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Europa, Asia, EE.UU. :: 02/01/2025

La guerra, la receta de la OTAN para Europa

Fabrizio Casari
La reducción del bienestar residual aún vigente parece ser una de las palancas decisivas para financiar la nueva deuda pública, que a su vez financiará el rearme generalizado

Preparándose para la guerra con Rusia. Loco, ¿verdad? Sin embargo, esto se ha convertido en el corazón del discurso político atlantista en Europa. Para Mark Rutte, el nuevo secretario general de la OTAN, «debemos prepararnos para una mentalidad de guerra», y le hacen eco gobiernos, políticos, militares y periodistas empleados por el establishment atlantista.

En el Viejo Continente, reducido ahora a un instrumento de la política estadounidense, parece que se han agotado la razón y el sentido común que siempre deberían estar presentes como condición previa en el discurso político. Términos que hasta hace unos años estaban prohibidos se han convertido en la esencia del discurso público, infligido a una opinión pública narcoléptica. La técnica de comunicación es la de la «rana hervida», tal como la define Noam Chomsky: consiste en proponer progresiva pero constantemente un escenario que, presentado de repente, suscitaría una reacción de oposición inmediata, pero que, en cambio, diluido y manipulado, acostumbra a uno a la conceptualidad y a minimizar molestias.

La interpenetración del sistema capitalista europeo con el Estado profundo estadounidense es tan grande que incluso el riesgo de una orientación menos agresiva hacia Moscú por parte del próximo presidente de EEUU hace entrar en pánico a la UE, muy preocupada por un posible cambio de dirección por parte de la Casa Blanca el próximo mes. La UE se encuentra con los lazos quemados a sus espaldas en su relación con Rusia, con la que ahora teme que Washington reabra el diálogo por razones estratégicas.

Esto dejaría a Bruselas con la carga, poniéndola cara a cara con su balance fallido: irrelevante a nivel de autoridad, inexistente a nivel militar y ridículo a nivel sancionador, también se vería obligada a revisar la guerra retórica contra Moscú, además de tener que ocuparse de su defensa en mayor medida que antes.

No está claro de qué debería defenderse Europa, dado que nadie la ataca ni amenaza con hacerlo, pero la necesidad de reconvertir el sector industrial europeo para la guerra parece ser el Alfa y la Omega de las nuevas políticas continentales. El objetivo, verdaderamente imbécil antes que ambicioso, es someter militarmente al Kremlin.

El mensaje global que los países de la OTAN pretenden transmitir es que debemos prepararnos para una guerra total, porque sólo con la derrota de Rusia primero y luego de China será posible la dominación occidental de todo el planeta. Ahora, al declararse próximos a una guerra, es obvio que quieren prepararnos para la eventualidad. ¿Como?

¿Objetivo inmediato de tanta retórica bélica? Llevar la contribución militar de cada país individual de la OTAN al 3% del PIB. Una suma inmensa teniendo en cuenta lo que ya se ha gastado. Por poner un ejemplo, Italia -quinto contribuyente de los 31 de la alianza- se vería gastando 60 millones de euros al día, obviamente todos restados del gasto público y de la reducción del déficit. Quien se beneficiaría de esto es el complejo militar-industrial de EEUU, que proporciona suministros a la OTAN.

Mientras que para los países europeos aumentar su contribución a la OTAN al 3% del PIB significaría destruir el sistema de protección social, la economía estadounidense se vería afectada positivamente por el crecimiento de su principal motor económico, que fue y sigue siendo el complejo industrial militar, el único sector en el que ningún cambio de fase y ninguna reelaboración de la doctrina de producción han hecho mella, al contrario.

Para lograr el objetivo, las operaciones se desarrollan en dos terrenos adyacentes e interpenetrados: la reconversión de la cadena industrial europea y sus actividades relacionadas hacia fines bélicos, y paralelamente una mayor reducción del gasto social, aunque en un contexto ya extremadamente sufrido, dado que la el índice de pobreza absoluta y relativa parece ser el único con una tendencia de crecimiento en el área de la UE.

Precisamente la reducción del bienestar residual y crónicamente insuficiente aún vigente parece ser una de las palancas decisivas para financiar la nueva deuda pública, que a su vez financiará el rearme generalizado, como indica el Informe Draghi sobre la competitividad europea presentado en Estrasburgo y Bruselas. Y que contó con el apoyo entusiasta de la Comisión Europea.

La loca estrategia atlantista

La ampliación de la OTAN hacia el Este es la razón de todos los conflictos ocurridos en Eurasia, narrados bajo el falso disfraz de «primaveras» o deseos populares de «integración con la UE».

Pero desde 2014 de forma político-diplomática y a partir de 2021 también de forma militar, Moscú decidió poner fin al cerco militar de Rusia por parte de la OTAN, que fue acompañado por la retirada de EEUU de los acuerdos sobre misiles de medio alcance y del pacto destinado a limitar el programa nuclear de Irán. El intento de rodear a Rusia se puso de relieve con el golpe de Estado del Maidán en Ucrania, luego con los intentos en Bielorrusia y Kazajistán y recientemente con los golpes de estado de modo variable en Rumania, Georgia y Moldavia. Todos ellos son países que tendrán que sustituir a la ahora destrozada Ucrania en la próxima guerra por poderes: es necesario estructurar los próximos ejércitos bajo la dirección ideológica de los países bálticos, Polonia y el Reino Unido para librar nuevas guerras contra Moscú, con la esperanza de debilitarlo económica, militar y políticamente.

