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Europa, Asia, Anti Patriarcado :: 10/03/2025

Kollontai y Lenin: por un comunismo que libere a las mujeres

Liza Featherstone
Dos de las más grandes pensadoras bolcheviques que discrepaban, y mucho. Pero las ideas compartidas, especialmente en el tema de las mujeres, fueron aún más importantes

En el centenario de la muerte de Lenin vale la pena exami­nar su papel en los primeros debates socialistas, muchos de los cuales se repiten hasta nuestros días en los argumentos de la izquierda. Sus desacuerdos con la ideóloga, di­plomática y escritora bolchevique Alexandra Kollontai ofrecen una ventana particularmente revelado­ra de su pensamiento.

Los dos líderes comunistas man­tuvieron una profunda camaradería, aunque plagada de conflictos y dis­crepancias sobre muchas cuestiones. Algunas de estas discusiones condu­jeron a profundas -aunque no permanentes- ruptu­ras políticas y personales entre ellos. Sin embargo, sus puntos de acuerdo pueden ser aún más relevantes para los socialistas de hoy. Lo más signi­ficativo fue que Kollontai y Lenin coincidieron en la centralidad de la liberación de la mujer para el comu­nismo y trabajaron juntos por esos ideales.

Un encuentro valioso

Nacida en la aristocracia, Alexandra Kollontai se convirtió en una de las traidoras de clase más importantes de la historia tras una visita a una fábrica durante la que vio las terri­bles y peligrosas condiciones de las trabajadoras y observó que un niño había muerto en la «guardería» de la fábrica, al cuidado de una «niñe­ra» de seis años. Más tarde escribió sobre esta experiencia: «Comprendí hasta el fondo de mi corazón que no podemos vivir como hemos vivido hasta ahora, cuando existen a nues­tro alrededor unas condiciones de vida tan terribles y un orden tan in­humano». En otro lugar anotó: «Las mujeres y su destino me ocuparon toda mi vida y la preocupación por su suerte me llevó al socialismo».

En los años previos a la Revolu­ción Rusa, Kollontai se erigió como defensora de las mujeres trabajado­ras, así como organizadora, oradora y pensadora. Frente a las feministas burguesas que pretendían dar más igualdad a las mujeres dentro del sistema capitalista, ella sostenía que solo el movimiento de mujeres co­munistas dirigido por la clase obrera podía conseguir la igualdad social. «Al esforzarse por cambiar las con­diciones de vida --escribió sobre las mujeres trabajadoras que se decla­raban en huelga y se organizaban en las calles de Rusia para llevar a cabo la revolución-- ellas saben que tam­bién están ayudando a reformar las relaciones entre los sexos».

Pero Kollontai sabía que la igual­dad de la mujer no llegaría automáti­camente con la disolución del capita­lismo, por eso trabajó para construir un comunismo específicamente atento a la liberación de la mujer, luchando a veces contra comunis­tas que no compartían este objetivo.

Lenin no era uno de estos comu­nistas patriarcales. Estaba totalmen­te de acuerdo con Kollontai en que las trabajadoras eran fundamenta­les para la revolución comunista y tenían preocupaciones específicas que solo el comunismo podía abor­dar. Además de ser explotadas por los patrones capitalistas, escribió Lenin, las mujeres eran «esclavas del dormitorio, la guardería y la co­cina». Estaba convencido de que el comunismo liberaría a las mujeres de la subordinación patriarcal y de la monotonía de las tareas domésticas, y argumentaba que estas últimas eran un desperdicio del valioso trabajo de las mujeres y que contribuían a su opresión dentro del hogar, a la que se refería como «esclavitud doméstica».

Lenin estaba profundamente in­fluido por las mujeres comunistas que le rodeaban, y Kollontai a me­nudo formaba parte de ese círculo. Lenin apoyaba el derecho al abor­to, la anticoncepción y el derecho al divorcio, punto este especialmente controvertido entre los socialistas, algunos de los cuales argumentaban que a corto plazo causaría miseria a las mujeres y los niños porque serían demasiado pobres para sobrevivir sin los hombres. Aunque reconocía el problema, Lenin insistía en que si las mujeres no podían tomar decisio­nes sobre sus propias vidas entonces no disfrutaban de plenos derechos democráticos.

Él y Kollontai, junto con su ca­marada alemana Clara Zetkin, des­empeñaron un papel decisivo en la creación del Día Internacional de la Mujer, que todavía se celebra hoy (aunque con una considerable coop­tación capitalista). Lenin escribió, bajo la influencia de Kollontai: «Si no atraemos a las mujeres a la acti­vidad pública, a la milicia, a la vida política --si no arrancamos a las mujeres de la atmósfera mortífera del hogar y la cocina--, será imposi­ble asegurar la libertad real. Será im­posible asegurar la democracia, por no hablar del socialismo». De hecho, la organización de las trabajadoras --profundamente explotadas en el trabajo y agotadas por sus segundos turnos en casa-- fue crucial para el éxito de la revolución bolchevique.

