La economía china sigue dando pie a diversas interpretaciones occidentales
Las noticias sobre una grave crisis en el escenario económico chino han protagonizado la actualidad mediática de medios importantes en Occidente.
Muchos análisis tienen problemas para explicar el éxito de China, y por ello suelen fingir que no existe o que será por poco tiempo. Para la mayoría de la gente, la economía china es un enorme rompecabezas, un gigante incomprensible como ningún otro. Para algunos, su desarrollo parece imitar al de otras economías, para otros, parece desafiar la lógica y no seguir ningún patrón familiar. La economía de China es una capa de muchos colores. Es las economía más grande del mundo en algunos aspectos, en algunos aspectos, pero aún tiene otro aspectos por desarrollar.
En los últimos 40 años, China ha pasado de ser una de las naciones más pobres del mundo a convertirse en un país de ingresos medianos altos y la segunda economía más grande del mundo, sacando a cientos de millones de personas de la pobreza. Como mayor exportador y segundo importador del planeta, su suerte afecta a casi todas las economías y a todas las industrias, y es de enorme importancia para las empresas internacionales y los mercados financieros globales.
Ese desarrollo ha venido marcado por toda una serie de factores que han ido dado forma a la fotografía económica: la demografía, la etapa inicial de desarrollo en 1978, la transición desde la plena propiedad estatal y la planificación central, la sociedad dual urbano-rural y una estructura de gobierno descentralizada. Más recientemente, temas como el mercado inmobiliario, la acumulación de deuda y los desafíos ambientales también se han añadido para analizar los avances y los obstáculos recientes de los mismos. Probablemente, si somos capaces de analizar conjuntamente esas contradicciones nos acercaremos a una imagen más real y más completa de la economía china.
Una de las claves de este espectacular crecimiento y desarrollo se ha basado en la capacidad china de trazar su propio rumbo, manteniendo su sistema de “socialismo con características chinas”, y extrayendo lecciones de su devenir en estas cuatro décadas. Los desafíos de finales del siglo pasado (años 70 y después de 1989) parecían insuperables, provocando un intenso debate interno en la dirección del país. Las dificultades económicas superadas a finales de los noventa fueron de mayor calado que las actuales. En todo momento, China ha sabido mantener su propio modelo, aplicando nuevas reformas, desarrollando la economía y buscando la estabilidad macroeconómica y social. Aportando, además, un enfoque tradicionalmente pragmático, adaptativo y a largo plazo.
Los actuales desafíos llevan algún tiempo en la agenda de los dirigentes chinos, y hace años han puesto en la mesa diversos planes para ir paliando los cambios y retos que deben hacer frente. En esa línea, apuestan por el incremento de la demanda interna, unido a un auge de los ingresos de la población; una mejora del capital humano (educación, más gasto en I+D) y una política industrial para avanzar tecnológicamente; así como una distribución del ingreso vía políticas de “prosperidad común” (mejoras de servicios públicos y protección social).
Más recientemente, y al hilo de las nuevas interpretaciones sobre la situación económica china, los análisis se han centrado en la crisis inmobiliaria, demográfica, o de la deuda. Los dirigentes chinos reconocieron las dificultades e implementaron nuevas políticas para revertir las mismas, lo que unido al resultado de su estrategia a largo plazo permite dudar cuando menos de los augurios más pesimistas.
El envejecimiento de la población no debería ser una limitación importante para la cantidad de oferta laboral en la próxima década. China ha cambiado su política demográfica para fomentar más nacimientos, aunque la eficacia de esta política no está clara y cualquier impacto de tal política sobre la oferta laboral tardará al menos 15 años en materializarse.
China está buscando mejorar su capital humano aumentando la duración promedio de la educación de su fuerza laboral y expandiendo la capacitación vocacional.
La gran reserva de talentos de China (4,4 millones de personas en I+D, según la UNESCO), el aumento del gasto en tecnología y un vasto mercado que facilita la monetización de la innovación también ayudarán a China a responder a los desafíos.
