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Argentina :: 08/12/2023

Fortalezas y fragilidades del próximo gobierno en Argentina

Daniel Campione
Sus 37 diputados y 7 senadores están demasiado lejos de las mayorías necesarias para aprobar cualquier ley. Según su futura canciller, Diana Mondino, está la opción de gobernar por decreto

Hasta ahora uno de los signos característicos de la futura gestión presidencial de Javier Milei es cierta irresolución y fragilidad. Tanto en la selección del personal para altos cargos como en la políticas de alianzas, los escenarios que se dibujan en torno al “libertario” aparecen como muy lábiles.

La entrega de lo principal de la gestión económica a un grupo de financistas con ligazón casi exclusiva con el capital financiero internacional más globalizado hasta podría anticipar choques con sectores del capital más ligados a la “economía real”.

Luis Caputo, su socio en la consultora Anker, Santiago Bausili, que irá al frente del BCRA, se parecen más a un grupo de especuladores financieros afortunados que a expertos en temas macroeconómicos.

Hasta sectores del capital más concentrado le desconfían a un equipo con estas características. El nombramiento de algunos orgánicos del gran capital local, como Horacio Marín de Tecpetrol para dirigir YPF, no alcanza a compensar la de otros funcionarios considerados poco fiables al menos por una parte de las grandes empresas.

“La Libertad Avanza” a la hora de la verdad

Vale la pena prestar atención a las perspectivas del presidente electo en lo que respecta a sostener el apoyo de quienes lo votaron y a la posibilidad de hallar algún consenso entre quienes no lo hicieron.

La dolarización se diluyó, al menos por el momento. Era la bandera mileísta que ilusionó a muchas y muchos con el fin de la inflación y los ingresos en “moneda fuerte” en lugar del desprestigiado peso. Habrá que ver qué efecto tiene sobre el prestigio del “león” el hecho de arriar esa bandera, que todo indica contribuyó a atraerle no pocos votos.

Es probable que la invitación a someterse a nuevos y mayores sacrificios en aras de una recuperación de fecha incierta convenza por el momento a sus votantes más entusiastas. Es difícil que ese consentimiento pueda expandirse más allá del “núcleo duro” que lo acompañó desde mucho antes de las PASO. Y se tornará mucho más problemático si el panorama de recesión más inflación se prolonga por un año y medio o dos, como anticipó el propio Milei.

Las limitaciones en cuanto a la representación institucional de La Libertad Avanza (LLA) son de sobra conocidas. El no haber concretado un pacto de cogobierno con Mauricio Macri y sus seguidores acentúa esa falencia. Es cierto que al no haberse dejado copar por el PRO preserva cierta independencia. Y lo aleja de la acusación de “títere de Macri” que comenzaba a incomodarlo.

El hecho más concreto es que sus 37 diputados y 7 senadores están demasiado lejos de las mayorías necesarias para aprobar cualquier ley. Como verbalizó su futura canciller, Diana Mondino, está la opción de gobernar por decreto y de estigmatizar al Congreso por su “obstruccionismo”. Pero es una apuesta arriesgada, susceptible de ser revertida más tarde en el ámbito parlamentario.

El predicamento popular de los “libertarios” tiene un gravitante punto a favor que puede volvérsele en contra. Nos referimos al predominio de ideas procapitalistas que se observa en la sociedad argentina, incluso en sectores populares. Ello le abre un crédito al experimento de “las fuerzas del cielo”.

Al mismo tiempo es cierto que venimos de gobiernos sucesivos de dos fuerzas que pretendieron construir matrices diferentes entre sí de ideas y prácticas favorables al capitalismo. Los “liberales libertarios” corren el riesgo de ser vistos, más temprano que tarde, como la tercera experiencia fallida. Y que eso estimule la búsqueda de nuevos horizontes, que aunque sea por saturación, será ya difícil buscar hacia la derecha.

La respuesta popular.

Las masas populares que no votaron a Milei y a priori están en contra de las políticas que propone, tienen frente a sí la posibilidad del abatimiento o del miedo, ambos paralizantes. Las fantasías distópicas acerca de bandas de extrema derecha que copen las calles a partir del 10 de diciembre parecen estar, al menos por ahora, a bastante distancia de la realidad.

Todo indica que si los “jóvenes liberales” decidieran operar contra los “orcos” (Macri dixit) que se resistan a las reformas, su presencia no iría más allá de raleadas bandas de lúmpenes con escasa capacidad de desplegar la violencia. Nadie en sus cabales podría confundir a “Revolución Federal” y grupos similares, al menos en su forma actual, con una horda de muchos millares de camisas pardas o negras aptas para arrasar casi todo a su paso.

Entiéndase bien, no se trata de desechar la posibilidad de amenazas y desmanes (de hecho ya los hubo) sino de no convertir el desagrado y el miedo que ellos inspiran en un motivo para la desmovilización preventiva. Que es lo que desearían las fuerzas de la derecha.

Lo que sí resulta en principio más temible es el accionar de las fuerzas federales, colocadas bajo la férula de la vocación por la mano dura de Patricia Bullrich. De todos modos, que tengan éxito en sus empeños represivos dependerá del número y la decisión de enfrentarlos de quienes se movilicen en las protestas.

Se ha dicho que no es hora de darse golpes en el pecho y de convocar a la lucha de calles de un modo “desaprensivo”. Y que se impone un momento de reflexión, un interludio destinado a elaborar en profundidad las causas del triunfo de LLA para recién luego salir a enfrentar al nuevo gobierno.

Creemos que las fuerzas populares no deberían permitirse tales intervalos. Dejarían el campo libre al avance de un ajuste fiscal brutal y de reformas excluyentes y privatizadoras. Con costos relativamente bajos para el nuevo gobierno.

Es cierto que se impone la elaboración de lo que ha sucedido y el debate enriquecedor acerca de las perspectivas futuras. Pero debería darse al mismo tiempo que la acción de resistencia, que a su vez contenga la anticipación de una contraofensiva. De lo contrario se estaría en serio riesgo de “regalar” conquistas que llevaron décadas, con el movimiento obrero y popular “desensillado” a la espera de un incierto amanecer.

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