamiento político le insufló nueva vida a su instituto. En 1954, se creó el renovado Instituto de Historia Social y Sovietología con el apoyo financiero de Georges Albertini, un antiguo socialista que se había convertido en colaborador nazi y antisemita durante la II Guerra Mundial, incluso reclutando voluntarios franceses para luchar contra la URSS en el frente oriental.

Desde el principio, el instituto se convirtió en una avanzadilla de la propaganda de la guerra fría, parte de la batalla cultural entre los dos bloques. Siempre bajo la dirección de Souvarine, forjó vínculos con la organización neofascista Occident y con el sindicato anticomunista Force Ouvrière, financiado por la CIA, transformándose en un lugar de empleo para antiguos activistas de extrema derecha.

Tras la jubilación de Souvarine en 1976, el instituto pasó a manos de figuras anteriormente asociadas al grupo neofascista Ordre Nouveau. En la década de 1980, tras caer en dificultades financieras, el instituto fue rescatado por Jacques Chirac, entonces alcalde de París, ya que en Francia las autoridades locales suelen ser responsables del mantenimiento financiero de los institutos de investigación. A partir de 1984, el instituto contó con la ayuda de la recién fundada 'National Endowment for Democracy', una organización formalmente sin ánimo de lucro encargada de promover los intereses estadounidenses en política exterior.

La mayoría de los futuros colaboradores de El libro negro del comunismo se formaron intelectualmente en este entorno. El investigador Roger F. S. Kaplan atribuyó explícitamente al instituto su participación en la creación del libro. Pierre Rigoulet era socio del Instituto y editor de su revista Les Cahiers d'histoire sociale. Jean-Louis Panné trabajó como bibliotecario y asistente personal del jubilado Souvarine, entre 1979 y 1984.

El iniciador de todo el proyecto, Ronsac, nunca estuvo formalmente vinculado al instituto, pero conocía a sus colaboradores a través de Souvarine. Así, los puso en contacto con Courtois, cuyos libros había publicado anteriormente. Courtois sumó al proyecto a la redacción de su revista científica Communisme, que incluía a Nicolas Werth, Sylvain Boulouque y Bartošek.

Equivalencia moral

La publicación de este ambicioso libro de 850 páginas estaba prevista para el 7 de noviembre de 1997, octogésimo aniversario de la Revolución de Octubre. El prólogo iba a ser escrito por François Furet, otro famoso ex comunista, conocido por sus críticas a la política revolucionaria en sus libros sobre la Revolución francesa. Sin embargo, Furet murió repentinamente el 12 de julio y no pudo terminar el manuscrito del texto introductorio.

Courtois, como editor, le pidió a la casa editorial que retrasara la publicación seis meses para poder encontrar un nuevo autor. Al recibir una negativa, el mismo Courtois tuvo que escribir la introducción. Su hipótesis central era simple: El comunismo era responsable de la muerte de cien millones de personas en el siglo XX, era éticamente equivalente al nazismo y había sido la ideología «más mortífera» de la historia de la humanidad.

Algunos de los coautores del libro se enfurecieron por el prefacio que Courtois había compuesto. Werth, autor independiente de casi un tercio del libro, y Margolin, autor de más de 160 páginas sobre el comunismo en Asia Oriental, intentaron retractarse totalmente de sus contribuciones. Sólo desistieron porque sus abogados les dijeron que era imposible. Sin embargo, inmediatamente se distanciaron públicamente tanto de Courtois como del libro.

En primer lugar, acusaron al editor de estar obsesionado con llegar a una cifra redonda de cien millones de muertos que era objetivamente incorrecta. Señalaron que Courtois se inventó arbitrariamente las cifras de veinte millones de muertos en la URSS y un millón de muertos en Vietnam, que ninguno de los dos había citado en sus propios capítulos del libro. Werth fue categórico al condenar el intento de su editor de equiparar comunismo y nazismo: «Los campos de exterminio no existieron en la Unión Soviética».

