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Argentina :: 16/06/2023

Ezeiza, algunos recuerdos y apuntes

Guillermo Cieza
La masacre de Ezeiza a 50 años. Una memoria que incomoda.

La llegada de Juan Domingo Perón a la Argentina, en junio de 1973, había alborotado al Barrio Obrero de Berisso. En las asambleas barriales, en las paradas de los micros, en los comercios, en las juntadas de jóvenes y en las reuniones familiares no se hablaba de otra cosa. “Había que ir a recibirlo al General”.

Para viajar a Ezeiza había convocatorias para todos los gustos. En la manzana 9 del Barrio Obrero, el Comando de la Juventud Peronista, vinculado al Partido Justicialista, iba a sacar ómnibus. El Comando dirigido por un tal Alonso de trayectoria combativa pero que en los últimos tiempos se había pasado a la burocracia política tenía alguna convocatoria en las manzanas de adelante del Barrio Obrero, donde vivían trabajadores y comerciantes de mayor poder adquisitivo y vinculación con la nueva administración municipal peronista.

En la manzana 12 estaba el local de la Juventud Peronista [JP, combativa] que, con una gran inserción en los jóvenes del barrio, eran fuertes en la agitación política. En la manzana 16, al fondo del barrio estaba la Agrupación Evita del Peronismo de Base, sustentada en un núcleo político de las FAP, donde participaban mayoritariamente trabajadores/as del frigorífico SWIFT, y algunos de Astilleros y la Curtiembre. Intentaré relatar lo ocurrido en Ezeiza desde la experiencia de esta última agrupación.

Al fondo del fondo del Barrio Obrero estaba el Barrio Martín Fierro, construido en tiempos de la dictadura que inició Juan Carlos Onganía y donde vivían casi exclusivamente familias trabajadoras del Frigorífico. En ese barrio vivía un personaje de la burocracia de apellido Zapata, que era delegado de Playa de novillos, y en la casa de al lado, el cordobés Oscar Montiel, subdelegado de Despostada, uno de los activistas sindicales más lúcidos y combativos del frigorífico. Pero el líder natural del barrio era “Tipo” Medina, un chaqueño grandote que trabajaba en la sección Cueros.

Enrique Ardeti, uno de los dirigentes más importantes de las FAP y que encabezaba el grupo promotor en el Barrio Obrero, fue quien detectó la influencia que tenía “Don Tipo” en esa zona del barrio. Al principio costaba que se sumaran muchas personas a la Asamblea, pero cuando empezó a participar Medina, las reuniones se hicieron más numerosas. A la hora de la reunión algunos vecinos se paraban en la puerta de su casa y cuando lo veían acercarse a “Don Tipo” se empezaban a arrimar. Extraño liderazgo, porque el chaqueño, buen trabajador y que tenía una familia ejemplar, era un hombre de pocas palabras.

Las primeras asambleas se hacían donde terminaba la calle Mitre, pero cuando conseguimos hacer entrar el micro hasta el fondo del Barrio Obrero, las empezamos a hacer en un baldío, donde después instalamos la casilla. La extensión del recorrido de la línea 202 hasta la manzana 16 la conseguimos después de que ocupamos un micro y nos fuimos todos para la terminal de la 202, para discutir con el dueño que se llamaba Galán.

No puedo dejar de recordar que festejamos ese triunfo con un asado a la canasta [donde todos ponen algo de dinero], y se planteó la discusión sobre si lo invitábamos o no a Galán. Había dos posiciones: unos decían que había que invitarlo porque, aunque había accedido presionado por nosotros, había que ser agradecidos con quien había aportado a una mejora para el barrio. Además, esa relación nos habilitaba para pedirle micros gratis para alguna movilización. Otros decían que no había que invitarlo porque era un patrón.

