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Mundo :: 08/09/2022

El obradorismo frente (y entre) las izquierdas mexicanas

Mauro Jarquín
La intervención de fuerzas de izquierda, la difusión de su programa y la proyección de sus luchas, ha hecho que el obradorismo muestre signos de activación hacia la izquierda

Introducción

A más de tres años, la 4T (Cuarta Transformación) ha buscado mantener un equilibrio entre el imperativo de acumulación de los sectores dominantes y la necesidad de legitimidad social de su proyecto, por lo cual algunas medidas importantes se han visto contrastadas con la ausencia de otros cambios a nivel estructural. Ahora que incluso para voces afines se pone en duda el carácter “antineoliberal” de este gobierno, se nos presenta un debate urgente en las izquierdas mexicanas en torno a la relación entre el obradorismo y todo lo demás.

En este texto discuto algunas cuestiones sobre la relación del obradorismo con las izquierdas, la presencia de izquierdas diversas al interior del obradorismo, así como algunos trazos de política que permitan radicalizar el proceso de cambio en desarrollo.

El obradorismo y las izquierdas

Existe un consenso fundamental respecto a algunas voces particularmente relevantes del obradorismo: no existe campo popular ni izquierdas con proyecto viable más allá de él, por lo cual, quien(es) se organiza(n) por fuera de la demarcación del progresismo, son mirados con recelo y sospecha. Esta reacción deriva tanto de la necesidad de mantener un control que delimite políticamente el proceso de cambio, como a un temor constante respecto a que las acciones de tales organizaciones y movimientos beneficien, de alguna forma, a la oposición partidista y a su extensión organizativa en la sociedad civil, con lo cual podrían hacerle el juego a la derecha.

Poco importa que sean distintas expresiones del movimiento feminista, organizaciones autonómicas vinculadas al CNI-EZLN o alguna de las experiencias de autogobierno comunitario en el país, defensores del territorio y los bienes comunes, integrantes del magisterio disidente, etc. Todas han sido catalogadas en distintos momentos como expresiones de una ultraizquierda “que le resulta muy útil a la derecha”.

La izquierda autonomista tiene su expresión más reconocida en integrantes y simpatizantes del CNI-EZLN y otras experiencias de autogestión y poder popular. En tiempos de 4T, las aún vigentes políticas neoliberales de acumulación por despojo han provocado distintos frentes de lucha entre el gobierno federal y dicha expresión de izquierda. Los megaproyectos de infraestructura como el denominado Tren Maya, el Proyecto Integral Morelos y el Corredor Interoceánico han sido presentados en la narrativa oficial como iniciativas dirigidas al desarrollo económico en entidades y territorios estratégicos, así como proyectos que generarán beneficios sociales; al mismo tiempo han representado magníficas oportunidades de inversión para sectores dominantes nacionales y capital extractivo de empresas multinacionales. En contraste, han generado distintos efectos adversos como degradación ambiental, conflictos sociales, afectaciones a especies en peligro de extinción, etc.

La campaña de resistencia que se ha montado ante estos proyectos ha buscado frenar el avance del capitalismo extractivo, al mismo tiempo de construir alternativas de organización desde abajo. Para ello, han echado mano de estructuras comunitarias y de autogobierno creadas con el paso del tiempo, como las juntas de buen gobierno, cooperativas y redes de apoyo mediante las cuales se generan recursos y se apuntalan iniciativas de organización. Dado que el autonomismo ha optado en distintos momentos por no convocar a participar en los procesos electorales, por criticar abiertamente las candidaturas de López Obrador e incluso ha impulsado una candidatura propia, desde posiciones obradoristas se le ha criticado desde distintos frentes: por ser una “creación” de Salinas de Gortari, por su irrelevancia política, la ausencia de un programa político concreto y por la imposibilidad de replicar sus experiencias de autogobierno en contextos más amplios.

