La imposible utopía de reeditar una Argentina 1985
Guerra Mundial y guerras sociales
A estas horas, lo que se juega Washington en Ucrania es evitar que el mundo se vuelva multipolar. Si EEUU pierde esa apuesta, se apagará el faro de la “Gran Democracia Occidental”.
La conflagración en curso, que concentra sus aspectos más convencionales en Eurasia, tiene otro tipo de correlatos en el Sur Global. De ahí que numerosxs analistas se refieran a ella como a la III Guerra Mundial.
Una de sus consecuencias más evidentes es la enorme fractura social entre lxs incluidxs en el reparto de las ganancias y lxs excluídxs de todo derecho.
En “Las venas abiertas de América Latina”, Eduardo Galeano afirmaba que el desarrollo capitalista es una nave con más náufragos que tripulantes. Acaso semejante sentencia nunca haya cobrado tanto sentido como en este momento de la Historia.
Resulta evidente que en Argentina se viene enrareciendo la convivencia entre sus habitantes. Y la Carta Magna semeja letra muerta a la hora de fijar reglas de juego mayoritariamente respetadas. Ello contribuye a crear un caldo de cultivo sumamente peligroso y de inédita virulencia en el enfrentamiento entre compatriotas.
Si para muestra bastase un botón, recordemos que hace poco la avenida principal de la localidad de Garuhapé, en la provincia de Misiones, fue escenario de un choque entre vecinos y piqueteros que pretendían cortar dicha arteria.
En esa ocasión, distintas organizaciones sociales se movilizaban hacia la Municipalidad interrumpiendo el tránsito, lo cual suscitó una escalada de violencia que terminó con la dispersión de los manifestantes, perseguidos por vecinos munidos de elementos contundentes.
Alentado por la jefa del PRO (derecha), algo semejante ocurrió antes en Bariloche, cuando una delegación del pueblo – nación mapuche intentó acercarse a manifestar ante el Centro Cívico y fue disuelta por comuneros a caballo que arremetieron contra ancianos, mujeres y niños.
Paisajes acaso de una descomposición social sin precedentes, que parecería demostrar que, cuando una sociedad carece de proyecto estratégico, en su interior prevalecen dramáticamente las contradicciones secundarias.
Las democracias también dan la espalda a los DDHH
Desde que llegó a su fin el último régimen de facto, prácticamente todas las fuerzas políticas que ocuparon la Casa Rosada han aludido a los DDHH violados por la dictadura, manteniendo sin embargo buena parte de la legislación financiera heredada de aquel oscuro período, así como coincidiendo – explícita o tácitamente – en el sostenimiento de la Teoría de los Dos Demonios, esa siniestra coartada de exculpación clasemediera que asemeja el genocidio a la resistencia popular.
Así, la asimilación liberal de la lucha derechohumanista como Política de Estado se ha venido edificando sobre los escombros de la experiencia revolucionaria de los años 60 y 70, transformándose en instrumento encubridor de la lucha de clases.
En consecuencia, la matriz productiva vigente – de acumulación por desposesión – viene prorrogando el genocidio silencioso de cuantiosxs desheredadxs, y rebalsando prisiones con “ladrones de gallinas” sujetos a interminables procesos judiciales que esperan condena. Ambas circunstancias están absolutamente naturalizadas. Hasta que el infortunio roza a un (o una) “semejante” de las clases medias biempensantes, que entonces sí se avienen a considerar el caso y sentar precedente.
Resulta sumamente oprobioso, por ejemplo, que ninguno de los organismos defensores de DDHH cooptados por el oficialismo se haya pronunciado oportuna y categóricamente contra el fusilamiento sumario – posteriormente convertido en “falso positivo” (*) por la Fuerza de Tareas Conjunta del Ejército Paraguayo – de dos menores argentinas de 11 años, Lilian y María Carmen, primas de Carmen Elizabeth Oviedo Villalba, de 15 años y conocida como Lichita, vista con vida por última vez durante el mes de noviembre de 2020 en tierra guaraní. La única hipótesis que cabe a ese respecto es que se trata justamente de una familia de campesinxs pobres en lucha por un pedazo de tierra.
