Imaginar el fin del capitalismo
La velocidad a la que circulan las ideas conservadoras gracias a las redes sociales ha asestado un golpe profundo al sentido común progresista. Cualquier reacción que no responda con una agenda de transformación igual de radical está destinada a perecer.
¿Es posible programar la tecnología de manera que fomente la libertad y la autonomía humana en lugar de la expropiación y la alienación capitalista Ese interrogante recorre Utopías digitales. Imaginar el fin del capitalismo (Prometeo, 2024), el último libro de Ekaitz Cancela, escritor vasco que lleva una década investigando la intersección entre tecnología y capitalismo. Editado inicialmente bajo el sello de Verso Libros, este ensayo pone el foco sobre algunos experimentos, principalmente ocurridos en el Sur global, para plantear una alternativa a la hegemonía cultural de Silicon Valley y enriquecer el proyecto comunista.
Utopías digitales aborda, entre otros temas, la potencia nunca probada de los cables submarinos desarrollados por la India, los centros de modelación del clima de Brasil, la visualización y colectivización de las prácticas de trabajo en Chile, los experimentos en soberanía tecnológica de Argentina o incluso las lecciones que arroja el crédito social en China. Actualmente, Cancela trabaja para el Center for the Advancement of Infrastuctural Imagination fundado por Evgeny Morozov, un meta think-tank que desarrolla software, distribuye trabajos intelectuales y produce conocimiento. Está terminando un doctorado sobre la transformación del Estado en la era digital en la Universidad Abierta de Cataluña (UOC) y milita en la revista radical vasca Hordago-El Salto.
HB. En la introducción de Utopías digitales hablas de disputar la libertad y haces afirmaciones veladas sobre las políticas neoliberales de privatización que trata de impulsar Javier Milei en la Argentina mediante la conquista de todo el poder del Estado. ¿Cómo sobrevive el proyecto neoliberal y su defensa de la libertad de mercado?
EC. El triunfo de Milei es un fenómeno particular de la Argentina, pero nos dice algo a nivel abstracto o filosófico. Expresa un shock neoliberal, practicado como austericidio (aumento de la pobreza y la desigualdad, pauperización de las clases subalternas), que tiene como objetivo derribar ideológicamente la «modernidad popular» establecida en la época de Perón. En efecto, trata de estabilizar las turbulencias de la economía de mercado que afronta el país mediante la privatización de los activos públicos y la financiarización de la economía. La llamada «Ley bases» expresa eso: un intento por cambiar la Argentina en solo un mes.
Su ataque se dirige principalmente contra el Estado, hasta ahora entendido como una espacio para la redistribución colectiva de los recursos y el desarrollo; contra un modelo de sociedad altruista y colaborativo, en lugar de competitivo y egoísta. Además procura avanzar contra un tipo de economía, si bien atada a la relación capital-trabajo y la propiedad privada, con un carácter menos dependiente de las inversiones extranjeras o transferencias tecnológicas.
La vida bajo el régimen de Milei --y el uso de ese concepto es, per se, una innovación reaccionaria-- se entiende como la libertad del capital para conquistar cada esfera de la vida. Su ofensiva política busca colocar al mercado como la única institución de coordinación social, lo que explica por qué la represión de los movimientos autorganizados es tan importante. Es un proyecto anticomunista en un país donde esta ideología no existe, que ofrece una respuesta sencilla a las ambivalencias (políticas, culturales y sociales) de esta modernidad: «estás tú solo ahí fuera, sobrevive». No hay rastro alguno de «lo popular» en esa enunciación.
HB. ¿Cuándo se produce esta ruptura, si se quiere, epistémica?
EC. Como muestran los trabajos en sociología económica publicados en ese país, las reformas neoliberales se inician con Menem y se agudizan con la infame receta ajustadora de Macri. Pero el éxito de La Libertad Avanza, una iteración mucho más desacomplejada en lo que respecta a la profundidad de sus reformas de mercado, encuentra su explicación en la crisis del peronismo hegemónico a la hora de reaccionar ante la ofensiva neoliberal. De manera más concreta, es la reiterada incapacidad de la tentativa kirchnerista para reformar de manera radical las instituciones de la modernidad popular (o, más simplemente, asegurar el bienestar entre las capas sociales poco pudientes y trabajadoras, que eran el sujeto político del primer peronismo) la que lo explica. Este proceso se puso de manifiesto especialmente tras la recuperación económica de la mano de Cristina Fernández de Kirchner.
