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EE.UU., Medio Oriente :: 01/01/2012

Iraq: retiro sin gloria

Jim Lobe
Quizás los estadounidenses simplemente se olviden de esto como si hubiera sido un mal sueño, lo que llamaron en 2005 “el mayor desastre estratégico en la historia de EEUU”

La oficialización esta semana del fin de la ocupación de casi nueve años de Iraq pasó prácticamente desapercibida en Estados Unidos. Apenas mereció una ceremonia en Bagdad presidida por el secretario de Defensa del país invasor, Leon Panetta.

El acto del el jueves 15 en Bagdad había sido precedido tres días antes por la reunión en Washington del presidente Barack Obama con el primer ministro de Iraq, Nouri al-Maliki, para discutir la futura relación estratégica entre ambos países. Tampoco nadie le prestó atención a ese encuentro.

Esta sorprendente falta de interés puede explicarse con la distracción que implica la temporada de vacaciones de fin de año, la campaña electoral por la Presidencia o la mala salud de las economías de Estados Unidos y de Europa.

Pero también puede deberse a que la población es demasiado consciente de que, pese a que los últimos 4.000 soldados que aún quedan en Iraq volverán en los próximos 10 días, todavía hay más de 90.000 apostados en Afganistán.

En el imaginario colectivo, esa situación no difiere de la de Iraq, particularmente porque las tropas fueron enviadas a ambos países por el entonces presidente George W. Bush (2001-2009) como parte de una misma “guerra mundial contra el terrorismo”.

O quizás los estadounidenses simplemente se olviden de esto como si hubiera sido un mal sueño, lo que el extitular de la Agencia de Seguridad Nacional, el hoy fallecido teniente general William Odom, llamó en 2005 “el mayor desastre estratégico en la historia de Estados Unidos”.

La opinión pública se revirtió pocos días después de la invasión a Iraq, el 20 de marzo de 2003, alrededor de 70 por ciento de los encuestados en Estados Unidos se manifestaron a favor, frente a solo 25 por ciento que opinó lo contrario.

Casi nueve años después, esos números prácticamente se dieron vuelta. En una consulta realizada en noviembre por la cadena estadounidense de noticias por televisión CNN respondieron en 68 por ciento de los casos que estaba en contra de la guerra en Iraq, mientras que apenas 29 por ciento dijeron estar a favor.

También 67 por ciento de los encuestados por la CBS News en igual fecha contestaron que la invasión a Iraq “no valió la pérdida de vidas estadounidenses y otros costos” en los que se incurrió.

Apenas 24 por ciento discreparon. Esto constituye un elocuente testimonio de la profunda desilusión que sienten la mayoría de los ciudadanos respecto de una guerra cuyos costos no anticiparon sus iniciadores.

Y es que del lado estadounidense, también los costos fueron grandes: casi 4.500 soldados muertos y decenas de miles de heridos. Entre estos últimos se cuentan los afectados por severas lesiones cerebrales y estrés post-traumático, que acosan y lisian a sus víctimas por el resto de sus vidas.

El precio oficial de la guerra, de alrededor de un billón de dólares, ignora sin embargo los gastos indirectos, muy superiores.

El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz estimó los costos totales de la guerra de Iraq sobre la economía de Estados Unidos, incluyendo los que requiere la atención a la salud de los veteranos, en más de tres billones de dólares, suma significativa dado la crisis que afronta el país desde fines de 2008.

Como si todo esto fuera poco, Estados Unidos sufrió una inconmensurable pérdida de credibilidad en el plano internacional. Es que quedaron demostradas que eran infundadas las justificaciones para ir a la guerra, como los presuntos vínculos de Saddam Hussein (1979-2003) con la red extremista Al Qaeda, la existencia de armas de destrucción masiva y el desarrollo de armas nucleares. Nada de eso era cierto.

Además, la maquinaria bélica más sofisticada y poderosa de la historia no logró eliminar a una variedad de insurgencias, incluida la aparición en ese país después de la invasión de células de Al Qaeda, precisamente.

Mayores pérdidas para los iraquíes por supuesto, las pérdidas materiales de Estados Unidos empalidecen si se las compara con las de Iraq, en vidas humanas y en cuestiones materiales. Se calcula que murieron por causa de la guerra más de 100.000 habitantes de ese país y otros tantos, incluidos cientos de miles de niñas y niños, resultaron heridos o traumatizados por sus experiencias.

Los costos sociales tampoco pueden ignorarse. La Organización de las Naciones Unidas estimó la cantidad de personas que huyeron de sus hogares desde la invasión en casi cinco millones, que se dividen en partes prácticamente iguales entre desplazados dentro de Iraq y refugiados que lograron cruzar la frontera. Entre estos últimos figura buena parte de la comunidad cristiana.

Además, los vestigios de la violencia sectaria entre las milicias y fuerzas gubernamentales lideradas por los chiitas y sus rivales sunitas, así como las tensiones irresueltas entre la población kurda del norte y los árabes en torno a los reclamos territoriales en Kirkuk y sus alrededores no solo han reconfigurado la demografía y la política del país. También están ampliamente sin resolver y, por lo tanto, son potenciales fuentes de futuros conflictos, incluso de una guerra civil.

Futuro incierto en lo que parecen coincidir las pocas evaluaciones de la situación en Iraq durante este período de despedida es en que las tensiones sectarias están nuevamente en aumento, especialmente tras las redadas de líderes sunitas asociados con el movimiento de “despertar” respaldado por Estados Unidos.

La evidente fragilidad de la paz tanto en el frente chiita-sunita como en el kurdo-árabe y la posibilidad de una renovada guerra civil -o de una potenciada influencia iraní- está en el centro de las críticas a la decisión de Obama de retirar todas sus fuerzas de combate para fines de este mes.

El escepticismo sobre la futura estabilidad de Iraq es muy alto, según una encuesta divulgada esta semana por NBC News y el diario The Wall Street Journal. La mayoría de los consultados dijeron que, tras la retirada de las fueras estadounidenses, una guerra civil generalizada era o bien “muy probable” (21 por ciento) o “probable en cierto grado” (39 por ciento).

Una mayoría similar calificó las posibilidades de que Iraq logre una “democracia estable” como “en cierto modo improbable” (32 por ciento) o “muy improbable” (28 por ciento).

No obstante, los mismos encuestadores concluyeron el mes pasado que 71 por ciento de los consultados creían que la decisión de Obama de retirar todos sus efectivos de combate ahora era la decisión correcta. Solamente 24 por ciento de ellos discreparon.

Parece ser que los estadounidenses se hartaron de la guerra… pero solo en Iraq.

IPS

 

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