El pueblo cubano hoy
El indignante acto provocó diversas reacciones en el espacio público, las redes sociales y los medios de comunicación. Ante lo sucedido, La Jiribilla propone un debate sobre descolonización cultural y abre la necesaria reflexión sobre formas de racismo y discriminación racial verificables en nuestra sociedad. Presentamos aquí la aportación del gran intelectual cubano Miguel Barnet.
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“El mundo me pertenece porque lo comprendo”
Balzac
Cuba no es un país multicultural ni multiétnico. El pueblo cubano, resultado de la fusión de muchos otros pueblos —sobre todo de los nacidos en la península Ibérica, en África o en Asia—, se amalgamó en un proceso de transculturación de elementos que dio como resultado el ajiaco del que habló Fernando Ortiz.
Somos uno de los pueblos más mezclados del continente latinoamericano. Por eso nos definimos como “mestizos” de varias progenituras. Ese mestizaje se produjo en un largo y tenso proceso histórico de ajuste y desajuste de las culturas originarias.
La transculturación no es la transposición de una cultura a otro ambiente —aclara Ortiz—, tampoco es la yuxtaposición de dos culturas; ni la imposición de una cultura sobre otra; ni la interposición de una en otra; ni siquiera una composición entre ambas. Es una descomposición, total o parcial, de cada una de ellas en el ámbito donde ocurre el contacto y una recomposición sintética ulterior, equivalente a una nueva posición cultural.
“Solo en la verdadera cultura puede hallarse la fortaleza necesaria para vivir la vida propia sin servidumbres”, profetizó Fernando Ortiz.
La trata trasatlántica y sus mecanismos opresores debilitaron, cuando no resquebrajaron, los sistemas de parentesco de los africanos, convirtiéndolos en objetos y no en sujetos, y a los propios españoles en amos de los oprimidos, lacerándose su original identidad como seres humanos.
El pueblo cubano adquirió una nueva expresión en sus variados matices y construyó una lengua común, el español de Cuba. Las lenguas de origen africano de raíces bantú, yoruba o ewe–fon no se desarrollaron como lenguas coloquiales, sino como formas litúrgicas, presentes aún hoy en ceremonias religiosas, espacios rituales y de resistencia cultural que preservan lo más auténtico de los cultos ancestrales africanos. No se conformó un lenguaje como vehículo de una cultura diferenciada, sus prácticas también sufrieron un proceso de cambio y desgaste.
No creo correcto definir al pueblo cubano como un etnos, sino sencillamente como un pueblo constructor de una identidad progresiva y cambiante. Somos cultura de la resistencia, siempre en crisis de transición. Un país rico en matices y manifestaciones culturales selladas por nuestra tradición y con una dinámica de futuro.
Hablar de un etnos cubano es reducir la consistencia de una cultura forjada en la fusión de elementos de diferentes fuentes que conformaron la especificidad de la nación.
El etnólogo se vanagloria en descifrar las fronteras de una cultura desde una mirada omnisciente y altiva. La etnología se preocupó durante mucho tiempo por recortar en el mundo espacios significantes y como escribió Marc Augé “identificados con culturas concebidas en sí mismas como totalidades plenas”.
Lo étnico desde esas miradas casi siempre es coercitivo y reduccionista. Somos, como dijo el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, pueblos nuevos en un espacio donde caben todas las transformaciones y los procesos de modernización, o, en palabras de Ortiz, “ante todo una cazuela abierta. Esa es Cuba, la isla, la olla puesta al fuego de los trópicos”.
El color de la piel puede ser un signo diferenciador dentro de la cubanidad, pero la cultura nos unió en lo social con matices en la mulatez y el cruce de varios pigmentos.
“Donde quiera que canten los pueblos, cantarán las patrias y donde quiera que canten las patrias, sus cánticos y sus voces nos hablarán de grandeza, de fraternidad, de progreso, de trabajo y amor”, como escribió Don Fernando.
Ser cubano es poseer una intrínseca vocación de sociabilidad y universalidad, como puede comprobarse con la lectura de Los factores humanos de la cubanidad, El engaño de las razas y otros valiosos textos del sabio antropólogo cubano publicados por la Fundación Fernando Ortiz.
Somos un pueblo que nació en el archipiélago más cromático del continente. El negro cubano se define por el color de la piel como el blanco y el asiático, pero todos mezclados en eso que definió Nicolás Guillén como “color cubano”. En última instancia, la poesía marcó la más alta definición de la cultura del otro y ese otro no es más que el yo y el nosotros. Somos un pueblo con una marca definitoria, la de la cubanía, que no deja de ser un enigma de variadas luces y sombras.
Es el lenguaje, ya sea hablado, poético, musical, danzario o incluso mimético, el que expresa mejor eso que llamamos lo cubano.
Cuando Fernando Ortiz se enfrentó a la riqueza etnográfica del descendiente de África, no lo hizo para particularizar una cultura específica sino para fundamentar mejor la integración nacional. Y a eso se debe nuestra aspiración mayor. Sin la integración no hay una cultura compacta. La fragmentación es divisionista y lleva a un callejón sin salida. El socialismo ha contribuido, como ningún otro sistema político, a esa integración. El Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial fundamenta con creces esta percepción.
“Solo en la verdadera cultura puede hallarse la fortaleza necesaria para vivir la vida propia sin servidumbres”, profetizó Fernando Ortiz. La antropología sociocultural se propone descubrir los valores humanos de la sociedad contemporánea a contrapelo de la manipulación tecnológica neoliberal que convierte al ser humano en una máquina reproductora.
