Entre el modelo 'Walmart' y la medicina medieval
El neoliberalismo suele relacionar con frecuencia a la economía y la medicina, y los medios concentrados de información describen los procedimientos que tendrían que realizarse para estabilizar la hacienda pública. Una sería la cirugía mayor para ejecutar ajustes severos, otra como expusieron los principales medios de comunicación norteamericanos respecto de la inflación, los aumentos de la tasa de interés han surtido efecto y el pronóstico para el paciente es bueno: la fiebre ha remitido y puede que ya haya desaparecido.
El problema con la semejanza radica en su diferencia. En la medicina moderna un diagnóstico suele conducir a un tratamiento específico. Pero no es el caso de la economía, por el contrario, parecería que no hay una secuencia ordenada de tratamientos específicos que curen los males que aquejan económicamente a un país. Desde hace tiempo la economía se parecería más al enfoque medieval de la medicina, según el cual toda enfermedad derivaba de un desequilibrio de los cuatro «humores» corporales, a saber: flema, sangre, bilis negra y bilis amarilla.
Los médicos medievales extraían sangre, la auténtica sangría para estabilizar al paciente; los economistas recortan el déficit, sangría, para pagar la deuda. El paralelismo es exacto porque el pensamiento no ha cambiado. En el medioevo se creía que el equilibrio perfecto de estos humores garantizaba la salud y la armonía en el cuerpo, algo parecido sucede con la economía del equilibrio. Hoy en día, en la macroeconomía dominante, la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra se han visto substituidas por el dinero, el gasto público, el empleo y las expectativas. Mientras que los pocos monetaristas que quedan culpan a la impresión de dinero por un estado elefantiásico que genera inflación, los fiscalistas se centran en los déficits presupuestarios sin nombrar en el desbalance a los intereses de la deuda como principal componente.
Aunque parezca increíble, los teóricos como Lawrence (Larry) Summers, profesor de la Universidad de Harvard y ex Secretario del Tesoro estadounidense, relegan el monetarismo de Milton Friedman a casos «extremos» como Argentina. Pero a contramano del pensamiento dominante, en la Argentina, ante una inflación galopante los tipos de interés se reducen por cuestiones de negocios, en vez de aumentar para detener la inflación como marcaría la teoría. Como decía James K. Galbraith, hijo del renombrado economista, la economía está pasando de la era de las sangrías y los conjuros a otra inspirada por Louis Pasteur, pionero de la inmunología, y Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina.
Si la economía se convirtiera finalmente en una disciplina cuyos diagnósticos específicos condujeran a curas específicas, los nigromantes, esta banda de economistas neoliberales, una rama de la hechicería que adivina mediante el examen de las vísceras de los muertos y la invocación de espíritus, según sea el caso, para predecir el futuro tendrían que desaparecer.
Es innegable que esta rama de la hechicería económica parecería arribar, década tras década, a persistentes desaciertos para solucionar las desventuras económicas que, por lo general, fueron consecuencia de sus políticas, mismas que formaron desequilibrios actuales y ahora necesitan continuas sangrías para equilibrarlas. Uno podría atribuir esto a una mala lectura o un diagnóstico erróneo de la realidad para predecir el futuro, pero sus políticas contienen una concurrente casualidad para beneficiar de manera continua negocios e ingresos en pocas manos desde hace décadas.
Para logarlo, ya hace tiempo, se modificó la lógica del accionar de Estado tratando de construir una “nación sobre el modelo de Walmart” y “un pueblo sin atributos”, como describe Wendy Brown en su libro con el mismo nombre, donde examina las consecuencias políticas y sociales de la transformación de la ciudadanía en la era neoliberal. Brown explora cómo las fuerzas económicas y tecnológicas, impulsadas por la globalización, han remodelado el significado y la práctica de la ciudadanía. En este contexto, la ciudadanía se ha convertido en un sujeto despojado de atributos distintivos y desvinculado de las esferas políticas y sociales que históricamente le han dado forma.