Lo cierto es que, al final, Galán terminó comiendo el asado con nosotros, pero cuando fuimos a pedirle algunos micros para ir a Ezeiza nos dijo que ya los tenía todos comprometidos con el Partido Justicialista y el Municipio. Aún sin tener decidido cómo viajaríamos hicimos una primera lista y los que se anotaron pasaron los cincuenta. En la segunda lista eran más de cien. Decidimos que necesitábamos por lo menos dos ómnibus grandes y si estábamos pasados de número, nos apretábamos. Y de última, los que venían a anotarse a último momento que se sumaran a los otros ómnibus que estaban saliendo del barrio. Cuando averiguamos el precio de los dos transportes que precisábamos, advertimos que el fondo del barrio apenas alcanzaba para un ómnibus.

Pero al final la plata apareció. Se comentó en la asamblea que la habían puesto sindicatos amigos como el de Gráficos y Farmacia. Algunos compas lo conocían a Ongaro [dirigente de Gráficos] de un viaje que hicimos a Córdoba por un Plenario Nacional del Peronismo de Base. A Jorge Di Pascuale [Farmacia], lo conocían todos porque había estado en un acto que hicimos en los primeros tiempos de la agrupación. El dinero faltante lo puso las FAP.

El ánimo en las asambleas previas para organizar el viaje a Ezeiza era celebratorio. Se conversaba mucho que dentro del peronismo no todos teníamos los mismos intereses. A los que trabajaban en el Swift les alcanzaba con ver lo que ocurría en el sindicato, liderado por Héctor Guana. Este hombre de origen radical se había puesto la camiseta peronista y con otros burócratas mantenían años de complicidad con la patronal. Al intendente peronista, un escribano de apellido Matkovic, nadie lo conocía en el barrio cuando fue electo y se empezó a tener trato con él cuando fuimos a llevarle reclamos que atendía a desgano.

Nos iba mucho mejor con funcionarios de Provincia como el ingeniero Eduardo Casado, de Obras Públicas, que era un hombre vinculado a Montoneros. A partir del Consejo Vecinal, promovido por la JP, pero que estaba integrado por todas las agrupaciones y unidades básicas del peronismo revolucionario, se estaba en tratativas con ese funcionario para traer el agua potable a los barrios de Berisso que no contaban con ese servicio. Nosotros nos Íbamos a ocupar del fondo del Barrio Obrero, El Martin Fierro y Villa Roca.

Todos estos logros fortalecían la confianza de los compañeros de la agrupación Evita en que los peronistas de abajo estábamos muy fuertes, y por eso se seguía confiando en que Perón, que venía haciendo equilibrio entre los dos bandos, no iba a sacrificar su liderazgo popular y nos terminaría apoyando. En las FAP no éramos tan optimistas, sobre todo por la opinión de los compañeros más veteranos en las luchas de los trabajadores peronistas que le conocían algunas agachadas al líder. No se referían a él como el General, sino como “El Viejo”. Y a veces, en algunas reuniones, se les escapaba “El Viejo de mierda”.

Desde la convicción que concurriríamos a un acto celebratorio, se organizó el viaje a Ezeiza. Ya resuelto lo de los transportes, se destinó una parte importante de la reunión para definir qué íbamos a almorzar. Después de un debate sobre si comeríamos sándwiches de milanesa o empanadas, se decidió llevar lo que a cada familia le resultara más cómodo, en porciones que siempre sobraban.

Se conversó también sobre si iban a ir vecinos muy mayores y niños, y se alertó que la caminata podía ser larga y el viaje agotador, pero que quedaba a consideración de cada familia. Finalmente ocupó un punto del temario la propuesta de María la correntina, que quiso sumar a su marido, de apellido Muñoz, a la lista de viajeros. Ella, que paraba la olla limpiando casas y además cocinaba, lavaba y criaba a sus hijos, era una mujer respetada. Pero su marido era un entrerriano vago que se pasaba el día fumando o chupando en la puerta de la casa, sin hacer nada y con aires de compadrito. Fue tanta la insistencia de María, que al final dejamos viajar a su marido.

También se conversó lo de la seguridad. Como era habitual por aquellos años, se resolvió que llevaríamos un par de compañeros armados, por si se producía algún incidente. La fundamentación de su presencia era que pudieran mostrar las armas y poner en caja a algún gorila loquito que se infiltrara para hacer lío.

