¿Quién pagó al plomero? La CIA y la guerra fría cultural
No tiene sentido discutir estas definiciones, están basadas en documentos del gobierno y proporcionan los principales argumentos de la estrategia de la Guerra Fría cultural.
Corría Mayo de 1967. En los pasillos de la nueva sede de la Agencia Central de Inteligencia, en Langley, Virginia, se respiraba una atmósfera de emergencia. La CIA, que durante 20 años prácticamente había logrado desempeñarse de una manera totalmente secreta, enfrentaba ahora una profunda crisis en sus relaciones públicas. La historia de cómo la CIA había intentado golpes de estado, asesinatos y derrocamientos de gobiernos elegidos democráticamente, había circulado por todo el mundo en las primeras planas de periódicos, a pesar de los grandes esfuerzos por evitarlo. Con el antecedente de la guerra de Vietnam, y en medio de un clima de creciente disconformidad nacional, la CIA, que hasta entonces había sido una institución respetada, comenzó a ser vista como un elefante feroz en la cristalería de la política internacional. Quedaron al descubierto los detalles sucios de la deposición del Premier Mossadegh, en Irán en 1953; de la expulsión del gobierno de Árbenz en Guatemala, en 1954; de la desastrosa operación de Bahía de Cochinos; y de cómo la CIA había espiado a decenas de miles de estadounidenses y negado dichas actividades ante el Congreso, elevando así a nuevos niveles el arte de mentir.