El creciente movimiento feminista ha mantenido también una relación problemática con la 4T y el obradorismo, esto pese al trabajo realizado por la Secretaría de Mujeres de Morena, al gabinete paritario del gobierno federal y a que el propio Mario Delgado ha declarado que el feminismo y la 4T son aliados históricosLos motivos de diferencias son distintos e incluyen: alianzas políticas de Morena con organizaciones y partidos con formaciones políticas conservadoras y antiderechos; percepción de una ausencia de resultados en beneficio de las mujeres; debates internos respecto a la vertiente feminista promovida por la 4T y el propio discurso presidencial, que desestima las dimensiones del problema de violencia de género en este país.

Desde la óptica oficial, persiste una sospecha de potencial “instrumentalización” del feminismo por parte de adversarios políticos de derecha. Los debates han sido particularmente abiertos con sectores de izquierda que, ya sean partidarios del feminismo marxista o no, consideran al capitalismo como un producto del patriarcado, y por ende su lucha radica no precisamente en la ocupación de espacios en el aparato de Estado por parte de mujeres, sino apunta hacia la transformación de las estructuras sociales que les oprimen.

Hay un elemento particularmente preocupante: la noción generalizada en segmentos del obradorismo -particularmente masculinos- de que el movimiento feminista es organizado por personas indeseables, con potenciales efectos perniciosos, tal como mostró un estudio exploratorio que analizó las opiniones de hombres integrantes de la Red AMLO en Twitter sobre el 8M de 2020 y 2021 y mostró, además de un rechazo relevante al paro de mujeres, la difusión de una supuesta relación entre el movimiento y Claudio X. González [presidente de Mexicanos Primero y de consejos empresariales], con un fin desestabilizador.

Esta última narrativa enlaza una potencial “instrumentalización del feminismo” por parte del bando de la reacción. Se considera que el feminismo es un movimiento que, por su propia lógica descentralizada, es proclive a ser utilizado por parte de agendas derechistas, que mediante la denuncia de una incapacidad gubernamental para atender las problemáticas relativas a la mujer, pueda minar la legitimidad del proyecto progresista e incluso cobijar políticas antidemocráticas de oposición. Esto resulta importante al considerar, por ejemplo, la experiencia boliviana, en la cual desde el progresismo se señaló [con razón] que algunos liderazgos feministas “ligados al anarquismo” terminaron por legitimar el golpe de Estado contra Evo Morales.

Por su parte, la relación entre el magisterio disidente aglutinado en la CNTE y la 4T, mantiene una historia también compleja. Hacia mitad de sexenio, y una vez que la “superación del neoliberalismo en educación” se ha mostrado abiertamente como una promesa sin cumplir, algunas secciones de la Coordinadora han comenzado a organizarse y mostrar, de manera más clara, señales de inconformidad respecto a la política educativa nacional, así como a algunas decisiones administrativas tomadas por gobiernos estatales emanados de Morena.

Al respecto, los casos de Michoacán y Chiapas son los más claros. Si bien la mano del oficialismo logró intervenir en la vida interior de la organización, influir en la construcción de agendas de lucha y, en gran medida, desarticular el potencial organizador del movimiento, sectores importantes de la CNTE mantienen vigente su programa de organización autónoma con otros movimientos sociales, de impulso a propuestas educativas alternativas y de defensa de derechos laborales. Un programa que a lo largo de años de lucha, logró agrietar puntos fundamentales de la hegemonía neoliberal en la educación, lo cual permite que el día de hoy se proponga, desde el mismo Gobierno Federal, una iniciativa de reforma curricular que choca frontalmente con algunos elementos tradicionales de la política educativa mexicana.

Una vez planteado lo anterior, cabe preguntarse si, en realidad, este conjunto de izquierdas desestimadas por el sector dominante del obradorismo, son opciones políticas “no viables”. Me parece que la respuesta debe considerar que, por principio, no son iniciativas que busquen disputar posiciones en el aparato de Estado desde la trinchera electoral, sino se fundamentan en principios asociativos derivados de intereses comunes, afinidades sexo-genéricas y territorios compartidos. Mediante estos, inciden en la complejidad de la lucha política limitando los espacios de irrupción del capital, fomentando una cultura de sororidad y reivindicación de derechos negados, así como apuntalando proyectos democráticos y de transformación social por medio de procesos de escolarización y educación no formal.