El día del viaje, como era de esperar, aparecieron algunos colados, todos conocidos, pero nos apretamos y emprendimos el camino a Ezeiza.

Cuando nos encontramos una barrera que indicaba hasta donde llegaban los micros y empezaba la caminata, era alrededor de las nueve de la mañana. Nos incorporamos a las columnas del Peronismo de Base y las FAP, que eran parte de la gran columna de la Tendencia Revolucionaria, donde los contingentes más numerosos correspondían a la Juventud Peronista y Montoneros. Ser parte de esa columna renovaba nuestro entusiasmo, éramos cientos de miles. No le iba a quedar duda al general Perón que el pueblo organizado, que marchaba con las banderas de la Patria Socialista, era la fuerza principal donde debía apoyar su gobierno. La cabecera de la columna Sur de la JP y Montoneros, estaba detenida esperando a más compañeros. Nos dejaron pasar adelante y hubo aplausos y reconocimiento porque a pesar de diferencias tácticas compartíamos objetivos políticos estratégicos.

Quienes llevábamos las banderas de la Patria Socialista éramos muchos y, sin lugar a dudas, estábamos en clara mayoría en un acto donde se decía desde el palco que estaban participando cuatro millones de personas. Historiadores posteriores han reducido esa cifra a dos millones.

Cuando llegamos al lugar donde se realizaría el acto nos encontramos con que las inmediaciones del palco ya estaban ocupadas por carteles que identificaban a los principales gremios y juventudes alineados con la burocracia sindical peronista. Semanas después nos enteraríamos que, además de columnas sindicales, allí había miles de hombres armados que respondían al Comando de Organización, la Juventud Sindical Peronista, la UOM y la Concentración Nacional Universitaria (CNU), que recibían órdenes de Norma Kennedy, del coronel (RE) Jorge Osinde, de los sindicalistas burócratas José Rucci y Lorenzo Miguel, quienes eran parte de la Comisión Organizadora del Acto.

Los integrantes de nuestra agrupación, al igual que otras columnas de la tendencia revolucionaria que fueron ingresando, nos ubicamos distantes del palco, detrás de donde estaban concentrados los sindicatos. Recuerdo que si mirábamos hacia el palco lo primero que nos dificultaba la visión eran las banderas verdes de SMATA. La situación era calma pero tensa. Se comentaba que en la madrugada habían habido algunos incidentes y que los organizadores del acto habían colocado a francotiradores en los árboles que estaban a nuestras espaldas.

Se acercaba el mediodía y pintó el hambre, por lo que empezamos a sacar las empanadas y los sándwiches de milanesa. En ese momento la cabecera de la columna Sur de la JP y Montoneros intentó romper el cerco y acercarse al palco. Trataron de ingresar como se hacían estas cosas por esos tiempos, a empujones y cadenazos. Los recibieron a tiros. La trampa montada por los militares que respondían a Osinde, el Comando de Organización y la burocracia sindical, había encontrado el momento oportuno para desplegarse. Aparecieron los francotiradores desde el palco y desde los árboles. De ambulancias que supuestamente venían a recoger heridos bajaron hombres armados. Fue una auténtica masacre.

Nosotros habíamos quedado entre dos fuegos, nos disparaban desde el palco y desde los árboles. Todos cuerpo a tierra, puteando y rezando para que no nos tocara ninguna bala. A un compa que estaba a un par de metros, lo alcanzó un proyectil. Hoy con vergüenza recuerdo que me alegré porque no era de nuestro grupo. Como es de suponer, el compadrito Muñoz daba la nota, llorando como un chico. Y en un momento la vi a María incorporarse y encarar con una bandera argentina a los que disparaban desde el palco, gritando: “la vida por Perón”. Por suerte algunos compañeros tuvieron reflejos y la tiraron al suelo.