No se trataba solo de un acuerdo filosófico entre los dos pensadores sino de un profundo compromiso institucional: tras la revolución, Le­nin nombró a Kollontai comisaria de Bienestar Social, cargo desde el que ayudó a legalizar el aborto, el divorcio y el control de la natalidad. También se impuso la igualdad salarial para las mujeres y una licencia remunerada para las madres primerizas, al tiempo que el matrimonio eclesiástico fue sustituido por el civil. Se despenalizó el trabajo sexual y se abolió el estatus legal de «ilegitimidad» para los hijos de padres no casados.

Kollontai también estableció maternidades gestionadas por el gobierno, en las que tras el parto las madres podían recuperarse jun­to con sus bebés. Se apoyó la lac­tancia materna mediante una serie de políticas gubernamentales y se establecieron cocinas y lavanderías comunales para aliviar a las mujeres trabajadoras de las tareas domésti­cas (estas no tuvieron mucho éxi­to, ya que carecían de financiación adecuada y los servicios acabaron siendo deficientes: la comida era mala y la ropa solía rasgarse en las lavanderías).

En este prometedor periodo, la Unión Soviética también promulgó el sufragio femenino, años antes que EEUU. En 1919, Kollontai e Inessa Armand --otra camarada cercana a Lenin-- crea­ron el Zhenotdel, un departamento especial dedicado a las necesidades de las mujeres.

Ninguna guerra salvo la guerra de clases

Con consecuencias menos prác­ticas pero igualmente importan­tes en la historia del pensamiento antimperialista, ambos estuvieron también unidos contra la I Guerra Mundial. Mientras los so­cialistas europeos se alineaban con sus gobiernos en torno a este derra­mamiento de sangre épicamente in­útil, Lenin y Kollontai --a menudo adversarios políticos en los años que condujeron a la Revolución de Oc­tubre-- se unieron tanto en la opo­sición a la guerra imperialista como en las razones para ello.

Kollontai formó parte de los mencheviques hasta 1914, cuando se unió a los bolcheviques debido a la firme línea antibelicista de es­tos últimos. En 1916 escribió que la causa de la guerra era el capita­lismo y argumentaba que los tra­bajadores de todo el mundo debían unirse contra la clase dominante en lugar de matarse unos a otros. «Mi enemigo está en mi propio país -- declaró-- y esto aplica para todos los trabajadores del mundo». Ella y Lenin colaboraron estrechamente en ensayos y declaraciones de este tipo, intentando que los partidos so­cialistas de otros países se unieran a esta posición antibélica.

Las discusiones entre Kollon­tai y Lenin sobre cómo enmarcar la oposición comunista a la guerra lle­varon a Lenin a hacer importantes distinciones, rechazando lo que él llamaba el pacifismo «pequeñobur­gués» y «provinciano» que rechaza «la guerra en general». Como expli­có en una carta de 1915 a Kollontai, en la que afinaba una declaración marxista internacional de izquier­da que se oponía a la I Gue­rra Mundial para presentarla en la primera Conferencia Socialista Internacional: «Eso no es marxis­ta... Creo que es erróneo en teoría y dañino en la práctica no distinguir entre distintos tipos de guerras. No podemos estar en contra de las gue­rras de liberación nacional» (como, por ejemplo, las luchas anticolonia­listas de países como la India para liberarse de la dominación británi­ca). Kollontai tampoco era pacifista y exhortaba: «Volvamos nuestros fusiles y pistolas contra nuestros verdaderos enemigos comunes», es decir, los capitalistas. Más tarde, los comunistas convertirían esta idea en un eslogan conciso: «¡Ninguna guerra salvo la guerra de clases!».

Discrepancias

Sin embargo, los dos pensadores te­nían algunas diferencias cruciales. Unos años después de la revolución, Kollontai se unió a la tendencia lla­mada Oposición Obrera, crítica de la burocracia del partido y preocu­pada porque ya no se representaba a los trabajadores. En un panfleto de 1921 abogaba por más poder para los sindicatos y contra lo que con­sideraba el creciente poder de los profesionales tecnócratas de clase en el partido y el gobierno. Al año siguiente, Lenin aprobó una reso­lución del partido que prohibía el «fraccionalismo», clausurando de hecho la Oposición Obrera. Ese fue el fin de su influencia sobre Lenin o los bolcheviques.

Después de eso, Kollontai fue marginada dentro del gobierno y del Partido Comunista, aunque tuvo una larga carrera diplomática representando lealmente a la Unión Soviética en Noruega, México y Suecia. Pero tras la marginación de Kollontai la dirigencia soviética se mostró mucho menos comprome­tida con la igualdad de la mujer: el gobierno padecía tanto de falta de recursos como de actitudes patriar­cales.

Kollontai y Lenin discreparon también sobre moralidad sexual: mientras que la primera argumen­taba a menudo que el comunismo conduciría a un tipo de amor dife­rente y menos posesivo entre hom­bres y mujeres, así como a un ethos sexual más moderno, el segundo pensaba que tales ideas eran liber­tinas y frívolas. Kollontai no fue la única mujer cercana a Lenin que discrepó con él en estas cuestiones, ya que también discutió con Inessa Armand y Clara Zetkin.

