La oligarquía financiera prepara su revancha
Ahora, hasta las tímidas medidas de “auxilio” adoptadas en la cuarentena están amenazadas. La única salvación es una ruptura frontal con el neoliberalismo
Como la mayoría de las grandes convulsiones económicas, la crisis de 2008–2009 produjo una sensación momentánea de posibilidades.
Arrancados de un sueño complaciente por el súbito colapso del sistema financiero global, hasta los gobiernos de centro-derecha parecían hacer lo impensable. El Fin de la Historia había acabado. La dictadura de la deuda había pasado y el keynesianismo estaba de vuelta — por lo menos es lo que la historia contaba. Mismo la nacionalización, esa “herramienta anacrónica del estatismo” de post-guerra, no estaba más fuera de alcance.
Cuando una votación enorme eligió Obama, que muchos esperaban hacer un gobierno más a la izquierda desde los años 1930, en EEUU, parecía posible someter el consenso político-económico, vigente desde la caída del Muro de Berlín, a una revisión profunda y potencialmente radical.
Que aconteció ya es bien conocido. Después de rescatar los íconos de las altas finanzas del precipicio, en total seguridad, la mayoría de los gobiernos adoptó rápidamente una restricción fiscal. Después de inmensos gastos para proteger los mercados y evitar el colapso económico total, los Estados liderados por conservadores, liberales y social-demócratas comenzaron a imponer el capital financiero a sus poblaciones e hicieron todo lo posible para concentrar riqueza hacia arriba, por medio de una farra de cortes de impuestos y privatizaciones.
La equiparación de las cuentas de los Estados a la de una familia pasó a ser la charla política de moda, una metáfora reductora y falsa que, no en tanto, funcionó para justificar todas las tendencias de la alquimia neoliberal. Con notable agilidad, ideólogos de derecha y devotos de Milton Friedman en todo el mundo transformaron con suceso una crisis del capitalismo financiero, en una “crisis de sectores públicos inflados y gastos excesivos de gobiernos”. Todavía sentíamos las implicaciones de esa victoria, cuando la pandemia del coronavirus nos golpeó.
Aunque todas las crisis sean diferentes entre sí, la recesión global que acompaña a Covid-19 ya tiene al menos un paralelo inmediato con la de 2008–2009. De manera igualmente abrupta, la actividad económica, en muchos países, entró en colapso en una escala que sería impensable apenas algunas semanas antes. Como Sam Gindin observó en abril, lo que aconteció en seguida representó una reversión verdaderamente notable en el discurso político dominante.
Nadie menos que el francés Emmanuel Macron — niño de oro de las reformas neoliberales, que cierta vez prometió enderezar el país transformándolo en una “startup” (empresas innovadoras) de repente, pasó a defender la medicina socializada y el Estado de bienestar como “recursos preciosos, ventajas indispensables cuando el destino nos atropella”. Líderes de derecha, como Boris Johnson, comenzaron a pedir a los industriales que pasasen a producir respiradores y hasta que el gobierno Trump pasó a exigir el congelamiento de la expulsión de inquilinos.
Por un breve instante, muchos se preguntaron nuevamente si esa ruptura en el consenso político produciría algo nuevo. La Covid, a lo que parecía, había dilacerado viejas ideas políticas y abierto nuevos horizontes a ser explorados, para mejor o para peor.
Con esas súbitas transferencias de renta en dinero para los trabajadores, será que una derecha populista remodelada emergería, significando el fin del conservadurismo de Estado mínimo? Será que el candidato a presidente del Partido Demócrata, un conservador de larga data, se reformaría como un Presidente Roosevelt del siglo XXI? Con las instituciones centrales del propio capitalismo momentáneamente avaladas en sus bases, otras empresas transformadoras, como una revolución industrial verde, de repente, vendrían a ocupar el mainstream (corriente dominante)
Pero bastaron algunos meses después del inicio de la pandemia para que gran parte de esta conversa ya pareciera ridícula. Los gobernantes, actuaron rápidamente y tomaron medidas extraordinarias para combatir la crisis. Mas muchos ahora parecían igualmente decididos en su deseo de restaurar el equilibrio pre-Covid — firmes en la convicción de que el funcionamiento normal del capitalismo es sagrado además para ser roto por mucho tiempo.
