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Argentina, Anti Patriarcado :: 08/08/2018

Hoy se vota la ley de aborto. La conjura

Soledad Vallejos
Esta marea verde, este fuego hermoso que crece y que hoy va a inundar las calles

Es difícil saber si es ignorancia o mala fe, pero no hay otras opciones. En estas semanas, en estos meses, las y los vimos ocupar espacios y minutos con la impunidad del poderoso, primero, y la violencia del poderoso indignado por el desafío, después. Si en Diputados habían paseado cuadros variopintos, en algunos casos hasta enternecedores (cómo olvidar al señor que recitó poesías, algunas propias y todo, para asegurar que existe una argentinidad pura y telúrica antiderechos), en Senado desembarcaron con ferocidad uniforme. Escuchamos; vimos.

Hubo un médico –receptor de cientos de millones del erario público, y que nadie supervisa– haciendo afirmaciones criminales. Desafió a la ciencia (¡la porcelana y el virus!), a políticas públicas consensuadas socialmente (pedidas por la sociedad civil, votadas por el Congreso, aplicadas por el Ejecutivo), a la libertad y los derechos (tan lejos de lo único que considera válido: su propia “moral”).

Hubo otros médicos, de guardapolvo y escarapela (porque no les alcanza pretender ser la ciencia: también pretenden ser La Patria), asegurando que el ministro de Salud no sabe leer estadísticas y que, de todos modos, en el mejor de los casos, miente. 

Hubo una médica conocida por su prédica antivacunas. Mostró videos de partos y aseguró que eran abortos.

Hubo abogados que gustan de hacerse llamar juristas asegurando que las normas nacionales internacionales dicen aquello que no dicen.

Hubo abogados diciendo que el proyecto de ley dice cosas que no dice.

Hubo una ingeniera civil contando que a ella las pobres le pidieron plata para una pastalinda, pero nunca para un aborto.

Hubo señores que gritaban. Estaban furiosos y creían que si pronunciaban en voz más alta sus argumentos se acabaría el problema.

Sentado en el sector de prensa, hubo un cura rezando el rosario mientras exponían oradoras a favor de la legalización.

Hubo un jefe de servicio de un hospital confesional en el que no se entregan anticonceptivos por “ideario”.

Hubo una profesional de la salud asegurando que el problema de salud pública no es la clandestinidad sino interrumpir un embarazo.

Hubo un “filósofo”, sobrino de un cardenal y arzobispo, que aseguró la existencia de una conspiración imperialista internacional con estrategia de control natalista, y que días después, en el mismo salón del Senado, acompañado por senadoras y senadores antiderechos, presentó un libro con ese mismo argumento.

Hubo un pastor que no contó que lo era; hubo un cura que dijo hablar por las mujeres pobres. 

Estas semanas pasaron entre la malicia y la conspiranoia, que alimentó la figurita repetida. Para cuestionar datos, información y argumentos, senadoras y senadores antiderechos insinuaban corrupción: ¿quién les paga a quienes reclaman interrupción legal del embarazo? A partir de esa pregunta procuraban tejer sospechas nunca del todo claras de que bueno, en fin, detrás del reclamo había un interés turbio e impronunciable. Sólo una vez un presidente de comisión pidió aclarar esa inquietud recurrente, más parecida a una acusación y a un interrogatorio que a la voluntad de saber. (La campaña antiderechos, ¿quién la financia?) Las demás veces todo sucedió como si nada, aun las afirmaciones criminales. “Ha habido libertad de expresión inclusive ante los extremismos de un lado y del otro”, dijo el presidente del plenario. Porque a fin de cuentas es todo igual, aún cuando la violencia y los ataques –inclusive físicos– estas semanas prevalecieron de un lado (celeste) hacia el otro (verde).

El problema de la ignorancia no es tanto que exista como que exista en un lugar de poder y sea ejercida con orgullo. Pero también eso se termina. También eso va a arrastrar, más temprano que tarde, esta marea verde, este fuego hermoso que crece y que el 8 va a inundar las calles.

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