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Pensamiento, Mundo :: 30/06/2019

La izquierda ausente

Domenico Losurdo
El 28 de junio de 2018 fallecía en Bari el insigne filósofo marxista italiano Domenico Losurdo

Losurdo, buen amigo de La Haine, fue un comunista militante, crítico radical del liberalismo, el capitalismo y el colonialismo e infatigable investigador de cuestiones políticas contemporáneas.

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Prefacio del libro de Domenico Losurdo 'La izquierda ausente. Crisis, sociedad del espectáculo, guerra'

¿No se podrían encontrar detalles estremecedores sobre episodios de crueldad? (Otto von Bismarck)

Nadie miente tanto como el indignado (Friedrich Nietzsche)

El historiador futuro no dejará de asombrarse ante un fenómeno que caracteriza a nuestra sociedad y nuestro tiempo. Por un lado no es difícil leer en libros, revistas y periódicos análisis realistas y crudos de la condición actual de Occidente, de los problemas y dramas de nuestro presente. A la crisis económica se suma una crisis política: según prestigiosos autores, se está produciendo un vaciamiento de la democracia, que retrocede ante las grandes fortunas y la «plutocracia». Pero ¿hay en Occidente una izquierda capaz de hacer este análisis y esta denuncia, y a partir de ahí articular un proyecto de lucha y transformación política de lo existente? En lo que respecta a la política internacional, incluso a algunos órganos de prensa que no suelen destacar por su valentía se les escapa la admisión del carácter neocolonial que han tenido las guerras más recientes desencadenadas por Estados Unidos y la OTAN en Oriente Próximo. A la vista de todos están el horror de Gaza y la tragedia que infligen al pueblo palestino el dominio y el expansionismo colonial de Israel. Y no tenemos más remedio que preguntarnos, de nuevo: ¿hay en Occidente una izquierda capaz de oponerse a esta espantosa deriva que ya hoy siembra muerte y destrucción, pero incuba los gérmenes de una conflagración en una escala mucho mayor?

En marzo de 2014 Seymour M. Hersh, un periodista estadounidense galardonado con el prestigioso premio Pulitzer, hacía importantes revelaciones sobre el uso de armas químicas el 21 de agosto del año anterior: no, los responsables de esa infamia no habían sido los dirigentes del país, sino los «rebeldes» apoyados por las monarquías reaccionarias del Golfo Pérsico, aliadas de Occidente, y por Turquía, un país miembro de la OTAN y principal protagonista de la provocación y la escenificación, destinadas a levantar una ola de indignación mundial contra los dirigentes sirios y justificar la acción devastadora de los bombarderos con los motores ya encendidos y listos para entrar en acción. En agosto de 2013 hombres de estado, periodistas, divos y divas de la sociedad del espectáculo rivalizaron en pintar del modo más siniestro al enemigo por abatir. Huelga decir que el desenmascaramiento de la mentira tuvo en los distintos órganos de información un eco mucho más reducido que la propagación de esa misma mentira; más valía no dar mucha publicidad al escándalo para que no desacreditara ni comprometiera a la industria de la mentira, pues esta siempre será útil para la preparación de las guerras futuras. Y de nuevo la izquierda brillaba por su ausencia.

No había tenido el valor de hacer preguntas y plantear dudas en el momento en que la manipulación era más intensa, y no ha considerado necesario llamar la atención de la opinión pública sobre el desenmascaramiento de la manipulación y, en general, sobre la industria bélica de la mentira que pese a todo sigue floreciendo. De hecho, la izquierda se encoge justo cuando debería reaccionar con más energía ante los procesos de polarización social y redistribución masiva de la renta a favor de las grandes fortunas (a menudo parasitarias), ante la reaparición de guerras coloniales o neocoloniales y la amenaza de guerras a gran escala, ante la restricción y distorsión de la esfera pública provocada por la «plutocracia» y por una industria de la mentira más floreciente, poderosa e invasiva que nunca.

Ya se ve con suficiente claridad cuál es la paradoja que requiere una explicación. No podemos dejarle la tarea al historiador futuro, porque los dramas y peligros del presente exigen una toma de conciencia y de responsabilidad aquí y ahora. Este libro procura facilitarla.

Ante todo habrá que hacer un reconocimiento del terreno. Es el asunto que se aborda en el primer capítulo. La crisis devastadora que estamos padeciendo, aunque tiene un alcance planetario, tampoco afecta a todo el planeta. Los países que en el siglo xx se sacudieron el dominio colonial y neocolonial bregan hoy por alcanzar un desarrollo autónomo en el campo económico y tecnológico, y en el transcurso de esta lucha cosechan éxitos importantes. Lo vemos, sobre todo, en el caso de China y los demás países emergentes. No se entendería nada del actual panorama internacional si no se tuvieran en cuenta dos procesos contradictorios: la «gran divergencia» que durante siglos colocó a Occidente en una posición de superioridad absoluta sobre el resto del mundo tiende a reducirse hasta anularse; al mismo tiempo, en los países capitalistas avanzados se abre un abismo, la «gran divergencia» que separa a una minoría opulenta cada vez más selecta del resto de la población. Se comprende entonces que el Occidente capitalista reaccione ante esta situación desmantelando el estado social y aplicando medidas de «austeridad» antipopulares, pero tratando de salvar, al mismo tiempo, su preponderancia internacional. Por eso desencadena unas guerras cuyo carácter neocolonial es cada vez más patente y se refleja incluso en los medios informativos. En estas guerras neocoloniales la Unión Europea y Estados Unidos no dudan en aliarse con fuerzas reaccionarias de Oriente Próximo que esclavizan a los inmigrantes, oprimen a las mujeres, reintroducen la poligamia, etc.

