La guerra como modelo económico
Las necesidades militares, tener que trabajar durante un tiempo prolongado en contexto de crisis y las dificultades logísticas, políticas y económicas que conlleva una guerra hace de la capacidad de mantener a flote la economía de un país uno de los aspectos más importantes a la hora de impedir una derrota por la vía del colapso. Sin embargo, como puede observarse en los datos macroeconómicos de los países inmersos en conflictos bélicos, el elevadísimo gasto que implica puede llegar a movilizar la economía de tal manera que se produzca un crecimiento fuera de lo normal. Es el caso, por ejemplo, de Rusia, cuya economía no solo ha soportado la embestida de los trece paquetes de sanciones económicas que la Unión Europea y sus aliados han impuesto desde el 24 de febrero de 2022, sino que ha mostrado una fortaleza que ha sorprendido a sus oponentes.
Para disgusto de Washington, Bruselas o Kiev, como mostraba recientemente Dmitry Nekrasov, ahora opositor aunque en el pasado subdirector del Servicio Federal de Impuestos de la Federación Rusa, en circunstancias similares a las actuales, Rusia sería capaz de sostener la guerra durante un tiempo indefinido. Su informe admite un fuerte crecimiento, que ha sido constatado también por las instituciones económicas internacionales.
"En 2023, la Renta Nacional Bruta per cápita de Rusia alcanzó los 14.250 dólares y, en consecuencia, Rusia ha sido clasificada como país de renta alta por primera vez desde 2015. El crecimiento real del PIB per cápita representó un 3,6%, mientras que la renta interior bruta per cápita creció un 11,2% en 2023, lo que demuestra claramente el éxito de la política macroeconómica llevada a cabo a pesar de la presión externa", escribía el 2 de julio el Banco Mundial, admitiendo la capacidad de adaptación rusa al régimen de sanciones con el que Occidente pretendía hacer imposible la continuación de la guerra.
En el caso ruso, la guerra ha supuesto una forma de estimular la economía que implica varias consecuencias. Por una parte, se ha producido un claro aumento de los salarios reales, tanto a raíz del aumento de la producción, fundamentalmente militar, como por la reducción del paro. Como mencionaba en uno de sus últimos discursos económicos el presidente Vladimir Putin, actualmente el problema no es el desempleo, sino la falta de mano de obra cualificada. Estas circunstancias no se limitan a la industria, sino que se extienden a otros sectores. La construcción es un ejemplo claro: solo para las labores de reconstrucción y mejora de las infraestructuras que Rusia está realizando en los territorios de Donbass en los que el frente hace posible su realización, es preciso cubrir miles de puestos de trabajo que no siempre pueden completarse con la población local o aquella llegada de otras regiones rusas.
A esos dos aspectos hay que sumar los elevados salarios -y también pensiones o compensaciones a las familias en caso de fallecimiento- de los soldados que se alistan para acudir al frente. Como han analizado académicos como Volodymyr Ischenko, ucraniano afincado en Berlín, los ingresos que supone alistarse en las tropas que luchan en Ucrania son muy superiores a la media, especialmente en comparación con los percibidos por la población en las regiones periféricas de la Federación Rusa. Se explica así la desproporción entre los voluntarios procedentes de zonas remotas en comparación con, por ejemplo, con los de las dos capitales, donde los salarios son significativamente más altos.
El efecto es una redistribución de facto a causa de los efectos de la guerra, un fenómeno que se produce de forma relevante por primera vez desde la restauración capitalista de los años 90, en la que la liberalización y privatización masiva redujo drásticamente la presencia del Estado en la economía y el Gobierno tomó el camino de renunciar a todo aspecto redistributivo de la política fiscal. Temporalmente, la guerra ha paliado esas desigualdades que no solo se deben a los ingresos, sino también a la estructura impositiva ultraliberal.
La guerra ha supuesto también una cierta recuperación de la presencia del Estado en la economía. Es lo que pone de manifiesto el nombramiento de Andrey Belousov como ministro de Defensa, un paso que sigue la dinámica europea de que sea una persona civil y no militar quien se encuentre al mando de esa cartera.
En el caso ruso actual, la presencia de Belousov tiene una doble vertiente. Por una parte, supone separar el aspecto puramente militar, dirigido por el Estado Mayor -muy cuestionado por sectores de la población- y la gestión de los recursos, incluido el complejo militar industrial. Por otra, conocido por ser menos "comercial", es decir, menos propicio a sacar partido personal, y notablemente menos privatizador que otras personas del entorno del presidente Putin, Belousov ha recibido su puesto actual para aumentar la producción militar y mantener el control, evitando la fuga de recursos en forma de corrupción y tratos de favor que perjudiquen al Estado.
