Fin de la partida
¿Se va a borrar la historia de la humanidad para que los humanos puedan ser perfectamente inhumanos? (e-flux Notes)
El punto de observación desde el que mirar retrospectivamente el siglo XX y desde el que imaginar las líneas de evolución del siglo XXI es el 6 de noviembre de 2024, cuando un hombre que representa conjuntamente el racismo del Ku Klux Klan, la especulación criminal de la mafia, la violencia machista y el absolutismo financiero ha destruido todas las defensas de la democracia. Pero, ¿qué democracia?
La victoria de este individuo es la prueba definitiva del colosal error que ha cometido el movimiento obrero desde finales del siglo XIX: aceptar el terreno de la política como terreno para la emancipación. Tanto en la declinación revolucionaria como en la socialdemócrata, el movimiento obrero aceptó el terreno que la burguesía había predispuesto y en ese terreno perdió todas sus batallas hasta quedar casi definitivamente borrado del panorama de la evolución.
¿Había otro terreno para la autonomía de la sociedad frente al capital, que no fuera el poder político? Claro que lo había: era la vida cotidiana, la existencia colectiva, la inteligencia técnico-científica, que tienden espontáneamente a desertar del totalitarismo económico y político.
¿Revuelta social?
Hoy todo está perdido en el terreno de la política y no habrá recuperación democrática en nuestro futuro. Pero nuestra vida sigue aquí, la existencia colectiva sigue reclamando como siempre un respiro, un poco de alegría, un poco de dignidad. Ahora los sindicatos llaman a los trabajadores y trabajadoras italianos y de otros países a la revuelta social. Es justo, es urgente.
Pero, ¿qué significa? Hoy revuelta significa romper los puentes con la obediencia y el trabajo precario, significa multiplicar los instrumentos de solidaridad con aquellos a quienes los racistas quieren eliminar, significa crear estructuras autónomas de solidaridad social, mientras todo se desmorona, mientras la sanidad y la escuela son abandonadas a la deriva. Hoy la revuelta social significa crear las estructuras para desertar colectivamente del régimen liberal-esclavista.
¿Seremos capaces de ello? No lo sé, tal vez no. Por el momento diría que no seremos capaces de crear esas estructuras. Pero no hay otra posibilidad de supervivencia humana que ésta: la deserción, la autonomía, la revuelta. Las trabajadoras y trabajadores de hoy están aislados, son psíquicamente frágiles, se muestran incapaces de organización e incluso de solidaridad, porque durante todo un siglo el movimiento obrero ha vendido la autonomía a cambio de la democracia, pero la democracia nunca ha existido o, mejor dicho, la palabra democracia nunca ha tenido relación alguna con la realidad.
El gobierno del pueblo basado en elecciones podría ser una buena idea si se verificaran dos condiciones: la primera es la libre formación de la opinión y de la voluntad. La segunda es la eficacia de la voluntad política para determinar las líneas de desarrollo de la economía y, por lo tanto, de la sociedad. Ninguna de las dos condiciones se ha verificada jamás (excepto al comienzo de algunas revoluciones) en la historia del siglo XX.
La formación de la opinión es un producto de la maquinaria mediática, la cual depende cada vez más de las grandes agencias del capital financiero. La izquierda ha difundido la ilusión de que las masas populares, carentes de comprensión de la dinámica profunda de la sociedad, así como del conocimiento de los mecanismos del inconsciente individual y colectivo, podrían decidir libremente su propio destino.
Mientras la clase obrera dispuso de estructuras de comunicación independientes del poder económico, mientras los partidos políticos tuvieron fuerza como para actuar eficazmente en la formación de la opinión, la palabra democracia tenía una apariencia de verdad. Pero era tan solo una apariencia incluso entonces, porque la segunda condición -la eficacia de la voluntad política sobre las dinámicas de la economía y, por lo tanto, de la vida social- nunca se ha evidenciado. El poder económico siempre ha tenido la fuerza suficiente como para imponer sus intereses, utilizando las matemáticas financieras o, cuando eso no era suficiente, utilizando la fuerza armada.
Esto quedó claro cuando el pueblo chileno eligió mayoritariamente un gobierno socialista y, poco después, la potencia económicamente hegemónica de EEUU utilizó las fuerzas armadas chilenas para imponer violentamente el restablecimiento de su dominio imperialista y la propiedad de las minas de cobre. Ya había quedado claro antes, cuando el imperialismo occidental aplastó por la fuerza al gobierno de Mossadeq en Irán en 1953, al gobierno de Sukarno en Indonesia en 1964 y a una a larga retahíla de gobiernos de izquierda. Pero el asesinato del socialista Salvador Allende por un general nazi llamado Augusto Pinochet fue la prueba definitiva de la naturaleza ilusoria de la democracia política.
Esa prueba se confirmó más tarde con la sumisión de la voluntad del pueblo griego en el verano de 2015, cuando no fue necesario el uso de la fuerza armada, porque Alexis Tsipras aceptó razonablemente el chantaje financiero y demostró que la democracia es lo que siempre ha sido: un engaño. Así pues, la victoria del individuo que construyó su fortuna sobre el racismo y el apoyo de la mafia no es el fin de la democracia, porque la democracia nunca ha existido. Por la misma razón, no habrá retorno de la democracia, porque la victoria de un mafioso violador es la democracia. El mafioso violador ha creado las condiciones para su triunfo evitando la confrontación en el plano de la política y eligiendo el podcast como su herramienta de comunicación y la bro-culture como el entorno pertinente en el que crecer.
