El neoliberalismo se vuelve violento y despótico
David Harvey es una de las figuras más importantes del marxismo contemporáneo. El 12 de abril, de visita en París invitado por el Instituto La Boétie de París, se reunió con Jean-Luc Mélenchon. Gran crítico del capitalismo, defensor incansable del pensamiento de Karl Marx, geógrafo que reflexiona sobre los efectos concretos del capital en el espacio, este teórico inglés de 88 años es un observador siempre agudo de la realidad económica, social y geográfica.
Al margen del encuentro, y antes de partir para una serie de otras intervenciones por Francia, Harvey aceptó responder a las preguntas de Mediapart sobre la situación actual del capitalismo y Marx.
Sus reflexiones sobre el capitalismo incluyen una importante teoría de la crisis. Desde 2020, parece haberse abierto una nueva crisis, que acaba de tener un nuevo episodio con la crisis bancaria. ¿Qué opina de la situación actual del capitalismo?
Para responder a esta pregunta me gustaría aislar algunos hechos. El primero es que hoy es muy difícil imaginar el futuro del capitalismo porque no está claro qué camino tomará China, que es un actor crucial.
Mi opinión es que China, en 2007-2008, permitió al capitalismo evitar una gran depresión comparable a la de los años treinta. Desde entonces, hasta antes de Covid, China representó alrededor de un tercio del crecimiento mundial, más que EEUU y Europa juntos. Por lo tanto, en las circunstancias actuales, es imposible predecir la dirección del capitalismo sin conocer la dirección de China.
El segundo aspecto relevante es que el mundo capitalista ha visto grandes colapsos financieros desde 1980, y cada vez que ha habido una crisis, los bancos centrales han respondido aumentando la liquidez. Ahora nos dirigimos a la próxima crisis, que requerirá aún más liquidez. En mi opinión, nos encontramos en una peligrosa situación de acumulación de capital debido a estas inyecciones de liquidez. Se parece a un esquema Ponzi global, y los esquemas Ponzi suelen acabar muy mal. La dificultad aquí es que si las finanzas occidentales se basan en un esquema Ponzi, no hay forma de que los Estados permitan que se produzca una crisis financiera. La cuestión entonces es si pueden contener esta crisis, y no estoy seguro de que puedan.
El tercer elemento que me parece importante es la cuestión de las transferencias internacionales de tecnología. Desde los años cincuenta, EEUU no ha frenado las transferencias de tecnología a Japón, Taiwán o Corea del Sur. Al contrario, a veces incluso las han fomentado, obviamente con el objetivo de contener a la China comunista y rodearla de una red de países de renta media-alta. Pero entonces China se abrió al mercado, ¿y qué ocurrió? El capital japonés, surcoreano y taiwanés invirtió fuertemente en China, trayendo consigo transferencias de tecnología. Ahora EEUU intenta bloquear las transferencias de tecnología a China y parece una medida estúpida. En parte porque es imposible, pero también porque si bloqueas el desarrollo de China, que ha salvado sistemáticamente al capitalismo, no le haces ningún favor al capitalismo.
En EEUU hay muchos desacuerdos, pero si hay algo en lo que el Congreso está de acuerdo con el presidente Biden es en su política antichina. Si esta política tiene éxito, creo que el mundo se sumirá en un crecimiento negativo y esto desencadenará descontento, disturbios y revueltas. Ya estamos viendo muchos de estos acontecimientos desarrollarse ante nuestros ojos.
En efecto, estos tres elementos parecen ser las principales contradicciones del capitalismo contemporáneo. En su obra insiste en el carácter endémico de las contradicciones del capitalismo y, por tanto, de las crisis. Sostiene que estas crisis siempre adoptan la forma de procesos violentos de devaluación o pérdida de valor del capital. ¿No le parece que la actual temporada caracterizada por una fuerte intervención del Estado ha interrumpido este proceso?