Al margen de las cuestiones materiales, también existe sobrada evidencia en otros lugares del mundo como para afirmar que la velocidad a la que circulan los marcos ideológicos conservadores gracias a las redes sociales, en propiedad de empresas de EEUU, así como la incapacidad para desarrollar canales de comunicación soberanos (recordemos que Milei es un estúpido experimento mediático del kirchnerismo), ha asestado un golpe profundo al sentido común progresista y alimentado un perfil político absolutamente alineado con la hegemonía cultural de Silicon Valley. Cualquier intento por combatirlas que no responda con una agenda de transformación igual de radical está destinado a perecer.
HB. En el libro dices que la izquierda es incapaz de salir del marco de la Guerra Fría (el libre albedrío del mercado versus la planificación central del Estado) a la hora de pensar alternativas...
EC. En La larga revolución, Raymond Williams señala que la cultura es una de las esferas más estratégicas para superar la dicotomía Estado-mercado desde posiciones emancipatorias. Desde las filas socialistas, el debate ha girado sobre cómo distribuir y asignar los recursos. Pero los neoliberales han sabido politizar cuestiones más relacionadas con el ser y la existencia en la sociedad moderna. La pregunta que debemos hacernos es cómo despertar las partes más imaginativas del ser humano, articular el deseo desde la solidaridad de clase y el altruismo, colocando en el centro las actividades creativas y de cuidados para generar otra forma de valor --social y no de cambio--, descubrir nuevos procesos productivos y atisbar usos de la tecnología más sociales y sostenibles, así como encarar formas de trabajar colectivamente en proyectos posindustriales de los que sentirnos parte activa. Ese es el reto para cualquier visión poscomunista del mundo.
Me refiero a la importancia que, como muestra la economía digital, tienen los aspectos más mundanos y cotidianos de la estructura de sentimientos que organiza nuestra vida, eso de los que hablaba Williams cuando se refería a lo ordinario: lo que vemos y hacemos cada día, las instituciones necesarias para el aprendizaje y la coordinación entre seres humanos. Son procesos lingüísticos y comunicativos que cada vez más tiene lugar a través de redes sociales y aplicaciones de mensajería corporativas. Debemos impulsar «infraestructuras del ser», dispositivos tecnológicos, plataformas e incluso feeds que sean capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos.
HB. ¿Cómo crees que se puede resignificar la libertad para plantear la batalla cultural en Argentina?
EC. Creo que tenemos que resignificar este término, quitárselo al neoliberalismo, para escalar todo eso que ahora se nos aparece como las únicas salidas al régimen de verdad actual. Necesitamos crear otros incentivos, circuitos de comunicación e intercambios de información para que toda esa energía humana se canalice de manera radical y pueda desembocar en una existencia digital que nos permita realizarnos como individuos que se relacionan en comunidad para alcanzar objetivos colectivos. No solo se trata de garantizar las necesidades (pan, techo, tierra y trabajo), sino de entender cómo la esfera de las libertades puede contribuir a un proyecto mucho más innovador, complejo y asentado sobre formas de emprendimiento no mercantiles, acciones que fomenten la igualdad y el bienestar.
Al fin y al cabo, tras la derrota en la lucha capital-trabajo, el «sujeto posperonista» se entiende a sí mismo como alguien que debe buscar alternativas para desarrollarse en economías populares, locales y autogestionadas, y que canaliza su ingenio en espacios culturales o sociales. Plantear la batalla implica reconocer eso que Marx expresaba en sus escritos filosóficos: la distinción entre necesidad y libertad, como hace Milei, pero con una agenda distinta a la destrucción de las clases desposeídas.
