La importancia de las apariencias
La presencia de personas y, sobre todo, grupos cuya ideología y simbología contradecía abiertamente la idea de lucha por la libertad, democracia y valores occidentales que Kiev decía defender ha sido desde el inicio de la guerra una de las constantes periódicamente repetidas.
Lo fue desde los primeros pasos de la guerra de Donbass, un momento en el que la retórica antifascista dominaba el discurso contra el Gobierno, percibido como un gabinete que representaba únicamente a una determinada forma de nacionalismo ucraniano y cuya agenda pasaba por la ruptura social y política con Rusia con el objetivo de borrar de la memoria colectiva todo el pasado común con Rusia y la Unión Soviética para sustituirlo por el nuevo discurso nacionalista.
Antes incluso de que irrumpiera en la escena el grupo armado liderado por Igor Girkin, Strelkov, en Slavyansk, las autoridades ucranianas habían comenzado a dar pasos para incorporar a las facciones más movilizadas del nacionalismo más radical para reforzar o sustituir a las fuerzas armadas. La duda sobre si el ejército regular seguiría las órdenes de atacar a su propia población en Donbass no existía con respecto a grupos que se habían distinguido ya como las fuerzas de choque de Maidan.
Como se ha jactado posteriormente Anton Gerashenko, a principios de abril, el entonces ministro del Interior del primer Gobierno nacido del golpe de estado del 2014 en Maidan, se reunió con Dmitro Korchinsky y Andriy Biletsky para introducir como batallón policial a lo que pronto sería el batallón Azov, cuyo núcleo duro actuaba ya codo con codo con las autoridades locales y regionales de Járkov para acabar con las protestas prorrusas. Pronto, Azov y su líder, el líder blanco, alcanzaron protagonismo mediático por su papel en la toma de Mariupol y también por su simbología e ideología.
Azov era solo uno más de los muchos grupos de radicales nacionalistas incluidos, oficial o extraoficialmente, en las tropas que debían aplastar ese verano de 2014 a las milicias de la RPD y la RPL. La trayectoria de Biletsky, con un extenso currículum en grupos como Patriota de Ucrania, herederos de la ideología de los grupos que colaboraron con la Alemania nazi en la II Guerra Mundial y cuyos soldados luchaban bajo un símbolo de evidente inspiración nazi, dificultaba la normalización de la integración de la extrema derecha en las estructuras oficiales.
Ya entonces, aunque la guerra se libraba contra unas milicias que, ni en su apariencia ni en su armamento podían confundirse con el ejército ruso, la idea de guerra contra Rusia justificaba el uso de grupos como Azov, que incluso el Congreso de EEUU calificaría en dos ocasiones de supremacista blanco y fascista. El paso a un lado de su indiscutible líder, Andriy Biletsky, en aquel momento teniente coronel de la Guardia Nacional de Ucrania, para aspirar a un escaño en la Rada que logró gracias a la retirada del candidato del entonces primer ministro Yatseniuk, facilitó la tarea.
El veterano de Patriota de Ucrania y conocido por sus pasadas declaraciones antisemitas dejaba el mando militar de Azov, consolidado en la zona de Mariupol, donde durante años actuaría con total impunidad y, en ocasiones, de la mano del hombre más rico de Ucrania, Rinat Ajmetov. Aunque Biletsky únicamente abandonó el mando militar -puesto para el que ni siquiera contaba con la preparación necesaria- y siguió siendo, como continúa ocurriendo ahora, el líder espiritual y político de todo el movimiento Azov, fue suficiente para comenzar la normalización de su existencia como parte de las estructuras oficiales de Ucrania.
Aunque año a año los presupuestos del Congreso mencionaron la prohibición de armar, entrenar o financiar al regimiento Azov, esos pasos fueron siempre simbólicos y pese a los intentos de Donbass y de Rusia de alertar sobre la presencia de neonazis en las estructuras oficiales ucranianas, su presencia nunca fue un problema real para Kiev como tampoco lo fueron otros grupos menos mediáticos pero igualmente ultraderechistas.
Tampoco fue nunca un problema que el núcleo duro de Azov desde sus inicios procediera de la división Borodach, cuyo emblema era un 'Totenkopf' modificado flanqueado por las runas SS. En 2016, Maksym Zhorin, entonces comandante del regimiento, realizó apariciones públicas con ese emblema como líder de la expedición trasladada a Odessa para realizar labores policiales en el segundo aniversario de la masacre de Odessa.