No, en realidad el proceso de devaluación ya está en marcha, es constante. La verdadera pregunta es: ¿quién será el objeto de esta devaluación? En 2007-2008 siete millones de familias perdieron sus casas en EEUU. Perdieron el 80% de su patrimonio debido a la enorme pérdida de valor de las casas en las que vivían, especialmente la comunidad afroamericana. Pero al mismo tiempo rescatamos al sistema bancario y con los desahucios asistimos a una transferencia masiva de derechos de propiedad a los bancos. Que luego los vendieron baratos, gracias al rescate, a fondos como Blackstone, que es ahora el mayor propietario inmobiliario del mundo. Así, la pérdida de valor de los ciudadanos estadounidenses acabó en los bolsillos de Blackstone. Stephen Schwarzman, que dirige esta empresa, se encuentra entre los mayores multimillonarios del mundo y fue uno de los mayores partidarios de Donald Trump.
La elección es: salvar a los bancos o salvar a los ciudadanos. Desde los años 70, los gobiernos siempre han preferido rescatar a los bancos, por lo que ahora estamos asistiendo a una devaluación de los activos y ahorros de los ciudadanos.
¿Y hoy?
Hoy veo otros grandes procesos de devaluación en marcha. Por ejemplo, no sabemos exactamente cuántas personas perdieron dinero en la crisis de las criptodivisas, pero se estima que los inversores privados pueden haber perdido hasta 40.000 millones de dólares. Muchas personas ricas y estrellas, como deportistas, animaron a la gente a invertir en estos activos prometiendo altos rendimientos y mucha gente les hizo caso. Ahora el mercado se ha hundido y lo han perdido todo.
Algo parecido está ocurriendo en China con la crisis inmobiliaria. Xi Jinping dijo que los bienes inmuebles son para vivir en ellos, no para especular, pero hasta ahora ha habido mucha gente especulando. En el caso chino, la gente compraba acciones de proyectos inmobiliarios antes incluso de que empezara la construcción. La gente compraba hasta cinco o seis pisos para beneficiarse del aumento del valor de mercado entre el momento en que compraban la acción y cuando entregaban las llaves de los edificios.
Pero cuando Evergrande, el principal constructor, entró en crisis, muchos pisos no se terminaron, muchos chinos se vieron obligados a pagar plazos de crédito por una casa que no existía. Por eso hubo una huelga hipotecaria muy interesante en China, que obligó al gobierno a tomar cartas en el asunto y terminar la construcción.
Ahora bien, es difícil reconstruir los detalles, pero al menos se puede deducir que una concentración de la riqueza en el 1% o el 10% de la población aumenta la centralización del capital, en torno a empresas como Blackstone o BlackRock. En mi opinión, los riesgos de devaluación residen hoy en este fenómeno. Credit Suisse ha sido adquirido recientemente por Ubs, EEUU ya ha rescatado a dos o tres bancos y creo que no serán los últimos: la devaluación del capital ya se está produciendo a una escala significativa. Los gobiernos y los bancos centrales están preocupados por lo que llaman «contagio» e intentan contener la crisis. Veremos hasta dónde pueden llegar sin emitir nuevas masas de liquidez, ya que al mismo tiempo los bancos centrales intentan salir de la flexibilización cuantitativa.
Tanto para usted como para Jean-Luc Mélenchon, la ciudad desempeña un papel decisivo. ¿Qué cree que tienen en común en este punto?
Diría que compartimos la crítica a la mercantilización de la ciudad. La crisis de la vivienda es un factor global. En Nueva York hay casi 60.000 personas sin hogar y muchas familias viven hacinadas en pisos demasiado pequeños porque no pueden permitirse nada mejor. Hay un boom de la construcción que hace que se construyan casas para las clases que pueden especular, mientras que no se hace nada por las masas de gente que están desesperadas por tener una vivienda digna. Hay que controlar los alquileres y dejar de mercantilizar la vivienda.
Excepto que el neoliberalismo significa mercantilización de todo. Por eso no creo que el sistema económico esté en declive: sectores como la educación, la sanidad y la vivienda siguen estando demasiado mercantilizados. No veo que ningún partido político se enfrente a estos problemas, salvo Mélenchon y La France insoumise. También hay muchas otras cosas en las que estamos de acuerdo.