En cierto modo, en Argentina ya se opera desde los márgenes del Estado y el mercado como los conocemos actualmente. Me refiero al trabajo de artistas, militantes, académicos y otras profesiones avanzadas, donde convergen lo material con lo espiritual, lo gozoso con lo indispensable, la oficina con lo lúdico o recreativo.
HB. ¿Cuál es tu propuesta para crear instituciones para esa modernidad popular de la que hablas, en la que la necesidad y la libertad convergerían en un proyecto único?
EC. En cierto modo, Javier Milei ha triunfado porque su idea de libertad lleva más de una década en funcionamiento gracias a las herramientas de Silicon Valley. Ahora necesitamos instituciones para desarrollar todo aquello que promete el «modernismo sin mercado», como lo define Evgeny Morozov, una sociedad con hábitos y costumbres cada vez más complejas pero también diferentes, diversas, compuestas de distintas identidades definidas por los propios sujetos (como muestra la iteración queer del feminismo), cambiantes, pero sin que desemboquen en discriminaciones jerárquicas (raza, género, etnia y clase), sino en su abolición y en la posterior organización colectiva y democrática de la producción y la reproducción para solucionar los grandes problemas de nuestra época: la desigualdad y el calentamiento global.
HB. En la introducción hablas del proyecto de ARSAT (Empresa Argentina de Soluciones Satelitales) como garante de la soberanía tecnológica. ¿Qué rol puede jugar esta empresa pública --junto con otras instituciones culturales-- a la hora de pensar en formas de desarrollo nacional distintas a la venta del país a los grandes capitales?
EC. Las infraestructuras del Estado, como ARSAT, deberían servir para sostener plataformas públicas digitales que permitan afrontar nuestros problemas así como las nuevas necesidades biológicas --en palabras de Marcuse, que escribía en los albores de Mayo del 68-- de una manera más eficiente que el mercado. Las universidades públicas, pero también las galerías, museos, bibliotecas, filmotecas, centros de documentación (archivo e investigación), los circuitos teatrales, dado que operan como espacios dedicados a garantizar el acceso conocimiento y el arte y no la circulación mercancías, son un buen ejemplo del tipo de institución que podrían convertirse en pilares centrales de la modernidad popular y en un garante de la libertad creativa.
Diego Tatián afirmaba que la universidad es una institución «dedicada a la vida no universitaria y a prácticas de producción de un plusvalor ético-político que excede los intereses corporativos, profesionales, empresariales o estatales», y Micaela Cuesta, profesora de la Universidad Nacional de San Martín, añadía que nos permiten conocer nuestras determinaciones y anteponer a ellas una mediación institucional que garantice autonomía subjetiva y capacidad de autogobierno. Dado que existe esta potencia no realizada, ¿por qué no imaginar las universidades como motores para el desarrollo nacional?
Debemos reactivar todas esas instituciones de manera que permitan, además, la interacción entre distintas habilidades y disciplinas (ingeniería, arte, ciencias sociales, matemáticas, etc.). Las universidades deben ser espacios donde interactúan perfiles diversos y crean sinergias que hacen progresar a la sociedad. Son algo así como motores espirituales donde descubrimos quiénes queremos ser y cómo queremos aportar al resto de personas; un espacio de felicidad, pero también de trabajo digno, sin hambre y sin exclusión, como rezaban las manifestaciones en las calles de Argentina en favor de la universidad pública, la base para alcanzar la soberanía científica y tecnológica que después enriquezca al país, en lugar de subdesarrollarlo debido a la competencia con los países del Norte. Esta debe ser la base sobre la que debe erigirse el modelo civilizatorio alternativo al de Milei.
HB. ¿Qué rol crees que tienen las criptomonedas, como proyecto libertario, a la hora de consolidar los marcos neoliberales y llegar a esa nueva generación, milenial o Z, e insertarlas dentro de los circuitos del dinero en lugar de politizarlas?
EC. Antes de que estallara la burbuja de las criptomendas (cuándo se derrumbó el precio de una parte de ellas, dejando a millones de personas sin ahorros) o se reconociera que la gran mayoría de las NFT eran en realidad un fraude, escribí que estos instrumentos financieros eran el producto de una pesadilla milenial.
