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Cuba :: 26/08/2021

Fidel entre nosotros

Abel Prieto
Un asistente no invitado nos acompañaba en aquellos encuentros de intelectuales con el Co­mandante: la imagen del colapso del "socialismo real"

Lisandro Otero, al evocar Palabras a los Intelectuales (https://lahaine.org/aB3g), define 1961 como un año «dramático, fructífero, conmovedor».1 Por supuesto, podrían aña­dirse otros adjetivos. Fue, obviamente, uno de esos años decisivos que marcaron para siempre la Historia de Cuba con mayúscula y la historia personal de los hombres y mujeres sumados al torbellino revolucionario.

Eisenhower rompió el 3 de enero las relaciones diplomáticas con la Isla. Dos días después, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, Raúl Roa denunció «la política de hostigamiento, represalia, agresión, sub­versión, aislamiento e inminente ataque de EE.UU. contra el gobierno y el pueblo cubanos».2

La agresividad yanqui siguió creciendo hasta llegar a su clímax: la invasión por Playa Girón. Sus patrocinadores aspiraban a controlar una porción del territorio, bautizarla como «Cuba libre», designar un presi­dente provisional que pidiera a la OEA reconocimiento y apoyo militar e intervenir, por último, directamente, con toda la fuerza del Imperio. El plan, gestado bajo los auspicios de Eisenhower e instrumentado por Kennedy, se frustró en unas pocas horas. Allí sufrió el imperialismo su primera gran derrota en América.

El 16 de abril, en vísperas del ataque anunciado por Roa, Fidel había proclamado el carácter socialista de la Revolución. Algo que, teniendo en cuenta la influencia en Cuba del macartismo y del anticomunismo 'made in USA', parecería «un imposible histórico», según explican Elier Ramírez y Luis Morlote en su excelente introducción a Lo primero que hay que salvar. Es evidente que el joven proceso revolucionario había dado increíbles pasos de avance en la conquista de «una real hegemonía cultural desde una perspectiva emancipadora».

Fernando Martínez Heredia sintetizó de modo inmejorable todo el significado de aquel acto del 16 de abril de 1961 en términos de la nueva hegemonía:

La declaración de que la revolución era socialista y democrática, de los humildes, por los humildes y para los humildes, se la hizo Fidel en la calle a una multitud armada. Todos cantaron a continuación el Himno Nacional y se dio la orden a todos de regresar a sus unidades militares. La primera orden del socialismo cubano fue «marchemos a nuestros respectivos batallones».3

Fernando contribuyó también a hacer una caracterización más completa de aquel año tan intenso:

Fue en el verano de 1961 cuando salían legalmente por el aeropuerto hacia EE.UU. casi sesenta mil personas en tres meses. Es decir, un sector que podía viajar en avión se marchó, horrorizado por la victoria de los revolucionarios en Girón. El 1º de Mayo desfilaron los milicianos del amanecer hasta la noche. Una semana después, fue nacionalizada la educación en el país.4

No puede olvidarse que a todo lo largo de 1961 bandas organizadas y financiadas por la CIA cometieron innumerables ataques terroristas contra la población civil y torturaron y asesinaron a decenas de milicia­nos, campesinos, maestros voluntarios y alfabetizadores. El gobierno de los Estados Unidos arreció en ese año su ofensiva para aislar a Cuba y asfixiarla económicamente.

Teniendo en cuenta tantas presiones y desafíos, tanta violencia, resulta aún más admirable que la dirección revolucionaria haya convertido a 1961 en un año clave para la educación y la cultura. Se llevó a cabo con éxito, contra viento y marea, la epopeya de la Alfabetización; se creó la Escuela Nacional de Instructores de Arte; el líder de la Revolución se reunió durante tres largas jornadas con representantes de la intelectualidad en la Biblio­teca Nacional y pronunció su memorable discurso fundador; se celebró el Primer Congreso Nacional de Artistas y Escritores; y nació la UNEAC.

