La juventud de Bangladesh vela por sus conquistas
Frente a la antigua residencia de la ex-primera ministra Sheikh Hasina, una decena de personas se reúne alrededor de una pila de muebles y electrodomésticos. La escena recuerda a una feria de artículos de segunda mano, pero «son los bienes pertenecientes al gobierno de Bangladesh que están siendo devueltos desde que lo pedimos en las redes sociales», precisa Abir, estudiante de 19 años. Heladeras, sillas, cuadros, colchones... deben regresar al palacio que recibirá, en el centro de la capital, a aquel o aquella que gane las próximas elecciones, cuya fecha aún no se ha fijado. Las diferentes alas del edificio y su gran jardín están siendo poco a poco liberados por aquellos que, hace una semana, los invadieron para conquistar su libertad.
El lunes 5 de agosto, luego de semanas de sangrientas manifestaciones, millones de bangladesíes se volcaron a las calles para exigir la salida de la primera ministra Sheikh Hasina, que gobernaba sin oposición el país de 170 millones de habitantes desde 2009. La juventud, a la vanguardia de este levantamiento, forzó las puertas de su palacio inmediatamente después de que ella renunciara y huyera a la India. «Estábamos furiosos porque muchos estudiantes murieron por los disparos de la policía del régimen -cuenta Abir, quien participó del saqueo de su residencia-. Rompimos todo, en todas las habitaciones, ¡algunos incluso se llevaron la ropa interior de Sheikh Hasina!».
Ya no quedan en Daca demasiados símbolos de la era Hasina. Los locales, los archivos y el museo vinculados a su partido, la Liga Awami [Liga Popular], fueron incendiados. Inclusos las estatuas de su padre, Sheikh Mujibur Rahman, fueron desmanteladas. No tuvieron piedad con quien fue durante mucho tiempo reconocido por su lucha por la independencia. Bangladesh nació de la escisión de Pakistán en 1971, con bases democráticas y laicas. »No comencemos esta nueva era borrando la contribución de la Liga Awami a la guerra de liberación», advierte el historiador Naeem Mohaiemen. «La revolución no es una cena de gala», recuerdan las pintadas en los muros de Daca.
La ola de furia se apaciguó con la llegada del Premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus para dirigir un gobierno provisional. Exiliado de Bangladesh, donde Sheikh Hasina intentó perseguirlo judicialmente, y uno de los primeros defensores de las manifestaciones estudiantiles, el economista de 84 años regresó a su país como un hombre providencial, el jueves 8 de agosto, para prestar juramento. «Mohammad Yunus es una persona increíble -señala el líder estudiantil Abdullah Ruhel en el campus de la Universidad de Daca-. Los jóvenes confían en él para cumplir con tres tareas: restablecer el orden, democratizar las instituciones y organizar elecciones libres».
La esperanza en los muros
En los muros de la capital, la esperanza reemplaza la furia. Con sus amigas -algunas con velo, otras no, algunas con el bindi hindú en la frente-, Fabia Fedoz prepara los pinceles. «Estamos pintando el Bangladesh que queremos para el futuro», explica la estudiante con una bonita metáfora. Muy sonriente, el grupo da un lavado de cara a uno de los largos muros que bordean las aceras. «Durante las manifestaciones, los habíamos cubierto con grafitis violentos e insultos contra Sheikh Hasina, que ahora parecen inapropiados. Ella ya no está, entonces los reemplazamos por mensajes de unidad del pueblo por la democracia».
La escena se repite en todas partes en las calles de la capital. En Daca se respira un clima de alegría, mientras que la juventud disfruta de una libertad casi vertiginosa. «Es como un sueño. La libertad esperada durante tanto tiempo llegó de repente y aún nos cuesta darnos cuenta de que simplemente podemos hablar», dice entusiasmada Nadia, futura docente, en el jardín del campus. «Nos escondíamos para hablar de política. La Liga Chhatra, rama estudiantil de la Liga Awami, tenía oídos en todas partes. Los estudiantes muy críticos eran golpeados o desaparecían», recuerda el estudiante Mayen Uddin. «Estoy muy orgulloso de lo que hemos logrado».
Muchos estudiantes se detienen a tomar un té y una pakora frente a la biblioteca de la universidad, devenida un espacio para la memoria. «Fue aquí donde a principios de julio cientos de nosotros comenzamos a manifestarnos, sin imaginar nunca lo que pasaría después», cuenta Abdullah Ruhel, presente desde el primer día. El restablecimiento de los cupos de empleos para los «héroes de la liberación» desató esta tímida concentración. La medida, que había provocado la protesta de los estudiantes en 2018, fue criticada por favorecer a los seguidores de la Liga Awami, que se arrogó la exclusividad de la memoria histórica de la lucha por la independencia de Bangladesh.
