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Mundo, Medio Oriente :: 10/09/2012

Israel exporta su guerra a América Latina

José Steinsleger
Política de reclutamiento empleada por el gobierno israelí entre los indígenas de América Latina, para mandarlos al frente en la Palestina ocupada

La creciente injerencia de Israel en América Latina sintoniza con el fortalecimiento de los gobiernos populares en el sur del continente, el rotundo no al Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (cumbre de presidentes de Mar del Plata, Argentina, 2005), y la consolidación de Brasil como potencia soberana y mundial.

Brasil es una potencia "mundial y soberana", en tanto otras no lo son. Israel, por ejemplo, es una potencia. Sin embargo, y más allá de su política interior, depende, opera y funciona al compás de la agenda belicista de Estados Unidos. ¿Es posible que no siempre haya sido así? Puede ser. Pero una golondrina no hace verano.

Washington y Tel Aviv coinciden en atacar al Diablo que, como es sabido, vive entre Venezuela y Teherán, y en las sucursales que el infierno abrió en Bolivia, Ecuador y Nicaragua. "¡Tengan cuidado con Irán!", dicen los sionistas a los países que osan fortalecer sus relaciones diplomáticas y comerciales con el país asiático. Y el Comando Sur del ejército estadunidense, feliz de contar con un argumento más para instalar sus bases militares.

Cuando en la cumbre árabe-sudamericana de Brasilia (mayo 2005), el presidente de Argelia, Abedelaziz Buteflika, defendió el derecho de los palestinos de tener a Jerusalén por capital y que Israel se retire de los territorios ocupados, la embajadora sionista Tzipora Rimon y el Centro Simon Wiesenthal denunciaron que en su declaración se había omitido la condena explícita al "terrorismo suicida". Teniéndoles sin cuidado que Celso Amorim (canciller de Lula) había condenado todas las formas de terrorismo.

Un año después, el telefonista Andrés Oppenheimer entrevistó a Sergio Widder, director para América Latina del Centro Simon Wiesenthal, quien se declaró "sorprendido" por la "alianza entre grupos radicales de izquierda y grupos islámicos radicales en el gobierno de Néstor Kirchner" (sic).

“Su causa común –añadió– ya no es la demanda de la creación de un Estado palestino, sino la adopción de la agenda iraní, que exige la aniquilación de Israel.” La cizaña de Oppenheimer aportó lo suyo: "Una de las cosas que más me sorprendió en recientes visitas que hice a Argentina y a otras naciones latinoamericanas es el creciente sentimiento antisraelí (sic), y la tácita tolerancia con el terrorismo de la milicia de Hezbolá en varias partes de la región" (sic, Reforma, 14/8/06).

El falaz y maniqueo discurso sionista cuenta con poderosos ideólogos y exégetas. En Estados Unidos figuran el Comité de Asuntos Públicos (Aipac, por sus siglas en inglés), creado por republicanos y demócratas a finales del decenio de 1950; el tenebroso Comité del Peligro Presente (CPD, por sus siglas en inglés, nacido en 1950 y reactivado en 1976 "para combatir al terrorismo y las ideologías que lo promueven") y el Washington Institute for Near East Policy (Winep).

Tales entidades nutren y pautan las directrices de un par de institutos que en Israel dirige el "experto" Ely Karmon: el Internacional para la Lucha contra el Terrorismo (ICT), y el Político y Estratégico del Centro Interdisciplinario (IDC). Y de ambos surge la llamada "diplomacia pública", que a modo de soft power rige la propaganda del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel: la hasbará.

La hasbará es un término hebreo que quiere decir "explicación" o "esclarecimiento". Que en contante y sonante no es más que propaganda y contrapropaganda. Un ejemplo de hasbará podemos apreciarlo en los pueriles conjuros que el remitente SER acostumbra a insertar al pie de artículos como el que usted lee ahora en la página web de La Jornada. Y, faltaba más, en los del colega y amigo Alfredo Jalife-Rahme.

Durante una gira por varios países, Karmon declaró a una revista colombiana: "Hezbolá (NR, partido político libanés) usa indígenas para penetrar en América Latina". Y a continuación acusó a las instituciones islámicas chiítas de América Latina, cuyo propósito sería el de "fortalecer la influencia de Irán en suelo americano" (Cambio, Bogotá, 29/4/09).

El proverbial terrorismo mediático de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) amplificó las declaraciones de Karmon. No obstante, la sólida y acreditada revista Veintitrés de Buenos Aires (dirigida por la periodista pro israelí Romina Manguel) sostuvo exactamente lo contrario: que las instituciones sionistas serían las que reclutan indígenas para la causa israelí (Veintitrés Internacional, Buenos Aires, mayo 2009).

Dato que no parece descabellado al revisar un artículo exhumado por Husain Ali Molina (Boletín Islam y Al-Andalus, núm. 89, agosto 2009). El texto, firmado por Grez Myre y publicado por la agencia de noticias Associated Press (9/7/02), da cuenta de la política de reclutamiento empleada por el gobierno israelí entre los indígenas de América Latina.