Comencemos por la nación sobre el modelo de Walmart. En la actualidad la gestión de las cosas públicas se denomina gobernanza, por lo que muta del terreno político a un campo gerencial o administrativo. Como dice Albino Prada, el estado no solo debe funcionar como una empresa maximizando beneficios o minimizando costos. En las empresas vale la democracia del voto según el capital que uno detenta en ella. Se buscarán entonces todos los atajos posibles para que esto se traslade a la formación y control de los gobiernos. Se trata de conseguir que los resultados electorales o las políticas aprobadas se correspondan con los intereses de los que más riqueza nacional detenta, y si hay ejemplo de este relato, es la Argentina actual.
En este aspecto no es solo que los mercados y el dinero corrompan o degraden la democracia, sino que mutan los elementos constitutivos de la democracia. Así, en EE.UU. en el año 2010 leemos en la sentencia de la Corte Suprema sobre los Comité de Acción Política (super PACS): “permite que grandes corporaciones financien las elecciones, el icono definitivo de la soberanía popular en la democracia neoliberal”. Poniendo la guinda de la subordinación de la democracia al capital.
El vaciamiento neoliberal de la democracia liberal se complementa haciendo de la otrora discusión política una mera búsqueda de soluciones administrativas a objetivos previamente consensuados. Con lo que la llamada gobernanza es el fin de la historia política, el reino de la razón neoliberal sin alternativas. Por eso destacan a sus anchas las subcontrataciones de lo público o su privatización, el trabajo a tiempo parcial o no salarial, la traslación de medidas de mercado (productividad, costes, precios sombra, competencia entre unidades, etc.) cuantitativas a todos los servicios públicos.
Por si quedaba algún ingenuo que imaginó que esto iba de un retorno al entrañable capitalismo competitivo del laissez faire, con un estado mínimo, la realidad se ha encargado de revelarnos cómo los grandes grupos financieros y empresariales siguen parasitando como nunca nuestros estados. Y que, si ya no son tan de Bienestar Social, si resultan, como nunca, estados del establishment.
Tan importante es el estado para la razón neoliberal que nunca lo deja al alcance de una mayoría popular cualquiera, siempre debe ser pilotado por una élite que se considere competente. Para ello debe limitarse el poder del pueblo y protegerse al gobierno ejecutivo de eventuales interferencias caprichosas de una mayoría de la población. No es un estado de los ganadores por error, la educación, su metamorfosis como inversión en capital humano -en su neolengua- supone acelerar un círculo vicioso de desigualdad galopante y, por tanto, la erosión de las condiciones para una democracia real.
Como se visualiza en la relación entre el nivel de ingresos de cada familia y el acceso universitario de sus vástagos en los Estados Unidos. En ese país, mientras solo 25 de cada 100 jóvenes de familias menos ricas acceden a la enseñanza superior, llega nada menos que a 90 de cada 100 los que lo hacen entre las familias más ricas. Bingo: una real plutocracia disfrazada de meritocracia. Desembocamos así en sociedades de castas hereditarias en las que no queda apenas rastro de una real igualdad de oportunidades para ocupar los niveles más altos del empleo cualificado y de gestión en el actual hipercapitalismo digital, tanto en el sector privado como en el público.
Basándonos en la máxima libertaria de Milei “no hay plata” el estado es mínimo para unas cosas, pero inconmensurable vampirizado para otras, como bien claro queda en «Ley Ómnibus» del Presidente Milei, lo que, como ejemplo, el Centro de Economía Política (CEPA) en suanálisis denominó Ley Argentina en Venta. El estado neoliberal no será solo guardián o constructor del mercado y la competitividad, sino que acabará sometido en su propia acción porque la competencia solo puede organizarse mediante la injerencia del estado, ya que -aunque nunca se reconozca- la competencia mata a la competencia, el mercado mata al mercado.
Por otra parte, se está fabricando desde hace tiempo la otra cara de la moneda del estado, el sujeto neoliberal, por aquello de formar individuos adaptados a la lógica del mercado o, dicho de otra forma, lo que los autores llaman -en el último capítulo de su ensayo- la fábrica del sujeto neoliberal. Una de las preocupaciones centrales de Wendy Brown es la erosión de la esfera pública y la disminución de la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas. A medida que las lógicas del mercado y la competencia económica dominan cada vez más, la ciudadanía se ve relegada a un papel pasivo, incapaz de influir significativamente en la formulación de políticas públicas. Este fenómeno resulta en un ciudadano sin atributos, carente de la capacidad de actuar como agente político activo y de participar en la construcción de un orden político más justo y equitativo.