Somos la generación más educada de la historia, con las mayores habilidades y conocimientos técnicos, capaz de imaginar otras formas de relacionarnos y existir en sociedad, pero todo ello se encuentra bloqueado. Somos víctimas de las dos grandes turbulencias económicas más grandes ocurridas a nivel sistémico en la historia (en Argentina, de hecho, cuatro: el Rodrigazo, en 1975, la crisis hiperinflacionaria de 1989, la bancarrota de 2011 y el estancamiento derivado del crash global al que asistimos desde 2012). Heredamos un mundo sin recursos y que se extingue.
Las élites se han esforzado en negar que es necesaria una organización de los recursos económicos y políticos a escala planetaria, y que esta debe recaer en los movimientos sociales. No han parado de poner en marcha experimentos digitales hiperpragmáticos contra el Estado, pero sobre todo contra la autorganización, para garantizar la supervivencia del sistema, sean las redes sociales, la inteligencia artificial o las criptomendas. Milei lo ha entendido perfectamente y ha instrumentalizado la situación económica (pobreza, incapacidad de ahorro, salarios paupérrimos) y existencial (nula formación financiera, falta de un horizonte esperanzador y un ácido individualismo ) para decantar la lucha del lado de los capitalistas, consolidando sus proceso de expropiación y explotación.
También ha comprendido algo que el kirchnerismo no: existe un tipo de sujeto o espíritu emprendedor entre los jóvenes al que se debe responder políticamente, no a través del mercado. La gente en este país es increíblemente creativa y, debido a las dificultades económicas de los últimos años, ha desarrollado la capacidad para montar proyectos y sacar plata de cualquier lugar. En lugar de canalizar esa agencia creativa, esa pulsión hacia el emprendimiento, de manera similar a como hacen los movimientos sociales o los espacios artísticos (es decir, para crear sujetos que llevan a cabo tareas de militancia política o son simpatizantes culturales), Milei lo ha orientado hacia la guerra entre individuos, aunque ya son varios los estudios que coinciden en que quizá no sea capaz de hacerlo. Las criptomonedas son un intento por solucionar los problemas del neoliberalismo, pero lo más probable es que terminen creando otros nuevos.
HB. ¿Existen utopías, tal y como las definís en el libro, que nos permitan imaginar una salida?
EC. Siempre existen afueras al sistema en las prácticas sociales de las personas y organizaciones que las imaginan y después las llevan a la práctica, especialmente en el Sur global. Pero hemos de quitarnos de la cabeza que las criptomonedas son herramientas descentralizadas o neutras: están al servicio de una agenda, en este caso la de los buitres financieros. Por ejemplo, pensemos, como hizo Ecuador, en una criptomoneda atada a las directrices del banco central argentino que además sea capaz de financiar proyectos colectivos que faciliten la integración económica del país, su cohesión y su movilización en favor de proyectos de desarrollo nacional. ¿Por qué jugar y ganar al estilo neoliberal, entrenando jugadores para luego venderlos más caros a cambio de criptomonedas con las que especular en una pirámide de Ponzi? De la mano de Andrés Arauz, incluso se crearon hackatones para mejorar la integración financiera de los ciudadanos y avanzar en tácticas para desdolarizar el país.
La base de nuestro pensamiento radical debe asentarse sobre la solidaridad, no la competencia, y después pensar en las tecnologías necesarias para llevar a cabo esta reorganización de la vida moderna. Existen muchos experimentos con valiosas lecciones sobre cómo llevarlo a cabo, pero antes necesitamos crear bloques regionales entre países progresistas, como los del Sur, que sean capaces de construir dichas infraestructuras de manera colectiva, con acuerdos comerciales asentados sobre la libre transferencia tecnológica, relaciones entre los distintos pueblos que permitan escalar las innovaciones derivadas y codificar todas esas prácticas dentro de un orden mundial alternativo, antisistémico. La alternativa es la austeridad, la guerra y la destrucción ambiental.
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