Todo esto tendría que haber provocado la reacción de la izquierda. Pero, como se observa en el segundo capítulo, el mundo capitalista-imperialista todavía consigue acreditarse como el «mundo libre». Es una pretensión que desde hace siglos forma parte de la autoconciencia y falsa conciencia de Occidente. Aunque hoy, más que nunca, debería haber perdido toda credibilidad. Desde la ofensiva neoliberal, los «derechos sociales y económicos» sancionados por la ONU no solo no se han puesto en práctica, sino que se deslegitiman también en el plano teórico. En cuanto a los derechos políticos, la «plutocracia» que poco a poco se impone en Occidente los vacía de contenido. Es como si se hubiera reintroducido solapadamente y de forma indirecta la discriminación censitaria que durante siglos excluyó a las clases subordinadas de la participación en la vida política. ¿Quedan en pie, al me­nos, los derechos civiles y el estado de derecho? Todos los martes –cuenta el New York Times– el presidente de Estados Unidos se reúne con sus colaboradores para confeccionar la «lista de la muerte» (kill list), la lista de sospechosos de terrorismo que deben ser «eliminados», como se dice en el anodino lenguaje burocrático, desde la altura de los drones. En esta lista puede haber incluso ciudadanos estadounidenses: ¿adónde ha ido a parar la rule of law? Y sobre todo: ¿es compatible la profesión de fe democrática de Occidente con su pretensión de ejercer una dictadura a escala planetaria, reservándose el derecho soberano a desencadenar guerras y embargos devastadores con o sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU?

La prosopopeya de Occidente a veces es grotesca. Pero sigue ejerciendo una influencia ideológica tan fuerte que a menudo es capaz de ofuscar a la izquierda en Estados Unidos y Europa. No le faltaba razón a Marx cuando en su tiempo observaba que el monopolio de la producción material es también el monopolio de la producción intelectual. Pero hoy la gran burguesía basa su poderío en el monopolio de la producción de las ideas, desde luego, pero también, y sobre todo, en el monopolio de las emociones: este es el tema central del tercer capítulo de libro. ¿Cómo se programa y se prepara la guerra en nuestros días? Se busca, manipula o inventa del todo una imagen que pueda demostrar la crueldad, la ferocidad, la falta de humanidad del enemigo a derribar o a matar; a través de la prensa, la radio, la televisión, internet y las redes sociales, esta imagen se difunde, se repite obsesivamente y se bombardea, por así decirlo, en todos los rincones del planeta. A los que no se alinean incondicionalmente con Occidente en la guerra que está a punto de desencadenar se les tacha de hacer oídos sordos a las razones de la moral y de ser cómplices del Mal. Es el terrorismo de la indignación, una indignación que pretende ser moral pero en realidad es maquiavélica en el mal sentido de la palabra. Es así como la sociedad del espectáculo pasa a ser una mortífera técnica de guerra.

El terrorismo de la indignación también desempeña un papel fundamental en los golpes de estado, hábilmente camuflados de «revoluciones de colores», que promueven la expansión de la OTAN y de Occidente en general. También en estos casos los disturbios se basan en una mentira, una manipulación o una provocación capaces de provocar la ola de indignación moral necesaria para derrocar un régimen odiado o considerado un obstáculo por los aspirantes a amos del mundo. El cuarto capítulo del libro traza un balance histórico de los golpes de estado consumados o fallidos a lo largo del siglo xx y a comienzos del xxi: la primera oleada abarca más o menos los años de la guerra fría y la segunda empieza cuando se perfila el final de la guerra fría; entre las dos no faltan los elementos de discontinuidad, pero es común a ambas la arrogancia imperial, que no deja de manifestarse.

Tanto si desencadena guerras como golpes de estado, Occidente los sanciona constantemente enarbolando la bandera del universalismo de los valores y el libre mercado, un universalismo que no conoce ni tolera fronteras estatales y nacionales. El quinto capítulo del libro llama la atención sobre los cambios colosales producidos con respecto al pasado. El que hoy es el país guía de Occidente, en la segunda mitad del siglo xix era el campeón mundial del proteccionismo aduanero. Y el proteccionismo también afectaba a las ideas: todavía en los años de la guerra fría los comunistas sufrían persecución en Estados Unidos por difundir una visión del mundo que hacía un llamamiento universalista a los proletarios y los pueblos oprimidos de todo el mundo. A pesar de su extraordinaria capacidad de atracción en todos los rincones del planeta, las autoridades estadounidenses la proscribieron tachándola de ajena al auténtico espíritu «americano» y al «americanismo». Ya esto debería hacernos desconfiar de la ideología que hoy se impone en Occidente. En realidad, cuando una cultura o una civilización determinada pretende ser la encarnación permanente de los valores universales, no está haciendo gala de universalismo sino, por el contrario, de un etnocentrismo exaltado. Y el etnocentrismo exaltado siempre ha servido para desencadenar guerras coloniales o neocoloniales en nombre de la Civilización, noción monopolizada por el agresor.

