Guerra es paz
[Foto: miembros del 'Forward Observations Group', un grupo militar privado de EEUU, pagado por su gobierno, que lleva más de dos años batallando a favor de Ucrania]
Ya en la fase final de su mandato como Alto Representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, parece querer terminar su labor de la misma manera que la ha realizado en los cinco años en los que ha estado al frente de la diplomacia del bloque: alineándose incondicionalmente con la postura ucraniana.
Borrell llegó a su puesto, elegido al no haber otra alternativa por el desinterés de los países a optar a él, en un momento que se prestaba a la diplomacia, 2019, año en el que llegó al poder el comediante Volodymyr Zelensky. Aunque su discurso cambió con rapidez, en parte debido a la presión de la extrema derecha, pero también por la convicción de quien nunca iba a cumplir con sus propuestas de campaña, el actual presidente/dictador ucraniano (lleva3 meses ilegalmente en el puesto) obtuvo su holgada mayoría electoral humillando a su oponente, Petro Poroshenko, a base de prometer la paz.
Las palabras del candidato Zelensky nunca se tradujeron en actos en busca de diálogo o compromiso una vez alcanzado el poder y la política ucraniana continuó la senda iniciada con la victoria del golpe del Maidan y el cambio ilegal de gobierno en Kiev en febrero de 2014: ultranacionalismo, homogeneización forzosa de la cultura y la política ucraniana y beligerancia.
El mismo camino siguió la política de la UE con respecto a la guerra de Ucrania y a los acuerdos de paz. Tanto antes como después de la llegada de Borrell, la diplomacia comunitaria defendió los acuerdos de Minsk de palabra, pero nunca acompañó con actos ese supuesto apoyo. Del falso optimismo de la celebración de un encuentro de jefes de Estado y de Gobierno de los países del Formato Normandía -Alemania, Francia, Rusia y Ucrania- se pasó al silencio y a la defensa de todas y cada una de las decisiones de Kiev sin que en ningún momento se produjera un reproche, una crítica o una mínima presión.
Como Zelensky admitió años después, fue en diciembre de 2019, en la cumbre de París, cuando anunció a sus socios alemanes y franceses, concretamente a Angela Merkel y Emmanuel Macron, que implementar los acuerdos de Minsk no era posible, una forma de admitir que Kiev no tenía intención de cumplir con los compromisos adquiridos con su firma en el tratado negociado por la canciller alemana, el entonces presidente francés Hollande, Petro Poroshenko y y el presidente ruso Vladimir Putin.
Sin embargo, el comunicado que salió de esa reunión fue de apoyo unánime a los acuerdos de Minsk, lo que creó un espejismo de posibilidad de avanzar en un proceso diplomático en el que Ucrania buscaba solo ganar tiempo y fortaleza para exigir a Rusia concesiones unilaterales mientras se resistía siquiera a prometer un futuro cumplimiento de sus compromisos. Al igual que Alemania y Francia a título individual, la UE contribuyó activamente a crear la ilusión de que existía un proceso de paz y a sentar las bases para afirmar que era Rusia, no Ucrania, quien provocaba el bloqueo.
"El apoyo y el compromiso de la UE con la independencia, la soberanía y la integridad territorial de Ucrania dentro de sus fronteras reconocidas internacionalmente sigue siendo inquebrantable. Instamos a Rusia a que cumpla sus compromisos y participe de buena fe en el formato de Normandía y en el Grupo de Contacto Trilateral", escribió Josep Borrell al conocerse la noticia de que, siete años después de la firma de unos acuerdos que Kiev admite ahora que nunca tuvo intención de cumplir, Rusia se disponía a reconocer la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.
Borrell apelaba a la buena fe y al formato Normandía, el mismo en el que Zelensky había dejado claras sus intenciones. Como era habitual, el diplomático europeo se refería a la integridad territorial de Ucrania ignorando que la pérdida de los territorios de Donbass se debía al rechazo ucraniano a cumplir los acuerdos y no a ningún sabotaje de Rusia, que defendió durante años la opción de Minsk que nada gustaba a la población precisamente por prever el retorno bajo control de Kiev.
"Elogiamos a Ucrania por su moderación frente a esta intimidación y a las violaciones de los acuerdos de Minsk y del Derecho internacional", afirmaba Borrell el 21 de febrero de 2022, acusando a Rusia de todas las infracciones -en realidad no era Moscú quien debía cumplir los puntos de los acuerdos de Minsk, sino Donetsk y Lugansk- y exculpando completamente a Ucrania de cualquier mala actuación.