Escribe Myre: “Atraídos desde todos los rincones del globo, nuevos conversos al judaísmo están ayudando en la ocupación ilegal. Se trata de peruanos que fueron formalmente convertidos al judaísmo por rabinos israelitas en noviembre pasado, para ser cualificados para la residencia bajo las leyes del Estado judío…”. O sea, carne de cañón para asesinar palestinos.

***

Luego del atentado a las Twin Towers de Nueva York (2001), Washington y Tel Aviv impusieron al mundo la doctrina de "guerra preventiva". Desde entonces, cualquier señalamiento o condena a sus políticas genocidas, es calificada de "terrorista" o "antisemita".

En curiosa sincronía, la Agencia Judía de Israel (Sojnut) y la Organización Sionista Mundial relanzaron en aquel año el programa de inmigración (aliyá), ofreciendo ayuda a los que aceptaban participar en la ilegal, sigilosa y sostenida apropiación de lo que resta de Palestina (Gaza, Cisjordania, Jerusalén este).

La mayor parte de inmigrantes provenían de Rusia y Europa central. ¿De dónde empezaron a llegar desde 2001? ¿De las clases medias israelíes que resentían el látigo del modelo neoliberal, al tiempo de intuir que sus gobiernos resultaban más peligrosos que los chicos malos de Irán, Hezbolá y Hamas?

El carácter neocolonial y dependiente de la militarizada sociedad israelí se sustenta, totalmente, en la ayuda estadunidense. Sin embargo, en lugar de soldados, la conquista de territorios demanda, como en la época de las Cruzadas, de fanáticos imbuidos de una mística guerrera. O sea: de paramilitares.

Perfil ideológico que, paradójicamente, anda de capa caída en la "única democracia de Medio Oriente". Así fue que, a más de los tradicionales de Argentina y Brasil, de América Latina arribaron contingentes de indígenas o campesinos de la subregión andina, que adherían a sectas cristianas con tradiciones judías y aseguraban descender de las "diez tribus perdidas" de Israel.

Mitad de realidad histórica y mitad de fantasía, la milenaria historia de las tribus "perdidas" (que en el "nuevo mundo" encendió durante siglos el imaginario de los cronistas) arranca cuando Sargón II (rey de los asirios) destruye y dispersa los pueblos hebreos del norte de Palestina (721 aC). En tanto, las dos tribus de Judá (al sur) serían llevadas en cautiverio cien años después por Nabucodonosor (rey de Babilonia), y liberadas por Ciro II El Grande, fundador del imperio persa, en 538 aC.

Tan "interesante" como las revistas que ojeamos en la fila del súper, el mito ha sido de mucha utilidad para los servicios de inteligencia de Israel, que en el mundo buscan "colonos" con el perfil ideológico referido más arriba para sus asentamientos ilegales en Palestina.

En México, algunos papás y mamás sionistas cuentan a sus niños que Dios dijo a Moisés: “…busca la Tierra Prometida y funda mi ciudad en una gran laguna donde encuentres un águila sobre un nopal devorando una serpiente…” Pero si los niños repiten la historia en su escuela y los compañeritos se ríen, los sionistas montan una campaña internacional para denunciar "el avance del antisemitismo en México".

Los rabinos serios niegan que los miembros de las tribus perdidas son parte del mal llamado "pueblo judío". No obstante, entidades como la mesiánica Amishav (Mi pueblo retorna) se esfuerzan en localizar a sus "descendientes". Mientras, personajes como Enrique Krauze, creáse o no, usa la leyenda para pegarle a Hidalgo, Juárez, Andrés Manuel López Obrador y otros "redentores" (Letras Libres, abril 2010).

En Cisjordania, el periodista Grez Myre entrevistó para Associated Press (Ap) a Mariano Pérez, uno de los cien indígenas de Perú convertidos al judaísmo por rabinos israelíes. Mariano siguió un curso de hebreo veloz en Trujillo, cambió de nombre y hoy se llama Mordechal. Tras ser aceptado como "ciudadano judío", los sionistas le entregaron una metralleta y lo enviaron junto con su familia a la primera línea del frente.

Mordechal confesó a Myre: “Te entra algo de miedo, todo el mundo se sentiría algo asustado… pero nos da igual. Venimos por una sola razón: estar cerca de Dios” (Ap, 9/7/02). En todo caso, el converso andino consiguió en el "asentamiento" de Karmetsur lo que los refugiados palestinos exigen desde 1948: tierra, hogar, derecho a la autodefensa, frigoríficos llenos de comida, escuela para sus niños y exenciones tributarias.

A estas alturas, algún lector observará que, en realidad, a Israel le interesa importar guerreros de América Latina. Pero en el mundo de la globalización excluyente, el intercambio es dialéctico. Y un modo de ejecutarlo consiste en recurrir al terrorismo mediático que nos habla de la presencia de "células de Hezbolá" o de "asesores militares de Irán" en las regiones y ciudades donde viven comunidades islámicas importantes.

La penetración sionista en las comunidades indígenas responde de maravilla a los objetivos del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, que en su informe de 2005 menciona al “indigenismo militante asociado al antiamericanismo” entre los "peligros potenciales para la seguridad hemisférica".

En los próximos artículos ampliaremos los temas analizados en los casos de Venezuela y Bolivia, países a los que la propaganda sionista (hasbará) señala como filiales del "terrorismo iraní".

La Jornada

 

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