¿Maquinaria electoral o escuela de política?
He leído recientemente en La Jornada la siguiente expresión, en referencia a las cualidades que debería tener un dirigente de un partido político: se requiere que tenga la capacidad de ganar elecciones. Deseo reflexionar sobre el tema en las siguientes líneas.
Una elección de representantes es una acción necesaria en la democracia, pero no suficiente. Quiero decir con ello que el ciudadano, integrante del pueblo en donde reside el poder y la soberanía en último término, dará a un igual la representación en el ejercicio delegado del poder por medio de una elección. Elegirá a otra persona para que obre en su lugar. Esto es necesario porque 130 millones de mexicanos no pueden argumentar cara a cara en democracia directa para tomar cada decisión política (aunque en la base, en el barrio, en el pequeño poblado se puede institucionalizar una democracia directa que se articularía con la democracia representativa; pero ese es otro tema sobre el que no reflexiono ahora). Por ello la elección de representantes es necesaria.
Pero en el caso de un partido político (además popular y articulado a movimientos sociales) que intenta inaugurar un nuevo ejercicio del poder, contra la corrupción hecha tradición, y que procura que los principios éticos definan las exigencias normativas de la acción política, se necesita un nuevo tipo de político que sea honesto, moralmente coherente, con una ideología innovadora que sea consecuente con el noble oficio de la política y no de una política como una profesión que intenta el lucro y la realización egoísta de fines particulares excluyentes de los más vulnerables.
La pregunta que se impone entonces es: ¿elegir representantes?: sí, pero ¿dónde se encuentran esos nuevos representantes honestos, capaces, creativos? ¿Quién los ha educado, formado, entrenado en la praxis y en la teoría en la nueva manera de ejercer el poder como servicio y no como dominación, corrupción o profesión para enriquecerse? ¿No será que el partido político es una condición (necesaria, pero no suficiente) no sólo para ganar las elecciones (constituyéndose en una burocracia que rápidamente se corrompe), sino para formar posibles candidatos a representantes de ciudadanos, ética y políticamente capaces. Sólo en este caso se cumple la condición necesaria y suficiente. En este caso el partido político no es sólo ni primeramente una maquinaria electoral, sino una comunidad ético-política de ciudadanos aptos para gobernar delegadamente con poder obediencial al servicio de un pueblo.
En tal caso es ejemplo de dirigente de un partido político el que tiene como tarea instaurar un nuevo tipo de ejercicio del poder. No puede ni debe ser un burócrata que se ocupe en ganar elecciones (lo que supone propaganda, negociaciones, maquinaciones, destrucción de oponentes, vida de escritorio en diálogo con las élites, etcétera), sino que debería ejercer un liderazgo que se arremanga los brazos y ensucia sus pies en el barro colaborando con indígenas pobres y despreciados, llegando antes que el Sol al trabajo, siendo admirado por el pueblo pueblo, que llega a la presidencia de la nación por ponerse arriesgadamente al frente de multitudes de pobres que lo invisten como su representante antes y por sobre toda elección. ¡Quizás alguien piense en el Presidente mexicano actual! Y un partido debe generalizar en sus integrantes el deseo de ejercer ese liderazgo que lograrlo en escuelas de cuadros, en primer lugar teniendo como referencia a miles de jóvenes que claman por una política y vida honesta, y que un partido puede formar y encausar como una nueva legión de políticos de otro temple.
El dirigente del partido que adquiere el olor a pueblo, junto a él, sirviéndolo, liderándolo, es digno de ser dirigente, y no el burócrata que gana elecciones (a las buenas o a las malas, comprando votos y usando el fraude).
Insisto, necesitamos partidos como comunidades éticas que formen a sus integrantes gracias a escuelas de cuadros en las que sería bueno usar los recursosrecibidos del Estado (que si no los otorgara éste los donarían los millonarios con la finalidad de que el partido después pagara la inversión sirviendo a las empresas y no al pueblo, como lo hemos vivido durante decenios). Usar esos recursos, por ejemplo, en locales lujosos del partido vale para un partido maquinaria electoral. Pero usar ese dinero en escuelas de cuadros para formar la subjetividad de los integrantes del partido, y del pueblo en general, es el más noble y eficaz empleo de esos recursos. Un dirigente que no piensa así no es un buen candidato a ser elegido.
El partido necesita dirigentes volcados por vocación al servicio del pueblo, y como claramente define la milenaria cultura semita, de un Hammurabi por ejemplo (hace más de 3 mil 600 años, para no nombrar a otros que nacerán después), hay que colocar en el proyecto político primero a los pobres. Pero esto no surge espontáneamente de una subjetividad consumista educada por la competencia egoísta del mercado del neoliberalismo, sino de un ejemplo del político que practica cotidianamente sus principios y de una ideología que sea teoría y crítica de la ética burguesa del capital, gracias a una organización y a una educación que hay que impartir como objetivo esencial de un partido político popular, que se articula con los movimientos sociales respetando las autonomías de sus liderazgos particulares.
* Filósofo argentino, uno de los fundadores de la Filosofía de la liberación
La Jornada