Bartošek no tardó en pronunciarse y también se distanció de las conclusiones de Courtois. Tanto Bartošek como Werth renunciaron a la redacción de Communisme. Así, tres de los cuatro autores principales de El libro negro del comunismo, responsables de más de la mitad del libro, se distanciaron públicamente de la versión final antes incluso de que saliera a la luz.

Una acusación errónea

Tras la publicación del libro, las críticas se intensificaron y multiplicaron. Desde objeciones metodológicas hasta errores ridículos y de aficionado. Pascal Fontaine, autor de la sección sobre el «totalitarismo» en Cuba, dio a entender que el Che Guevara era cubano, cuando en realidad era argentino. Werth, aunque se mostró crítico con Courtois y su equiparación de comunismo y nazismo, justificó sin embargo el comportamiento de los rusos que colaboraron con los nazis alegando que lo habían hecho para «liberarse del bolchevismo».

Como señaló el historiador Ronald Aronson, aunque Margolin no cita la cifra de un millón de víctimas del comunismo vietnamita inventada por Courtois para su introducción, tampoco menciona en ningún momento de su capítulo sobre el comunismo en Asia que, según muchas estimaciones, la intervención estadounidense en Vietnam había costado hasta tres millones de vidas. Ronald G. Suny subrayó además que cifrar las víctimas del nazismo en veinticinco millones, como había hecho Courtois, sirve para eximir indirectamente a Hitler y al nazismo de la responsabilidad de la II Guerra Mundial, que por sí sola se cobró entre cuarenta y sesenta millones de vidas.

El historiador J. Arch Getty, uno de los investigadores más autorizados de las 'purgas' de Joseph Stalin, insistió en que las muertes por inanición no podían contabilizarse como «crímenes del comunismo», equiparándolas a las ejecuciones masivas, como pretendía Courtois:

"La abrumadora mayoría de los estudiosos que trabajan en los nuevos archivos (incluido el coeditor de Courtois, Werth) opina que la terrible hambruna de la década de 1930 fue el resultado de la torpeza y la rigidez estalinistas y no de un plan genocida. ¿Las muertes por una hambruna causada por la estupidez y la incompetencia del régimen deben equipararse al gaseamiento deliberado de judíos? La aritmética de Courtois es demasiado simple. Un gran número de las muertes atribuidas aquí a los regímenes comunistas entran en una especie de categoría general denominada «exceso de muertes»: fallecimientos prematuros, por encima de la tasa de mortalidad esperada de la población, que resultaron directa o indirectamente de la política gubernamental. Los ejecutados, exiliados a Siberia o internados en campos gulag donde la alimentación y las condiciones de vida eran deficientes podían entrar en esta categoría. Pero también podrían entrar muchos otros y, en cualquier caso, un «exceso de muertes» no es lo mismo que muertes intencionales."

Un grupo de historiadores encabezados por Claude Pennetier y Serge Wolikow criticó el hecho de que el libro simplificara un fenómeno complejo con muchas manifestaciones diferentes, dejando la impresión de que no había diferencia entre, por ejemplo, el gobierno de János Kádár en Hungría y el de Pol Pot en Camboya, y mucho menos entre regímenes comunistas mucho más cercanos, pero aún así muy diferentes, como los de Yugoslavia y Rumania.

Como señaló Adam Shatz, a pesar de todo su fervor moral, el Libro negro estaba perfectamente dispuesto a negar o a restar importancia a los crímenes si se cometían en nombre del anticomunismo:

"El tratamiento que el libro da al comunismo en América Latina es tan parcial que bien podría haber sido extraído de un informe del Departamento de Estado de los EEUU. Se nos da el recuento total de víctimas de guerra en la Nicaragua sandinista, pero no se nos dice que la mayoría de esas muertes fueron causadas por los contras financiados por EEUU, a los que aquí se hace referencia como la «resistencia antisandinista»."

