La lucha del campo es objetivamente una lucha antimonopolista
¡VISCA LA TERRA! ¡MORI EL MAL GOVERN!
Visca la terra y mori el mal govern fue el grito de los campesinos catalanes en su levantamiento de 1640 contra el gobierno del Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV. Esta rebelión dio origen a la Guerra dels Segadors. La revuelta estalló cuando el gobierno de España obligó a los campesinos a mantener al ejército en su guerra contra Francia y ocupó militarmente Cataluña.
Los tiempos de guerra, en los que el pueblo pone la carne de cañón y paga los gastos militares, son momentos en los que las máscaras se caen y los oprimidos ven con claridad quién es su enemigo.
Las movilizaciones de agricultores, ganaderos y pescadores, sacuden de un extremo a otro a todos los países de la UE. Son conscientes de su poder y lo ejercen. Hace pocas semanas 1300 tractores bloquearon el “barrio europeo” de Bruselas, en el que se encuentran el Parlamento y la Comisión Europea y durante una reunión de esta última, hicieron barricadas con neumáticos ardiendo, arremetieron con su poderosos vehículos las vallas protectoras y “bombardearon” los edificios con huevos y piedras. En Polonia, a la protesta de los agricultores, se ha unido la de los trabajadores del metal, exigiendo la retirada de la agenda 2030 y demás medidas que favorecen a las multinacionales con pretextos de protección del medio ambiente.
Las causas del malestar en el campo son antiguas
Las políticas de la UE, desde hace décadas y bajo diferentes pretextos, van dirigidas a favorecer la concentración de la propiedad de la tierra y de las industrias de transformación de productos agrícolas y ganaderos en manos de multinacionales y fondos de inversión.
La entrada de España en la CEE supuso también una reducción importante del sector agrícola y ganadero, mediante la subvención al arranque y abandono de cultivos, convirtiéndonos progresivamente en compradores de mercados exteriores y alejándonos de una soberanía alimentaria, perfectamente posible. En otros casos a las políticas de la UE se sumaron las guerras de precios impuestas por multinacionales como Nestlé que, tras arrasar las pequeñas industrias lecheras, impone a los ganaderos, desde los años 90, precios de la leche por debajo de los costes de producción.
Los fondos de la Política Agraria Comunitaria (PAC) de la UE hasta el año 2000 se repartían en función de la producción, desde entonces subvencionan las hectáreas. En consecuencia los dineros van, sistemática y preferentemente a los bolsillos de los grandes terratenientes y empresarios. Como símbolo, la mayor perceptora de fondos de la PAC es la Casa de Alba, la mayor latifundista de España (34.000 hectáreas), que recibe más de tres millones de euros anuales. La fallecida duquesa de Alba fue nombrada en 2006 por el gobierno del PSOE Hija Predilecta de Andalucía – seguramente en el símbolo más claro de la naturaleza del PSOE y de su papel en la perpetuación en el poder de los parásitos que ganaron la guerra. A la Casa de Alba le siguen como perceptores de la PAC, los Domeq, Mercadona, Ebro Foods, Don Simón, Campofrío.
El antiguo malestar del campo ha estallado tras acumularse en estos cuatro últimos años políticas que, como CNC viene señalando, forman parte de un programa común de la oligarquía imperialista que, ante la evidencia del estallido de la crisis, sirve a sus intereses de destrucción productiva y de concentración de capital.
El Foro Económico Mundial de Davos, en el que se reúnen anualmente los mayores ladrones y criminales del mundo, identificó ese programa de destrucción como “Agenda 2030”. Esa cueva de Ali Babá de la oligarquía puso en escena dicha Agenda con el eslogan “no tendrás nada y serás feliz” y la vistió de colorines (verde, violeta, naranja, etc) al más puro estilo postmoderno. La extrema derecha la ha calificado de “comunista”, cuando en realidad consiste en la implementación coordinada de políticas – en EEUU y, sobre todo, en la UE – dirigidas a la expropiación acelerada al proletariado de derechos laborales y de servicios públicos, y la destrucción sistemática de la pequeña y mediana empresa.