También tienen en común que integran la alienación del tiempo en su crítica de la vida urbana cotidiana...
Siguiendo a Henri Lefebvre (1901-1991, filósofo, inspirador de la Internacional Situacionista, autor de una trilogía sobre la Crítica de la vida cotidiana), pienso que la gente está alienada por las condiciones de la vida cotidiana y, en particular, por el tiempo robado por el desarrollo del capitalismo. Por eso me parece alucinante que todavía haya fuerzas de izquierda que se centren sólo en las condiciones materiales de vida.
Cuando hablamos de alienación, hablamos de un sentimiento de pérdida de sentido que ni siquiera el enorme aumento de la propaganda burguesa (espectáculos, películas y entretenimiento) puede eliminar. No creo que al final la gente se sienta satisfecha con su estilo de vida. La inseguridad laboral es uno de los factores más relevantes en todo esto. En los años sesenta, cuando la gente tenía un trabajo estable, una posición estable, vecinos a los que conocía y con los que se encontraba por la calle, era más fácil encontrar sentido a la vida. Hoy todo es efímero. Un programa político debe abordar esta cuestión y el derecho a la ciudad.
La teoría postmarxista de Mélenchon resumida en el concepto de «era del pueblo » está influida por los filósofos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, según los cuales el nuevo motor de la historia es el «pueblo », ya no la clase obrera. ¿Cuál es su posición?
No estoy de acuerdo con ellos, pero creo que lo que dice Mélenchon va en otra dirección. Siempre me ha parecido que la izquierda tendía a hacer de la lucha de clases en las fábricas un fetiche y a considerar secundarios los movimientos sociales urbanos, como la lucha contra la gentrificación. Mi versión de la teoría marxiana es que estos elementos forman parte de un todo.
Cuando oigo «circulación de la capacidad productiva» veo a los trabajadores luchando contra las compañías de tarjetas de crédito, contra los propietarios, contra las empresas farmacéuticas o de telefonía móvil. Para mí todo esto forma parte de la lucha de clases. Cuando Laclau y Mouffe dicen que hay que ir más allá de la idea tradicional del proletariado estoy de su parte, pero sigo trabajando sobre una base marxista. En cambio, tengo la impresión de que Laclau, en particular, tiende a tirar al bebé marxista con el agua de la bañera populista.
No me gusta mucho la palabra «populista», pero entiendo lo que Mélenchon quiere decir cuando afirma que necesita un movimiento que se ocupe de todo lo que está mal en la vida de la gente, no sólo de la clase obrera tradicional (aunque esta última sigue siendo un tema importante). Después de hablar directamente con Mélenchon, puedo decir que no creo que se sintiera tan vinculado ideológicamente a Laclau y Mouffe, sino que buscaba una teoría lo suficientemente amplia como para construir un partido político y también, más en general, un movimiento social en torno a las transformaciones de la vida urbana, y no sólo a los trabajadores del sector industrial y productivo.
Usted dice que la lucha contra la alienación debe integrarse en un programa político, pero ¿se puede construir un programa político con vocación mayoritaria en la sociedad y al mismo tiempo luchar contra la alienación de la mayoría de la población?
Sí, pero antes hay que resolver un problema. Las poblaciones alienadas tienen un enfoque particular de la participación política: normalmente son pasivas y están enfadadas, pero de repente pueden volverse activas y muy enfadadas. Este enfado puede dirigirse de diferentes maneras. Las poblaciones alienadas no apoyan necesariamente los programas de la izquierda: pueden volverse fascistas y, de hecho, tenemos muchas pruebas de que se están acercando más a la extrema derecha que a la izquierda.