Palabras a los Intelectuales nos legó una política cultural sin prece­dentes, ajena a todo sectarismo, aglutinadora, unitaria, antidogmática, que no solo liquidaba las pretensiones de imponer en Cuba el tristemente célebre «realismo socialista»; sino que iba mucho más allá. Su amplísi­ma convocatoria a participar activamente en la transformación cultural del país se dirigía a todos los intelectuales y artistas revolucionarios y a aquellos que, sin ser revolucionarios, fueran honestos y comprendieran el sentido de la justicia de la Revolución. El «dentro de la Revolución» trazado incluye a todas las generaciones, a todas las tendencias, a todos los grupos. La «honradez», la «honestidad», los requerimientos éticos, adquieren mucho peso en medio de los matices que establece:

…la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se con­vierta en revolucionario; la Revolución debe tratar de ganar para sus ideas a la mayor parte del pueblo, a contar no solo con los revolucio­narios, sino con todos los ciudadanos honestos, que, aunque no sean revolucionarios –es decir, que no tengan una actitud revolucionaria ante la vida–, estén con ella. La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, incorregiblemente contrarrevolucionarios.

En Palabras a los Intelectuales Fidel insiste en una cuestión que, treinta años más tarde, va a colocarse a menudo en el centro de sus debates en la UNEAC. Al señalar que la Revolución va a ocuparse del desarrollo de las condiciones que permitan al pueblo satisfacer todas sus necesidades materiales y, además, las culturales, está ya anticipando un concepto primordial que compartiría más tarde, muchas veces, con la vanguardia intelectual y artística: la idea de que debemos ver la cultura como un componente básico de la calidad de vida.

Graziella Pogolotti rememora los tiempos en que «Fidel se convirtió en un participante habitual de las reuniones de la UNEAC»:

Era la década en la cual los nubarrones anunciaban el inminente des­plome de la Europa socialista. En 1986, Fidel planteaba la necesaria rectificación de errores y tendencias negativas. A modo de confesión personal insólita en su oratoria, afirmaba haber soñado con el Che.

Estábamos en la antesala de los duros años noventa. […] En todos los planos de la vida, se impuso la penuria. En tan difíciles circunstancias, Fidel preservó lo esencial de la estrategia revolucionaria. Apostó en favor de la educación, la ciencia y la cultura. Invirtió en la restaura­ción del Museo de Bellas Artes. Pero, sobre todo, inició un diálogo franco y sistemático con los escritores y los artistas.5

Como subrayó Díaz-Canel en su intervención en el acto por los sesenta años de Palabras a los Intelectuales:

Los diálogos sucesivos entre Fidel y una buena parte del gobierno con la intelectualidad artística del país no se interrumpieron ni en los momentos más inciertos tras el derrumbe del socialismo en Europa del Este y la Unión Soviética. Más bien se afianzaron, dejando para el resumen de los acontecimientos otra frase que se hizo principio: «La cultura es lo primero que hay que salvar».6

En sus palabras en el IV Congreso, el 28 de enero de 1988, el líder de la Revolución concuerda con algo dicho por Carlos Rafael Rodríguez en ese mismo acto («tenemos un pueblo instruido, pero todavía no tenemos un pueblo culto») y se refiere a «lagunas» que se advierten en la formación de las nuevas generaciones:

Tenemos 260 000 o 270 000 maestros y profesores, los maestros primarios están estudiando en la universidad; sin embargo, cuando analizamos los enormes recursos materiales y humanos, y toda la fuerza que tenemos para educar o para instruir –como diría Carlos Rafael–, pero también para hacer más cultos a nuestra juventud, a nuestros niños, a nuestros pioneros, a nuestro pueblo, no podemos sentirnos satisfechos con lo que hayamos hecho en ese campo.

[…]Encontramos lagunas y lagunas de todo tipo. En este mismo proceso de rectificación hemos descubierto lagunas en los programas; ausen­cias importantísimas para la formación y la educación de un joven, como es lo relativo a la historia, los conocimientos de la historia.

¿Cómo no recordar, ante este reclamo de Fidel, el papel que ya iba desempeñando por entonces el desmontaje público de la historia de la URSS como herramienta ideológica corrosiva de la perestroika? Pero le preocupan a la par las «lagunas» en la educación estética:

Me pregunto si realmente impartimos una educación estética a los niños en nuestro país. ¿Y quién nos lo prohíbe, quién nos lo impide? ¿Es acaso el imperialismo o somos nosotros mismos y nuestras deficiencias, nuestras limitaciones, nuestras incapacidades? Porque en manos de nosotros está. Entonces digo: […] esos 270 000 profesores y maestros podrían haber sido preparados para impartir educación estética.