La tecnología moderna debe revelar siempre al alma humana. Un árbol no es más importante cuando está talado o arrancado de raíz que cuando vive y nos da sus frutos y su sombra.
En mi opinión, el hecho social más significativo de nuestro país, por el modo en que se forjó, es la cultura. Ella nos identifica y nos salva.
La nación cubana: la unidad en la diversidad
En los órdenes histórico, social, cultural y jurídico, la visión desde la etnología con la que este diagnóstico se identifica ha asumido la nación cubana con un etnos único, inclusivo y mestizo, aunque heterogéneo y diverso por sus orígenes y matices de color de piel.[1]
No existe en Cuba una mayoría nacional con una cultura propia y hegemónica que subordine a minorías nacionales. No existen diversos pueblos cubanos: aborígenes, hispanocubanos, afrocubanos, francocubanos, asiáticos u otros. Existe un solo pueblo y una sola nación. El Estado cubano no es multinacional ni multiétnico. Se habla una sola lengua: la variante cubana del español, lo que no niega la existencia de modos y expresiones diversos de uno u otro lugar en que se habla, sino que con ello se enriquece, existiendo cinco zonas dialectales.[2]
No existen manifestaciones del arte y la literatura segmentadas por grupos de acuerdo a sus orígenes. El arte cubano es mestizo en todas sus manifestaciones, aunque en unos géneros se manifiestan más potencialmente los orígenes africanos, en otros los hispánicos, y están presentes los legados de los pueblos originarios nativo-americanos, la influencia china, árabe, francesa y de otras culturas nacionales o regionales, en todas las manifestaciones y géneros del arte.
En las religiones cubanas de matriz africana se manifiesta el sincretismo con el catolicismo y los intercambios de la simbología de los pueblos originarios, y la practican cubanos de distintos colores de piel.
Una visión antropológica, y por ello más abarcadora, supera y enriquece los conceptos de etnia y etnos. Los supera en gran parte, por esa condición más abarcadora, y en parte porque la etnología suele tener como objeto de estudio los pueblos originarios. Así, la tesis de Darcy Ribeiro sobre los “pueblos nuevos” completa, amplía y desarrolla la tesis del “etnos único”. Y entre nosotros, los cubanos, junto a la definición de pueblo que Fidel consagró en La Historia me absolverá, desde el genio político, la aproximación a la idea de un solo pueblo se desprende de la obra imperecedera de Fernando Ortiz.
La transculturación atraviesa los procesos de producción simbólica en todos los ámbitos. Fernando Ortiz fue certero al decir: “La mulatez o mestizaje no es un hibridismo insustancial, ni eclecticismo, ni decoloración; (es) realidad vital y fecunda, fruto generado por cópula de pigmentaciones y culturas, una nueva sustancia, un nuevo color, un alquitarado producto de transculturación”.[3] Y al explicar este último término, precisó: “Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una nueva y distinta cultura, que es lo, en rigor, indicado por la voz inglesa acculturation, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse de neoculturación”.[4]
Sucede de igual manera con la religiosidad popular. En las religiones cubanas de matriz africana se manifiesta el sincretismo con el catolicismo y los intercambios de la simbología de los pueblos originarios y la practican cubanos de distintos colores de piel; un babalawo o sacerdote de Ifá puede ser blanco o negro y tener ahijados de cualquier color; son religiones incluyentes, democráticas e igualitarias. No hay segregaciones de iglesias cristianas por sacerdotes y feligreses de acuerdo a un color determinado. Las costumbres y las tradiciones de la cultura popular tradicional se diferencian más por sus peculiaridades regionales y locales que por sus orígenes étnicos diversos.
Fernando Ortiz calificó a la realidad étnica cubana como ajiaco: “La imagen del ajiaco criollo nos simboliza bien la formación del pueblo cubano. (…) La cubanidad no está solamente en el resultado sino también en el mismo proceso complejo de su formación, desintegrativo e integrativo, en los elementos sustanciales entrados en su acción, en el ambiente en que opera y en las vicisitudes de su transcurso”.[5]
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Notas:
[1] El término etnos cubano aparece validado desde 1985, cuando la Editorial de Ciencias Sociales publica el libro de Rafael L. López Valdés Componentes africanos en el etnos cubano. Jesús Guanche Pérez lo retoma en su libro Componentes étnicos de la nación cubana, publicado por la propia Editorial en 1996 y reeditado por la Fundación Fernando Ortiz en 2013. En este texto, Guanche emplea indistintamente el término etnos cubano y etnos-nación cubana.
Hay que mencionar que, tanto el libro de López Valdés como el de Guanche Pérez, aparecen ampliamente referenciados en más de una treintena de otros libros y artículos, especialmente para referirse al etnos cubano o al etnos-nación cubana.
Guanche retoma el término, al publicar por la misma Editorial de Ciencias Sociales, en 1999, su libro España en la savia de Cuba: los componentes hispánicos en el etnos cubano. Es recurrente Guanche en el empleo de ambas definiciones, lo hace nuevamente en 2014 en su libro Africanía y etnicidad en Cuba (Editorial de Ciencias Sociales) con prólogo de María del Carmen Barcia Zequeira. Este libro recibió en 2019 el Premio de la Crítica.
[2] Choy López, Luis Roberto: “Zonas dialectales en Cuba”, en Anuario de Literatura y Lingüística, No. 20, Editorial Academia, La Habana, 1989
[3] Ortiz, Fernando: El engaño de las razas, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
[4] Ídem.
[5] Ídem.