El desinterés por el proceso de paz por parte de los medios y la facilidad con la que toda acusación contra Rusia es considerada creíble ha hecho irrelevantes todas esas declaraciones, que en otras condiciones habrían envejecido mal ante la forma en la que Kiev se ha jactado posteriormente de su nulo interés por cumplir su parte. Siguiendo al pie de la letra el discurso ucraniano, también la UE olvidó rápidamente que alguna vez existió un acuerdo de paz, memoria que únicamente recupera en los momentos en los que, por exigencias del guion, es preciso argumentar que, al contrario que Ucrania, Rusia no es capaz de negociar de buena fe.
A la espera de ser sustituido por alguien incluso más beligerante -la exprimera ministra de Estonia Kaja Kallas-, que no ha dudado en dejar claro que el objetivo común no debería ser solo derrotar a Rusia en el frente sino balcanizar el país, Josep Borrell siempre se ha mostrado partidario de la "contraofensiva de Kursk". Al contrario que desde EEUU, Rusia o incluso Ucrania, no ha habido desde la UE esperanzas de negociación durante las semanas anteriores al inicio de la fallida aventura ucraniana en Rusia. Pese a la percepción estadounidense y británica de la postura de la UE como pacifista -al menos durante los años de Minsk, cuando ni Londres ni Washington hicieron grandes amagos de defender el proceso de paz-, Bruselas se ha convertido en el aliado más apegado a la solución militar.
No es de extrañar así que Josep Borrell se haya sumado a la opción más belicista, la que se encuentra más cómoda con extender aún más la guerra en lugar de apostar por un proceso de negociación que, según se ha conocido a través de los medios estadounidenses, pretendía acordar un alto el fuego parcial. El objetivo era excluir de los ataques a las infraestructuras de producción eléctrica. En lugar de la negociación, Ucrania ha optado por tratar de aproximarse y amenazar la central nuclear de Kursk y volver a atacar la de Zaporozhie, bajo control ruso. Experto en mantenerse al margen de la realidad, Borrell no ha perdido tiempo a la hora de respaldar el plan ucraniano y sumarse a la opción de la escalada.
"La ofensiva de Kursk es un golpe severo a la narrativa del presidente ruso Putin", escribió ayer el aún Alto Representante de la UE. En realidad, el uso de material occidental en territorio ruso, el aumento de los ataques con drones en la retaguardia rusa o las imágenes de soldados ucranianos saqueando supermercados o portando simbología fascista o nazi refuerzan el discurso ruso de acoso occidental y de la necesidad de defenderse de un oponente agresivo que busca destruir el país.
Sin embargo, con un relato que podría haber firmado Mijailo Podolyak (asesor de la Oficina del Presidente de Ucrania), Borrell ha querido centrarse en las posibilidades que supone la ofensiva ucraniana en Rusia. "El levantamiento de las restricciones sobre el uso de capacidades frente a los militares rusos implicados en la agresión contra Ucrania, de acuerdo con el derecho internacional, tendría varios efectos importantes", escribió el líder de la diplomacia europea en su defensa de permitir a Ucrania atacar territorio ruso sin limitaciones y utilizando todo el armamento a su disposición.
Según Borrell, esa escalada supondría "fortalecer la autodefensa de Ucrania poniendo fin al santuario de Rusia para sus ataques y bombardeos de ciudades e infraestructuras ucranianas", un argumento falaz copiado estrictamente del discurso ucraniano. En las primeras horas, Ucrania argumentó la necesidad de crear una zona de amortiguación en Kursk para evitar bombardeos en Sumy, una región que no ha sufrido ataques como los que sufre, por ejemplo, Donbass, y que, contrariamente a lo que alega Borrell, es ahora cuando está sufriendo más bombardeos precisamente por la situación en Kursk.
La ofensiva ayudaría también a "salvar vidas y reducir la destrucción en Ucrania": otra falsedad, teniendo en cuenta que la verdadera destrucción está produciéndose lejos de Kursk y que la batalla continúa ahí con avances rusos cada vedz mayores, sin que el nuevo frente haya modificado en absoluto esos parámetros. Por supuesto, la tercera consecuencia de permitir a Ucrania atacar más fuerte y más lejos territorio ruso contribuiría, según Borrell, a "avanzar en los esfuerzos de paz". Guerra es paz, debe considerar el Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la UE que aboga por una guerra aún más dura como única propuesta de paz.
slavyangrad.es