A partir de mediados de julio, el movimiento adquirió otra dimensión. «En lugar de escuchar los reclamos de los estudiantes, Sheikh Hasina los trataba públicamente de razakars, lo que es humillante», detalla Abdullah Ruhel. El término designa a las fuerzas contrarrevolucionarias que, en 1971, se oponían a la independencia de Bangladesh, entonces Pakistán Oriental. «Pero fueron los videos del primer estudiante muerto por los disparos de la policía, Abu Sayeed, los que encendieron la mecha», continúa. «Los ciudadanos se sumaron masivamente al movimiento que se extendió alrededor del campus, y luego en todo el país para exigir la dimisión de la dictadora Hasina».
Ni los toques de queda ni la violenta represión, que causó al menos 400 muertos, pudieron evitar que Sheikh Hasina fuera destituida. Desde su victoria, los estudiantes han asumido las funciones antes desempeñadas por la policía, preocupada por dar la cara frente a aquellos a los que hace poco les disparaba. Ante la ausencia de agentes de tránsito, tomaron el control de los cruces de Daca donde regulan la circulación de automóviles, autobuses de dos pisos y rickshaws. Algunos patrullan durante la noche para prevenir robos, otros defienden los templos hindúes. Esta minoría religiosa (8% de la población) teme ser objeto de persecuciones. La vecina India, dirigida por el nacionalista hindú Narendra Modi, ha sido un apoyo incondicional de Sheikh Hasina.
Un largo camino hacia la reconciliación
Si bien el levantamiento del 5 de agosto estuvo acompañado de ajustes de cuentas contra personas cercanas al régimen, así como del incendio de viviendas, la población bangladesí dio luego muestras de sangre fría. Desde el lunes 12 de agosto, la policía volvió poco a poco a las calles de Daca, a pesar de la furia aún palpable. «Algunos actuaron bajo presión, pero la mayoría [de los policías] fueron adoctrinados por Hasina», señala con desconfianza Mayen Uddin. «Las investigaciones y una reorganización de las fuerzas del orden resultan indispensables, pero no podemos prescindir de ellas por más tiempo», señala Zillur Rahman, del Center for Governance Studies, temiendo la conformación de una forma de «autocracia estudiantil».
Entre los antiguos seguidores de la Liga Awami, el aparato de Estado y de seguridad y los estudiantes, el camino hacia la reconciliación parece largo. Para ello, Muhammad Yunus multiplica las señales de apaciguamiento. Ha incorporado a su gobierno a dos líderes estudiantiles de 25 años, en las áreas de juventud y telecomunicaciones, afirmando que «cualquiera sea el camino que nos muestren nuestros estudiantes, avanzaremos con ellos». El sábado 10 de agosto, se reunió con la madre de Abu Sayeed, el primer estudiante fallecido durante la revuelta, y anunció que el gobierno se hará cargo por completo de los gastos médicos de los estudiantes heridos.
No es de extrañar las alabanza que recibe desde los medios de comunicación, ya que es un fiel defensor del sistema capitalista y, lo que es más importante, sus intereses están plenamente alineados con los de Washington, lo que alegra enormemente a los capitalistas occidentales frente a sus rivales económicos como China e India.
Pero los símbolos no serían suficientes. Tras varios días de calma, los estudiantes se manifestaron frente al Tribunal Supremo y el Banco Central de Bangladesh para reclamar y obtener la renuncia de dos funcionarios cercanos a Sheikh Hasina. Mientras las ONG han registrado cientos de desapariciones forzadas bajo su régimen, las familias reclaman la apertura de los archivos de los servicios de inteligencia que hicieron que imperara el terror. «Es necesario esclarecer los crímenes de los últimos 15 años, pero los organismos de seguridad fueron parte de ellos», explica Zillur Rahman, quien reclama una investigación independiente de la ONU. «En cuanto a Sheikh Hasina, debe comparecer ante la Corte Penal Internacional».
Finalmente, se plantea la cuestión del panorama político para las próximas elecciones, así como su fecha. Las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista y la pugna entre bloques imperialistas por hacerse con el control de la economía de Bangladesh hacen que, por el momento, exista un cierto grado de vacío de poder. Esto tratará de resolverse de forma rápida mediante la convocatoria de nuevas elecciones, con el objetivo de calmar los ánimos revolucionarios y correr un tupido velo frente a la crisis política, social y económica reinante.
Mientras que en enero la Ligua Awami logró la reelección de Sheikh Hasina sin oposición, el equilibrio de fuerzas se ha invertido, por lo que al partido le llevará tiempo superar el descrédito de la antigua dirigente. Si las elecciones se celebraran mañana, el Partido Nacionalista de Bangladesh (BNP, por sus siglas en inglés), principal partido de la oposición, obtendría un resultado propio de una dictadura. Nada asegura que los estudiantes, que han luchado por una verdadera elección democrática, se conformen con este giro, aun cuando el BNP sea popular en sus filas. No faltan ejemplos de revoluciones ciudadanas enterradas por los aparatos políticos, como la del vecino Sri Lanka, en 2022.
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