Las consecuencias de las estructuras estatales serían obvias: la Federación Rusa quedaría reducida a un conjunto de repúblicas pequeñas e ingrávidas, reduciéndola a un estado política y militarmente vegetativo. Moscú ya ha advertido que utilizará todos los recursos militares en su poder para defender la integridad territorial de la federación y la dimensión política de Rusia, sea cual sea el precio a pagar. Lavrov simplemente lo reiteró: no aceptaremos ejércitos a nuestras puertas.

Sin embargo, por ardor ideológico, por necesidad de supervivencia del modelo fallido, poner a Rusia de rodillas, a pesar de la imposibilidad material de que esto suceda, sigue siendo el sueño recurrente del atlantismo. Pero la idea de imponer una derrota estratégica a Rusia a nivel militar es decididamente descabellada, también por la evaluación banal de lo imposible que es pensar en derrotar a un país equipado con más de 6000 dispositivos nucleares tácticos y estratégicos, que se suman a la dimensión militar rusa que, por mar, tierra y cielo, es probablemente la mejor del planeta.

Quizás la distancia temporal desde la conclusión del último conflicto global en territorio europeo (1945) empuje al Occidente Colectivo hacia una eliminación mnemotécnica de la historia y lleve a subestimar cómo terminaron los tres imperios que desafiaron a Rusia. El lenguaje beligerante y provocativo que desafía a Rusia en un juego de suma cero ignora el hecho de que los retadores ni siquiera sobrevivirían los primeros 30 minutos del juego.

Pero, ¿qué lleva a Occidente a considerar viable el camino de la destrucción total del planeta en lugar de reconsiderar la gobernanza mundial? Hay quienes piensan que la cuestión es la de la transformación del ciclo económico, o simplemente convencer a todo Occidente de transformarse en ejército y llevar al resto del mundo al terror de desafiar al imperio decadente. Y hay quienes creen que Moscú está mintiendo, pero la idea de desafiar durante mucho tiempo y en todas partes la paciencia y el sentido de responsabilidad del Kremlin, que ya ha demostrado en Chechenia, Georgia, Siria y Ucrania no es muy inteligente. El liderazgo ruso no hace cualquier concesión sobre su seguridad.

Quizás pensemos en la histórica paciencia soviética, pero estaríamos cometiendo un enorme error. A diferencia de la URSS, que gestionó un imperio que a su vez la protegió, Moscú sabe que debe afrontar casi sola un proyecto que prevé su disolución y sabe que los caminos de la diplomacia y la política ya no tienen un papel ni un valor decisivos. Por lo tanto, la voluntad de intervenir decisivamente para salvaguardar su integridad y viabilidad política está fuera de discusión.

Washington y Bruselas lo saben perfectamente, pero la obsesión bélica occidental, precisamente en la fase histórica en la que es más vulnerable, es tan descarada como desesperada: Rusia no obedece, no se somete. No hay aislamiento que aguante, de hecho resiste y vence sobre el terreno. Y, lo que es peor, está formando, junto con China, Irán y otros, un sistema alternativo que es a la vez económico y potencialmente también político y que se basa en una gran fuerza militar.

Este bloque - BRICS junto con otras importantes organizaciones regionales (ver OCS, OTSC, CEI y Unión Euroasiática) - aunque políticamente heterogéneo, obstaculiza la expansión y el mantenimiento del poder occidental en todo el planeta: proporciona herramientas, espacios económicos, fuerza militar y autoridad política a las economías emergentes y, en una perspectiva de medio y largo plazo, al reducir el impacto del dólar y por tanto de los EEUU en los mercados, puede determinar una reversión del equilibrio actual que favorece al bloque capitalista liderado por el eje anglosajón.

Demuestra que sabe hacerse cargo de una posible representación política del Sur y del Este global y que puede imponer al Norte una fuerte reducción de su papel de liderazgo. De ahí la urgencia de atacar a Rusia, considerada con razón el motor de este proceso, antes de que reúna a su alrededor tantos socios que resulte imposible superarla.

Rusia está bajo ataque por lo que dice, lo que hace y lo que representa. Por ser, una vez más en la historia, un referente internacional para todos aquellos países que creen que no deben someterse a las reglas imperiales que prevén la imposibilidad de desarrollo y un papel distinto al que les asigna Washington.

33 años después de que se retirara la bandera roja de los mástiles del Kremlin, la obsesión por la Unión Soviética se ha convertido en rusofobia. La derrota estratégica de Rusia sigue siendo la máxima aspiración de un modelo anglosajón que no puede ni quiere tolerar ningún equilibrio de fuerzas militares, ningún equilibrio político, ninguna competencia económica, so pena de una rápida desintegración de su sistema.

Pero lo que corre el riesgo de que ocurra es exactamente lo contrario. Bastan unos minutos para que los misiles rusos pulvericen el imperio, empezando por las capitales europeas. Pero aún menos son suficientes para comprender la locura de provocar este epílogo.

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