El medio es el mensaje
Los desmanes provocados por grupos perfectamente organizados quedan como un emergente del intento de cambiar el rumbo de la Argentina. La patota sindical que mató a Mariano Ferreyra fue un alerta de que hay grupos de poder de la derecha dispuestos a cualquier cosa. Por suerte, la Justicia actuó. Más grave fue lo del Parque Indoamericano, porque allí manos traviesas lograron que algunos jefes de la Policía Federal asumieran el trabajo sucio de tirotear a personas desarmadas y cobrarse dos vidas. La Presidenta fue, en este caso, la que tomó la iniciativa y creó un área de Seguridad, poniendo a Nilda Garré al frente de un ministerio difícil de manejar.
El desafío de observar y controlar a estos grupos será un tema de principal interés en este año electoral. Pueden hacer daño, pueden asustar e, incluso, pueden mantener ciertas adhesiones sociales. No hay que perderlos de vista: el matonaje y los crímenes de bandas con anclaje en la política van asociados al discurso de la mano dura. Y ese discurso tiene muchos adeptos. La mayoría de los medios masivos –incluidos algunos como C5N que cuentan con simpatías en el oficialismo– intoxican televidentes. Distorsionan, recortan la realidad, repiten imágenes de violencia. Pero lo grave no es que ellos lo hagan sino que una buena parte de la sociedad reclame y demande esa ideología facha.
La derecha se quedó, a fin de año, sin candidatos para disputarle a Cristina Kirchner las elecciones de octubre. Les queda recurrir al daño. Quieren sostener una base social que añore el discurso autoritario como un horrible espejo de reconocimiento social. En vez de la sociedad de derechos –que efectivamente permite mejorar posiciones en una sociedad capitalista–, el discurso violento y autoritario crea un espejismo muy eficaz. Funciona, simplificadamente, así: el desprecio al bolita o al villero es porque se supone estar un escalón arriba y, entonces, situarse del lado del más fuerte. Además, descargar la alienación sobre ese tipo que llegó de un país pobre, hace que uno se sienta potente.
No alcanza con una ley de medios ni con un Ministerio de Seguridad. Es imposible conjurar esto sobre la base de medidas. Se trata de un hecho cultural profundo. Esa ideología facha, más irracional que consciente, aparece en la superficie cuando algunos poderosos sienten que pierden terreno.
Este fin de año tuvo, para algunos de esos sectores, muy malas noticias. Por eso traman pequeñas conspiraciones y alimentan violencia montada sobre operaciones artificiales que nada tienen que ver con los problemas sociales que, por supuesto, existen en una Argentina que tiene profundas inequidades. Se sienten incómodos muchos genocidas porque la Justicia dio pasos firmes. Se sienten solos personajes como Eduardo Duhalde, que ocupa un lugar marginal en el juego del poder político legal. Se siente jaqueado Héctor Magnetto, que ya no tiene ni medidas cautelares que le den alguna pobre cobertura judicial a las flagrantes ilegalidades de Cablevisión y Fibertel, entre otras cosas. Pero, por detrás de estas figuras más visibles, hay una trama delicada de grandes intereses empresariales y corporativos que siempre alientan la mano dura como un reaseguro de sus privilegios económicos o de grupo. A veces, desde el periodismo, se pueden desnudar algunas maniobras fraudulentas de las grandes cerealeras. Sin embargo, por más que hasta la Afip o la Oncaa den muestras de la inmoralidad de sus maniobras, difícilmente los ejecutivos de esas empresas terminen en la cárcel. Lo mismo pasa con las zonas grises de delitos como la trata de personas o el narcotráfico. Se pueden publicar algunos artículos que muestren vínculos entre jefes de fuerzas policiales y grupos del crimen organizado, pero tampoco la Justicia llega hasta el caracú con esas bandas.
La denuncia periodística tiene una eficacia notable, al menos para ciertos sectores de la sociedad, entre los que se encuentran los funcionarios públicos. Incluidos algunos de la Justicia. De todos modos, también hay que reconocerlo, quienes pueden publicar saben o suponen los límites que tienen. Las empresas de medios no son ajenas a los juegos de poder. Por un lado su negocio es hacer público mucho de lo que pasa. Por el otro, son parte importante de los juegos de intereses y callan cosas. No existe la empresa de comunicación como un hecho ajeno al juego de poder. Es un emergente de ese juego y, al mismo tiempo, un jugador importante. El viernes pasado se cumplieron 30 años de la muerte de Marshall McLuhan, un pensador clave para los que se formaron en la comunicación social. No era comunicólogo. Era estudioso de la literatura clásica inglesa.
Sabía mucho más de William Shakespeare que del mundillo de la televisión. Quizá por eso pudo tener la distancia para entender que la era del hombre tipográfico llegaba a su fin. McLuhan advirtió que vivíamos una transformación profunda en el modo de percibir y conceptualizar la información. La aldea global es, en su visión, mucho más que una anticipación de la globalización. Advierte sobre el rol de la imagen en la cultura humana. La imprenta forjó –por apenas cinco siglos– un humano lector racional. Los medios basados en la imagen recuperan al hombre tribal, el que por decenas de siglos interpretaba el mundo y tomaba decisiones a través de códigos visuales y sonoros exentos de la lógica cartesiana y la escritura alfabética.
“El medio es el mensaje” es una frase de McLuhan que se repite a menudo. La comunicación humana es mucho más que los medios. Los medios son mucho más que las empresas comerciales de info-entretenimiento. Esta etapa de la Argentina mostró cuánto más pesa la identidad histórica que las tapas de los diarios o los zócalos de los noticieros. Millones de personas salieron a las calles en las fiestas del Bicentenario. Se está construyendo algo profundo donde juegan un rol decisivo la educación, el arte y el debate público. Pero, a no engañarse, lo más valioso es que el decir va de la mano con el cambiar estructuras de injusticia. Profundas estructuras de inequidad. Y estos años interesantes vale la pena vivirlos y disfrutarlos para poder avanzar en esa dirección. Aunque pongan trabas. Aunque tiren tiros. Los cambios son para sociedades valientes. De eso se trata este 2011.