Para comprender cabalmente este interés de nuestro Comandante, hay que recordar su tesis de que en la cultura encontramos el remedio más eficaz contra los efectos tóxicos de la oleada consumista y de toda la propaganda comercial capitalista. Son ideas que aparecen de un modo u otro en las cartas de Martí a María Mantilla. En esto, como en todo, Fidel es definitivamente martiano. Se trata, está claro, de una de las vertientes emancipadoras de la cultura, es decir, de aquella paráfrasis de Martí que Fidel repetía tan a menudo: «Sin cultura no hay libertad posible».

Corina Mestre, Fidel y Abel Prieto.

Aunque «todavía no tenemos un pueblo culto», recalca el líder de la Revolución, hay en Cuba «una cultura internacionalista», «una cultura política», «una conciencia revolucionaria que no puede, bajo ningún concepto, ser subestimada». «Se han creado grandes valores», dice –y preservarlos es vital; porque

Hay revoluciones que degeneran, y nosotros, como todas las revolu­ciones, teníamos también el peligro de degenerar; y no me importa decir que en cierta forma estábamos empezando a degenerar, ¡está­bamos empezando a degenerar! La historia está llena de revoluciones que han degenerado, está llena; no, sin embargo, son muy frecuentes las historias de las revoluciones que son capaces de renovar y rege­nerar sus fuerzas, su ímpetu.

[…]

Yo digo que nuestra Revolución, que ha sido una de verdad una revolu­ción, porque esta no fue ni una revolución de pacotilla ni una revolución en ciertos estados de estancamiento, en ciertos estados de declive […]; pero, afortunadamente, se habían creado tantas virtudes en el seno de nuestro pueblo que eso no era posible…

Fidel está librando una guerra sin cuartel contra la burocracia, contra el «copismo», contra teóricos de la construcción de un «socialismo» tecno­crático que rechazan pragmáticamente toda inversión en el sector cultural y no confían en el ser humano. Allí, en el IV Congreso de la UNEAC, levanta la bandera de la cultura y de la espiritualidad como un factor cardinal en el empeño por ofrecer una vida superior a la población:

Nivel de vida no es solamente toneladas de cosas materiales, hacen falta muchas toneladas de cosas espirituales […] las actividades artísticas y culturales se pueden convertir en una de las más altas expresiones del nivel de vida […] un museo es nivel de vida, una galería de arte es nivel de vida, ¡y ojalá que los diez millones de habitantes de este país puedan disfrutar con placer de esos niveles de vida, que puedan disfrutar de esa riqueza!

Y concluye retornando a su discurso de junio de 1961:

Hay una cosa de aquellas palabras a los intelectuales que se pudiera repetir hoy, y es que nadie tema que la Revolución –antes decíamos revolución, hoy podemos decir revolución o socialismo– pueda asfixiar la libertad creadora, porque la Revolución y el socialismo se hicieron precisamente para garantizar esa libertad. No seremos verdugos jamás, no lo será el socialismo; todo lo contrario, su razón de ser es elevar al máximo las capacidades del hombre, sus posibi­lidades, elevar a su grado más alto la libertad del hombre, y no solo en la forma, sino también en el contenido.

Vuelve así Fidel a arremeter contra los esquemas de la clásica propa­ganda anticomunista, que exhibe al capitalismo como el reino dorado de la libertad y al socialismo como su reverso autoritario y represivo. Un sistema que mutila la auténtica creación a través de la censura del mercado se presenta a escala planetaria como benévolo promotor de todas las libertades imaginables.

El 20 de noviembre de 1993, en la fase más severa del Período Espe­cial, el Comandante interviene en el V Congreso de la UNEAC. Varios delegados habían hablado con angustia de la aparición entre nosotros de formas nuevas de colonialismo cultural asociadas a instalaciones recreativas que desdeñaban nuestras raíces para hacer guiños equivo­cados al turista y al joven cubano ansioso por vivir falsas experiencias «modernas».

A mí me dolía el alma [comenta] cuando estaba oyendo a Enrique Núñez Rodríguez hablar de esas impresiones que recibió en su viaje a Santiago de Cuba, y que otros han planteado aquí con mucho tino y con mucha claridad.