Lo que está ocurriendo con los alimentos muestra bien claro quiénes pagan la fiesta de los intermediarios y los grandes supermercados. Este cuadro de la COAG1, que refleja el Índice de precios de alimentos básicos en origen y destino evidencia el descomunal robo, tanto a los productores, como a los consumidores, por parte de quienes, en muchos casos como en el de Mercadona, son perceptores de grandes subvenciones de la PAC. Como puede verse, el precio que paga el consumidor por productos básicos, como la patata, multiplica casi por seis, casi por diez los limones, por más de ocho los plátanos, etc. el pago que recibe el productor por los mismos.
Las políticas de la UE que prohíben o restringen el uso de fertilizantes, plaguicidas y otras sustancias nocivas para la salud, no impiden la venta masiva a precios más bajos de productos provenientes de países que no aplican estas normas. La consecuencia es obvia: comemos a precios muy elevados productos con sustancias nocivas para nuestra salud, comprados por las grandes superficies a precios muy bajos, mientras se arruina nuestra agricultura y ganadería.
Otro tanto ocurre con los Fondos Next Generation de la UE, que utilizando la ideología climática como pretexto 2 y disfrazados de objetivos de “descarbonización” y de “protección del planeta” van a parar a las grandes multinacionales que “siembran” el campo de huertos solares y parques eólicos.
Los Fondos Next Generation de la UE, dinero público, van a parar a grandes empresas, la mitad de capital extranjero, que se camuflan detras de pequeñas firmas sin empleados. La parte del león de los 31.000 megavatios eólicos y solares autorizados se la llevan Enel (Endesa/Italia), Total (Francia) y las “españolas” Iberdrola, Solaris o Capital Energy 3.
Los cambios en los procesos productivos así inducidos, sirven una vez más a la centralización y concentración de capital provocando la ruina de quienes no pueden competir porque las grandes multinacionales controlan la tecnología “verde”, impuesta y financiada con fondos públicos, y que van a parar fundamentalmente a sus manos.
Decisiones políticas, causas directas del estallido del campo.
La soga al cuello de agricultores y ganaderos se ha hecho insoportable al acumularse una serie de factores que, insisto, no son fruto de ninguna mano invisible, sino de acciones políticas perfectamente identificables:
La elevación de los precios de la energía, haciéndolos inasequibles para muchos, tiene relación directa con voladura del Nord Stream por parte del imperialismo anglosajón, que obliga a comprar más caro a EEUU o a terceros países el gas y el petróleo ruso, y el reconocimiento por el gobierno español de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara, que además de una traición a su pueblo, encarece o elimina el suministro de gas argelino a empresas españolas. El aumento inusitado de los tipos de interés por parte del BCE, para “controlar” una inflación provocada en gran medida por sus propias políticas. Las sanciones a Rusia por parte de la UE desde 2014, prohibiendo el comercio con ese enorme país han supuesto un duro golpe para las exportaciones agrícola y ganaderas que llegaron a alcanzar en 2013 los 600 millones de euros.
Los agricultores y ganaderos europeos, a los que se han sumado en algunos lugares los pescadores, saben perfectamente el poder económico y político que tienen enfrente, pero también son conscientes de su fuerza. Han sabido desbordar a las organizaciones tradicionales, que como en el caso de las grandes centrales sindicales, se dedicaban a llamar a la calma y a intentar apagar el incendio con reuniones y falsas promesas de negociación.
Su lucha, de naturaleza claramente anti-monopolista, a pesar de la desacreditación constante en los grandes medios de comunicación, ha conectado con los intereses populares que ven cómo sus exiguos salarios y pensiones se estrellan contra una avalancha de subidas de precios de los alimentos, que – cómo están conociendo – nada tienen que ver con los productores y casi todo con los grandes monopolios de la distribución y la venta.