Quienes estuvimos en Ezeiza no podremos olvidar nunca lo que vivimos ese día de la masacre. La mayoría de las personas concurrentes no entendían qué había sucedido. Cómo y por qué se había destruido esa fiesta popular que celebraba una esperada victoria, como era el regreso de Perón. Me he quedado con una imagen que todavía me golpea. Muy cerca nuestro, un hombre joven sacó un arma, no sé a qué bando pertenecía ni cuáles eran sus intenciones. Creo que quienes lo atacaron tampoco sabían. Un grupo de personas desesperadas y enfurecidas lo redujeron y lo lincharon a la vista de todos. Creo que fue en ese momento que, desde el palco, Leonardo Favio anunciaba, muy apesadumbrado, que por los incidentes producidos el avión que traía a Perón se había desviado a la base de Morón.

Según el investigador Horacio Verbitsky, en la masacre de Ezeiza hubo 13 muertos y un número indeterminado de heridos. Otros autores extienden el número de asesinados a 300.

Regresamos a Berisso con una enorme tristeza. Al subir al micro chequeamos la lista de los que habían viajado y estaban casi todos. La señora de Cañete, que era mayor y había concurrido con su nieto se había descompuesto, pero compañeras se habían quedado a acompañarla. En el barrio nos estaban esperando los familiares que no habían viajado y que habían visto lo ocurrido por la televisión. Había caras de desesperación y de reproche a la burocracia: ¡No van más!

Las asambleas de los días siguientes fueron menos numerosas. Don Tipo, que había ido a Ezeiza con dos hijas adolescentes, siguió concurriendo pero sin otros miembros de su familia: “está peligroso, después yo les cuento”. Eso fue lo único que dijo.

La desmovilización territorial y la purga en el gobierno

La masacre de Ezeiza significó un golpe mortal para la movilización popular que se organizaba desde los barrios y desde las universidades. Después de esa experiencia, el miedo y la confusión menguaron las movidas callejeras. Perón advirtió sobre la presencia de los “infiltrados” y la tendencia revolucionaria fue acusada por la derecha peronista y los grandes medios de prensa de haber provocado los incidentes como parte de un plan para asesinar al líder.

La alianza entre la burocracia sindical y los grupos lopezreguistas, que se hizo más fuerte en el gobierno, había conseguido su objetivo. El 13 de Julio renunció el presidente Cámpora, acusado de haber sido demasiado blando con la izquierda peronista, y entre otras medidas progresistas, por haber liberado a todos los presos políticos. Uno a uno, todos los funcionarios que habían tejido lazos con la tendencia revolucionaria fueron expulsados del gobierno.

Entre ellos los gobernadores Oscar Bidegain de Provincia de Buenos aires, Ricardo Obregón Cano de Córdoba, Antenor Gauna de Formosa, Alberto Martínez Baca de Mendoza, Jorge Cepernic de Santa Cruz y Miguel Ragone de Salta. Sólo se salvó Carlos Menem que haciendo una voltereta política reemplazó el apoyo de los Montoneros por un acercamiento al lopezreguismo. Algunos funcionarios, militantes de la Tendencia como Julio Troxler y Rodolfo Ortega Peña, fueron asesinados por las Tres A. Forman parte de la lista de 3000 militantes populares asesinados por esa organización paramilitar neofascista, creada por López Rega, con el aval de Perón y posteriormente de María Estela Martínez.

Algunos debates del peronismo revolucionario previos a Ezeiza

En diciembre de 1972, en una de las últimas crisis de la FAP, discutíamos con Cachito Sur (Ángel Taborda), que respondía a la conducción de Amanda Peralta, sobre tres puntos básicos. Esa conducción, que Amanda compartía con Envar El Kadri, sostenía que:

– Perón era nuestro líder estratégico y su conducción política favorecería la causa del socialismo.

– El peronismo es un movimiento de liberación y más allá de la participación ocasional de traidores y vendidos al imperialismo, su misión histórica era recuperar la independencia del país para avanzar hacia el socialismo.

– Las contradicciones con la burocracia sindical eran, como decía Mao “contradicciones en el seno del pueblo”. Según su opinión los sectores del peronismo combativo y revolucionario teníamos diferencias, pero podíamos ser aliados tácticos por un período que permitiera consolidar la dirección revolucionaria del movimiento.

