La Doctrina Monroe y México
I
Recientemente se cumplieron 200 años de la formulación de la Doctrina Monroe. En su informe al Congreso de EEUU el 2 de diciembre de 1823, el presidente James Monroe expresó los principios de esa doctrina, que se resume en la frase América para los americanos, la cual hacía referencia a que esa joven nación se opondría a la intervención en América de cualquiera de las potencias europeas. Era una alerta para que España y Portugal no trataran de recuperar sus antiguas colonias americanas, así como para marcar un límite a Francia y a Rusia, que conservaban territorios en el continente americano, para que no intentaran expandirlos.
En sentido estricto, esa declaración era un alarde. EEUU en esos momentos era una nación débil, que no tenía fuerza para enfrentar una guerra con las potencias europeas y menos una coalición de éstas, como la Santa Alianza formada por Rusia, Prusia y Austria que apoyaban a las monarquías absolutistas en Europa.
Sin embargo, la Doctrina Monroe tuvo una gran importancia histórica, porque representó una declaración de principios y un objetivo estratégico que guió la política exterior de EEUU durante el siglo XIX y que continuó vigente en el siglo XX.
En los hechos, la Doctrina Monroe fue la justificación de una política expansionista, de conquista territorial y colonización de los territorios al sur y al oeste de EEUU, que convirtió a ese país en el más poderoso del continente americano en el siglo XIX y le permitió convertirse en la mayor potencia mundial después de la Primera Guerra Mundial.
México fue la primera víctima de la Doctrina Monroe. En realidad, la ambición expansionista de EEUU comenzó desde que se asentaron los primeros poblamientos de colonos anglosajones en el noreste de lo que después sería ese país. Su estrategia fue desalojar a los pueblos indígenas establecidos en esos territorios desde tiempos ancestrales, fundar colonias con agricultores, cazadores y comerciantes, así como utilizar esa tierra conquistada para avanzar cada vez más hacia el sur y el oeste.
Una vez que las 13 colonias alcanzaron su independencia de Gran Bretaña, la nueva república acentuó su ambición expansionista y puso su mira en los territorios del sur y el oeste, donde había numerosos pueblos indígenas y comenzaba también la jurisdicción de España y Francia. Con Thomas Jefferson, tercer presidente de EEUU, comenzó la expansión territorial y de supremacía continental que se conocería después como la Doctrina Monroe. Fue durante su gobierno, en 1803, cuando EEUU, aprovechando una coyuntura internacional favorable por la guerra que libraba la revolución francesa contra las monarquías absolutistas europeas, compró a la Francia de Napoleón Bonaparte la Luisiana, un vasto territorio que llegaba desde Canadá hasta el Golfo de México, con una superficie dos veces más grande que EEUU. Con esto aumentó su ambición expansionista.
El siguiente objetivo fue adueñarse de la Florida, que pertenecía a la corona española. Jefferson expresó sin ambages ese objetivo a su secretario de Guerra en 1808: Nuestro deber es tener fija la vista en el asunto (de las Floridas), reuniendo y estacionando nuestros nuevos reclutas y nuestros buques de guerra, a fin de estar listos, si el Congreso lo autoriza, para dar el golpe en el momento oportuno. Debemos tomar a Mobila, Panzacola, San Agustín, etcétera. Podemos usar el pretexto de que nuestro propósito es velar por el cumplimiento de la ley del embargo. Y pusieron manos a la obra, entre 1810 y 1813 invadieron la Florida occidental. En 1819 compraron la parte oriental a España. Esa sería la primera de otras ocupaciones en las que México sería su principal víctima.
Las autoridades novohispanas advirtieron las ambiciones expansionistas de sus vecinos del norte y alertaron a los funcionarios españoles del peligro que se cernía. Luis de Onís, enviado por el virrey Venegas a negociar con el gobierno estadounidense, escribió al virrey en abril de 1812:
"Cada día se van desarrollando más y más las ideas ambiciosas de esta república, y confirmándose sus miras hostiles contra España... este gobierno se ha propuesto nada menos que fijar sus límites en la embocadura del Río Norte o Bravo, siguiendo su curso hasta el grado 31 y desde allí tirando una línea recta hasta el mar Pacífico, tomándose por consiguiente las provincias de Texas, Nuevo Santander, Coahuila, Nuevo México y parte de la provincia de Nueva Vizcaya, y la Sonora. Parecerá un delirio este proyecto... pero existe y se ha levantado un plan expresamente de estas provincias por orden del gobierno, incluyendo también en dichos límites la isla de Cuba... Los medios que se adoptan para preparar la ejecución de este plan son los mismos que Bonaparte y la república romana adoptaron para todas sus conquistas: la seducción, la intriga, los emisarios, sembrar y alimentar las disensiones en nuestras provincias de este continente, favorecer la guerra civil...".
