El mundo multipolar en ascenso, el hegemón imperialista en descenso
El genocidio y los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la entidad sionista-fascista contra el pueblo palestino; la guerra en Ucrania y la inminente derrota de los nazis ucranianos por las tropas rusas y el reciente ataque del imperialismo anglosajón (Reino Unido y EEUU) contra los patriotas de Yemen que, en solidaridad con el pueblo palestino, han perpetrado ataques en el mar rojo contra los barcos que apoyan la guerra de exterminio de Israel, son sólo los símbolos más inmediatos de la profunda crisis de supremacía que experimenta el imperialismo global y, en especial, el norteamericano.
Esos puntos rojos del conflicto regional, aunados a los ataques de distracción de Israel y Washington contra Siria e Iraq, se articulan con la profunda crisis de reproducción del modo de producción capitalista que -por lo menos desde la crisis financiera y estructural de 2007-2009- experimenta en la producción de valor y de plusvalor para garantizar altas tasas de ganancia y de rentabilidad para el gran capital internacional y sus poderosas empresas y corporaciones multinacionales.
Ante la profunda crisis que experimenta el capitalismo, el sistema activa su poderoso complejo industrial militar para abrir mercados de guerra y de armamentos que favorecen a las grandes corporaciones de la muerte principalmente a las norteamericanas. No importa la vida humana, ni la barbarie contra la naturaleza, responsable, en parte, del colapso climático en curso.
La torpeza de la agresión imperialista para preservar su hegemonía contra cualquier país o fuerza que a su juicio amenace sus intereses geoestratégicos abre nuevos focos de tensión y conflicto militar que EEUU ya no está en capacidad de contrarrestar o resolver como históricamente lo hizo en el pasado. Hoy tiene que recurrir a sus marionetas del occidente colectivo (los gobiernos neoliberales de Alemania, Francia, Reino Unido, España, entre otros) para intentar alcanzar sus objetivos.
Ello ocurre en el contexto del ascenso internacional de potencias como Rusia, China, Irán o, incluso, la India, y de la consolidación de instituciones internacionales y de cooperación multilateral como los BRICS ampliados o la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS).
Ante estos acontecimientos, la respuesta de Washington es la de intentar contener o destruirlos mediante intervenciones militares, agresiones económicas como la imposición de las mal llamadas sanciones contra naciones soberanas (Rusia y Venezuela) reimponiendo la llamada doctrina Monroe e intentando penetrar militarmente en países como Perú y Ecuador (aprovechando el arribo al gobierno en estos países de las fuerzas de derecha, o introduciendo quintas columnas como la ultraderecha apátrida en Venezuela y ahora en Argentina), con el fin de instalar bases militares protectoras de sus intereses regionales (como en el caso de Guyana contra Venezuela a propósito del conflicto territorial de la Guyana Esequiba) que le aseguren la apropiación de los recursos naturales en beneficio de sus procesos de acumulación y reproducción de capital en su enfrentamiento con las potencias en ascenso.
Al revés de lo que piensan los tanques de pensamiento del imperialismo, el mundo actual ya no es el mismo que en el pasado de hace cincuenta años; ha cambiado, tanto en sus formas como en sus contenidos, en el que evidentemente EEUU sigue desempeñando -y seguirá como ocurrió históricamente con el imperialismo británico- un papel dentro de ese nuevo orden internacional más diversificado y cooperativo, pero acotando, cada vez más, su dominación global, así como la imposición de sus intereses geoestratégicos y geopolíticos que, desde la segunda posguerra, imponía a sangre y fuego, a diestra y siniestra, sin ningún tipo de limitación, ni de oposición estratégica por parte de otros países y potencias como hoy ocurre con el ascenso de China y Rusia que comandan el mundo venidero.