Juana Ruiz, en libertad condicional
«No me van a quitar la risa, mi familia, ni mi vida, pero todavía tengo miedo». Estuvo completamente aislada en una prisión del régimen racista israelí. «Caí en una depresión total, de lloros, de no querer comer, no querer ducharme», recuerda…
Con la «conciencia tranquila», sin arrepentimientos, la trabajadora humanitaria Juana Ruiz disfruta de sus primeros días en libertad condicional en su casa en Palestina tras pasar 10 meses en una prisión israelí, donde vivió desde dentro «el monstruo» de la ocupación, una «experiencia demoledora» que la hundió en una depresión.
«No me van a quitar la risa, mi familia, ni mi vida, pero todavía tengo miedo«, aseguró la trabajadora humanitaria, residente en Cisjordania ocupada desde que se casó con el palestino Elías Rishmawi en 1985, sobre su tiempo en la cárcel por su trabajo como coordinadora de proyectos en la ONG palestina Comités de Trabajos para la Salud, en una entrevista en su casa en Beit Sahur con un grupo reducido de medios, entre ellos EFE.
«Tengo miedo mientras esté aquí. Todavía no ha acabado mi condena, así que no sé qué puede pasar estos tres meses. Me han asustado», confiesa Ruiz, recompuesta y tranquila, quien cumplirá el 14 de mayo su pena a 13 meses de prisión -y 14.000 euros de multa- por dos cargos: «prestar servicios a una organización ilegal» y «recibir dinero e introducirlo ilegalmente» en Cisjordania.
DETENIDA DE MADRUGADA
La madrugada del 13 de mayo, Juani -como la conocen todos- se quedó «pasmada» cuando un «regimiento de más de veinte soldados israelíes» irrumpió en su domicilio familiar, en los territorios controlados por la Autoridad Nacional Palestina, para detenerla. «¿Es o no es una ocupación?», se pregunta sin esperar respuesta.
No volvió a pisar su casa hasta el pasado 7 de febrero, casi diez meses después del inicio de esa «pesadilla». El primer mes lo pasó completamente aislada en la prisión de Sharon, al norte de Tel Aviv, desde donde la trasladaron hasta en cinco ocasiones a otro centro de detención para someterla a duros interrogatorios «de siete de la mañana a siete de la tarde».
«Caí en una depresión total, de lloros, de no querer comer, no querer ducharme», recuerda Juani sobre esas sesiones en las que le obligaron a testificar en árabe, una lengua que habla pero no domina, y a firmar sus declaraciones transcritas al hebreo, sin estar segura de lo que decía el documento.
Un mes después de su arresto, la Fiscalía militar del régimen israelí presentó cinco cargos contra ella, en los que se le acusaba de desviar fondos destinados a la ONG para financiar el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), una facción minoritaria considerada grupo terrorista por Israel, EEUU y la Unión Europea (UE) por varios atentados cometidos en los setenta y ochenta.
«Pero qué voy a financiar yo, si no tengo dinero, solo era una empleada de la ONG. Yo presentaba proyectos y nos auditaban», explica Ruiz, sobre la labor de los Comités de Trabajos para la Salud, que Israel ya declaró «ilegal» e «ilegítima» en 2020.
ORGULLOSA Y CON LA CONCIENCIA TRANQUILA
Ruiz, de 63 años, asegura estar «profundamente orgullosa» de su trabajo durante 28 años en los Comités: «abrimos el primer centro contra el cáncer en Palestina y en 1997 el primer centro para atender a mujeres víctimas de violencia de género».
«No daría marcha atrás en nada porque siempre hice lo que me dictó mi conciencia y mi buena voluntad», asevera Juani, quien en el juicio siempre mantuvo su inocencia, a pesar de que aceptara en noviembre un acuerdo de culpabilidad parcial para que rebajaran sus cargos y recibir una pena reducida.
«Todavía me pregunto por qué yo», admite, aunque cada vez está más convencida de que la utilizaron, el chivo expiatorio perfecto en la campaña de Israel de desprestigiar la labor humanitaria de muchas organizaciones palestinas que no reciban ayuda exterior.
Tras el calvario de traslados e interrogatorios durante el primer mes, Juani fue instalada en mayo en la prisión Damon de Haifa, al norte de Israel, donde logró salir de la depresión gracias al apoyo y los «ánimos constantes» de sus compañeras, todas palestinas y más jóvenes que ella.
«No me dejaban sola, no me dejaban llorar cuando estaba deprimida, me hacían reír, cuidaban mi salud, estaban pendientes de que no me faltara nada», narra con cariño hacia sus compañeras, a las que dedicará un libro sobre su periplo por prisiones israelíes, donde pasas de «intuir ese monstruo (la ocupación israelí) que está cerca, a tenerlo en frente y encima, y ahí te destroza».
UNA VIDA DE LIBRO
Esa experiencia ha precipitado su jubilación, que pasará a caballo entre el Estado español y Palestina y aprovechará para escribir también sus memorias. «He sido testigo de momentos realmente terroríficos» -dos intifadas, ofensivas militares, la Guerra del Golfo en Gaza-, «aunque lo peor es la cárcel».
«Aquí hay seis millones de palestinos y sí, es su tierra. Al final tienes que convivir con ellos, no te queda otra. Llévate bien con ellos. Dales derechos y oportunidades (…) La gente está harta de violencia y ocupación», señala Ruiz, que no tiene muchas esperanzas de llegar a ver la paz o un Estado palestino.
Si el 1 de febrero, cuando un comité penitenciario le concedió la libertad condicional -después de negársela en diciembre-, su reacción fue de escepticismo porque la decisión podía ser apelada por la Fiscalía sionista; una semana después recibió con «incredulidad» la noticia de que, al no haber recurso, saldría de Damon en las próximas horas y volvería a casa, a abrazar a Elías y a sus dos hijos, María y George.
Fue a prepararse «en shock» y un coche policial la llevó hasta el puesto militar de Yamala, a las puertas de Cisjordania, donde llegó antes incluso que su familia porque se perdieron. Un taxista le dejó el móvil para avisarles de que ya estaba allí esperando, respirando libertad y con ganas de tomarse una cerveza.