El riesgo de que el malestar social acumulado pueda tener consecuencias políticas – en las últimas elecciones en Holanda y tras las contundentes movilizaciones, el Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB) derrotó al resto de partidos – empieza a penetrar en los despachos de la Comisión Europea y de los gobiernos de los países miembros. Su recurso, ya manido, de culpar a Putin (Úrsula von der Leyen con todo desparpajo alerta contra los “amigos de Putin”) o a la extrema derecha (como hace el gobierno PSOE-Sumar), cuando sus aliados son los fascistas de Ucrania, a los que están enviando armas y en cuya defensa amenazan con llevarnos a la guerra, vende cada vez menos. A medida que la crisis arrecia, se abre paso en la conciencia de los pueblos la idea de que los gobiernos de la UE – sometidos y sobornados – están colocando sus intereses a los pies del imperialismo sionista anglosajón.
Es este asunto, el de la oposición a sostener la guerra en Ucrania, y mucho más, a la guerra de la OTAN contra Rusia, es el eslabón más débil de la cadena y nada tiene que ver con la extrema derecha. En esa dirección apuntan luchas actuales como las movilizaciones de los agricultoras europeos contra la importación de cereales a bajo precio de Ucrania (en realidad de Monsanto y BlackRock), en primera línea los polacos y los de los países bálticos con gobiernos extremadamente pro-ucranianos. U otras que sin duda aparecerán tales como las previsibles revueltas contra la imposición de la economía de guerra (desorbitados gastos en armamento para llenar arsenales vacíos con recortes -aún más – de gastos sociales), el polvorín de la desindustrialización y el desempleo o la introducción del servicio militar obligatorio para colocar a la juventud europea como carne de cañón.
Todas ellas son, en unos casos luchas contra los grandes monopolios que se han adueñado de Ucrania y que llevan camino de apropiarse de toda Europa. Esos movimientos pudieran confluir en la legítima defensa de los intereses de las clases populares frente a la guerra imperialista, en cuanto . ambos apuntan hacia una élites políticas y económicas que nos llevan al desastre para salvar sus criminales emporios.
La evidente utilización por la extrema derecha de estas movilizaciones, mentirosa y oportunista, por cuanto defiende en última instancia a esos grandes monopolios ( el Frente Nacional en Francia dejó de proponer la salida de la UE y de la OTAN en cuanto pareció tener la posibilidad de ganar las elecciones), es utilizada por la izquierda otanista para intentar camuflar su función de defender los intereses de la misma oligarquía imperialista. La denuncia de esa burda manipulación no justifica la falta clamorosa de trabajo político destinado a mostrar que los intereses de los pequeños agricultores y ganaderos tienen enfrente directamente a las grandes corporaciones multinacionales.
La tarea de los comunistas es, sobre todo, ayudar a la clase obrera a comprender la vinculación entre los diferentes aspectos de una realidad que tiene su clave de bóveda en la crisis general del capitalismo, en la necesidad ineludible de acabar con él, y en asumir que como clase, le corresponde en ese camino la función histórica dirigente. Y ese asunto es hoy más apremiante que nunca.
Y para recorrer ese camino son necesarias alianzas con sectores como los campesinos y pequeños propietarios de industrias y comercios, a quienes necesitamos a nuestro lado. Indudablemente esos sectores pueden ser caldo de cultivo del fascismo pero dado que levantan objetivos netamente antimonopolistas, es posible mostrarles que la alternativa no es volver atrás, sino abrir procesos de trabajo cooperativo y de socialización en alianza con la clase obrera.
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Notas
1. Este cuadro de la COAG está tomado del artículo de Andrés Piqueras, "¿Qué pasa en el campo?", https://lahaine.org/gG7r
2. El artículo de Juan Manuel Olarrieta titulado “El cambio climático es un arma de la Guerra Fría” es muy ilustrativo de su función de dominación ideológica y económica. https://cncomunistas.org/?p=1513
Revista n.º 2 ConCiencia de Clase