En 2022, el nombre de Zhorin, que teóricamente había abandonado el regimiento para pasar al movimiento político, división que se utilizó para justificar que el Azov de Prokopenko, también miembro de Borodach, no era ya el Azov de Biletsky y que el regimiento al que se enalteció por su lucha en Mariupol no era ya el batallón liderado por el primer comandante. The Times de Londres llegó incluso a alegar que Azov había renegado de su 'wolfsangel'. Azov sigue manteniendo su símbolo de inspiración nazi y Biletsky, según The New York Times coronel de las Fuerzas Armadas de Ucrania, es citado como fuente participante en los asaltos del regimiento en el frente.
La división entre las alas militares y políticas de los diferentes grupos de extrema derecha nacionalista utilizados contra Donbass nunca existió, pero sirvió para que los aliados de Ucrania pudieran alegar que el problema era producto de la imaginación de los propagandistas del Kremlin. Y cuando EEUU quiso mostrar su compromiso con la lucha contra el fundamentalismo de extrema derecha, no designó terroristas a grupos como Azov, del que había formado parte un norteamericano protegido por Ucrania y buscado por las autoridades estadounidenses por asesinato, sino al Movimiento Imperial Ruso, un grupo similarmente extremista y con muchos puntos en común.
Es más, miembros de dicho grupo comparten financiación y patrones con el regimiento Azov en la guerra común que todos ellos libran contra Rusia. La importancia que la guerra común contra Rusia ha adquirido en la escena internacional ha hecho que también los miembros del Movimiento Imperial Ruso, e incluso personas y grupos aún más extremistas, reciban ahora el tratamiento de blanqueo que Azov o miembros del Praviy Sektor como Da Vinci han recibido en el pasado.
La espectacularidad que quienes organizaron la operación, fundamentalmente Kirilo Budanov, jefe de Inteligencia Miliar del Ministerio de Defensa de Ucrania, quisieron dar al inicio de las redadas en la región rusa de Belgorod ha dado protagonismo a toda una serie de grupos cuya ideología se ha convertido en un problema para los defensores de Ucrania.
La guerra, especialmente si es contra un enemigo histórico como Rusia y se libra en nombre de la libertad y los valores europeos lo justifica todo, pero incluso en ese caso, las apariencias importan. En esta ocasión, los símbolos han resultado ser demasiado evidentes y ni siquiera los mismos medios que en el pasado han justificado abiertamente la participación de miembros del Movimiento Imperial Ruso en la lucha de Ucrania han podido obviar el aspecto ideológico.
La ideología de demasiados de los miembros más prominentes del Cuerpo de Voluntarios Rusos (RDK) y grupos adyacentes, su lucha por una Rusia pura, es decir, blanca, su huida de Rusia perseguidos por sus actividades neonazis y su refugio en Ucrania, la insistencia de White Rex en que no es un insulto ser calificado de neonazi, el parche del Ku Klux Klan de uno de los portavoces ante la prensa o el 1488 de la matrícula del primer vehículo de una columna armada de la Alemania nazi que marchaba a Rusia, han sido un cúmulo de evidencias demasiado llamativas para que la prensa no reaccione a ellas.
Hace unos meses, los medios aceptaron como legítima la excusa de Orest, que alegó que las esvásticas que acostumbraba a publicar en Twitter o su celebración del cumpleaños de Hitler eran solo muestras del “humor ucraniano” y, aun así, el celebrado fotógrafo de Azov sigue siendo recibido alrededor del mundo. De ahí que no pueda sorprender que los escasos medios que se han hecho eco de la ideología de los grupos a los que Kiev está enviando a liberar Rusia se hayan centrado en las apariencias, es decir, en la imagen que esa ideología o simbología dan de Ucrania y no en el hecho de que los neonazis estén siendo utilizados como parte de las estructuras oficiales ucranianas.
La prensa, al igual que los países que suministran las armas para que estas acciones sean posibles, se encuentra así con el dilema de obviar la evidencia o arriesgarse a dar la razón a uno de los argumentos del Kremlin y aceptar que existe un problema ideológico de presencia del fascismo en las estructuras militares y políticas ucranianas.
Por el momento, solo Bélgica se ha mostrado molesta al comprobar que parte del armamento que había enviado a Ucrania ha sido utilizado por estos grupos en sus redadas en Rusia, pero, como era de esperar, ha confirmado también que no detendrá ese suministro. En la guerra, las apariencias son importantes, pero todo está supeditado al objetivo principal: derrotar al enemigo común.
El equivalente mediático a este razonamiento se publicó en The New York Times en un artículo titulado “Símbolos nazis en los frentes de batalla ucranianos destacan espinosas cuestiones históricas” e ilustrado con un soldado ucraniano en cuyo uniforme puede verse claramente un 'totenkopf', símbolo presente en la guerra de Ucrania desde 2014 y generalmente obviado para evitar criticar a las tropas de Kiev.