[…]

La voluntad del país hoy es sobrevivir, desarrollarnos; pero, por encima de todo, mantener los principios revolucionarios, mantener la ética revolucionaria y mantener la moral revolucionaria, solo que ahora tenemos que defenderlas en condiciones mucho más difíciles…

«Hemos tenido que hacer concesiones, eso es incuestionable», dice cruda­mente, «cambios […] inevitables […] que promueven el individualismo, el egoísmo, elevan el valor del dinero en la sociedad, producen efectos enajenantes». Frente a las secuelas de tales medidas forzosas, amargas, el líder de la Revolución advierte reacciones estimulantes que muestran una verdadera devoción por la utopía de igualdad y justicia plenas que dio sentido siempre a la Cuba renacida en 1959. Les pone como ejemplo una asamblea del Partido de Ciudad de La Habana, donde percibió «un fuerte sentimiento de cubanía, porque la gente se sentía sensible a la realidad de que el español nos estaba enseñando cómo hacer las cosas en el turismo». Y añade que le resultan en especial alentadores los criterios anticapitalistas de la vanguardia intelectual y artística agrupada en la UNEAC:

Ahora tenemos que aprender a vivir, a luchar y a triunfar en medio de estos problemas que hemos estado mencionando aquí. Y yo realmente me alegro muchísimo, me siento feliz, porque me siento feliz cuando hay conciencia de los problemas, cuando veo apego a determinados valores, y, como ustedes aquí hoy han planteado muchas cosas relacionadas con todo esto que nos duelen en el alma, nos compensa y nos consuela saber que haya tan fuerte conciencia en relación con todo esto.

[…]

Todas esas manifestaciones que veo, para mí son manifestaciones de lo profundamente arraigadas que están en nuestra sociedad y en nuestro país determinadas ideas, determinados valores, determina­das creencias que se han puesto aquí de manifiesto; pero lo menos que puedo sugerir aquí es que seamos capaces de mantener nuestro apego y nuestro amor por todos esos valores, en estos tiempos tan difíciles en que tantas cosas nos amenazan, en que tantos riesgos nos amenazan. Y la cultura es lo primero que hay que salvar, y, si estamos dispuestos a darlo todo por restaurar La Habana Vieja y salvarla, cómo no hacerlo por la cultura.

En su intervención en el VI Congreso de la UNEAC, el 7 de noviembre de 1998, el Comandante dijo que iba a referirse a un solo tema: el rela­cionado con «la globalización y la cultura», que es «el más importante de todos los temas, la más grande amenaza a la cultura, no solo a la nuestra, sino a la del mundo». Luego de compartir datos sobre el control mundial del ámbito de la información y de las industrias culturales por unas pocas corporaciones fundamentalmente estadounidenses, felicita a la vanguardia intelectual cubana por contribuir a dar la voz de alarma sobre este asunto crucial y mostrar un compromiso firme con la defensa de nuestra identidad y de lo mejor del patrimonio universal. Propone lanzar una contraofensiva en este campo que sirva de inspiración a otros países, ya que nos enfrentamos al «más poderoso instrumento de dominación del imperialismo»: «aquí todo se juega: identidad nacional, patria, justicia social, Revolución, todo se juega». Y agrega: «Lo que más felices nos hace, lo que más nos satisface, lo que más nos alienta, es el espíritu revolucionario de nuestros escritores, artistas e intelectuales, en general, que hemos visto en este Congreso».

Revisitando los textos reunidos en Lo primero que hay que salvar, se hace visible el clima de confianza, fraterno, excepcional, que se creó entre el Comandante y nuestra vanguardia artística e intelectual. Esa comunicación tan fluida propició que en la UNEAC se trataran todos los temas, por delicados que fuesen, con la mayor profundidad.