En estas palabras premonitorias de Luis de Onís está expresada con claridad la que sería la doctrina Monroe, formulada 11 años después, aplicada con esmero por los gobiernos estadounidenses durante todo el siglo XIX.
II
En 1823, al gobierno le preocupaba la Santa Alianza, formada en 1815 por Rusia, Austria y Prusia para defender a las monarquías absolutistas europeas y combatir a las revoluciones que tenían lugar en Francia y en las colonias hispanoamericanas.
Temía un intento de reconquista de España para recuperar sus colonias y en particular México, y quería frenar la expansión de Rusia, que se había adueñado de Alaska. La Doctrina Monroe tuvo el respaldo de Reino Unido, al que le convenía debilitar a sus rivales España y Francia, alejándolos de América.
En realidad, la esencia de la Doctrina Monroe comenzó mucho antes de 1823. A partir de su Independencia, la joven nación aumentó la ocupación de tierras que pertenecían a los pueblos indígenas, a los que combatieron y derrotaron.
Los nuevos límites serían provisionales, pues las tierras conquistadas servirían para continuar la conquista del Oeste y del Sur. Tan sólo entre 1795 y 1809 se apoderaron de 20 millones de hectáreas indígenas. Durante la guerra de Independencia de México, trataron de sacar provecho de la inestabilidad ocasionada por la lucha entre insurgentes y realistas y plantearon al monarca español Fernando VII la adquisición de la Florida Oriental.
En 1819 la Corona española cedió, y los estadounidenses ocuparon completa la península de Florida. Fernando VII pensó que con eso aplacaría el espíritu expansionista del vecino del norte y que abandonarían su deseo de quedarse con Texas.
Muy pronto, la nueva nación mexicana se daría cuenta de que los estadounidenses no olvidaron nunca sus pretensiones de apoderarse de Texas. Durante toda la década de 1820 y los primeros años de la siguiente, los miles de nuevos colonos que ocuparon Texas se empeñaron afanosamente en lograr la independencia de México.
La estrategia fue similar a la empleada con Florida: invadir con miles de familias, obtener concesiones de tierras, presionar para conseguir un tratado que garantizara su propiedad, reclamar derechos que en realidad no existían, promover la sublevación de los residentes y dar un ultimátum: la cesión territorial por compra o la guerra.
Los gobiernos mexicanos, en la inestabilidad política y la bancarrota financiera, con bandos enfrentados que se disputaban el poder, fueron incapaces de aumentar la colonización de Texas y de controlar militarmente esa vasta y rica región. Gómez Farías propuso en 1822 y 1830 una ley de colonización de las provincias que no se aplicó. Entre tanto, se incrementó el arribo de familias anglosajonas que prometían respetar las leyes y la autoridad del gobierno mexicano. En todos los territorios anexionados por EEUU desde la adquisición de la Luisiana la esclavitud de los afrodescendientes era la columna vertebral de su economía.
Por eso, la abolición de la esclavitud, una de las mayores conquistas de la independencia mexicana, fue rechazada por los colonos anglosajones y una de las causas que alentaron la separación de Texas. Después del fracaso de la reconquista de México por España en 1829, el embajador estadounidense Joel Robert Poinsett propuso a México la compra de Texas, ofreciendo por ella un precio máximo de 5 millones de dólares.
Para los esclavistas del sur de EEUU era vital conseguir Texas para mantener la esclavitud. Pusieron todo su empeño en ello, consiguiéndolo en 1836, con la rebelión de los colonos anglosajones de Texas, que contaron con el apoyo del gobierno de EEUU y de miles de ciudadanos de sus estados en quienes se despertó la ambición por tierras y riqueza. La pérdida de Texas fue una dolorosa derrota para la nación mexicana.
Hubo destacadas voces de patriotas mexicanos que hicieron ver el peligro que se cernía sobre México con el expansionismo del vecino del norte. Entre las voces más lúcidas estuvieron las de Servando Teresa de Mier y Carlos María Bustamante, quien escribió en 1830:
"El Departamento de Tejas está ya en contacto con la nación más ávida y codiciosa de tierras. Los norteamericanos, sin que el mundo lo haya sentido, se han apoderado sucesivamente de cuanto estaba en roce con ellos. En menos de medio siglo se han hecho dueños de colonias extensas que estaban bajo el cetro español y francés, y de comarcas aún más dilatadas que poseían infinidad de tribus de indios que han desaparecido de la superficie de la tierra."