Crítico solo en apariencia, el artículo recuerda que tanto Ucrania como sus aliados se han visto obligados a eliminar fotografías publicadas a causa de la simbología nazi que se apreciaba en alguno de los soldados ucranianos, una constante que va más allá de las 3 imágenes mencionadas y que en las redes sociales se ha convertido ya en una broma continua.
La proliferación de esta simbología es preocupante, no por su contenido, sino por su apariencia. “Lo que me preocupa, en el contexto ucraniano, es que la gente en Ucrania que está en posiciones de liderazgo, o no reconocen ni entienden cómo estos símbolos son vistos fuera de Ucrania, o no están dispuestos a hacerlo”, escribe The New York Times citando a Michael Colborne, investigador de Bellingcat y que a lo largo de estos años ha realizado un buen trabajo de seguimiento a grupos como Azov.
Sin embargo, ahora el objetivo no es otro que evitar una mala imagen de Ucrania, lograda a base de aceptar esos símbolos y la ideología asociada a ellos como parte del discurso oficial. “Creo que los ucranianos tienen que darse cuenta cada vez más de que estas imágenes socavan el apoyo al país”, se lamenta Colborne, quedándose nuevamente en lo superficial.
El objetivo del artículo se resume en su párrafo central, en el que, aun admitiendo que la simbología nazi ha adquirido una presencia importante en Ucrania, se alega su marginalidad -compatible con ser considerados héroes- y se imagina una lucha de las autoridades del país contra la extrema derecha que simplemente no ha existido.
“Ucrania ha llevado a cabo iniciativas durante años mediante la legislación y la restructuración militar con el fin de contener un movimiento marginal de extrema derecha cuyos miembros lucen con orgullo símbolos impregnados de la historia nazi y defienden opiniones hostiles hacia los izquierdistas, los movimientos LGBTQ y las minorías étnicas. Sin embargo, algunos miembros de estos grupos llevan luchando contra Rusia desde 2014, cuando el Kremlin se anexionó de manera ilegal la región ucraniana de Crimea, y ahora forman parte de la estructura militar más amplia. Algunos son considerados héroes nacionales, incluso cuando la extrema derecha sigue marginada políticamente”.
El razonamiento hace recordar lo ya vivido en 2014, cuando aparecieron todos estos argumentos: la marginalidad de la extrema derecha, la justificación del uso de esas tropas ante la necesidad de luchar contra Rusia -aunque no fuera la Federación Rusa quien luchaba al otro lado del frente- y, sobre todo, la insistencia en que los soles negros o totenkopfs no representaban a Ucrania como Estado.
Cuestionables ya entonces, cuando comenzaba la institucionalización del discurso nacionalistas de esos grupos como discurso nacional, esas tesis son aún menos convincentes hoy en día, cuando los ejemplos de racismo y deshumanización de todo lo ruso se producen a niveles oficiales y el grueso de la ideología de Azov, Svoboda, Praviy Sektor o Bratstvo es prácticamente indisociable de los preceptos defendidos por el Estado, que jamás ha batallado para controlar a la extrema derecha, sino que la ha utilizado para luchar contra el enemigo exterior y también contra el enemigo interno.
Buen ejemplo de la lucha de Ucrania para controlar el nazismo o neonazismo es la ley que equiparaba nazismo y comunismo, criticada incluso por la Fundación Wiesenthal por equiparar “el régimen más genocida de la humanidad con el que liberó Auschwitz”. Aquel paquete legislativo fue utilizado exclusivamente para prohibir el Partido Comunista, su simbología -incluida la hoz y el martillo de la bandera de la Victoria, por la que lucharon millones de ucranianos y ucranianas- y su ideología y para demonizar cualquier defensa al pasado común con Rusia o la Unión Soviética. En paralelo, el Estado fue adoptando gradualmente el nacionalismo de la extrema derecha como ideología oficial.
En cierta forma, The New York Times y otros medios que han tratado de restar importancia al uso de simbología neonazi o fascista en las Fuerzas Armadas de Ucrania están en lo cierto. Pese a su espectacularidad, los soles negros o totenkopfs que pueden observarse en el frente son el menor de los problemas de Ucrania, que no pasan por la forma sino por el fondo.
Occidente seguirá argumentando que el porcentaje de votos de Andriy Biletsky en las elecciones legislativas prueba la marginalidad de la extrema derecha, pero tendrán que hacerlo evitando admitir que, a día de hoy, el Estado ha adoptado casi punto por punto la naciocracia que grupos como el Corpus Nacional han heredado de Dmitro Dontsov.
Enaltecimiento de la guerra como renacimiento de la nación, demonización de toda oposición no nacionalista, intento progresivo de eliminación de la lengua y cultura rusa de Ucrania, prohibición de medios de comunicación y productos culturales rusos y tratamiento de colaboracionista a toda esa población que se ha resistido a las imposiciones nacionalistas.
slavyangrad.es