Quienes al principio quedamos en minoría en la Regional Buenos Aires y La Plata, pero después constituimos la FAP y el Peronismo de Base como una fuerza nacional, tuvimos otras posturas:

Respetábamos a Perón como líder popular, pero advertíamos que tenía un proyecto burgués. Considerábamos que la conducción hacia el socialismo era la tarea de una organización de la clase obrera, que no nos proponíamos reemplazar, pero a la que sí intentábamos aportar.

En relación al movimiento, pensábamos que desde su inicio, en el peronismo habían convivido clases y proyectos diferentes y que, con el correr de los años, el peronismo burgués y burocrático ni siquiera era consecuentemente antimperialista.

Del peronismo rescatábamos la lucha de los trabajadores desde esa identidad política y allí poníamos todas nuestras esperanzas y nuestros esfuerzos. Nosotros pensábamos que la burocracia era enemiga de la clase obrera. Nuestro principal dirigente, Raimundo Villaflor, había estado en el tiroteo de La Real en Avellaneda, donde la patota de Vandor asesinó a Blajaquis y Zalazar [hecho que Rodolfo Waslsh relatara en el libro '¿Quién mató a Rosendo?'].

Las discusiones de las FAP tenían muchos puntos de contactos con otros debates que se desarrollaron por aquellos años en la Tendencia Revolucionaria del peronismo. La mayoría de sus propuestas más avanzadas no eran originales de esa organización, sostenían conclusiones a las que había ido arribando el peronismo revolucionario desde principios de los '60, con aportes sustanciales de John William Cooke, Alicia Eguren, Gustavo Rearte y posteriormente de Carlos Olmedo.

La masacre de Ezeiza, que fue avalada por Perón, puso blanco sobre negro en algunas discusiones. El gran éxito político de Montoneros de promover el “Luche y Vuelve”, que le permitió ponerse a la cabeza de la movilización popular en los primeros años de la década del '70, regresaba como un boomerang. El líder en su regreso había decidido respaldar a la burocracia, a los sectores patronales del peronismo, y a las formaciones políticas de la derecha del movimiento.

Después vinieron las Tres A, y la lucha de los trabajadores de los territorios y de los estudiantes de las universidades fueron reemplazadas por las luchas que se organizaron desde las fábricas. Pero esa es otra historia.

Sobre los líderes

Hoy advierto que desde el peronismo hay pocas ganas de hablar sobre lo que ocurrió en Ezeiza. Archivados los sueños del socialismo, se adhiere a la pretensión de remendar el capitalismo. Aquel día en Ezeiza estuvieron presente dos proyectos políticos que habían definido sus banderas: la patria peronista y la patria socialista. Y resulta difícil respaldar al Perón que regresó en los '70 y no asociarlo a los que disparaban desde el palco.

Como ocurrió por aquellos años, los sueños y los deseos populares suelen encarnarse en liderazgos, apostando a la posibilidad de que esos líderes tengan la capacidad y la voluntad de conducir la concreción de esos sueños.

Los bolivianos tuvieron un Evo Morales, los venezolanos un Hugo Chávez, los cubanos un Fidel. Y hay que decirlo: los argentinos hace bastantes años que no tenemos suerte con los líderes.

Un recuerdo final

Un recuerdo final para los compañeros y compañeras con que fuimos a Ezeiza desde el Barrio Obrero y que hoy sólo nos acompañan desde nuestra memoria: Enrique Ardeti (desaparecido), Aurelia Comand, “Tipo” Medina, Juan Campos, Isabel Zarza, Eve Safar, Ernesto y Marta García, José Comand, la señora de Cañete (no recuerdo su nombre), Gerardo Orellano (Chichin), Cacho Gómez, Camilo Fernández (el delegado de la curtiembre), Sabino Peralta, el misionero Miguel. Seguro hay otros y otras que ya no están entre nosotros. Perdonen que los olvidé.

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