Gaza: genocidio, colonialismo y geopolítica
Durante el debate presidencial en EEUU esta semana, la candidata demócrata y vicepresidenta Kamala Harris, respecto a sus planes para Medio Oriente –repitiendo de paso los habituales talking points pro israelíes compartidos por todo el mainstream político–, hizo mención de Irán, declarando que siempre dará a Israel la capacidad de defenderse, en particular en lo que se refiere a Irán y cualquier amenaza que represente él y sus representantes [léase, Hezbolá en el Líbano o los grupos palestinos en los territorios ocupados].
Si bien algunas fuentes iraníes no vieron en estas declaraciones -contrastadas con los ataques de su contrincante Donald Trump a Harris, junto con Biden, de que han sido blandos con Irán- nada alarmante y destacaban dos estrategias diferentes: una, trumpista, que supone el regreso a la línea dura de su primer mandato, centrada en la máxima presión y en las sanciones y otra, de Biden-Harris, que podría equilibrar la presión con el compromiso diplomático −todo a pesar de que los demócratas siguieron bastante la línea dura negándose a renovar el acuerdo nuclear con Teherán, el principal logro de la diplomacia de Obama cancelado por su sucesor y algo que la propia Harris confirmó que no va a reactivar−, puede que se trate de un giro preocupante.
Sus declaraciones indican el afán de alinearse aún más con la agenda genocida de Israel en Gaza, al suscribir la propia narrativa israelí −compartida igualmente por Trump− de presentar a Irán como el cerebro detrás y/o el principal patrocinador del ataque reivindicativo del 7 de octubre. Si bien ciertas conexiones existen, el afán de pintar a Hamas y otros grupos de resistencia palestina en Cisjordania como meros títeres de Irán −yendo más allá de la tradicional rivalidad geopolítica Washington-Teherán− se inscribe más bien en los viejos objetivos israelíes respecto a Palestina en los que el fantasma de Irán es instrumental.
No sólo reformular el conflicto por los territorios ocupados como parte de la lucha geopolítica más amplia, en la que los palestinos son peones sin agencia, le permite rebajar su lucha por la autodeterminación a un mal cálculo en el altar las ambiciones regionales de Irán, sino pintar a Gaza y Cisjordania −territorios que Israel busca anexar expulsando y/o exterminando su población− como piezas en el gran tablero geopolítico, busca neutralizar el carácter indígena de su resistencia. Posicionar a Irán como el principal adversario en la lucha contra el terrorismo palestino le permite también avivar la amenaza de la fuerza externa que pondría en peligro su propia existencia.
He aquí donde el colonialismo hace la mancuerna con el genocidio, y donde el afán de defenderse de Irán y la perspectiva de una guerra regional, empiezan a formar parte de un posible plan más siniestro. El afán de internacionalizar el conflicto por parte de Israel, lejos de ser una vieja obsesión de Netanyahu, que efectivamente desde hace décadas empuja por la guerra con Irán, es más bien un afán de justificar su agresión colonial como una guerra legítima y justificar el deshacerse de los palestinos (ya a finales de los 80, Netanyahu aseguraba “que si lo hacemos bien, en la próxima guerra podremos deshacernos finalmente de todos los ‘árabes’”) con la excusa del derecho a defenderse.
Ya no queda ninguna duda de que el objetivo de la operación en Gaza es −tal como lo indicó al principio la propia Corte Internacional de Justicia acorde con la retórica genocida de los propios dirigentes israelíes−, hacer inhabitable la Franja y el régimen israelí actúa con la intención de destruir total o parcialmente a la población allí, debilitarla hasta el punto que se extinguiría o buscaría todas las opciones para huir matando. Al mismo tiempo causando daños graves o infligiendo condiciones de vida destinadas a provocar la destrucción del grupo (tal como reza la Convención de la ONU sobre el Genocidio de 1948).
Además la guerra con Irán le permitiría, en nombre de la autodefensa, deshacerse también de la quinta columna: los proxys palestinos de Irán, tal como, en la mismas circunstancias de una guerra legítima, durante la I Guerra Mundial, los dirigentes turcos, perpetuando un genocidio se deshicieron de sus poblaciones armenias y asirias vistas como los proxys de la Rusia zarista.
Como bien ha demostrado Yoav Litvin, la narrativa de autodefensa de Israel evolucionó desde sus inicios modestos hacia una agresiva expansión colonial que acabó justificando la violencia, la apropiación de las tierras palestinas y el genocidio de la población. El punto de inflexión fue el 7 de octubre cuando la defensa se trasformó en una aventura militar con objetivos abiertamente ofensivos, incluyendo la posible anexión de Gaza y otros lugares como el Líbano mediante el conflicto con Irán (el objetivo señalado no sólo por Netanyahu y sus aliados extremistas, sino también por la oposición moderada) y la expansión colonial en Medio Oriente en el marco del Gran Israel desde el arroyo de Egipto [el Nilo] hasta el Éufrates y bajo la amenaza de una guerra nuclear.
Mientras tanto, como bien señala Litvin, el concepto de la autodefensa tiene significados muy diferentes para el colonizador −algo presentado siempre como legítimo por Israel− y para el colonizado, a quien esta, como en el caso de los palestinos, siempre es negada, a pesar de que según la ONU, son los colonizados los que tienen el derecho a defenderse y luchar por su liberación por todos los medios necesarios. De allí se ve claramente como la introducción de Irán y el factor geopolítico en la ecuación −la narrativa avalada ahora por Harris−, busca revertir estos polos, borrando de paso la ocupación y el carácter colonial y genocida de la autodefensa israelí.
@MaciekWizz