Un ejercicio político

A pesar de haber sido desacreditado a fondo por académicos --incluyendo a algunos de los propios autores del libro--, El libro negro del comunismo vendió millones de ejemplares y fue traducido al menos a treinta idiomas. Por el contrario, una respuesta polémica titulada Le siècle des communismes [El siglo de los comunismos] publicada en el año 2000, aún no fue traducida al inglés, y mucho menos a otros idiomas. Y ello a pesar de que el libro cuenta entre sus colaboradores con académicos de mucho renombre como Michaël Lowy, Lewis Siegelbaum y Brigitte Studer.

En el contexto francés, la publicación de El libro negro fue, ante todo, un ataque contra el PCF y su legado. En otoño de 1997, justo cuando se publicaba El libro negro, los comunistas franceses formaron un gobierno de coalición con el Partido Socialista y los Verdes, que tenía como primer ministro al líder socialista Lionel Jospin. Una semana después de la publicación del libro, figuras de la oposición parlamentaria de derecha lo citaron para atacar a los socialistas, preguntando cómo el partido de Jospin podía aliarse con personas que abogaban por «regímenes asesinos». El primer ministro dio la siguiente respuesta:

"Aunque no se distanció lo bastante pronto del estalinismo, el Partido Comunista ha aprendido las lecciones de la historia, está representado en mi Gobierno, y estoy orgulloso de ello. El Partido Comunista francés formó parte del cartel de la izquierda en el Frente Popular, en la Resistencia, en el Gobierno tripartito formado en 1945 y nunca ha intentado restringir la libertad."

Tales argumentos fueron considerados irrelevantes por los críticos de Jospin, para quienes el comunismo había sido tachado de ideología criminal por «expertos» que habían dado integridad científica a su punto de vista.

Este enfoque resultó ser extremadamente útil para las clases dirigentes de todo el mundo, que a menudo ofrecieron apoyo financiero y mediático para promover El libro negro del comunismo. Las traducciones alemana y estonia, por ejemplo, incluían prólogos de Joachim Gauck y Lennart Meri, presidentes esos países en aquel momento. En Rusia, tras la aparición de la edición oficial con prólogo de Aleksandr Yakovlev, estrecho colaborador de Mijaíl Gorbachov, hubo también una edición especial, con una tirada de cien mil ejemplares, a cargo de la Unión de Fuerzas de Derecha de Boris Nemtsov, Anatoly Chubais y Yegor Gaidar.

El libro se distribuyó gratuitamente en las escuelas y en las calles. La Unión de Fuerzas de Derecha era esencialmente un partido político de millonarios, dirigido por los arquitectos del programa de privatizaciones en la Rusia de Boris Yeltsin. Según datos de los Institutos Nacionales de Salud de EEUU, la «terapia de choque» del libre mercado se cobró en Rusia entre dos millones y medio y tres millones de vidas en los años 90, lo que demuestra que la privatización puede ser tan mortífera como la colectivización de la agricultura. Posteriormente, el libro cobró fuerza en Ucrania, donde sirvió de apoyo ideológico al proceso de «descomunización», en el que participó el propio Courtois.

Sin embargo, sería injusto atribuir el éxito del libro únicamente a una campaña de propaganda concentrada de los Estados y las organizaciones políticas de derecha. El libro negro del comunismo ofrecía una cifra fácil de recordar (cien millones), una ecuación superficial (nazismo=comunismo) y una apariencia de rigor académico y objetividad que resultaba ideal para todo, desde discusiones de bar hasta ataques políticos en los parlamentos. Repetir unos cuantos postulados rimbombantes básicos, sin entrar en los detalles del libro ni en su validez científica, puede ser suficiente como para hacer pasar esa posición por un argumento.

Aunque en los círculos académicos rara vez se encontrará al Libro negro citado en las notas a pie de página, su espectro viene persiguiendo a los políticos identificados con la izquierda durante los últimos veinticinco años. Ahí reside la naturaleza de la victoria del libro y la clave de su perdurable popularidad.

* Profesor de la Escuela Superior de Economía de San Petersburgo.
Jacobinlat

 

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