Fito Páez o el trabajo "de base" de la derecha en Buenos Aires
Repercusiones del balance electoral
El balance de las elecciones porteñas publicado días atrás hacía referencia al caudal de adhesión que la propuesta conservadora del macrismo logró aun en los barrios de condición más humilde de la ciudad.
“Además de ganar en todas las Comunas, el PRO se impuso con mayor margen que en 2007 en los barrios ricos y también en los más populares de la ciudad (La Boca, Barracas). Ganó en Lugano, donde pocos meses atrás había avalado los asesinatos de ciudadanos humildes que luchaban por una vivienda, con un discurso xenófobo y represivo”. Más adelante la nota concluía: “Nadie en condiciones de ganar, entonces, disputó al macrismo por abajo, proponiendo no sólo una gestión en otro sentido, sino otra forma de gobernar. Y ahí están los resultados.”
La crítica superficial desde el progresismo y la izquierda a una gestión que, se denuncia, sólo ofrece represión, inoperancia y globos de colores, expresa una incomprensión de procesos sociales más complejos, y lleva sin escalas a la descalificación de una base social que debería ser atraída, disputada, y no insultada “a lo Fito Páez”. Esas descalificaciones a la forma en que una parte de nuestro pueblo vota sólo logrará más rechazo a ese tipo de críticas desde el progresismo y más adhesión al macrismo que, paradójicamente, en esta coyuntura se muestra tolerante ante los ataques discursivos.
Sin embargo, quien conozca la realidad de los sectores populares en la ciudad bien sabrá que el macrismo no es sólo la “gerencia de una empresa” ajena a la vida cotidiana del pueblo. En las villas hay punteros macristas que disputan juntas de gobierno local, muchas veces imponiéndose por el voto a las propuestas de las organizaciones sociales; y las listas de legisladores del PRO incluyen o incluyeron dirigentes sindicales, como Daniel Amoroso, que le hacen campaña. El portal de noticias lapoliticaonline.com, de afinidad macrista, propone una mirada más compleja de la construcción del PRO en la ciudad, y describe un trabajo de construcción territorial que define como “bien clásico del peronismo”.
Allí se informa que “sólo Cristian Ritondo (legislador macrista de la ciudad, de origen justicialista, que juega un papel clave en las iniciativas políticas y la campaña electoral del jefe de Gobierno)inauguró unos 33 locales, 6 de ellos de manera compartida con (el ministro de Hacienda macrista) Néstor Grindetti. En los últimos meses estuvo inaugurando un local por día e incluso abrió uno ayer, en el barrio Los Perales, un lugar símbolo del peronismo. El fuerte de Ritondo está allí en Mataderos y en Liniers. No es un dato menor que Ritondo logró juntar allí 400 personas para una choripaneada un día después de una elección ganada y a la misma hora del partido de la Selección argentina de fútbol. En tanto que Diego Santilli, que prefiere tener menos unidades básicas pero más grandes, hizo lo propio en casi todas las comunas, con 12 locales propios y algunos de ellos de gran superficie, como el central de Venezuela al 600, que tiene tres pisos. El fuerte del ministro de Espacio Público (también originario del PJ) es la comuna 13, donde el PRO obtuvo una aplastante victoria, por 35 puntos. (…) Además de la inauguración de locales, las espadas peronistas de Macri le dieron importancia al trabajo puerta a puerta con los vecinos y, por sobre todo, hicieron un aporte fundamental para la fiscalización el día de los comicios. En el norte (en la comuna 14 encabezada por el barrio de Palermo, donde resultó electo jefe de la Junta Comunal) el PRO también contó con la cooperación de Maximiliano Corach (hijo de Carlos Corach, ex ministro del Interior menemista), que tiene unas 10 unidades básicas”.
Reiteración de un histórico hábito de oportunismo preelectoral de los aparatos porteños del PJ y el radicalismo, por supuesto que no es éste un “trabajo de base” que de protagonismo al pueblo, sino todo lo contrario: apunta al control social y la subordinación al aparato estatal, aunque consigue establecer algún nivel de mediación de la vida cotidiana y las necesidades de sectores de vecinos, sobre todo cuando no compite con construcciones realmente de base instaladas con solidez. Pero la crítica a esta derecha populista, de parte del progresismo, en muchos casos se elabora desde el discurso y los medios de comunicación (los de la otra corporación, el conglomerado de medios K), cayendo justamente en lo que se critica: la elaboración de una política “de denuncia” por arriba, que ni siquiera registra los procesos que se dan en el territorio, y por ello no los comprende.
Aunque esa limitación no es exclusiva del kirchnerismo: debemos reconocer que diversos sectores populares y de izquierda (este portal es parte de ese espacio) caen, caemos, en similares críticas superficiales que después no alcanzan a explicar un triunfo como el del pasado domingo, cargado de adhesión popular surgida de esas mediaciones y de “logros” de un tipo de hegemonía cultural -los clichés sobre la seguridad, la visualización del inmigrante, del excluido, del desocupado, del que lucha, del todavía más pobre- que las debilidades de nuestras propias construcciones no han podido revertir.
La autocrítica, en estos casos, es una necesidad para quienes no nos conformamos con quejarnos de la realidad, y tenemos la obligación de comprenderla para transformarla.