La guerra de Perú
Manuel Scorza nació en Lima en 1928 y murió en un accidente de aviación en 1983 (quise hacer el paralelismo con mi paisano Jorge Ibargüengoitia, pero lo guardo para otra ocasión).
Alguien me prestó los libros de Scorza hace más de 30 años y los leí de un tirón con una mezcla de fascinación y rabia, de amor y dolor. Los recuerdo porque hoy me siguen explicando las raíces, las subterráneas corrientes de la guerra de Perú. Permítanme transcribir, extensamente, la Noticia que abre la primera de sus cinco baladas o cantares de la guerra silenciosa en Perú, Redoble por Rancas:
“Este libro es la crónica exasperantemente real de una lucha solitaria: la que en los Andes Centrales libraron, entre 1950 y 1962, los hombres de algunas aldeas sólo visibles en las cartas militares de los destacamentos que las arrasaron. Los protagonistas, los crímenes, la traición y la grandeza, casi tienen aquí sus nombres verdaderos.
“Héctor Chacón, el Nictálope, se extingue desde hace 15 años en el presidio del Sepa, en la selva amazónica. Los puestos de la Guardia Civil rastrean aún el poncho multicolor de Agapito Robles. En Yanacocha busqué, inútilmente, una tarde lívida, la tumba del Niño Remigio. Sobre Fermín Espinoza informará mejor la bala que lo desmoronó sobre un puente del Huallaga.
“El doctor Montenegro, juez de primera instancia desde hace 30 años, sigue paseándose por la plaza de Yanahuanca. El coronel Marruecos recibió sus estrellas de general. La Cerro de Pasco Corporation, por cuyos intereses se fundaron tres nuevos cementerios, arrojó, en su último balance, 25 millones de dólares de utilidad. Más que un novelista, el autor es un testigo. Las fotografías que se publicarán en un volumen aparte y las grabaciones magnetofónicas donde constan estas atrocidades, demuestran que los excesos de este libro son desvaídas descripciones de la realidad.
Ciertos hechos y su ubicación cronológica, ciertos nombres, han sido excepcionalmente modificados para proteger a los justos de la justicia.
En las cinco baladas cuenta Scorza la guerra silenciosa de los campesinos de los Andes Centrales de Perú contra las compañías mineras trasnacionales, los hacendados (gamonales), los poderosos, el ejército, el Estado... De manera brutal, dolorosa y poética, nos seducen los héroes verdaderos.
Los héroes (porque a despecho de los falsos revisionistas, de los falsificadores de la historia, en este mundo hay héroes, https://www.jornada.com.mx/2013/11/19/opinion/022a2pol): Héctor Chacón el Nictálope, quien escuchó los tambores del ejército redoblar en la comunidad de Rancas, y vio la masacre de los comuneros que trataron de detener el cerco, el robo de sus tierras y que tanto nos recuerda a un tal Emiliano Zapata ( Redoble por Rancas). Fermín Espinosa Garabombo, invisible, como invisibles son los indios que piden justicia, como invisible es la lucha de los indígenas contra los poderosos en la historia oficial de Perú… o de México, o de EEUU o… (Garabombo el invisible).
Don Raymundo Herrera, el jinete que no duerme, ni dormirá, hasta ver la justicia en este mundo y que, dicen, como Emiliano Zapata sigue cabalgando (El jinete insomne). Agapito Robles, el héroe por excelencia, el único hombre capaz de trastocar en amor el odio del/la terrible Maco/Maca Albornoz (Cantar de Agapito Robles), y Genaro Ledezma, el abogado de los comuneros de Pasco (La tumba del relámpago), a quien... El aletazo de un pensamiento sombrío lo rozó: las revoluciones campesinas fracasaron siempre. Por eso nos fascinan. Los Zapata, los Agapito Robles, los Garabombo, mueren puros. Los campesinos no llegan al poder, no tienen oportunidad de corromperse. La injusticia de la historia los preserva.
Porque la lucha silenciosa y silenciada de los indígenas del Perú de los años 60 y las que siguieron parecían fatalmente condenadas a la derrota, como todas las luchas campesinas de nuestra América. ¿Quizá los inconclusos procesos andinos encabezados por Evo Morales y Lucho Arce o Pedro Castillo nos permitirán erradicar esa fatalidad?
Porque la historia continuó: en su Epílogo de 1983 Scorza nos contó que doña Pepita Montenegro, la poderosísima terrateniente aliada de la poderosísima compañía yanqui, “fue secuestrada de su hacienda Huarautambo por combatientes de Sendero Luminoso. Fue ejecutada luego en una plaza pública de Yanahuanca, departamento de Cerro de Pasco, en los Andes Centrales donde transcurren Redoble por Rancas y todos los libros de La guerra silenciosa”.
Porque la historia vive, como descubrió el abogado Genaro Ledezma en los archivos: “Ledezma no pudo evitar recordar el amargo fin de las luchas campesinas. Para preparar su tesis consagrada a esas rebeldías –sobre las cuales los historiadores no decían prácticamente nada– habían consultado las Actas del Patronato de la Raza Indígena. Según ellas, entre 1922 y 1930 estallaron en Perú 697 rebeliones; ¡697 alzamientos en ocho años, es decir, un promedio de 70 anuales! ¡Un alzamiento cada cinco días! ¡Miles de muertos! ¡Cientos de miles de muertos! Alzamientos sucedidos en silencio, combatidos en silencio, aplastados en silencio”.
Porque un mando policiaco-militar declaró la semana pasada que las fuerzas del orden dispararon a matar en los Andes Centrales porque los manifestantes no entendieron las órdenes dadas por la policía, pues no hablan español.
La Jornada