El pueblo de Colombia frente a los acuerdos con el ELN
"La huelga grande estalló. Los cultivos se quedaron a medias, la fruta se pasó en las cepas y los trenes de ciento veinte vagones se pararon en los ramales. Los obreros ociosos desbordaron los pueblos (…) Allí estaba José Arcadio Segundo, el día en que se anunció que el ejército había sido encargado de restablecer el orden público. Aunque no era hombre de presagios, la noticia fue para él como un anuncio de la muerte, que había esperado desde la mañana distante en que el coronel Gerineldo Márquez le permitió ver un fusilamiento".
Gabriel García Márquez inicia con estas palabras el relato sobre la 'masacre de las bananeras', a través de la experiencia en primera persona de José Arcadio Segundo. Después se impondrá el silencio, y solo el joven Buendía parecerá recordar aquella historia de violencia.
El hecho histórico al que hace referencia García Márquez en 'Cien años de soledad' ocurrió el 6 de diciembre de 1928, cuando el Ejército colombiano intervino violentamente contra los trabajadores en huelga para defender los intereses de la United Fruit Company. Esta compañía estadounidense tiene el terrible honor de ser la referencia para comprender ese concepto de "república bananera" que se aplicó a muchos países latinoamericanos sometidos, también en su soberanía política y militar, al interés de esta o de otras empresas extranjeras.
Sin embargo, la historia de la violencia en Colombia se remonta a años antes: 54 guerras civiles entre liberales y conservadores, un enfrentamiento que acabará desembocando en lo que se conoce como el período de 'La Violencia', tras el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán y el llamado 'Bogotazo'.
El siglo XX colombiano se inicia en un escenario que refleja una agudización de la lucha de clases interna, debido a las luchas agrarias de los años 20 y la industrialización de los 30, que conlleva al surgimiento propiamente dicho de una clase obrera organizada en las ciudades, y también del desarrollo del sindicalismo y el auge de otras ideologías como el marxismo. Igualmente, en el campo, ya sea vinculados a una suerte de bandolerismo o como incipientes guerrillas, también comienza una lucha de resistencia.
Injerencia de EEUU en Latinoamérica
Pero la historia de la violencia en Colombia no se limita a una lectura interna. A nivel internacional y regional tras la Segunda Guerra Mundial, EEUU utilizará el contexto de la Guerra Fría en su afán por dominar todo el continente americano bajo el pretexto de su lucha internacional contra el comunismo. La llamada Doctrina Truman.
La primera experiencia que reflejó con claridad esta política estadounidense sobre América Latina fue el golpe de Estado y derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954. Entre los "delitos" de Árbenz destacan la reforma agraria que benefició al campesinado local frente a los intereses de, otra vez, la United Fruit Company.
Cinco años después, el primero de enero de 1959, triunfa la Revolución Cubana, que sirve como un nuevo impulso y aliciente para el desarrollo de las luchas de resistencia en todo el continente. El 6 de agosto de 1960, Fidel Castro, acompañado por Jacobo Árbenz, anuncia varias nacionalizaciones en Cuba, incluyendo la de la United Fruit Company. Entre aplausos, el depuesto presidente de Guatemala abraza al mandatario cubano. Por decreto, Cuba se convirtió entonces en el primer país que dejó de ser una "república bananera".
Ampliando el mapa en estos mismos años se desarrollan las luchas de liberación colonial en África, se crean nuevos organismos como el Movimiento de Países No Alineados y se desarrollan teorías políticas que comienzan a cuestionar el modelo de desarrollo dependiente de los países periféricos a la dominación de un centro económico desarrollado e imperialista. Estas luchas, reciben, como en el caso de Cuba o de los procesos anticoloniales africanos, un apoyo directo del bloque socialista que compartía sus ideas de emancipación.
Es en este escenario, interno e internacional, donde nacen algunas de las actuales guerrillas colombianas, movidas por la necesidad de resistencia interna, con antecedentes en otras experiencias previas; y, también, por ese auge y contexto favorable de la lucha de los pueblos a nivel regional e internacional.
Tras la desintegración de la URSS se produce una debacle geopolítica que afecta de forma directa a las luchas de emancipación. Caen muchos líderes africanos y sus proyectos se deben adaptar a la nueva circunstancia de hegemonía total estadounidense.
Las guerrillas en Colombia resisten el embiste, pero se inicia una persecución más acuciante debido a los acuerdos que EEUU establece con el Estado Colombiano. Bajo otros pretextos, la lucha contra el narcotráfico o contra el paramilitarismo, se crea en el imaginario interno y también en su proyección internacional una nueva visión donde estos grupos, surgidos de un contexto de violencia y resistencia, se convierten en un enemigo interno conveniente para garantizar el dominio de la oligarquía local y los intereses extranjeros.
La construcción de este imaginario va más allá de la guerrilla: es una criminalización de la protesta y, finalmente, una condena para el pueblo. La idea persiste, así se trate de un guerrillero, un líder social o como se ha visto recientemente con la persecución que se está llevando a cabo contra el gobierno heterogéneo presidido por Gustavo Petro.
El ELN y el Gobierno colombiano alistan en Cuba los protocolos de cese al fuego.
La oligarquía colombiana considera enemiga toda forma de respuesta a su violencia.
Hace apenas dos semanas, en la tercera ronda de negociación entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Gobierno colombiano, se firmó el primer acuerdo sobre la participación de la sociedad en la construcción de la paz. Un documento trabajado previamente en el encuentro en México en marzo de este año, que recalca la apuesta compartida para la creación de un gran acuerdo nacional para la superación, no solo de un conflicto armado, sino de sus raíces políticas, sociales y económicas; y se presenta, en principio, como superador en relación con otros acuerdos de paz previos como el implementado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP) con el régimen de Juan Manuel Santos, que además de ser incumplido por el Estado, en origen era más limitante en relación con la profundización de un proyecto de cambio estructural que verdaderamente construya garantías para la paz.
Existe un contexto interno favorable para construir una mayoría social que apueste por un cambio en las estructuras de desigualdad que originan la violencia y el subdesarrollo en Colombia. Más aún, existe un contexto internacional que va desarrollando estructuras de emancipación de la dominación total de EEUU o las potencias europeas. Y, además, un contexto regional que vuelve a profundizar las relaciones de apoyo mutuo entre los países latinoamericanos.
El paso dado en La Habana tiene un significado especial debido a la responsabilidad adquirida por las partes en hacer partícipe al pueblo colombiano en un cambio sustancial en su destino, de devolverle una dignidad robada.
El cambio que se necesita requiere de una importante acumulación de fuerzas, pero también de claridad de ideas y de proyecto. No podemos olvidar que luchan contra un enemigo acostumbrado a ganar, hasta ahora, todas las batallas.
Actualidad RT