Israel: Netanyahu no es el único interesado en prolongar la guerra
Para la mayoría de los israelíes, la guerra se ha convertido en rutina. Han aprendido a vivir con ello. Es incómodo, piensan, pero no hay otra opción.
Por supuesto, no todo el mundo comparte esta sensación de complacencia: los afligidos, los sobrevivientes, los heridos, los evacuados y las familias de los que todavía están retenidos como rehenes en Gaza. Y, por supuesto, los ciudadanos palestinos de Israel, muchos de los cuales han perdido amigos o familiares en la asediada Franja, y han visto con horror cómo sus vecinos y colegas judíos justifican el brutal ataque de Israel y los atacan con todo tipo de armas y la complacencia de la policía. Estas víctimas de la guerra luchan contra la nueva normalidad, pero su éxito es limitado.
Las manifestaciones semanales para la liberación de los rehenes restantes pueden haber aumentado de intensidad en las últimas semanas, con un arrebato de rabia hacia el primer ministro Benjamin Netanyahu por su resistencia a las negociaciones para un alto el fuego y un acuerdo de intercambio de rehenes. Pero estas protestas siguen palideciendo en comparación con las manifestaciones del año pasado contra el ataque del régimen de derecha a las atribuciones del Tribunal Supremo, las protestas de 2020 contra Netanyahu y las protestas de 2011 contra el aumento del coste de la vida. Mientras tanto, Israel no parece estar avanzando con su ofensiva en Gaza, sin prestar atención a la Corte Internacional de Justicia o al Consejo de Seguridad de la ONU, y tal vez incluso buscando una escalada regional más amplia, al menos en el frente norte con Hezbolá, después de su ataque a la Embajada de Irán en Damasco a principios de este mes.
Esta nueva normalidad, que por ahora parece imposible de romper, no surgió de la nada. Más bien, está siendo producida activamente, todos los días, por aquellos que tienen interés en mantenerla, una amplia coalición de individuos y grupos, cada uno con distintas motivaciones.
Comenzamos con el ministro de Defensa, Yoav Gallant, y los altos líderes militares. Saben muy bien que las unidades de reserva no se pueden movilizar indefinidamente, y no tienen dudas sobre el golpe que la reputación cuidadosa (y falsamente) construida de Israel está recibiendo en la comunidad internacional como resultado de la forma en que está llevando a cabo la guerra. Pero también entienden que mientras continúe la guerra, no habrá presión pública para que asuman su responsabilidad por los graves fracasos que hicieron posible el ataque de represalia del 7 de octubre. Si pueden ganar algunas victorias en la guerra, tal vez, esperan, no pasen a la historia como los peores líderes que Israel haya tenido. Así que hablan de una guerra que durará años.
Está bien documentado que Netanyahu está motivado por una lógica similar. Mientras el país esté en guerra, él permanecerá al timón y podrá retrasar o incluso cancelar su tan esperado juicio por corrupción, así que ¿por qué molestarse en ponerle fin?
Para sus socios de coalición, la nueva normalidad es una bendición. El Partido Sionista Religioso de la extrema derecha y Otzma Yehudit (Poder judío), liderados por los extremistas Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, respectivamente, ven la guerra como una forma de vida y como una aplicación de sus principios políticos fundamentales: la expansión de la supremacía judía y el aplastamiento del nacionalismo palestino. Los ultraortodoxos, por su parte, se conectan con la euforia mesiánica de los partidos de la extrema derecha a través de la noción religiosa de los judíos como "pueblo elegido". Pero también tienen un incentivo financiero para seguir apoyando la guerra: Smotrich, en su calidad de ministro de finanzas, recientemente asignó un gran presupuesto gubernamental a los partidos ultraortodoxos para comprar su lealtad.