La crisis inmobiliaria sobrevuela ese panorama “desalentador”, lo que ha llevado a los dirigentes chinos a mover fichas a través de nuevas medidas correctoras. Así, si ya en noviembre del pasado año se lanzaron 16 políticas de apoyo para el sector inmobiliario, ahora, a finales de julio, se ha impulsado una flexibilización de la política fiscal, para facilitar un mayor apoyo crediticio a la inversión en infraestructura, así como una reducción de ratios de pago inicial y las tasas de interés hipotecarias para los compradores de viviendas, esperando una estimulación de la compra antes de la tradicional temporada alta (septiembre-octubre).
En clave tecnológica, el gigante chino estaría en la “cuarta revolución industrial, impulsada por la inteligencia artificial, la robótica, internet y otras aplicaciones masivas de big data para la gestión de la cadena de suministro, el transporte, la atención médica y otros campos”.
El peso de la deuda china es otro factor que utilizan los análisis más pesimistas para anticipar la caída de China. Sin embargo, otras voces refutan con argumentos sólidos esas apreciaciones. Como señala un informe “A pesar del elevado y creciente nivel de deuda, creemos que el riesgo de una crisis de deuda o crisis financiera «típica» en la que grandes impagos provocan quiebras bancarias, una grave crisis crediticia y/o una fuerte depreciación del tipo de cambio es relativamente pequeño en China”.
Por un lado, el gobierno tiene activos sustanciales para afrontar la deuda. El control del capital por parte de los bancos nacionales significa que más del 95% de la deuda es interna, y no sujeta a presiones y cambios de intereses extranjeros. “La propiedad estatal de los bancos y las garantías gubernamentales sobre los depósitos y su historial” también juegan a favor del gobierno y de la economía china. De todas formas, esto no quiere decir que ese nivel de deuda no genere problemas.
Los escenarios futuros también varían según las fuentes. “En un escenario de referencia razonable, es probable que la tendencia de crecimiento de China se desacelere a un promedio de 4% a 4,5% anual entre 2021 y 2030. Es probable que el crecimiento promedie alrededor del 5% inicialmente antes de disminuir a menos del 4% anual en la última parte de la década. En un escenario más pesimista, la tendencia de crecimiento de China podría promediar sólo alrededor del 3% en esta década.
En un escenario más optimista, pero muy improbable, la tendencia de crecimiento de China en esta década podría alcanzar el 5% anual o más. Si China creciera entre un 4% y un 4,5% anual en términos reales durante esta década, todavía podría representar al menos el 30% del crecimiento mundial. Si China puede resistir la presión reflacionaria de quienes salen perdiendo debido a la deflación de las burbujas inmobiliarias y financieras, se avecina un ciclo de crecimiento más saludable y sostenible, que convertirá a China en un país de altos ingresos.”
Ya este mismo año, tras la recuperación del primer trimestre y la posterior caída en el segundo, un pronóstico de base que cada vez manejan más analistas, es que el crecimiento intertrimestral se recupere a 4-4,5% en el tercer y cuarto trimestre, lo que resultará en un crecimiento anual del PIB que alcanzará alrededor del 5% este año (la meta del gobierno para 2023), en comparación con apenas el 3% en 2022.
Si China sigue siendo capaz de solventar los principales desafíos internos, su perspectiva a largo plazo debería seguir siendo sólida. La crisis económica de China actual es real, pero no se enfrenta a un «momento 2008». Si bien no se debe restar importancia a los graves riesgos en el sector inmobiliario de China, su efecto en los mercados globales es propenso a interpretaciones erróneas y exageraciones. La estabilidad es la prioridad primordial en el sistema financiero controlado por el estado, y tienen otra serie de estímulos más agresivos si hiciera falta.
Los enfoques hegemónicos y mediáticos en Occidente seguirán fallando si se siguen subestimando las capacidades y ambiciones de China. Mientras nos muestran una imagen más negativa en el ámbito internacional, con temas como la interferencia del Estado en la economía y la elevada deuda ocupando un lugar destacado, las autoridades de Beijing están cada vez más preocupadas por la desigualdad social y la sostenibilidad del crecimiento.
Algunos oráculos políticos y económicos siguen señalando el “inminente colapso de China” (Gordon G. Chang, 2001 y 2011), sin embargo, la economía del gigante asiático sigue siendo un gigantesco rompecabezas, complejo y lleno de contradicciones. Además, sus políticas económicas suelen ser difíciles de leer y sus datos no siempre son fiables o fáciles de descifrar. Como señala un académico chino, “para todos los que insisten en que China colapsará: es posible, pero no es probable”.