Considerando su apoyo al dere­cho al aborto e incluso a la despena­lización del trabajo sexual, no puede decirse que Lenin fuera conservador en lo social, pero a veces lo irritaba el radicalismo de las mujeres de su círculo. Y no era el único: las ideas de Kollontai sobre moralidad sexual eran con frecuencia objeto de burla por parte de compañeros comunis­tas socialmente muy conservadores, a veces en términos crudos y sexis­tas. Como escribió Sheila Robotham en 1971, también las mujeres de clase trabajadora criticaban a veces sus ideas sobre el amor libre, dado que la anticoncepción no estaba muy ex­tendida; «las campesinas sabían muy bien que --bromeaba Robotham-- si te gusta andar en trineo tienes que estar dispuesta a subirlo a la colina».

Marxismo y familia

El socialismo tiene el potencial de mejorar la vida íntima de las personas de diversas maneras, y estas no están necesariamente en conflicto. En lo personal, prefiero optar por la noción de Kristen Ghod­see de «expansionismo familiar», basado en las ideas de Kollontai so­bre la colectivización de los deberes de la familia, un concepto que deja abierto el horizonte político respec­to a cómo la gente podría elegir or­ganizar su vida privada si contara con más libertad económica.

La propia Kollontai, como Enge­ls antes que ella y Simone de Beau­voir después, era por esa misma razón agnóstica en cuanto a si la fa­milia persistiría o no, pero sabía --e insistía en ello-- que se transforma­ría luego de una serie de cambios profundos en la estructura social y las condiciones materiales. Con me­joras en las condiciones materiales de las mujeres, argumentaba, esos cambios en la vida familiar serían para mejor.

Hoy en día, la abolición de la fa­milia plantea solo una división en el ámbito teórico ya que todos los marxistas están de acuerdo en que los padres necesitan más apoyo o en que las guarderías deben ser gratuitas, por ejemplo. Pero hay cuestiones sociales contemporáneas que sí divi­den a los izquierdistas. En México, por ejemplo, el presidente López Obra­dor abrazó muchas políticas econó­micas de izquierdas combinándolas con una retórica antigay o antitrans­género y algo parecido ocurre con algunos dirigentes chinos. En los círculos intelectuales anglosajones, los conservadores sociales poco amigos de los derechos trans han abrazado ideas económicas socialdemócratas.

Sin embargo, gran parte de la iz­quierda global apoya, con razón, los derechos, la seguridad y las libertades de las minorías sexuales tanto por una cuestión de solidaridad como por una visión antipatriarcal que puede verse como una continuación del legado de Kollontai y Lenin.

Actualidad

Aunque sus desacuerdos puedan re­sonar hasta nuestros días, los mo­mentos de convergencia de Lenin y Kollontai tienen incluso mayor relevancia actual en tanto que la guerra y la situación de las mujeres son preocupaciones profundamente mayoritarias.

Con el retorno del fascismo pa­triarcal en todo el mundo y la abso­luta falta de respuestas ofrecidas por los partidos centristas, vale la pena revivir el compromiso compartido de Lenin y Kollontai en lo que hace a los derechos de las mujeres, desde el derecho al aborto hasta las licen­cias remuneradas por maternidad. Y también vale la pena recuperar su coincidencia en la oposición a la guerra imperial, posición que si bien sigue siendo fuerte en todo el Sur Global, en los últimos años se ha debilitado mucho en EEUU y en Europa.

Una reflexión sobre estos dos pensadores comunistas debería inspirarnos para volver a poner a la igualdad de género y al antimperia­lismo en el centro del pensamiento de izquierdas. Las cuestiones sobre las que Lenin y Kollontai discrepa­ron son interesantes y difícilmente irrelevantes hoy en día, pero los marxistas realmente hacemos historia cuando somos capaces de encontrar un terreno común. Aunque Lenin y Kollontai no crearon un comunismo que emancipase verdaderamente a las mujeres, sí promulgaron muchas políticas progresistas que marcaron una diferencia en la vida de las mu­jeres soviéticas y, como argumen­tó Kristen Ghodsee, presionaron a los gobiernos capitalistas de todo el mundo para hacer lo mismo.

En marzo de 1917, pocos meses antes de la revolución, Lenin escri­bió a Kollontai una carta cálida y en­tusiasta, llena de promesas sobre el mundo que estaban construyendo juntos. Utilizó rótulos respetuosos pero efusivos --tanto «Suyo» como «Todo lo mejor»-- e incluso una exclamación: «¡Le deseo mucho éxito!». En aquel momento, Lenin reflexionaba sobre el poder que es­taban construyendo entre la clase trabajadora para ganar «pan, paz y libertad». Hoy esto funciona como recordatorio de la potencialidad de una camaradería y de unos ideales que el mundo sigue necesitando des­esperadamente.

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