De modo tal que aquellos derechos reconocidos como sociales por los llamados Estados de Bienestar, de un tiempo a esta parte se reducen a un conjunto de derechos individuales que toman como sujeto ya no a la comunidad sino al ciudadano.
A este cuadro de situación no le es ajeno el exitoso estreno del film “Argentina 1985”, de Santiago Mitre (apellido difícil de soslayar, sin por ello negar el talento narrativo de su portador), el legítimo debate que despertó, ni su probable decurso semejante al de “La Historia Oficial”, de Luis Puenzo, toda vez que, más allá de su innegable calidad cinematográfica, entroniza a la Justicia burguesa como árbitro de la lucha de clases y, en un contexto de enorme deshistorización ofrecido a las nuevas generaciones, canoniza como héroes civiles a dos personajes de dudosa memoria.
Daría la impresión de que el inminente 40° aniversario de la recuperación del orden constitucional condiciona a los sectores remanentes o herederos del primer gobierno democrático a apostar los restos de aquel capital en la elección de 2023, como si tuvieran algo nuevo para ofrecerle a un electorado cada vez más abstencionista, que viene favoreciendo la configuración de sociedades fracturadas entre progresismos devaluados y neofascismos resueltos a la acción directa.
Un Estado inoperante que abandona su rol mediador
Si un síntoma alentador presenta el panorama descripto, es que la enorme insatisfacción democrática que recorre el globo – consistente en la imposibilidad de combinar libertades formales con Justicia Social – determina que, ante la indisposición a producir cambios estructurales por parte del elenco estable de la política formal, los pueblos comienzan a ensayar formas de autogobierno.
Recientemente, mujeres pertenecientes a distintas naciones indígenas de la República Argentina ocuparon pacíficamente la sede del Banco Central reclamando a sus directivos ser oídas, ya que consideran que allí se trabaja para un modelo de país de muerte mientras ellas defienden uno de vida. Según lo expresaron, precisamente ahí se legaliza y aprueba un presupuesto para las balas, para la represión, se permite la invasión que padecen por parte de las empresas que están violando y asesinando a sus niñas, así como reprimiendo, encarcelando a sus mujeres y a su máxima autoridad espiritual, que en este momento permanece injustamente detenida.
Ratificando una avanzada de las mujeres que ya es común en el mundo que nos toca, y asumiendo una iniciativa que trasciende con creces el mero reclamo por necesidades inmediatas, exigieron que, así como son escuchados el empresariado y los latifundistas para definir en ese espacio políticas terricidas, ellas también tienen derecho a ser escuchadas.
Pese al exotismo reaccionario que otorga a este tipo de experiencias la prensa hegemónica, corresponde advertir que hoy se reproducen a lo largo y ancho del país luchas que, sin confluir aún, contienen el germen de un programa común.
Ejemplos sobran. No hace mucho se llevó a cabo una gran movilización isleña y de vecinxs de Buenos Aires desde el centro de Tigre hasta el municipio. En el marco de acciones y movilizaciones por la Ley de Humedales, dicha protesta rechazó cualquier intento de modificación de la ordenanza 3343/13 por parte del Concejo Deliberante, lo cual permitiría depredar los humedales y la biodiversidad existente.
Como puede apreciarse, conflictos como ese, aparentemente desvinculado del anterior, coinciden no obstante en la defensa del bien común y la calidad de vida de nuestrxs semejantes.
Recapitulando, en todo caso un imperativo del movimiento popular es impedir que el poder continúe atentando contra la comprensión del carácter bicentenario de nuestras luchas.
A ese respecto alguna vez Rodolfo Walsh escribió con visionaria claridad, “nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan”.
Hoy por hoy parecería que la izquierda más dinámica invierte su principal capital político – la movilización masiva – en construir una alternativa parlamentaria por dentro del poder constituido. Solo un discurso más radical la diferencia del Movimiento Evita u otras expresiones sociales de la UTEP.
Resulta entonces impostergable propiciar la confluencia de las fuerzas antisistémicas e insumisas para golpear con todos sus martillos el mismo clavo. Desde la Argentina Profunda, sin prisa pero sin pausa, algunos gestos vienen alumbrando ese camino.
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(*): En Colombia se conoce como “falsos positivos” el asesinato de civiles inocentes a manos de militares, que los presentan como guerrilleros muertos en combate para obtener así beneficios o ascensos.
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