Según Graziella, Fidel,

Una vez más, demostró su capacidad de escuchar, de captar despre­juiciadamente lo esencial de cada tema, de construir consenso, de comprometer a los intelectuales con la búsqueda de soluciones para los grandes problemas de la nación. A partir de una agenda abierta, se planteó la necesidad de preservar nuestro legado urbano, se abordaron el repunte del racismo, la existencia de numerosos jóvenes que aban­donaron el estudio y el trabajo, el aumento de las desigualdades. En muchos casos, el análisis crítico colectivo de asuntos que laceraban la sociedad fructificó en la formulación de políticas.7

Un asistente no invitado, invisible la mayoría de las veces, como el fantasma de Banquo, nos acompañaba en aquellos encuentros con el Co­mandante: la imagen del colapso del «socialismo real». Un «socialismo» enfermo, traicionado, vencido. Nuestros intelectuales y artistas querían evitar a toda costa que en Cuba se repitiera una catástrofe similar y sa­bían al propio tiempo que no había nadie en el mundo mejor preparado que Fidel para reconocer las causas más íntimas y oscuras de aquella tragedia e identificar qué antídotos habría que emplear en nuestro caso.

Como bien testifica Graziella, «en muchos casos, el análisis crítico colectivo […] fructificó en la formulación de políticas». Por su parte, Elier y Morlote aseguran, con razón, que no pocos de los programas que el líder de la Revolución impulsó durante la «Batalla de ideas» se gestaron en sus intercambios con la UNEAC.

Y dan más detalles sobre estos encuentros y los asuntos discutidos:

Los intercambios de Fidel con los miembros de la UNEAC en esos años noventa se multiplicarían más allá de los congresos. Estuvo presente en los consejos nacionales y otras reuniones en las que se abordaron complejas problemáticas sociales y culturales que estaban aflorando en nuestra sociedad. Temas como: cultura y turismo, eco­nomía de la cultura, protección del patrimonio, discriminación racial, desigualdad, marginalidad, arquitectura y urbanismo, enseñanza artística, trabajo comunitario, cultura popular, medios de difusión masiva, cómo lograr una recreación sana dirigida a los adolescentes y los jóvenes y la defensa de nuestra identidad ante la globalización, estarían en el centro de los debates de la UNEAC en los que inter­vendría activamente Fidel.

Me permito añadir varias cuestiones que recuerdo, más específicas, que fueron abordadas ante el Comandante por miembros del Consejo Nacional y delegados a algún Congreso: selección deficiente de cua­dros para dirigir la Cultura en municipios, provincias e instituciones nacionales; supervivencia de prejuicios anticulturales en funcionarios de distintos niveles; carencias en la calidad de la educación; mensaje a menudo colonizado que difunden nuestros medios y empresas de la Cultura; empobrecimiento de la vida espiritual de la nación; retrocesos éticos provocados por la crisis del Período Especial, junto al consiguiente auge del pícaro y de la filosofía del «sálvese-quien-pueda»; arraigo de conceptos simplificadores y reduccionistas de la cultura, vista como un componente burdamente «festivo» u «ornamental»; división de la sociedad cubana en «feudos» atrincherados; y apoyo involuntario de funcionarios e instituciones a la proliferación de símbolos y fetiches yanquis y específicamente miamenses.

El 1º de abril de 2008, nuestro Comandante, retirado ya de sus car­gos en el partido y el gobierno, aunque activo aún como «soldado de las ideas», envía un mensaje por escrito al VII Congreso de la UNEAC.

Les habla de algunas de sus preocupaciones: el arma de doble filo que implican las nuevas tecnologías, su capacidad para ejercer un tipo de espionaje muy sofisticado y «regir la vida de las personas»; el cambio climático; y el Imperio «y sus siniestros planes». Concluye con una sentencia escueta y fulgurante: «todo lo que fortalezca éticamente a la Revolución es bueno; todo lo que la debilite es malo».

Fidel se reunió después, varias veces, con intelectuales cubanos y extranjeros en el marco de la Feria Internacional del Libro, encuentros donde volverían a compartir con él muchos de sus viejos amigos de la UNEAC.

Hay que agradecer la acertada decisión de Elier y Morlote de incluir como epílogo de Lo primero que hay que salvar el discurso de Díaz-Canel en la clausura del IX Congreso, el 30 de junio de 2019. Esta interven­ción del entonces Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, aclamada por los participantes, que vieron en ella su médula fidelista y la interpretaron como una segunda parte de Palabras a los Intelectuales, sirvió para reforzar el compromiso revolucionario de la organización y la unidad de nuestra vanguardia intelectual y artística:

Recordemos [dijo Díaz-Canel] el mensaje del General de Ejército Raúl Castro Ruz, en ocasión del aniversario 55 de la UNEAC: «Hoy estamos doblemente amenazados en el campo de la cultura: por los proyectos subversivos que pretenden dividirnos y la oleada coloni­zadora global. La UNEAC del presente continuará encarando con valentía, compromiso revolucionario e inteligencia, estos complejos desafíos.