En este sentido, el que hayan logrado defender el territorio y organizar luchas locales no atendidas ni acompañadas por la izquierda partidista, organizado escuelas y comunidades para apuntalar narrativas educativas más allá del canon neoliberal reproducido por la izquierda partidista, así como impulsado con contundencia una agenda de derechos a tal grado de incorporar esa agenda en el programa partidista del proceso de cambio, no parecen ser síntomas de una condición de inviabilidad política, sino más bien una muestra de que su capacidad organizativa opera más allá de la estabilidad burocrática.

Es cierto que al interior de dichos movimientos podemos encontrar voces que, buscando hacer una crítica severa del progresismo, han llegado a utilizar conceptos, narrativas e incluso calumnias emanadas de la oposición de derechas. Esto es, desde luego, tanto un error estratégico como un despropósito. Afortunadamente son casos aislados, y no cambian el sentido global reivindicativo de los movimientos.

Las izquierdas en el obradorismo

Persiste una tentación interpretativa que tirios y troyanos recuperan cuando discuten al obradorismo en tanto fenómeno político: considerar a este como un sujeto unívoco, una entidad monolítica en la cual no existe movimiento interno, ni desplazamiento ideológico, ni contradicción. Para detractores conservadores, esto deriva de ser un conjunto de personas que han cedido su agenda al líder; para simpatizantes de la causa, esto es así porque la 4T ha logrado acumular una gran potencia popular nacional-popular orientada al cambio bajo una serie de principios definidos y un líder incuestionable.

Sin embargo, dicho océano político anida en su interior una serie de contradicciones que pueden ya vislumbrarse en la disputa entre la dirección partidista de Morena y la Convención Nacional morenista, aunque siguen contenidas bajo el liderazgo carismático del presidente. Las disputas al interior del obradorismo no son únicamente a propósito de gestionar un partido que, pese a ser presentado como un partido-movimiento, ha contenido los flujos movilizadores del obradorismo, evitando así que operen de manera creativa, producto de direcciones burocratizadas y la permanencia de redes de cacicazgo y camarillas políticas vinculadas al otrora stablishment.

Las contradicciones también responden a la confluencia de izquierdas que, aunque sumadas al movimiento, simpatizan o colaboran con organizaciones externas al obradorismo. No es casual la existencia, por ejemplo, de colectivos obradoristas que no votan por Morena pero sí apoyan a organizaciones en defensa del territorio; así como de militantes del movimiento solidarios con el magisterio disidente, o integrantes del movimiento y partido que, apoyando las movilizaciones de mujeres, muestran indignación ante algunos dichos del presidente, y marchan, incluso a riesgo de ser señaladas como “provocadoras”. Si bien no todas las izquierdas buscan disputar el aparato de Estado, sí despliegan, en distintas formas, su práctica en el campo estratégico estatal. Debido a esto no se ubican necesariamente en una posición de exterioridad respecto al Estado, lo cual habilita la existencia de vasos comunicantes con el propio movimiento obradorista.

La interacción entre sectores obradoristas y distintas expresiones de izquierdas ha generado resultados interesantes. La movilización feminista ha cambiado correlación política de fuerzas, lo cual, si bien no ha sido bien recibido en algunos sectores del obradorismo y su partido, sí ha sido cobijado en otros. Redes partidistas a nivel local han recuperado su argumentación y han apuntalado, de esta forma, políticas de reconocimiento de derechos. Las feministas rebasan los límites originarios del obradorismo, radicalizan el debate y permiten avanzar socialmente.

