Haití: Empujones ganadores
Unos meses después del terremoto en Haití, el ex presidente estadounidense Bill Clinton, ahora enviado especial de la ONU en ese país, reconoció lo que muchas organizaciones ya habían denunciado. Clinton llamó ‘un error’ a las políticas que implementó responsables de provocar la ruina de miles de pequeños productores locales de arroz, y con ella la pérdida de buena parte de la autosuficiencia alimentaria del país. En 1994, después de favorecer el retorno de Jean Bertrand Aristide al poder en Haití, el gobierno de Clinton –con unos programas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial como zanahorias en el extremo de un palo– forzó la reducción de los aranceles en frontera que protegían la entrada barata de arroz importado. Supuestamente arrepentido, Clinton añadió que ""he tenido que vivir todos los días con las consecuencias de la pérdida de la capacidad de producir una cosecha de arroz en Haití para alimentar a esa gente, debido a lo que yo hice, nadie más"".
Pero sí, hay más culpables que el presidente de entonces. Como también hemos podido conocer, a los pocos días del terremoto, con el presidente de ahora, entre la ayuda alimentaria tan necesaria para esos primeros momentos llegaron cargamentos de arroz facilitados por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo (la USAID) y distribuidos por el Programa Mundial de Alimentos. Otra vez una fórmula que sólo favorece a los grandes cerealistas de Estados Unidos, mientras que los productores locales disponían de arroz en los graneros que no habían sido destruidos por el terremoto. ¿No habría sido preferible dedicar el dinero de las donaciones a comprar el arroz local?
Pero Haití, ese país invisible durante tantos años, parece determinado a mostrarnos todo el catálogo de perversos mecanismos que, en este caso Estados Unidos y sus multinacionales –un buen ejemplo de los E"stados corporativos" que gobiernan a los pueblos– utilizan en el avance por el control de la alimentación. Y aquí entra en escena Monsanto, la corporación conocida por su dominio en el sector de las semillas, y especialmente las modificadas genéticamente. A principios del mes de mayo se hizo pública la voluntad de Monsanto de colaborar con Haití. Las primeras informaciones indicaban que la empresa había acordado, con el respaldo de la embajada de Estados Unidos en Haití, entregar gratuitamente 475 toneladas de maíz transgénico (junto con sus fertilizantes y pesticidas asociados) y 2 toneladas de semillas de hortalizas, todo en el contexto del programa WINNER (ganador), liderado por la USAID y dirigido por Jean Robert Estime, que ejerció como ministro de Relaciones Exteriores durante los 29 años de la dictadura de Duvalier en Haití. Finalmente, bien por las presiones ciudadanas, bien por decisión propia, el Ministro de Agricultura de Haití ha explicado que el acuerdo se ha cerrado exclusivamente con semillas híbridas de maíz. La donación –dice el Ministro– forma parte de una campaña para reactivar el sector agrícola después del terremoto del 12 de enero y ya está siendo efectiva.
Aunque en Haití no están verificando si las semillas entregadas son o no transgénicas, la diferencia entre donar semillas híbridas o transgénicas, para los intereses de Monsanto no es significativa. En ambos casos estamos hablando de unas semillas, mejoradas en los laboratorios, muy exigentes en el uso de fertilizantes y pesticidas (productos incluidos en la donación). Además, el grano de la cosecha no se puede aprovechar como semilla para nuevas cosechas, con lo que el campesinado se verá obligado a comprar nuevas semillas. Y aquí radica el "altruismo" de Monsanto. Si bien durante los años 2007 y 2008 (curiosamente durante la crisis alimentaria) los beneficios de Monsanto no dejaron de crecer, la crisis parece haber llegado también a sus cuentas de resultados. Según el director ejecutivo de la trasnacional, Hugh Grant, el principal motivo de esta caída fue la disminución en las ventas de herbicidas y productos químicos. ¿Estamos entonces delante de una estrategia para ganar mercados? Si seguimos el consejo del periodista brasileño Thalles Gomes, estos días en Puerto Príncipe, y revisamos la definición de la USAID, observaremos –al igual que pasa con algunos fondos de cooperación del Ministerio de Asuntos Exteriores español– que navegan en la dualidad de conseguir con la ayuda exterior “apoyar los intereses de la política exterior americana, expandiendo la democracia y el libre mercado y, al mismo tiempo, mejorar la vida de los ciudadanos de los países en desarrollo”. Con estos fondos y estas semillas el doble propósito viene a ser como un oxímoron.
La colaboración con el campesinado haitiano en estos momentos es, desde luego, muy necesaria. Pero la urgencia de hoy no puede convertirse en dependencia para mañana. Por ello, desde las organizaciones campesinas locales tienen previstas movilizaciones y marchas estos próximos 4 y 5 de junio contra esta sutil invasión, mientras desarrollan planes propios para aumentar la producción y reproducción de semillas locales y buscan conseguir semillas naturales de lugares con climas similares (en la propia República Dominicana, por ejemplo). Pero parece que estos programas no cuentan con empujones "ganadores".
* Gustavo Duch Guillot es coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas y autor del libro Lo que hay que tragar
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