La izquierda debe captar esta ira y movilizar a estas poblaciones pasivo-agresivas. Por desgracia, no lo está haciendo. En Gran Bretaña, a la menor señal de cólera social, el Partido Laborista se retrae condenando a los «extremistas». Incluso hace poco, tres diputados laboristas que se habían «atrevido» a unirse a un piquete de protesta fueron expulsados de la dirección del partido. El Partido Laborista está en un callejón sin salida, así que creo que tenemos mucho que aprender de Mélenchon que, por lo que sé, comparte la ira de la gente y no le tiene miedo, porque sabe de dónde viene.
En Breve historia del neoliberalismo usted escribe que el neoliberalismo sólo podría sobrevivir volviéndose violento y autocrático. ¿No es eso lo que estamos viendo en Francia, con la actitud de Macron ante las movilizaciones contra la reforma de las pensiones?
Sí, eso es claramente lo que estamos viendo. Nos estamos acercando al fascismo de los años 30 y tenemos que luchar contra esta tendencia.
Todo indica que Francia ha llegado a un callejón sin salida: por un lado un Gobierno sordo y por otro una movilización agotada por la represión. Como alguien que ha trabajado sobre los movimientos revolucionarios y su dimensión urbana, ¿cree que hoy es posible una revolución al estilo del siglo XIX?
La situación actual es radicalmente diferente a la del siglo XIX. Ya no se asalta la Bastilla o el Palacio de Invierno. Si atacáramos algo hoy tendríamos que ir hacia los bancos centrales, pero entonces ¿qué haríamos una vez dentro? (Risas) Durante la Comuna de París, los insurrectos protegieron el Banco de Francia y cometieron un error, se dieron cuenta demasiado tarde. Hoy en día, el capitalismo está organizado de tal manera que, en cierto modo, parece demasiado grande para derrumbarse.
Imagino que incluso los partidarios de una transición al socialismo siguen queriendo tener un teléfono móvil, un ordenador e Internet. Pero, ¿cómo se producen y quién los produce? Estas empresas están racionalizadas, si se hunden puede que no queden ordenadores ni teléfonos móviles. Si esto es socialismo, la gente probablemente querrá la vuelta del capitalismo. Normalmente a la gente le molesta que diga estas cosas, pero, siendo realistas, ¿puede alguien imaginar realmente una sociedad socialista que prefiera prescindir a sabiendas de los ordenadores, las herramientas de comunicación, la inteligencia artificial?
Dada la dificultad de revolucionar la vida urbana cotidiana y la creciente sensibilidad ecológica, ¿no cree usted, como Kristin Ross, que las revoluciones empezarán en el campo, en los conflictos medioambientales?
Toda la historia del capital está plagada de movimientos alternativos de este tipo. No son absurdos ni inútiles. Estos movimientos pueden ser el germen de la construcción de una alternativa real. Si pudiera planificarlo todo, me aseguraría de que la gente se mantuviera alejada de la metrópoli, que se trabajara a distancia (ahora se puede): las instalaciones municipales serían ecológicas, la gente tendría su propia parcela para cultivar verduras. Es una respuesta importante a los problemas que plantea la agricultura capitalista. Yo viví en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, ¡cuando el 50% de la producción de alimentos procedía de las huertas de los particulares! Estas alternativas pueden dar mucho de sí. De nuevo, este discurso me traerá problemas con los marxistas ortodoxos, ¡a veces digo cosas que me hacen parecer anarquista! (Risas)
De hecho, ¡su pensamiento se parece más a Kropotkin que a Marx!
Sí, ¡y a Elisée Reclus! Me gustan estos autores. Igual que me gusta mucho la respuesta que dio Henri Lefebvre cuando le preguntaron por qué era marxista y no anarquista: «¡Soy marxista para que un día todos podamos vivir como anarquistas!». Es una respuesta muy buena. Soy un anarquista a la antigua, me gusta leer a Murray Bookchin, Kropotkin, Elisée Reclus, merece ser incorporado a nuestras consideraciones, y quizás mejorado. Eso probablemente me convierte en una especie de hereje.
Usted ha hecho mucho por ayudar al pensamiento marxista a resistir la apisonadora neoliberal. Recientemente ha publicado en inglés un Companion to Marx's Grundrisse (Verso, 2022). ¿Por qué sigue siendo importante para usted leer a Marx y hablar de su pensamiento?