La autora aborda la manera en que las instituciones y los procesos democráticos se ven socavados por las fuerzas neoliberalizadoras. Las políticas de austeridad, la privatización y la desregulación contribuyen a la desaparición de los espacios públicos y a la reducción de la esfera política a un ámbito donde las decisiones son tomadas por elites económicas y tecnocráticas, dejando a la ciudadanía sin la capacidad de intervenir de manera significativa. El estado ya no es mínimo sino, como dijimos, centralmente importante. En resumen, «Un pueblo sin atributos» muestra la transformación de la ciudadanía en la era neoliberal, destacando cómo se ha convertido en un sujeto sin cualidades distintivas, privado de la capacidad de influir en los asuntos políticos y sociales que afectan su vida.
Para poder logar este desinterés el sujeto contemporáneo se ve orientado predominantemente hacia el consumo y la maximización del interés individual bajo las influencias de la ideología neoliberal. La neoliberalización ha permeado no solo la esfera económica, sino también la formación de la subjetividad y la identidad del ciudadano. Aquí hay algunas dimensiones clave que Brown explora:
1. Ciudadanía como consumidor: en la era neoliberal, la ciudadanía se concibe cada vez más en términos de consumidor. La identidad del ciudadano se moldea en gran medida a través de su capacidad para participar en el mercado, comprar bienes y servicios, y contribuir al crecimiento económico. Esta perspectiva desplaza la ciudadanía desde su rol político hacia uno centrado en el acto de consumir, dando lugar a un sujeto cuyo valor social se mide en términos de su capacidad de consumo.
2. Individualismo y competencia: la ideología neoliberal fomenta el individualismo y la competencia como valores fundamentales. En lugar de enfatizar la solidaridad y la participación colectiva, se promueve la idea de que el éxito personal y la maximización del interés propio son las metas primordiales. Este enfoque individualista debilita los lazos comunitarios y reduce la ciudadanía a una serie de actores independientes, cada uno persiguiendo sus propios objetivos sin una consideración adecuada por el bien común.
3. Capitalismo como forma de vida: la economía de mercado se convierte no solo en una estructura económica sino en una forma de vida que permea todos los aspectos de la existencia. La ciudadanía se ve incentivada a adoptar una mentalidad empresarial, donde la vida misma se concibe como una búsqueda constante de maximización de ganancias, ya sea en términos de capital financiero, cultural o social.
4. Racionalidad económica en la toma de decisiones: la lógica neoliberal también influye en cómo las personas toman decisiones en sus vidas diarias. Las decisiones políticas, sociales y personales se evalúan cada vez más desde una perspectiva económica, donde el costo y el beneficio son los criterios principales. Esto se traduce en una ciudadanía que, en lugar de participar activamente en la construcción de la sociedad, tiende a evaluar todas las opciones en términos de su utilidad económica.
5. Despolitización de la ciudadanía: la orientación hacia el consumo y la maximización del interés individual contribuye a la despolitización de la ciudadanía. Los ciudadanos se vuelven apáticos hacia la participación política activa, ya que la política se percibe como una interferencia en la búsqueda individual de bienestar. Este proceso debilita la capacidad de la ciudadanía para desafiar las inequidades sistémicas y participar en la construcción de un orden político más justo.
Para quienes creen que esta partición, desmembramiento y adquisición de los negocios estatales, así como la sustitución del bienestar social por beneficios privados es nueva les sugiero revisar el cuadro del artículo de Albino Prada Sobre la gran abducción neoliberal de mayo del 2016, y se darán cuenta de lo que hemos perdido, por un lado y, por el otro, resalta el excelente trabajo de orfebre neoliberal que los medios y el establishment han logrado para crear que la razón de hierro sea aceptada por el sujeto neoliberal. Bienvenidos al mundo Milei.
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