El padecimiento travesti, una cruda mirada
Camila Sosa Villada.
Las malas.
Buenos Aires: Tusquets. 9ª reimpresión. 2022.
220 páginas.
Los asesinatos, los suicidios, la locura, el negro fantasma del SIDA penden, a veces todos a la vez, sobre esos “cuerpos desobedientes” que se niegan a alienarse en la apariencia de ser lo que no son, lo que todo el universo social espera de “ellos”.
A lo largo del libro están contadas con lujo de detalles las torturas morales y a veces también físicas, que propinaba a esa comunidad una sociedad imbuida de un machismo hipócrita y violento. Desde las burlas y los sobreentendidos hirientes hasta las agresiones más crueles, que más de una vez conducen al hostigamiento sistemático y a un “callejón” del que sólo puede librar el abandono de la escena pública o la locura.
La moral burguesa como herramienta de tormento
Tratan con una sociedad que al negarles el pan y la sal las llevaba a la prostitución como única fuente posible de subsistencia. Para luego descalificarlas justamente por prostituirse, además de por “anormales” a las que se margina de todo y de todos, ya en camino a la deshumanización.
El lugar de los hechos es Córdoba capital (Argentina), pero podría haber sido otra gran ciudad. Míseras, desamparadas, estigmatizadas por la mirada social, golpeadas por machos orgullosos de serlo y penalizadas por edictos y otras persecuciones policiales, un grupo de travestis son empujadas a un submundo en el que abundan demasiado las drogas y el alcohol y escasean de modo dramático los sentimientos amorosos.
La narradora ha llegado a la ciudad cordobesa a los 18 años, desde un ámbito pueblerino. Lleva ya en la mochila el maltrato familiar y la repulsa generalizada en cuanto se revela como “marica”, condición agravada en la consideración colectiva al adoptar vestimenta y actitudes de mujer.
Como no podía ser de otro modo, la policía es una presencia constante, siempre dispuesta al arresto y al castigo. Así como propensa a intercambiar algo de “tranquilidad” por favores sexuales.
En un momento podían ser “reinas” criaturas bellas y capaces de tragarse al mundo. Y sólo al rato caminar mirando cabeza para abajo para volverse “transparentes” una forma de invisibilización autoasumida con el objeto de eludir las constantes amenazas de humillación, cuando no de castigos corporales.
Una de las protagonistas repite todo el tiempo que “ser travesti es una fiesta”, pero esa celebración está teñida demasiado a menudo de sangre, y no en sentido metafórico
Está claro que la vida travesti está atravesada por coordenadas de clase. Todas eran pobres o al menos lo habían sido. La protagonista relata la profunda reluctancia con que recibían a travestis de clase alta y a tiempo parcial que intentaban mezclarse con ellas.
En el “hacer la calle”, sufren a clientes abusadores, con ánimo de esclavizarlas a sus peores fantasías. Que se podían tornar violentos o negarse a pagar si la atención no estaba acorde a lo que habían imaginado. Y están entre los más adinerados los que desarrollan peores actitudes.
Las sombras y la magia
La crudeza que impera en la narración no excluye momentos de vuelo poético e incluso toques fantásticos, que quizás sería mejor llamar alegóricos. Las travestis mutan de modo constante, cambian de indumentaria y de imagen pública. Incluso sus cuerpos se transforman con frecuencia, a veces hasta el límite de metamorfosis que las tornan irreconocibles.
No hay nada de romántico en la existencia trans que nos pinta Sosa Villada. Viven, por cierto, amores y amistades. Pero son difíciles, a menudo efímeras, tironeadas por experiencias horribles que hacen arduo alcanzar el disfrute. Y asimismo hay peleas violentísimas por razones nimias, disputas sangrientas por un cliente más o menos. Borracheras hasta hundirse en el vómito, consumo de sustancias hasta perder la conciencia.
La protección de todo un grupo por una “tía” veterana en la calle y en la vida, situada en el centro de la trama, tiene mucho de la dulzura anhelada. Y se mezcla con un vínculo demandante y hasta dictatorial, que impone su voluntad dominadora, incluso con “castigos” más bien arbitrarios.
La maternidad contra cualquier regla, conquistada y ejercida, puede ser motivo para un goce inmenso, al tiempo que desatar la más pronunciada hostilidad. Uno de los principales personajes vive esa experiencia de aristas contrapuestas, y no consigue eludir el cerco que se estrecha cada vez más sobre ella y su niño.
Asimismo habitan la trama personajes en el borde entre la realidad y la maravilla, que parecen venidos de dimensiones paralelas y flotar sobre este mundo sin pertenecerle del todo. Cultos indígenas y el catolicismo revestido de creencias mágicas realzan el clima algo esotérico de varios momentos de la narración.
Hoy podría argüirse que las situaciones relatadas pertenecen a un pasado superado, desde la celebración de logros gravitantes como la ley de identidad de género y el cupo laboral para personas trans. Eso implicaría minusvalorar el contrapeso que ofrece una sociedad cada vez más empobrecida, injusta, permeada por ideas racistas y contrarias a lo que llaman “ideología de género”. Incluso esas conquistas irrenunciables podrían estar bajo amenaza en un futuro próximo.
A lo largo del libro queda claro que junto, y en parte a causa, de los maltratos por su condición de género, las travestis padecen carencias materiales y falta de trabajo. Lo que los lleva a una existencia plagada de sufrimientos. Hasta el extremo de que su expectativa de vida se acorta de modo dramático en relación al promedio general.
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Con buen tino, la autora no prolonga el relato hasta su salida de la prostitución y su afianzamiento en la labor literaria y artística. De contar ese punto de llegada, este texto podría haberse resentido de ese aire de “redención” final que tan seguido contamina a la literatura o al cine.
Sí menciona más de una vez que, aunque igualmente parida por la miseria y el menosprecio, ha conocido “otros mundos”. Sobre todo por su paso por la universidad y no tanto por la enseñanza formal que allí se imparte sino por el capital social diferenciado que proporciona.
Deja a sus criaturas y a ella misma aún sumidas en medio de duelos a repetición y desastres difíciles de levantar. La esperanza es un bien escaso y son demasiadas las personas e instituciones listas para pisotearla.
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