Admito que puedo parecer un poco obsesivo. La primera razón es que no soporto la corriente hegemónica de la economía contemporánea. ¡Es tan errónea! Creo que Marx construyó una comprensión del capital y de la economía mucho más precisa y pertinente que la de los economistas burgueses. Quiero desafiarlos. No es fácil, porque tienen el dinero, tienen los medios de comunicación, tienen la «credibilidad» científica. Pero podemos dar algunos ejemplos.
David Ricardo (1772-1823) tenía una teoría del valor relacionada con el trabajo. Muchas personas que trabajan en esta tradición observan la situación actual y dicen: si el trabajo es la fuente de todo valor, ¿cómo es que se paga tan poco por el trabajo? Es una cuestión moral evidente. Esto dio lugar al «socialismo ricardiano» en la década de 1840, que dio lugar al socialismo de John Stuart Mill (1806-1873). Mill sostenía que no se puede hacer nada con la producción, pero que se puede redistribuir tanto valor como sea posible entre las personas que lo producen. Thomas Piketty, Elizabeth Warren y Bernie Sanders forman parte de esta tradición.
Una tradición que no gustaba a Marx, hay que decirlo, porque no tiene en cuenta la producción. Pero que, sin embargo, plantea una cuestión moral fundamental, que se hizo muy fuerte en el movimiento cartista de la década de 1840 [movimiento obrero que se desarrolló en el Reino Unido a mediados del siglo XIX tras la adopción de la «Carta del Pueblo» en 1838, NdR.].
En aquella época, algunos economistas marginalistas decían que ya no había que pensar en el valor sólo en términos de trabajo, sino sumar el valor de la propiedad, el capital y el trabajo. La importancia de estos tres factores de producción deriva de su escasez relativa: si los capitalistas temen quedarse sin ellos, tienen derecho a recibir mucho más que el trabajo, que es abundante. Los patrones de Manchester estaban entusiasmados con esta nueva teoría económica, que eliminaba la cuestión moral, y por eso la teoría de John Stuart Mill sólo ha sobrevivido gracias a algunas formas de socialdemocracia a partir de 1945.
Lo absurdo es que hoy en día el capital sigue basándose en esta teoría del valor, y legitima tasas de rendimiento más elevadas para el capital. Tanto es así que hay capital excedente. Así que debería haber un reequilibrio a favor del trabajo, pero obviamente esto no está ocurriendo. Si le dices a un economista de cualquier facultad que se tome en serio esta teoría del valor se reirá en tu cara, lo cual es ridículo.
Por eso es necesario volver a la cuestión moral. Porque una vez que la planteas, la gente empieza a pensar en ella y entonces puedes dar el siguiente paso, que es plantear la cuestión de la destrucción de la producción capitalista. Marx ofrece una alternativa en la medida en que piensa que el capital no es una cosa precisa, como piensan los economistas burgueses, sino un proceso que adopta diferentes formas. Una noción con una flexibilidad increíble.
Por otra parte, Marx me resulta muy útil para comprender los fenómenos de urbanización. Cuando explica, por ejemplo, que los capitalistas invierten a propósito en actividades improductivas para evitar que las inversiones creen excedentes de producción. Una demostración bastante elocuente de ello es la urbanización contemporánea en los Estados del Golfo. Los capitalistas invierten en actividades improductivas, a ritmos enormes, para obtener beneficios. En parte lo hacen por razones ecológicas, porque de lo contrario la presión sobre el medio ambiente sería catastrófica.
Mi objetivo es difundir una teoría marxista comprensible y pedagógica que puedan adoptar fácilmente los sindicatos y los movimientos sociales. En cierto modo, esta es la razón por la que la hegemonía marxista se derrumbó en los años ochenta: era demasiado sofisticada y no tenía un verdadero campo de base desde el que explicar lo que ocurría en la vida cotidiana. Me parece que hoy estamos remediando este error.
Mediapart