Como en Europa, los bros son la fuerza reaccionaria emergente: los machos frágiles que durante varias décadas han perdido terreno frente al feminismo emergente, ahora se reconocen en la fraternidad del gimnasio (gym-bro), en la obsesión por el dinero (crypto-bro) y en la omnipotencia de la técnica (tech-bro).
La democracia es la antesala del fascismo
Desde los años posteriores a la I Guerra Mundial, la democracia ha demostrado ser la antesala del fascismo. Tanto Mussolini como Hitler accedieron al poder por medios democráticos. Y hoy, en el primer país del 'mundo libre', la democracia ha entregado el poder a un hombre que se identifica con los valores del racismo hitleriano, aunque los negros, los latinos y los inmigrantes hayan ocupado el lugar de los judíos. Es bueno saberlo desde el principio: no se producirá ningún proceso democrático capaz de detenerle o de derrocar su dominio.
La partida está llegando a su fin y comienza la solución final a escala planetaria: senescente y psicótica, pero superarmada hasta los dientes, la raza blanca ha iniciado un genocidio, que hoy afecta particularmente a la población palestina, pero apunta a todos aquellos que desde el Sur global inhabitable pretenden desplazarse hacia el Norte global rico.
Como sabemos, no existe la raza blanca (la expresión carece de base científica), pero la mitología de la supremacía blanca es lo suficientemente poderosa como para justificar el genocidio y la guerra que se prepara, que no es la iniciada por la idiotez estratégica de Biden. La guerra que se ha desatado en el seno de la raza blanca y que ha destruido la vida de centenares de miles de ucranianos puede resolverse pronto con la capitulación de los nacionalistas ucranianos y la negación rusófoba de la clase política liberal-democrática de Europa.
De esta guerra, provocada por los estadounidenses y respondida por los rusos, los ucranianos son la víctima sacrificial, mientras que los europeos son los idiotas útiles, cómplices del agresor atlantista: han soportado supinamente la movilización bélica impuesta por Biden, al tiempo que votaban mayoritariamente a partidos inspirados por Trump. Las consecuencias de ello son el colapso de la economía alemana, mientras la rusa crecía un 3,6 por 100 en el año de guerra de 2023, así como la división entre liberal-histéricos, enemigos jurados del autoritarismo soberanista de Trump, y fascio-soberanistas autoritarios, que crecen electoralmente en todos los países europeos.
Ahora Europa está desorganizada, abrumada por las consecuencias de la recesión alemana y el colapso del beligerante gobierno de Scholz, y tendrá que elegir entre aceptar la liquidación de Zelenskyy o provocar una guerra atómica sin el apoyo del amigo [norte]americano. No hay redención a la vista contra el racismo, la guerra y el genocidio. Al contrario, las poblaciones blancas, divididas como nunca sobre los fantasmas de la democracia, únicamente están unidas respecto a dos cosas: la defensa de la frontera, esto es, la repulsión de los emigrantes que buscan refugio, y la imposición, por las buenas o por las malas, del papel reproductor que las mujeres han empezado a desertar.
Exterminio. Este es el programa
Aunque se hallan en un país tras otro al borde de la guerra civil, los pueblos occidentales, guiados por sus instintos supremacistas (sobre las razas, los pueblos del Sur y las mujeres), están unidos en las empresas comunes del genocidio y de la natalidad obligatoria. Ahora que los negacionistas del clima gobiernan la primera potencia contaminante del mundo, nada podrá revertir el colapso climático: el aumento de tres grados de la temperatura es una tendencia irreversible y las consecuencias se están desencadenando puntualmente. Grandes partes del planeta tienden a volverse inhabitables, las grandes migraciones, que son la consecuencia de este hecho, alimentan el miedo, la violencia y el genocidio.
Durante mucho tiempo hemos fingido no saberlo, nos hemos adormecido contándonos cuentos de hadas de una fantasiosa multitud dispuesta a luchar contra un fantasioso imperio, porque no teníamos el valor intelectual de reconocer nuestra impotencia y el agotamiento de la energía psíquica sin la cual los movimientos sociales son fuegos fatuos.
Por razones no tanto políticas como psíquicas, la sociedad ya no posee capacidad de autonomía estratégica y no hay posibilidad de escapar del precipicio suicida al que la han arrastrado el absolutismo capitalista y el autoengaño democrático.
La única pregunta que queda es: ¿cómo viviremos?
¿Sabremos crear un espacio simbólico y existencial de autonomía mientras dure este (corto) final de la partida? No hay un después, por consiguiente, no tiene sentido preguntarse si es imaginable un nuevo orden más allá del caos de la guerra que serpentea por todas partes.
Sólo existe este durante. ¿Cómo viviremos durante la propagación del impulso genocida, durante el desenvolvimiento del colapso climático, que destruye una tras otra las zonas habitadas del planeta, durante esta guerra civil rampante, que invade cada fragmento de la vida colectiva? ¿Perderemos el tiempo persiguiendo el fantasma de una democracia que nunca existió o desertaremos de las guerras, del trabajo y del consumo para vivir lo más felizmente posible en el poco tiempo que nos queda? ¿Sabremos crear las estructuras colectivas de la vida en la deserción? Si sabemos hacerlo, quizá entonces podamos allanar el camino para un después.
francoberardi.substack.com