El "mal ejemplo" de Hugo Chávez, a diez años de su siembra
Sirven para afrontar las complejidades de la América Latina actual. Una de sus enseñanzas más trascendentes radica en su obstinación por romper las barreras de lo posible.
La Habana, 15 de noviembre de 1999, IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado. El excéntrico presidente venezolano sorprende con un provocador discurso en su debut en la arena internacional. En medio de aplausos obligados y caras incómodas, Fidel Castro le hace llegar un rústico papelito doblado: “Chávez: siento que ya no soy el único diablo en estas cumbres”.
Tal vez ese papelito podría simbolizar el acta de nacimiento de un cambio de época en la región. Era la hora del arribo de gobiernos de nuevo tipo que recrearían una inédita arquitectura de integración latinoamericana dándole forma al denominado “ciclo progresista”. Un proceso regional que empezó a germinar con la aparición del líder venezolano y que también se comenzó a agotar con su partida el 5 de marzo de 2013, en cierta medida porque había sido Hugo Chávez su principal motor y el autor intelectual de todos los proyectos integradores (ALBA, Unasur, Celac, Petrocaribe, etcétera).
Lo que siguió fue una breve pero eficaz contraofensiva conservadora en el continente que, entre otras cosas, logró distorsionar su figura, demonizar al chavismo e instalar sentidos comunes negativos sobre Venezuela mientras arreciaba una guerra híbrida que hundió al país en una profunda crisis económica (no exenta de falencias propias) y disparó el fenómeno migratorio.
Había que destruir al “mal ejemplo”, triturar simbólicamente a quien más se atrevió a desafiar los designios imperiales, satanizar la idea de una vía alternativa al capitalismo. La industria propagandística del Norte logró calar incluso en sectores del progresismo y algunas izquierdas latinoamericanas, que se alejaron del proceso bolivariano y guardaron a Chávez en el baúl de los recuerdos (o lo criticaron más que las derechas).
Hoy, cuando se cumplen diez años de su muerte y vivimos una “segunda ola progresista” —con muchas más limitaciones y menor impulso integracionista—, se impone la necesidad de volver a Chávez, de actualizar su legado. El aniversario redondo es una buena excusa para incomodar y problematizar: ¿qué rescatar de su pensamiento y acción para afrontar las complejidades de la América Latina actual?
Seamos realistas, pidamos lo imposible
Uno de las mayores enseñanzas que dejó Chávez, clave para este presente, es su obstinación por romper las fronteras de lo posible. Así lo desmenuza, en diálogo con Tiempo, el sociólogo venezolano Reinaldo Iturriza, exministro de Cultura y de Comunas:
“Chávez nos sigue enseñando que no hay que llegar al Estado para administrarlo sino para transformar, para encarar los problemas fundamentales de nuestras sociedades. Y no solo lo predicaba, esa era su praxis. Una praxis orientada a mostrar que no debíamos conformarnos con hacer política posibilista, que el ejercicio de la política revolucionaria consiste en hacer posible esas cosas que se consideran normalmente imposibles”.
Ese instinto de búsqueda permanente fue modificando y radicalizando sus propios horizontes estratégicos. De un gobierno inicial más tendiente a las posiciones de la “tercera vía” a plantear en 2005 el carácter anticapitalista de su revolución y la propuesta de construir el “socialismo del siglo XXI”.
Es decir, un proyecto emancipatorio con identidad propia que, en palabras del pensador peruano José Carlos Mariátegui, no sea “ni calco ni copia sino creación heroica”. Un gran contraataque al ideario neoliberal y las tesis del “fin de la historia” impuestas en los ’90 pero también un desafío a los debates de las fuerzas populares y al posibilismo meramente redistributivo.
Si la primera etapa de sus 14 años de gobierno se caracterizó por la ampliación de derechos y el acceso de las grandes mayorías a salud, educación, alimentación, vivienda y cultura, a través de las “misiones sociales” que eludían los tiempos y reparos de la burocracia (https://lahaine.org/rH1), el rumbo planteado por Chávez en sus últimos años estuvo orientado a la construcción del “Estado comunal”.
Esto es, a impulsar las instancias de autogobierno, fortalecer el “poder popular” y plasmar en la práctica la idea-fuerza planteada en la Constitución Bolivariana de ir hacia una democracia “participativa y protagónica”.
Tras ganar la reelección para un tercer mandato, en su último Consejo de Ministros el 20 de octubre de 2012 (un memorable discurso recordado como “Golpe de Timón”, https://lahaine.org/fJ2m), Chávez hizo especial énfasis en esto. Le dijo al entonces vicepresidente Nicolás Maduro: “Te encomiendo esto como te encomendaría mi vida: las Comunas, el estado social de derecho y de justicia”; y dejó una consigna que puede interpretarse como su principal herencia: “Comuna o nada”.
La Patria es América
Chávez se convirtió en un símbolo para las y los excluidos del Sur Global y fue el principal rescatador en este siglo del pensamiento de Bolívar, San Martín, Martí, y tantos y tantas que lucharon por la unidad latinoamericana. Dice Iturriza: “Una cosa que Chávez reivindicó siempre es esta idea de que Venezuela es un país que forma parte de una nación, la gran nación ‘nuestroamericana’. En su discurso y su acción siempre dejó en claro que no nos vamos a emancipar solos o aislados, que hay que seguir apostando con mucha firmeza a la idea de una Latinoamérica unida”.
También comprendió y asimiló de forma temprana los dos movimientos emergentes más dinámicos de esta época: el feminismo (fue el primer presidente que se declaró feminista) y el ambientalismo. “No cambiemos el clima, ¡cambiemos el sistema! Y en consecuencia comenzaremos a salvar el planeta”, agitó en la COP de 2009.
Fue además un fabuloso pedagogo y comunicador. Con su impronta campechana y lenguaje pueblerino, mientras contaba anécdotas, hacía chistes, cantaba y hasta se reía de sí mismo, sus horas diarias en televisión apuntalaron un proceso de concientización en buena parte del pueblo venezolano, sobre todo en los sectores populares, consolidando al chavismo como un fenómeno político que logró resistir estos diez años de asedio sin su líder y que excede a la dirección actual del gobierno.
Unos días antes de este 10° aniversario, Biden prorrogó otro año el decreto impuesto por Obama (Premio Nobel de la paz, no olvidarlo) que declara a Venezuela como una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional”. Van cambiando los presidentes y las tácticas, pero el objetivo estadounidense sigue siendo el mismo: eliminar el mal ejemplo venezolano, sepultar la memoria de Chávez.
Rescatar su legado —por más incómodo que resulte—, confiar en la capacidad transformadora de los pueblos, sigue siendo una tarea indispensable.
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