Germán Larrea sigue explotando mineros, sin consecuencias
Zarandeado y repudiado, como su heraldo Francisco Javier Salazar, secretario del Trabajo, resultó el gobierno del "cambio" tras su tragicómica intervención en Pasta de Conchos. Aparatoso e ineficiente como suele ser, la administración Fox ofreció un espectáculo que traza muy bien su andar en los últimos cinco años.
De la mano de Germán Larrea, el inquilino de Los Pinos no se atrevió a dar la cara a los familiares de los mineros sepultados, y 24 horas después de que empresa y gobierno federal tomaron la decisión de abandonar las labores de rescate, el presidente Fox ni se había enterado: "los trabajos no se han suspendido", reiteró una y otra vez desde la comodidad de su rancho en San Francisco del Rincón.
Esa es la calidad moral de "un gobierno de, para y por los empresarios" -como define Fox la democracia en México-, que ahora promete -como en los viejos tiempos que hoy están más presentes que nunca- que "se investigará a fondo", que "se castigará a los responsables" y que "caerá quien tenga que caer". Todo, para que no pase nada y la miserable condición de los mineros y sus familias se mantenga con el aval del "cambio".
German Larrea y su ejército particular de ex funcionarios públicos esperarán un "tiempo pertinente" para que las aguas se calmen en Pasta de Conchos, mientras siguen explotando a los mineros en otros 11 estados de la República, sin mayores consecuencias. Todo con el visto bueno de la Secretaría del Trabajo y de la familiar dirigencia del sindicato del ramo. Qué asco.
En el mejor de los casos, el salario de un minero mexicano equivale a 7 por ciento del que obtienen sus pares en Estados Unidos y Canadá, países con los que siempre se comparan los grandes empresarios nacionales cuando hablan de ganancias, no de obligaciones laborales. El rey del cobre y su ejército particular de ex funcionarios públicos se aseguran de no ofrecer mejores salarios.
Un paseo por la historia familiar de los Larrea permite saber por qué "no se les puede pagar mejor" a los mineros mexicanos. La cabeza original, Jorge Larrea Ortega, fue miembro fundador del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, la elite de elites del empresariado nacional. Tiene intereses en la minería, siderurgia y construcción. Miembro del directorio de Cementos Anáhuac y Banca Serfin. Presidente de Industria Minera México.
En su edición 1994, Forbes ubicó a Jorge Larrea Ortega en el lugar número 18 de los multimillonarios mexicanos, con una fortuna de mil 100 millones de dólares. Magnate minero y de la construcción, con la privatización de las minas de cobre; accionista en Transportación Marítima Mexicana y el Grupo Financiero Banamex-Accival.
En 1990, Larrea se hace, con el pago de 500 millones de dólares, de una pieza de la historia mexicana: la Compañía Minera de Cananea, en la que en una huelga sangrienta en 1906 (reprimida por invasores gringos) estimuló el estallido, cuatro años después, de la Revolución de 1910. Tras adquirir Minera de Cananea, entre sus primeras decisiones destacó el despido de 30 por ciento de los mineros que en ella laboraban, y cerrar distintas áreas de la empresa. Entre ellas, construcción, mantenimiento, vías, herrería y calderería.
Larrea hizo su fortuna original en la industria de la construcción. Su base en la ciudad de México fue la Compañía Constructora México, pero desde que el gobierno mexicano puso en venta las minas (primero Miguel de la Madrid y después, de forma acelerada, Carlos Salinas de Gortari), este personaje fue un activo comprador. Su Grupo Industrial Minera México -cuyo manejo es heredado a Germán Larrea- es la compañía minera más grande del país, pues produce 90 por ciento del cobre, al igual que oro, plata y zinc.
Larrea se alió con Asarco, de Estados Unidos, y la Unión Minera de Bélgica (Belgiums Union Miniere). También apareció como propietario de una porción de TMM, la mayor flota naviera del país, y después -también producto de la política privatizadora, sólo que en la etapa zedillista- de la rebanada más grande de los ferrocarriles mexicanos.
Con otros ricos mexicanos invirtió desde el principio en Acciones y Valores, la casa de bolsa encabezada por Roberto Hernández, posterior cabeza del Banamex reprivatizado y monumento viviente a la evasión fiscal. "Naturalmente", detallaba Forbes, "Larrea es el mayor apoyador del PRI y las reglas del sistema".
Un año después, la propia revista especializada anotaba que Jorge Larrea, conocido como el rey del cobre, era la cabeza de uno de los complejos mineros más poderosos de América Latina y el más importante del país: Grupo Industrial Minera México. Al frente del consorcio logró lo que ningún empresario pudo conseguir en medio de la crisis más severa de la última década, la de 1995: incrementar sustancialmente su fortuna, tal vez porque papá Larrea era accionista de Banamex, Serfin, Comermex y Banco del Atlántico, instituciones "rescatadas" por el erario, vía de Fobaproa.
Calculada en mil 100 millones de dólares en la edición Forbes 1994, para 1995 su fortuna se incrementó 55 por ciento hasta llegar a mil 700 millones, la tercera posición entre los multimillonarios mexicanos. A sus 83 años (1995), Larrea Ortega "mantiene un control casi absoluto en su actividad preponderante": sus empresas -entre las que se cuenta Minera de Cananea y Mexicana de Cobre, ambas compradas al Estado en la ola privatizadora de las décadas de los ochenta y noventa, con lo que adquirió el monopolio de ese mineral- producen el 90 por ciento del cobre y una buena proporción de oro, plata y zinc en el país.
En 1998 la familia Larrea ocupó el cuarto escalón entre los 100 empresarios más destacados del país. Para 2003, cayó a la posición 19, no por pérdida de fortuna, sino porque otros barones del dinero salieron más aventajados que el cachorro del fundador de Grupo México.
Como se lee, una joya del empresariado y el sistema político mexicanos, que no puede mejorar su oferta salarial.
La Jornada