En algunas experiencias de defensa del territorio y los bienes comunes, también ha habido vasos comunicantes entre las izquierdas, como en la lucha del pueblo de Mexicali y el Movimiento Mexicali Resiste frente a la multinacional Constellation Brands, en defensa del agua del Valle de Mexicali. El movimiento ecologista logró integrar distintos frentes, hasta llegar a obligar, prácticamente, al gobierno federal a aceptar una consulta popular para definir el destino de la inversión, pese al apoyo público que la megaempresa recibió de líderes importantes del partido, como Tatiana Clouthier.

En estos casos, las izquierdas periféricas o distantes al obradorismo han logrado enlazar sus luchas con sectores afines a la 4T. Dicho movimiento ha precedido a la acción partidista-Estatal. Las izquierdas no-obradoristas no representan una amenaza a la viabilidad de un proyecto político de izquierda exitoso en este país. Sin embargo esa narrativa se ha lanzado porque en tiempos de cambio y continuidad, parece que activar a las masas es realmente el peligro mayor.

Reflexiones finales: ¿Rebasar por la izquierda?

Hay una realidad que no podemos negar: “después de un siglo de buscar a las masas, la izquierda mexicana por fin las encontró… aunque de la mano de un movimiento pluriclasista encabezado por un líder nacionalista”. Algo que a algunas izquierdas no les gusta, pero que no debe desestimarse, sino debe ser replanteado en el plano estratégico, teórico y político.

Electoralmente hablando, el horizonte de izquierda que tenemos frente a nosotros se llama obradorismo, y sería cuando menos ilusorio creer que, en lo inmediato, es posible construir una sólida oposición electoral de izquierdas. No obstante, ese potencial electoral condensado se ha mostrado insuficiente para impulsar cambios profundos a nivel estructural.

Sin embargo, consideremos que la intervención de otras fuerzas de izquierda, la difusión de su programa y la proyección de sus luchas, ha hecho que, en algunos ámbitos, el obradorismo muestre signos de activación hacia la izquierda, sin caer en consignas o prácticas “ultraizquierdistas”. Una lucha de izquierda no debe preocuparse solo por ocupar el aparato de Estado sino por hacer retroceder, en cada uno de sus campos estratégicos, al capital, al patriarcado, al racismo y al colonialismo.

 Tampoco consiste únicamente en construir un movimiento que tenga como fin romper con el neoliberalismo e implantar un nuevo régimen, sino en apuntalar las condiciones para que el propio movimiento, a lo largo de su desarrollo, supere al neoliberalismo en sus prácticas y constituya un régimen distinto. Hasta el momento, persiste un consenso obradorista de desactivación de tal pulsión de cambio al interior, pero esas izquierdas “marginales e inoperantes”, son quienes pueden seguir tensando la coyuntura para lograr tal propósito. Negar el potencial transformador de la diversidad de izquierdas y no reconocer su relevancia política conlleva a fortalecer, de facto, posiciones conservadoras.

Además de la construcción de espacios de autodeterminación, para rebasar por la izquierda es necesario ir por las bases del obradorismo. Agitarlas, movilizarlas, convencerlas de la problemática ambiental, de la violencia de género y de las promesas no cumplidas; del problema que realmente significa el capitalismo, más allá de su expresión particular en la corrupción corporativa-gubernamental. Y eso es algo que, aunque sea negado por el canon ideológico del obradorismo, sucede, aunque de forma todavía marginal, en algunos casos.

En la coyuntura actual, algunas voces llaman a la unidad de las izquierdas, una unidad a toda costa que parecería encubrir una supeditación de la diversidad respecto al obradorismo. Sin embargo, creo que es conveniente dejar que las izquierdas luchen, así como tratar de encontrar, en el camino, la forma de asentar golpes juntas. A eso se denomina trabajo de base. Y eso es lo que permite las alianzas estratégicas. Por otro lado, la historia nos ha enseñado que la izquierda avanza con crítica y autocrítica, con debate y más debate. Y es ahí donde debemos caminar, y es justo eso lo que no podemos permitirnos pasar por alto.

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