III
Carlos María Bustamante se opuso a la venta de Texas. Sus argumentos eran contundentes y premonitorios: México podría enajenar o ceder, imitando la conducta de Francia y la de España, terrenos improductivos que estuviesen en África o en Asia, ¿pero cómo puede prescindir de su propio suelo, dejar a una potencia rival que se coloque ventajosamente en el riñón de sus estados, que mutile a unos y quede flanqueando a todos? ¿Cómo se pueden enajenar 250 leguas de costa, dejando en ellas los medios más vastos de construcción de buques, los canales más abreviados de comercio y navegación, los terrenos más fértiles, y los elementos más copiosos de ataque y de defensa? ¡Ah! Si México consintiera esta vileza, se degradaría de la clase más elevada de las potencias americanas, a una medianía despreciable que lo dejaría en la necesidad de comprar una existencia precaria a costa de humillaciones; debería en el acto de ceder a Tejas, renunciar a la pretensión de tener una industria propia con que mantener y enriquecer a sus 7 millones de habitantes.
El plan para apoderarse de Texas estaba en marcha. Los miles de colonos anglosajones se negaron a pagar impuestos, no aceptaron tropas mexicanas en la frontera, despreciaron las leyes mexicanas, destruyeron edificios públicos y armaron milicias propias. Llegaron cada vez más soldados mercenarios y aventureros. En 1834 era inminente la sublevación de los colonos texanos, encabezados por Esteban Austin. Para detener el levantamiento, el presidente Antonio López de Santa Anna partió hacia la frontera al frente del Ejército Mexicano en noviembre de 1835. Sitió a los rebeldes en la fortaleza de El Álamo a fines de febrero de 1836. Los rebeldes resistieron. Recibieron la ayuda de miles de habitantes de los estados de la unión que acudieron en masa a defender a los tejanos. Incluso el presidente Andrew Jackson envió militares a auxiliarlos. El 2 de marzo, los representantes de Texas proclamaron su separación de México y su constitución como república libre, soberana e independiente. El sueño de Jefferson de llevar los límites de su país hasta el río Bravo se había cumplido. Faltaba la segunda parte, la ocupación del oeste hasta el Pacífico.
Hubo voces en EEUU que no estaban de acuerdo con esa política de expansión sin escrúpulos que aplicaba su gobierno, secundada por miles de sus ciudadanos ambiciosos. Una voz crítica, la de William Channing, hizo esta reflexión premonitoria: "Texas es un país conquistado por nuestros conciudadanos y su agregación a nuestra unión será el principio de una serie de conquistas, que sólo hallará término en el istmo de Darién... nuestra águila aumentará, no saciará su apetito en su primera víctima y olfateará una presa más tentadora, sangre más atractiva, en cada nueva región que se extienda al sur de nuestra frontera. Agregar a Texas es declarar a México la guerra perpetua. Esta palabra, México, ha despertado ya la rapacidad. Ya se ha proclamado que la raza anglosajona está destinada a regir ese magnífico reino, y que la ruda forma social establecida por España, debe ceder y disiparse ante una civilización más perfecta... Texas es el primer paso hacia México. Al momento que plantemos nuestra autoridad sobre Texas, los límites entre ambos países serán nominales, serán poco más que líneas trazadas sobre la arena de las playas del mar".
México no reconoció la independencia de Texas. En los años siguientes los intereses expansionistas de EEUU pusieron como objetivo la anexión de Texas a la unión y la conquista de los territorios mexicanos del norte. En 1844 llegó a la presidencia James Polk, cuyo principal lema de campaña fue la anexión de Texas. Su gobierno buscó provocar como fuera una guerra con México. El pretexto fue una incursión de tropas estadounidenses entre los ríos Nueces y Bravo, suelo en disputa entre ambos países que provocó un enfrentamiento con soldados mexicanos. Polk declaró la guerra a México en mayo de 1846. Más de 100 mil soldados estadounidenses invadieron México por tierra y mar.
La superioridad militar y económica del país vecino, las divisiones entre la clase política mexicana, la falta de compromiso de algunas regiones que no contribuyeron a la defensa de la patria mexicana, desembocaron en la desastrosa derrota de México. En septiembre de 1847, el ejército estadounidense, encabezado por el general Winfield Scott, ocupó la Ciudad de México. La bandera de las barras y estrellas ondeó en el Zócalo capitalino. Como consecuencia de esa guerra de conquista territorial, México perdió más de la mitad de su territorio. El Tratado Guadalupe-Hidalgo fijó las nuevas fronteras. EEUU se quedó con Nuevo México y la Alta California incluyendo lo que después serían los estados actuales de California, Nevada, Utah, Nuevo México, la mayor parte de Arizona y Colorado, así como partes de Oklahoma, Kansas y Wyoming. Más tarde, en 1854, compró el territorio de La Mesilla. Se consumó de ese modo, el ascenso de EEUU como la potencia hegemónica continental y en el policía americano.
* Director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México
La Jornada