La OTAN y Rusia escalan la guerra
Así, mientras las fuerzas de la OTAN llevan a cabo su mayor simulacro militar desde el final de la guerra fría con la excusa de la amenaza rusa, los ataques masivos de las fuerzas del Kremlin en varias direcciones de la línea del frente de 2 mil kilómetros han vuelto cada vez más crítica la situación de las fuerzas armadas ucranias, que podrían estar al borde del colapso según la opinión consensuada en el establishment de Seguridad Nacional de EEUU.
El pasado fin de semana, el comienzo de la ofensiva rusa en la región de Járkov logró romper con relativa facilidad la primera línea defensiva del ejército ucranio, obteniendo una serie de éxitos tácticamente significativos. El Pentágono y la CIA saben que la llegada de más armamento de EEUU a Ucrania el próximo mes no logrará evitar el derrumbe, porque el problema del ejército ucranio no es la falta de armas sino su índice extremadamente elevado de bajas: simplemente lo posterga, lo que perpetúa la pachanga de lucrativas ganancias de los fondos de inversión detrás del financiamiento de la guerra, de la industria bélica et al., y la deseada devastación de Ucrania ya propiedad de BlackRock.
El objetivo de la OTAN es prolongar el conflicto el mayor tiempo posible para evitar que Rusia consiga una victoria clara y desgastarla. Ante la superioridad militar rusa en el frente, la OTAN ha optado por el terrorismo puro y duro. Lo anterior se deduce de las declaraciones del ministro de Defensa de Reino Unido, almirante sir Tony Radakin, al Financial Times, de que hay que intensificar los ataques contra objetivos civiles en la profundidad de Rusia. Es decir, ataques asimétricos contra infraestructura vital y áreas civiles en Rusia para infligir el mayor daño posible a la población civil rusa para que repudie al presidente Vladimir Putin. Un ejemplo es la destrucción de un edificio residencial de 10 pisos en la ciudad rusa de Belgorod el domingo, que provocó 18 muertos civiles.
A ello parece responder la entrega de sistemas de misiles de largo alcance Atacms a Kiev por EEUU, y el envío de soldados, instructores e ingenieros militares de la OTAN que ayuden a las tropas ucranias a luchar contra Rusia, como volvió a reconocer el primer ministro de Polonia, Donald Tusk; lo que, según la portavoz de la cancillería rusa, Maria Zajarova, confirma que Occidente está librando una guerra híbrida contra el Kremlin. A lo anterior se sumó el canciller de Reino Unido, David Cameron, cuando afirmó que Ucrania tiene el derecho de golpear en la profundidad de Rusia con los misiles de crucero Storm Shadow británicos. El portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, afirmó que tal declaración es una peligrosa forma de escalada verbal.
Como parte de la misma hay que incluir las declaraciones belicosas del líder de la minoría del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes de EEUU, Hakeem Jeffries −cercano a Barack Obama y Hillary Clinton−, quien en una entrevista con 60 Minutes, de CBS, sentenció que si Ucrania no puede ganar la guerra contra Rusia tras la ayuda militar bipartidista por 61 mil millones de dólares, EEUU deberá intervenir militarmente para rescatar a Volodymir Zelensky, contra quien, por cierto, el Ministerio del Interior ruso acaba de emitir una orden de aprehensión.
En su desmedido afán de liderazgo y con su propagandística noción de la ambigüedad estratégica, el presidente francés, Emmanuel Macron, se sumó al nado sincronizado jugando lingüísticamente con la legitimidad de que la OTAN envíe tropas a Ucrania ante dos situaciones límite: en caso de una ruptura de las líneas de defensa del régimen de Zelensky que permita a Rusia penetrar de manera profunda en los territorios orientales –y eventualmente tomar el control de la capital, Kiev− y que Ucrania lo pida. En sentido inverso, es la OTAN la que quiere probar la capacidad estratégica de golpear instalaciones militares, energéticas y manufactureras en lo más profundo de la Federación Rusa.
En respuesta a las provocadoras declaraciones de Cameron y Macron, el 6 de mayo la cancillería rusa convocó a los embajadores de Gran Bretaña y Francia por separado y les entregó sendas notas diplomáticas. Inmediatamente después el Kremlin anunció ejercicios con armas nucleares no estratégicas, que pueden ser utilizadas en el campo de batalla como factor disuasivo. Un día después, en su toma de posesión para un quinto mandato, un sereno e imperturbable presidente Putin aseguró que Rusia y sólo Rusia determinará su propio destino. Y añadió que el Kremlin no rechaza dialogar con Occidente sobre seguridad y estabilidad estratégica, pero sólo en pie de igualdad.
Implícitamente, ratificó que la guerra se acabará cuando Moscú diga y que lo único que hay que negociar es la modalidad de rendición de Zelensky. Y si la OTAN, que obedece a las órdenes del Pentágono y la Casa Blanca, decide involucrarse con tropas de manera directa en Ucrania, la respuesta será devastadora. En el lenguaje para nada críptico del vicedirector del Consejo de Seguridad ruso, Dmitri Medvedev, ninguno de ellos (Jeffries, Macron y Cameron) podrá esconderse ni en el Capitolio, ni en el Palacio del Eliseo, ni en Downing Street 10. Ocurrirá una catástrofe mundial.
En ese contexto, soldados de la OTAN que participan del simulacro militar con componentes nucleares 'Steadfast Defender' 2024 (Defensa Inquebrantable), que se extiende desde los estados bálticos hasta los Balcanes, imitaron el asalto a posiciones rusas y se declararon listos para luchar contra la "amenaza" de Moscú.
El objetivo político-militar de las maniobras de la OTAN es debilitar y fragmentar a Rusia en un futuro cercano: ante el hecho de que Kiev va a tener que firmar algún acuerdo de paz o continuar la guerra y seguir perdiendo territorios, la OTAN se prepara para tratar de vencer a Rusia y de paso busca justificar el incremento del gasto militar en los países miembros y la política de militarización de las relaciones internacionales. Como anunció The Economist, la economía mundial está al borde del colapso, sobrevendrá la anarquía y la guerra se vuelve el recurso de las grandes potencias; BlackRock y los complejos militar-industrial de EEUU y Europa, se regocijan.
La Jornada