A no ser que algo extraordinario ocurra, es casi cierto que el relajamiento de las cuarentenas y la reapertura en fases sean seguidos de un nuevo espíritu de crisis — especialmente, cuando los gobernantes determinaron que el virus fue contenido en la medida suficiente para desviar la atención para sus consecuencias económicas.
Si 2009 sirve como algún parámetro, la retórica de los últimos meses — y de las medidas extraordinarias, la nostalgia de la guerra y de solidaridad social en cara al desastre — luego dará lugar a otra. Será el discurso del realismo político obstinado (con apelaciones colectivistas sustituidas por un léxico de apretar el cinto, “encontrar eficiencias” y “vivir dentro de nuestras posibilidades”.
En junio, el Banco Mundial “proyectó una contracción de más de 5% de la economía global en un año, con la mayor parte de las economías entrando en recesión y la renta per cápita cayendo en el mayor número de países desde 1870”. En julio, el gobierno de los EEUU registró su mayor déficit mensual de la historia.
Y Canadá proyecta su mayor déficit presupuestario desde la Segunda Guerra Mundial, y la misma dinámica parece ser la regla en muchas economías.
A pesar que la causa de la crisis actual sea reconocidamente diferente, el simple hecho de haber grandes déficits, en conjunto con la presión de los intereses financieros, puede ser suficiente para empujar muchos gobiernos para la ortodoxia y la “austeridad”. Esta última fue la principal razón por la cual los líderes, dominadores y gobernantes buscaron políticas fiscales deflacionarias después del colapso de 2008.
Como dice Sam Gindin:
Había una razón muy concreta por la cual el estímulo económico era visto de forma tan cautelosa. Para que las economías capitalistas basadas en financiamiento privado funcionen, es esencial tener la confianza de las instituciones financieras. Eso implicaba rescatar y consolidar bancos y obligar otros (los trabajadores), a pagar por eso — por medio de pérdida de renta y, si necesario, de empleos. O sea, “austeridad” en vez de expansión económica directa. Y mismo cuando los bancos volvieran a tener bases sólidas, la misma preocupación de no perturbar la “comunidad” financiera significaba que los gobiernos estaban propensos a aceptar los “alertas” de la oligarquía financiera, para quien los estímulos llevarían a la inflación y la erosión de los activos de los sistemas financieros.
Esa misma presión, o por lo menos una versión preliminar de ella, ya está surgiendo. Como el New York Times notició la semana pasada, algunos ejecutivos corporativos están pidiendo a Joe Biden que abandone los principales compromisos relacionados a más impuestos para los ricos y más gastos públicos. Uno de estos personajes argumentó, durante un encuentro de recaudación de fondos, que nuevos programas públicos deben ser combinados con cortes de gastos. Dada su historia política, es exactamente el tipo de retórica que Biden está preparado para llevar a serio, en la ausencia de presión significativa de otra fuente, actuar sin pensar dos veces.
Muchos gobiernos de derecha ni siquiera enfrentarán esas posibles contra-presiones, pues el capitalismo de catástrofe es la obsesión por cortes ya están en su DNA político. En EUA, una eventual reelección de Trump, sería pretexto para una agenda de segundo mandato macabra. Prácticamente lo mismo puede ser dicho sobre gobiernos liderados por gente como Jair Bolsonaro y Narendra Modi (India).
Si la historia reciente nos enseña algo, una nueva y brutal fase de crisis puede perfectamente surgir a medida en que la emergencia sanitaria sea transformada, gradualmente, en un discurso público sobre Estados hinchados y gastos gubernamentales sin límites. Confirmando el alerta emitido por Naomi Klein en marzo, la fase más reciente del capitalismo de catástrofe ya comenzó — y asume la forma de presentes fiscales a las corporaciones de los súper-ricos.
A menos que ocurra una movilización política de mucha importancia y repercusión, el año que viene, estamos prontos a ser alcanzados y afectados por un segundo gran choque.
Jacobin. Traducción de Juan Luis Berterretche.