El informe de Nekrasov prevé la continuación del crecimiento de la economía rusa a causa del enorme gasto que supone la guerra, aunque una caída una vez que la producción industrial y la movilización de recursos decaiga. Los antecedentes de las medidas económicas aplicadas por los diferentes gobiernos rusos desde la disolución de la Unión Soviética sugiere la posibilidad de que disminuyan también el aumento de salarios reales o la relativa redistribución que está suponiendo la guerra. Sin embargo, por el momento, es el peso del Estado el que está sosteniendo la economía y sigue haciendo posible que el colapso económico al que aspiraba Occidente no sea ya más que un sueño lejano que no puede cumplirse.
Dos son las circunstancias que harían imposible para Rusia la continuación de la guerra según Nekrasov: una catastrófica caída del precio del petróleo, que supondría consecuencias mundiales, por lo que no es de esperar, y una intensificación masiva de la intensidad de la guerra. Esa es la aspiración de Ucrania, que en boca de Mijailo Podolyak volvió a exigir la eliminación de todas las restricciones al uso de armamento contra el territorio de la Federación Rusa.
"No estamos hablando de ataques simbólicos y demostrativos por el mero hecho de atacar... Se trata de la destrucción sistemática, en primer lugar, de las bases aéreas donde se asienta la aviación estratégica, que a su vez lleva a cabo ataques masivos deliberados 'contra la población civil y los objetos civiles de Ucrania'. Se trata también de la destrucción de infraestructuras y apoyo bélico. Se trata de la destrucción de instalaciones de producción militar y lugares donde se acumulan recursos", escribió el asesor de la Oficina del Presidente describiendo un escenario de escalada masiva en territorio ruso, que a su vez provocaría una respuesta similar por parte de Moscú y acercaría aún más la guerra al escenario de guerra total.
Para lograr ese objetivo, Ucrania precisaría de una cantidad de recursos de los que no dispone por sí misma (y la OTAN aparentemente no puede proporcionar). El aumento del gasto que supone la guerra también ha tenido consecuencias en la economía ucraniana, que según el Banco Mundial, también ha subido un peldaño en el nivel de ingresos y ahora es calificada de un país de ingresos medios. Pero al contrario que el resto de países implicados directa e indirectamente en la guerra, no lo ha conseguido a base de mayor presencia del Estado, al menos del propio, sino por la enorme inyección de dinero occidental. Ante todo, la guerra precisa de armas, en este caso, equipamiento pesado y la principal novedad de este conflicto: enormes cantidades de drones. Esos dos aspectos muestran las dos vías con las que Ucrania ha respondido a la situación crítica causada por la guerra.
El régimen ucraniano podría haber decidido sembrar la producción de drones en una gigantesca empresa estatal como las que aún dominan gran parte del resto de la economía. En lugar de ello, invirtió en el sector privado", escribe Foreign Policy en un artículo de claro enaltecimiento de la vía emprendedora, empresarial y privatizadora para cubrir las necesidades del país. La receta no se ha aplicado únicamente a la producción de drones, sino que se extiende a toda la economía.
Ucrania no solo no ha reducido sus intenciones privatizadoras, sino que aprovecha el foco informativo del que disfruta actualmente para presentarse como un lugar propicio para las inversiones privadas extranjeras y anima al gran capital occidental a participar en las privatizaciones de los escasos recursos aún en manos del Estado y la adquisición de tierra. Ucrania ha puesto el cartel de "todo está en venta".
Pero la voluntad privatizadora y la eliminación del peso del Estado en la economía se refiere únicamente al sector público propio, ya que Ucrania depende en gran parte de los subsidios que percibe de los gobiernos aliados, su principal fuente de financiación y de suministro de las armas que hacen posible que sus fuerzas armadas sigan luchando. De la financiación pública de los países occidentales dependen el pago de sueldos y pensiones, el mantenimiento de las infraestructuras y la adquisición de material para la guerra. La participación del dinero público en la economía solo es mala cuando se trata del Estado propio.
La guerra ha modificado quizá solo temporalmente la receta neoliberal que Rusia había aplicado desde 19991, pero para Kiev ha supuesto un estímulo más para la aplicación de una vía aún más radical: la opción ultraliberal, o libertarian en su sentido estadounidense del término, que Ucrania tomó en 2014 con la victoria del Golpe del Maidan y que se aceleró aún más con la llegada de Zelensky. La economía debe quedar en manos de las fuerzas del mercado y el Estado debe reducir su peso en ella. Al menos el Estado ucraniano.
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