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Venezuela :: 28/01/2008

El 23 de enero vive

Luis Britto García
Se acuarteló una brigada antimotines en la entrada de la urbanización. La metralleta y la droga impusieron la paz cultural. El 27 de febrero las masas recuperaron la iniciativa y se estructuraron en movimientos sociales

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En 1945 cae sobre el mundo la Guerra Fría y sobre América Latina una ola de dictaduras. Un golpe de Estado impone en 1948 en Venezuela una autocracia que dura hasta 1958. La coartada del crimen se llama Doctrina del Bien Nacional: transformación del medio físico, y mejora de la población. Elites tecnocráticas y militares corregirían los supuestos defectos genéticos del pueblo venezolano cruzándolo con inmigrantes europeos, e instalándolo en un medio esterilizado mediante la política de concreto armado. Así se pretendió una modificación de lo social operada desde fuera del pueblo, que no tuviera lo social como sujeto, motor ni protagonista.

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Para entonces el campesinado venezolano huía de los latifundios y agobiaba las ciudades con rancherías y zonas marginales. El dictador Pérez Jiménez utilizaba la arquitectura como expresión simbólica de todo problema no resuelto. En lugar de solucionar el problema de la educación superior, para disimularlo encomendó al genial Carlos Raúl Villanueva la obra maestra de la Ciudad Universitaria. En vez de atacar el latifundio, derruyó con pala mecánica los ranchos y encomendó a Villanueva una utopía de concreto armado para ubicar a los desalojados.

Las maquinarias arrasaron parte de la parroquia La Pastora y en ella erigieron 38 superbloques de 15 pisos y 42 bloques pequeños con 9.176 apartamentos. El maestro Villanueva no omitió rasgos humanos: incluyó estructuras para 2 centros culturales, 5 escuelas primarias, 8 guarderías. Para conmemorar el fraude electoral que lo mantuvo en el poder, el dictador inauguró el conjunto urbanístico con el nombre de 2 de diciembre. El lujoso estuche aguardaba a los pobres que dejarían de serlo por el mismo hecho de habitarlo.

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El mediodía del 20 de enero de 1958 alguien tocó la corneta de un automóvil para llamar a huelga general. Segundos después toda Caracas, todas las ciudades del país resonaban con una trompetería como la que derribó los muros de Jericó. En segundos se derrumbó la fachada de consenso que la censura y los medios erigieron en torno a la dictadura. La política de concreto armado repartía el dinero del petróleo entre la oligarquía y no creaba suficiente empleo ni bienestar para las masas. Durante tres días los cuerpos represivos dispararon sobre el pueblo insurrecto. En la madrugada del 23 huía el dictador. Las masas que lo derrocaron ocuparon los superbloques que éste les había hecho construir. Para borrar la memoria del déspota, bautizaron la urbanización como 23 de enero.

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A la dictadura siguió una democracia política que cerró todo paso hacia la democracia económica y social. El Pacto de Punto Fijo estableció un programa único, limitó el debate a planchas y candidaturas y excluyó comunistas y socialistas. Se llamó “Espíritu del 23 de Enero” el permiso de votar para que el voto no cambiara nada. Las grandes masas que se cobijaron en el 23 de enero encontraron techo, pero no trabajo ni mejoras.

A mediados de 1959 fue masacrada una manifestación de desempleados en Santa Teresa. Arrancó la represión que casi extinguió la lucha armada a principios de los setenta. La policía política allanaba sistemáticamente cerros y barriadas. Se encarnizaba sobre la concentración de vivienda popular del 23 de enero, situada a pocas cuadras del palacio de Miraflores, en la entrada de Catia y cerca del combativo liceo Fermín Toro. Cualquier protesta suya paralizaba el centro de la ciudad. En revancha, la represión allanaba sistemáticamente los superbloques. Acosadas y desorganizadas, sus masas no integraron juntas de condominio. El deterioro ambiental se sumó al político y social.

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Derrotadas en la guerrilla rural, las ilegalizadas organizaciones de izquierda se concentraron en los barrios populares. Una Coordinadora sincronizaba las protestas de los liceos del Centro, el Fermín Toro, el Andrés Bello, el 25 de julio, repartía propaganda entre Monte Piedad y Central Madeirense, el Guarataro, Santa Rosa y barrios de nombres emblemáticos: Cristo Rey, Pro Patria, La Libertad, Camboya, Sierra Maestra.

Militantes de la Organización de Revolucionarios, del PRV de Douglas, y de la entonces radical Bandera Roja, valiéndose de sus parapetos legalizados Liga Socialista, Ruptura y Comité de Luchas Populares, tomaban los locales comerciales abandonados del 23 de enero y se legitimaban desarrollando actividades culturales: grupos musicales, deportivos, de teatro y de títeres, talleres de dibujo y pintura y tareas escolares asistidas. Multígrafos y enseres de propaganda se escondían en cajas y salas de máquinas de ascensores estropeados. En la combativa barriada se presentó a César Liendo, a Gloria Martí, a Daniel Viglieti.

Intelectuales comprometidos trabajaban con el pueblo, mientras sus colegas exquisitos se revolcaban en los charcos de vómito de la bohemia subsidiada. La respuesta fue la acometida represiva que asesinó a Jorge Rodríguez y encarceló al flaco Prada, desalojó a los grupos culturales de sus locales y se los entregó a los narcos. Se tomó el emblemático bloque 7, el Siete Machos, y se acuarteló una brigada antimotines en la entrada de la urbanización. La metralleta y la droga impusieron la paz cultural.

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El 27 de febrero las masas recuperaron la iniciativa y se estructuraron en movimientos sociales. Grupos como los Tupamaros, los Carapaica y gentes de Pro Patria expulsaron a cobradores de peaje y narcos. A partir de este saneamiento, los vecinos tomaron en sus manos la restauración física y estética de la zona. Los colectivos Alexis Vive, La Piedrita y otros la cubrieron de combativos murales.

Una pluralidad de movimientos articulados en la Coordinadora Simón Bolívar ocupó lo que fuera el cuartel antimotines para convertirlo en Centro Cultural. La Emisora Libre Al Son del 23 se convirtió en voz de todos. Los lugareños prestaron una activa colaboración a las Misiones. Se instaló un Infocentro. Un Club de Abuelas Manuela Sáenz agrupa y atiende a la tercera edad. Esta vivaz solidaridad entre colectivos prefigura lo que podrían ser, lo que deberán ser los Consejos Comunales. El 23 de Enero vive porque no es ya una fecha, ni una proeza arquitectónica, sino una comunidad.

viernes 25 de enero de 2008
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