[…]

Esta plataforma colonizadora promueve los paradigmas más neoli­berales: Estado mínimo, mercado hasta donde más sea posible, todo se vende y se compra, el supuesto éxito único de la empresa privada; atentos a los que ponen por delante mercado y no cultura; egoísmo y vanidad personal y no compromiso social de la cultura».

Y concluyó:

Entre ustedes nos sentimos cómodos, entusiastas, optimistas, cons­cientes de que, como nos enseña Raúl, «Sí se puede» cuando se quiere. Y ustedes y nosotros, es decir, la Revolución, queremos lo mismo: un país libre, independiente y soberano; fiel a nuestra historia; que garantice justicia social y justa distribución de la riqueza; con respeto a la dignidad plena del ser humano, mujer y hombre; con una sólida identidad cultural; donde se preserve el acceso gratuito y universal a la educación; que avance hacia un desarrollo económico equilibrado y sostenible; próspero, inclusivo, participativo; invulnerable militar, ideológica, social y económicamente; con servicios de salud gratuitos y de la mayor calidad para todos; solidario, generoso, humanista; que repudie todas las formas de discriminación; donde no prosperen nunca el crimen organizado, la trata de personas o el terrorismo; defensor de los derechos humanos de todos, no de segmentos exclusivos o privilegiados; libre de toda forma de violencia, esclavitud, explota­ción humana; con un ejercicio ejemplar de la democracia del pueblo y no del poder antidemocrático del capital; capaz de vivir en paz y desarrollarse en armonía con la naturaleza y cuidando las fuentes de las que depende la vida en el planeta.

Elier y Morlote han hecho una contribución muy valiosa con Lo primero que hay que salvar. Gracias a ellos, gracias a estas páginas, podemos seguir el hilo del pensamiento de Fidel en el campo de la cultura y más allá de ella, y adentrarnos en la relación única que se construyó entre el líder de la Revolución y la UNEAC. Aquella comunicación que germinó en junio de 1961 se haría más honda y entrañable con los años.

Los pasajes más trascendentes de ese diálogo ininterrumpido coin­ciden con circunstancias en extremo graves y peligrosas para la Cuba revolucionaria, para su causa, para el Sur, para los pobres de la tierra. Cada uno de los encuentros recogidos en Lo primero que hay que salvar está rodeado por un entorno nacional e internacional plagado de riesgos.

Al regreso de un viaje que hizo a Quito con un numeroso grupo de artistas plásticos cubanos, para visitar la Capilla del Hombre, obra ma­yor de su hermano Guayasamín, Fidel comentó entre bromas (aunque quizás un poco en serio) que aquellos creadores significaron para él «un descubrimiento», «una familia que no había conocido hasta ahora». La expresión podría aplicarse a la UNEAC de finales de los años ochenta y de los noventa: una familia que le abrió sus puertas, en medio de tor­mentas y cataclismos, para acompañarlo mientras él repensaba en voz alta el presente y el futuro.

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Notas

1 Lisandro Otero, «Cuando se abrieron las ventanas a la imaginación» (2001), en Un texto absolutamente vigente. A 55 años de Palabras a los Intelectuales, compilación de Elier Ramírez Cañedo, Ediciones Unión, La Habana, 2016.

2 Cronología de 1961, en http://revolucioncubana.cip.cu.

3 Fernando Martínez Heredia, «Cincuenta años de Palabras a los Intelectuales» (2011), en Un texto absolutamente vigente, cit.

4 Fernando Martínez Heredia, ídem.

5 Graziella Pogolotti, prólogo a Guerra culta. Reflexiones y desafíos sesenta años después de Palabras a los Intelectuales, Ediciones ICAIC, 2021.

6 Miguel Díaz-Canel Bermúdez, «Dentro de la Revolución sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo», Granma, 29 de junio de 2021, p. 3.

7 Graziella Pogolotti, Guerra culta, cit.

www.uneac.org.cu

 

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