Pero ¿se pueden considerar realmente neocoloniales las guerras que entre el final del siglo xx y el principio del xxi han devastado Panamá, Yugoslavia, Irak y Libia, y siguen devastando Siria? A esta pregunta responde el sexto capítulo del libro, que reflexiona sobre la historia secular de la lucha entre el colonialismo y el anticolonialismo y sobre los elementos de continuidad entre colonialismo viejo y nuevo. A mediados del siglo xix las cañoneras británicas sojuzgaban a China, que no tenía la posibilidad de responder al fuego enemigo; esta situación se ha repetido recientemente (a favor de Estados Unidos y la OTAN) en Panamá, los Balcanes u Oriente Próximo. Los vencidos, aunque ocupen el cargo de jefe del estado, son entregados a la Corte Penal Internacional, que en cambio no puede indagar ni siquiera sobre el último soldado o «contratista» estadounidense: la doble jurisdicción es un elemento esencial de la tradición colonial.

Hoy la agresión se perpetra en nombre de los «valores» y los «intereses» occidentales. Es la misma ideología que sustentaba las guerras coloniales clásicas. De su preparación ideológica se encargaban en el pasado los misioneros cristianos, que hoy han pasado el testigo a las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), con frecuencia controladas desde Washington y desde Bruselas. La continuidad entre el colonialismo y el neocolonialismo, bien mirada, es impresionante, aunque no por ello hay que subestimar la envergadura de los cambios producidos, algo que ha bastado para desorientar y acallar a la izquierda occidental.

Estados Unidos, mientras se apoya en sus aliados europeos para consolidar las posiciones de Occidente en Oriente Próximo o en otras partes del mundo, está llevando a cabo el «pivote», el desplazamiento a Asia y el Pacífico del grueso de su gigantesco aparato militar. Ha empezado la contención y el cerco de China. ¿Se perfila una nueva guerra fría, que por definición siempre está a un paso de convertirse en guerra caliente o incluso en holocausto nuclear? Hoy más que nunca es urgente la lucha por la paz, pero la izquierda que debería promoverla calla, porque entre otras cosas no entiende que se trata de una nueva fase del choque entre colonialismo y anticolonialismo. El país que encarna la causa del anticolonialismo solo puede ser la República Popular China, que nació de la mayor revolución anticolonial de la historia e hizo y sigue haciendo una contribución esencial al movimiento anticolonial: con la teoría de la «guerra del pueblo» de Mao Zedong explicó cómo puede un pueblo oprimido desafiar y derrotar a una gran potencia; con Deng Xiaoping explicó que la lucha de liberación nacional no es completa si la independencia económica no sucede a la independencia política.

Después de analizar los problemas y las contradicciones del tiempo presente y dar constancia de la debilidad y la ausencia de la izquierda, hay que proceder a una reflexión más sistemática sobre los motivos de esta debilidad y esta ausencia. A esta tarea se consagran el capítulo final del libro (el octavo) y la Conclusión. Es evidente que unos cambios tan radicales como los producidos a escala mundial entre 1989 y 1991 no podían dejar de provocar un efecto de desorientación y confusión. Sí, en Occidente la izquierda, ya sea moderada o «radical», no pocas veces ha ido a remolque de la ideología dominante. El terrorismo de la indignación que prepara el estallido de las guerras neocoloniales ha intimidado sobre todo a la izquierda. La función desempeñada en el siglo xix por el «cristianismo imperial» que, con sus misioneros bienintencionados, allanaba el camino a la expansión colonial, le corresponde hoy a la «izquierda imperial». En lo que respecta a la lucha socio­económica dentro de cada país, sucede que la izquierda, aunque sale en defensa del estado social, al mismo tiempo promueve la difusión de filosofías e ideologías sumamente útiles al neoliberalismo.

La crisis económica y política y el deterioro de la situación internacional exigen que la izquierda salga de este estado de desorientación y confusión. A ello pretende contribuir este libro, esta historia y crítica de la decadencia de la izquierda y de las situaciones objetivas en el plano interno e internacional que han favorecido dicha decadencia.

Los análisis desplegados en las páginas siguientes encuentran una trágica confirmación mientras el volumen está en prensa: en el Oriente Próximo balcanizado y devastado por las guerras cobran fuerza los despiadados grupos islamistas, utilizados por Occidente para atacar a los regímenes de inspiración anticolonialista y laica; el golpe de estado en Ucrania y el avance amenazador de la OTAN en Europa Oriental han provocado la reacción rusa; y el «pivote» de Estados Unidos está convirtiendo Asia en un polvorín. Se agravan los peligros de guerra sobre los que insiste este libro. ¿Sabrá la izquierda dar señales de vida?

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