Incluso Biden está normalizando la guerra. Biden se niega a presionar a favor de un alto el fuego permanente, o a presionar a Israel para que ponga fin a su genocidio en la Franja. La abstención estadounidense en la reciente resolución del Consejo de Seguridad que pedía un alto el fuego inmediato no fue ni mucho menos un respaldo a la propuesta, sobre todo cuando la embajadora de EEUU ante la ONU inmediatamente trató de quitarle importancia. Biden ha expresado repetidamente su preocupación por la falta de planes israelíes para proteger a los civiles palestinos y a los trabajadores de la ayuda humanitaria, especialmente en el caso de una invasión de Rafah, y ha presionado a Israel con su visión para el "día siguiente", pero se niega a decir que ya basta.
Además, Biden ha creado una división del trabajo entre él y Netanyahu: EEUU alivia parte de la difícil situación de los civiles en Gaza con lanzamientos aéreos de ayuda de poca monta, mientras que Israel los ataca y continúa matándoles a cañonazos o de hambre. Biden tampoco ha presentado su propia propuesta para el "día después", sino que ha indicado de forma vaga que al final se encuentra una solución de dos estados. Netanyahu se deleita con la vaguedad de la sugerencia y hace hincapié en su imposibilidad.
En los margenes está el centroderecha político israelí y la centroizquierda sionista. Siempre han sido ejemplos del militarismo israelí, si no los auténticos líderes militares. Por lo tanto, no pueden oponerse a este militarismo, especialmente en tiempos de guerra, a pesar de su alarma por la toma de control religiosa-sionista de las fuerzas de seguridad de Israel.
Antes de la guerra, pocos de ellos se preocupaban por la difícil situación de los palestinos sitiados dentro de la Franja de Gaza, o incluso abogaban por negociar un acuerdo político con la Autoridad Palestina (AP). La gran mayoría estuvo totalmente de acuerdo con la política de Netanyahu de "gestionar el conflicto", y también ignoraron la voluntad del gobierno democráticamente elegido de Hamas de avanzar hacia un frente unido con la ilegal Autoridad Palestina, como lo demuestra su documento de "Principios y Políticas Generales" de 2017 que reconoció efectivamente los Acuerdos de Oslo como un hecho establecido, y su acuerdo de 2021 con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, para la celebración de elecciones generales. Desde el 7 de octubre, el escaso entusiasmo que existía en la centroizquierda y el centroderecha sionista para un acuerdo político con los palestinos ha sido completamente exprimido.
En el estilo típico de los régimenes de centroizquierda de Israel entre las décadas de 1950 y 1980, especialmente el de la tristemente célebre Golda Meir, dicen que lamentan el sufrimiento palestino, "pero no tenemos otra opción". Apenas mencionan la brutalidad de militares y colonos supremacistas y la limpieza étnica de los palestinos en Cisjordania y Jerusalén. Y, por supuesto, se oponen firmemente a los casos judiciales que se presentan contra Israel en La Haya. El resultado es una versión actualizada de la "gestión de conflictos", una que, a pesar de sus otras diferencias, une prácticamente todas las corrientes de la política israelí.
¿Qué podría cambiar esta realidad de la guerra como rutina, para bien o para mal? Veo tres posibilidades, que no son mutuamente excluyentes.
La primera es una operación israelí radical en el Líbano (donde ya fue derrotado en 2006) o una invasión de Rafah, que podría ser el resultado de una escalada local incontrolable o un error de cálculo israelí. La segunda posibilidad es la decisión estadounidense de exigir un alto el fuego permanente, junto con una coalición militar internacional que reemplazaría la presencia militar israelí en la Franja de Gaza. Y la tercera opción es el despertar del sector industrial y empresarial de Israel, para quien la guerra no es rutinaria, sino más bien una grave interrupción de sus negocios "como siempre". Política y socialmente, este sector se encuentra tanto en la derecha política como en el centroderecha. Engrasó las ruedas de la protesta contra la reforma judicial y, si se activa, podría dar lugar a una nueva ronda de elecciones y un cambio posterior en la dirección de la guerra.
972mag.com. Traducción: Enrique García para Sinpermiso.