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Asia :: 01/06/2006

Estado de sitio en Kabul, capital de un Afganistán cada vez más rebelde

Resumen Latinoamericano
El Kabul «liberado» hace ya cinco años está ocupado por los tanques y bajo toque de queda. Las tropas colaboracionistas tratan así de reprimir la ira de los afganos, que tienen en su punto de mira a los extranjeros, incluida la cohorte de ONG presentes en la capital. La ofensiva de la guerrilla se hace cada vez más visible lejos de sus feudos, en el sur y este del país. La historia del indómito Afganistán se repite. No quieren ser ocupados

A punto de cumplirse cinco años de la agresión militar estadounidense que provocó el derrocamiento del Gobierno talibán, los vecinos de la capital afgana sufrían un estado de sitio total, con los tanques en las calles y un toque de queda que el régimen de Kabul decidió extender varios días.

Las milicias colaboracionistas estaban apostadas en las principales calles e intersecciones de Kabul, después de que la mayoría de sus puestos de control fueran destruidos la víspera por una multitud enfurecida.

La ira popular estalló después de que un convoy estadounidense embestiera contra una docena de vehículos y matara a cinco de sus ocupantes. La represión a tiros de las protestas dejó un saldo de otros once civiles muertos y un largo centenar de heridos, la mayoría de ellos de bala.

El Pentágono insistía ayer en asegurar que el origen del suceso estuvo en un fallo de los frenos del camión. Justificación que seguía lejos de convencer a los indignados afganos, mientras la milicia afgana proseguía con sus redadas (una docena de detenidos ayer) e imponía la «paz» en una ciudad fantasma, con los comercios y las escuelas cerradas.

No es la primera vez que los afganos se manifiestan públicamente en las calles de la capital contra la presencia ocupante y sus títeres. Gritos como «Abajo América» y «Muerte a Karzai», el líder del régimen títere de Kabul, se repitieron esporádicamente ícomo con las crisis de la profanación del Corán y de las caricaturas de Mahomaí.

Pero destaca, en las protestas de estos días, que los extranjeros, y especialmente las ONG, se han convertido en los destinatarios de la ira popular.

Temor entre los extranjeros

Representantes de empresas estadounidenses han recogido su dinero en previsión de una eventual estampida. Las embajadas han aconsejado a sus funcionarios mantener un «perfil bajo». Medio centenar de personas se refugiaron el lunes en la embajada francesa y fueron trasladados a una base del Ejército galo en las afueras.

Las sedes de las ONGs Care International, Oxfam y Acted fueron saqueadas e incenciadas. Un empleado de esta última ONG francesa resultó herido por la multitud al ser identificado en su coche. «Atacaban a todo lo que estuviera escrito en inglés», narra el director de Acted, Frederic Roussel. Ayer mismo, tres empleados y el chófer de la ONG alemana Action Aid murieron en una emboscada en la provincia de Jawzjan, en el norte de Afganistán. Esta provincia, de mayoría uzbeka aunque con minorías pastún y tayika, está situada en una zona hasta ahora considerada «segura» por las tropas ocupantes, lejos del sur y del este del país, bastiones de la resistencia talibán e islamista, e incluso del oeste (Herat) escenario habitual de escaramuzas y atentados.

Que la situación afgana se le complica a la «comunidad internacional» por momentos es ya un hecho incuestionable. La creciente ubicación de las ONG en el punto de mira de la ira de los ocupados viene a dar la razón a los que, desde hace años, vienen denunciando la interesada confusión, alimentada por los ejércitos occidentales, de la ocupación militar y la intervención humanitaria.

Y obliga a mirarse en el espejo a esa miríada de ONG que, como los monjes en la época de la conquista de América, siguen a las tropas sustituyendo la cruz por el nuevo icono de la «ayuda a los necesitados», aunque estén ocupados.

Visión paternalista

En este sentido, los responsables de buena parte de estas ONG insisten en su visión paternalista y justifican las protestas por la grave penuria económica de los afganos. Roussel (Acted) compara este estallido con las protestas de las barriadas francesas. Paul Barker (Care International) las relaciona con la falta de progresos desde el derrocamiento de los talibán. «Pero las esperanzas eran tan grandes que era imposible satisfacerlas», apela a la resignación.

Sin obviar el factor económico, Waheed Wujda, analista político afgano, apunta al desprecio de los estadounidenses a la vida y a la cultura de los afganos. Nader Nadery, portavoz de la Comisión de Derechos Humanos, coincide en que «la ignorancia y la agresividad de los estadounidenses no hace sino atizar el fuego».

Un fuego que arde desde hace años y se extiende hacia el norte íayer había combates en Gazni, en el centroí. Una llama, la de la lucha contra la ocupación extranjera, que late en el corazón de cada afgano desde los albores de la historia de este hoy atribulado país.

 

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