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EE.UU. :: 03/01/2025

Jimmy Carter empeoró el malestar que él mismo denunciaba

Nick French
En julio de 1979, Jimmy Carter se refirió a una «crisis de confianza». Pero las políticas neoliberales de su gobierno contribuyeron a hacer del país una sociedad más desigual

El 15 de julio de 1979, el entonces presidente de los EEUU Jimmy Carter se dirigió a la nación en directo por televisión. El discurso que pronunció esa noche --a menudo llamado el «discurso sobre el malestar»-- es probablemente uno de los momentos más recordados de su mandato al frente de la Casa Blanca.

El motivo inmediato del discurso fue la inflación en curso, causada en gran parte por la escalada de los precios del petróleo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Pero Carter creía haber diagnosticado un problema más profundo. Los estadounidenses no solo estaban descontentos con la subida constante de los precios de la gasolina; debido a una serie de traumas nacionales que habían comenzado en la década de 1960 --los asesinatos de John F. Kennedy y Robert F. Kennedy y Martin Luther King Jr, la guerra de Vietnam, Watergate, la persistente inflación--, los ciudadanos sufrían «una crisis de confianza» que «amenazaba con destruir el tejido social y político de EEUU».

El discurso está lleno de nostalgia romántica por una época más sencilla de optimismo y objetivos nacionales compartidos. Por supuesto, tal cosa nunca existió realmente. Pero algo de lo que Carter en aquella ocasión dijo suena a verdad:

Nuestro pueblo está perdiendo (...) la fe, no solo en el propio gobierno, sino también en la capacidad de los ciudadanos para ser los últimos gobernantes y forjadores de nuestra democracia [...] demasiados de nosotros tendemos ahora a adorar la autoindulgencia y el consumo. La identidad humana ya no se define por lo que uno hace, sino por lo que posee. Pero hemos descubierto que poseer cosas y consumirlas no satisface nuestro anhelo de sentido. Hemos aprendido que amontonar bienes materiales no puede llenar el vacío de unas vidas que no tienen confianza ni propósito.

Los síntomas de esta crisis del espíritu estadounidense están a nuestro alrededor. Por primera vez en la historia de nuestro país, una mayoría de nuestra gente cree que los próximos cinco años serán peores que los anteriores. Dos tercios de nuestra gente ni siquiera vota (...). Existe una creciente falta de respeto por el gobierno, las iglesias, las escuelas, los medios de comunicación y otras instituciones.

Estas tendencias descritas por Carter parecen haber empeorado. En comparación con esta era hiperindividualista y obsesionada por el consumo, los EEUU de 1979 debían de parecer un faro de civismo y autocontrol. La confianza en las instituciones clave --el gobierno, las iglesias, las escuelas públicas y los medios de comunicación-- ha continuado su caída en picada, y varias encuestas de opinión pública señalan que la confianza institucional en 2024 se ubica cerca de su mínimo histórico.

En su discurso sobre el malestar, Carter declaró que «la energía será la prueba inmediata de nuestra capacidad para unir a esta nación, y también puede ser el estandarte en torno al cual nos unamos» y anunció una serie de propuestas políticas para reducir la dependencia estadounidense del petróleo extranjero. Sin embargo, lo más importante para comprender el calamitoso estado de la sociedad estadounidense de hoy son los aspectos de la política del gobierno de Carter que no fueron abordados en aquel discurso.

Carter ganó la presidencia en 1976 con el apoyo de los sindicatos y con el compromiso del Partido Demócrata de apoyar una serie de importantes políticas progresistas, como la creación de una Agencia Federal de Protección del Consumidor, una reforma de la legislación laboral favorable a los sindicatos y una ley que obligaba al gobierno a garantizar el pleno empleo. Pero el presidente y el Congreso controlado por los demócratas acabaron iniciando el giro hacia el neoliberalismo antiobrero que los sucesores de Carter en ambos partidos profundizarían durante las cuatro décadas siguientes.

A pesar de la supermayoría demócrata, la legislación para la Agencia de Protección del Consumidor y el aumento de las sanciones por prácticas laborales desleales fracasaron en el Congreso debido a la oposición del lobby empresarial. Finalmente, el Congreso aprobó --y Carter firmó-- la Ley Humphrey-Hawkins de Pleno Empleo y Crecimiento Equilibrado de 1978, aunque para esa altura había quedado reducida a una medida meramente simbólica, eliminando el texto que habría exigido al gobierno garantizar el pleno empleo y crear puestos de trabajo públicos cuando la contratación en el sector privado fuera insuficiente.

Los dos últimos años de la presidencia de Carter lo encontraron lanzando agresivos ataques contra la regulación y el Estado del bienestar. Como escribe Paul Heideman:

Frente a la exigencia por parte de un amplio sector de la comunidad empresarial de recortar el presupuesto, Carter cedió. La austeridad que tan a menudo se asocia con la presidencia de [Ronald] Reagan comenzó en realidad con Carter, bajo cuyo mandato el gasto en bienestar, por ejemplo, se contrajo más rápidamente de lo que lo iba a hacer con Reagan.

Carter también desreguló amplios sectores de la industria estadounidense, como las aerolíneas, el transporte terrestre y, quizás lo más importante hoy en día, la banca. Enfrentado a una clase empresarial cada vez más insatisfecha (a pesar de sus recientes victorias legislativas), Carter actuó enérgicamente para aplacar sus preocupaciones, atacando los intereses de su propia base electoral con tanta ferocidad que el senador de Massachusetts Ted Kennedy se vio motivado a montar un breve desafío en las primarias al presidente en funciones.

Si lo que se buscaba era que el malestar que Carter lamentaba con tanta elocuencia hiciera metástasis, lo peor que se podía hacer era promulgar las políticas que su propia administración puso en práctica: recortar impuestos, reducir el Estado del bienestar, desregular la economía y dar la espalda al cada vez más asediado movimiento obrero. Estas medidas allanaron el camino para que un puñado de los de arriba se hicieran fabulosamente ricos, mientras la mayoría de los estadounidenses veían cómo sus salarios se estancaban y sus sindicatos se destruían al tiempo que sufrían las consecuencias de las decisiones imprudentes e interesadas de los ultrarricos. Nuestra segunda Gilded Age de obscena desigualdad y atomización es el resultado previsible de tales políticas.

Jimmy Carter advirtió acertadamente que el país no debía tomar un camino que condujera a la «fragmentación y el egoísmo. Ese camino esconde una idea equivocada de la libertad, el derecho a obtener para nosotros mismos alguna ventaja sobre los demás. Tal elección nos conduciría a un conflicto constante entre intereses mezquinos que acabaría en el caos y la inmovilidad». Es una trágica ironía que haya sido él mismo quien abriera las puertas a esa senda.

Jacobinlat

 

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